Pero aquí lo terrorífico tiene que ver con lo marginal, con seres que viven en la zona pobre de la sociedad, por lo habitan un submundo con el que pocos querrían contactar. En este sentido los cuentos de Las cosas que perdimos con el fuego también tienen un componente social y de denuncia de las desigualdades en Argentina. Aquí están presentes todos los males que nos aquejan como sociedad pasados por un prisma que los hacen todavía más inquietantes: la violencia de género, los barrios marginales, las enfermedades que afectan a los más pobres, las adicciones... Pero todo ello narrado de una manera tan personal que consigue que el lector se revuelva incómodo en su asiento mientras está leyendo, unas sensaciones que pocos escritores son capaces de conseguir.
Es difícil quedarse con un solo relato, pues todos son de altísima calidad. Especialmente inquietante me ha parecido Bajo el agua negra, en el que la protagonista, una fiscal, se adentra en una zona marginal de Buenos Aires descrita con la misma textura que algunos de esos sueños que no llegan a pesadilla, pero resultan enormemente angustiosos. O La casa de Adela, un original acercamiento al tema de las casas encantadas. Cualquier amante del terror o simplemente de la buena literatura debe acercarse a los cuentos de Mariana Enríquez.
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