Dejo aquí enlace al último artículo que he publicado en El placer de la lectura:
https://elplacerdelalectura.com/2022/09/una-curiosa-historia-del-sexo-de-kate-lister.html
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Encontramos en este volumen una recopilación de los escritos de Émile Zola en el que toma partido por el oficial Alfred Dreyfus, un militar de alto grado que fue condenado a cadena perpetua por un caso de espionaje del que era completamente inocente. Lo verdaderamente escandaloso es las pruebas presentadas contra Dreyfus en el Consejo de guerra eran tan endebles que los responsables de la misma sabían que la sentencia era injusta desde primera hora, aunque la fundamentaran en una serie de documentos secretos - inexistentes - que no podían ser exhibidos por comprometer a la seguridad nacional. La perversa lógica que condujo a la condena de Dreyfus fue su condición de judío, por lo que fue considerado un enemigo de Francia y el mejor chivo expiatorio posible para ser exhibido a una nación a la que se le habían ido inculcando altas dosis de antisemitismo durante muchos años. Así lo denuncia Zola:
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¡Y tú has muerto, siendo tan joven y hermosa
como si no fueras de nacimiento humano,
y forma tan suave y encantos tan únicos
tan pronto han regresado a la tierra!
Aunque la tierra los recibió en su lecho
y sobre el sitio la multitud ande
descuidada en su regocijo,
hay unos ojos que no podrían tolerar
mirar ni un instante a esa tumba.
Otro de sus grandes temas es Grecia, como cuna de la civilización y la poesía, la Antigüedad sagrada a la que la cultura del presente le debe todo:
¡Las islas de Grecia, las islas de Grecia!
¡Donde la ardiente Safo cantó y amó,
donde nacieron las artes de la paz y de la guerra,
donde se levantaba Delos, y surgió Febo!
Eterno estío aún las embellece,
aunque todo, salvo su sol, haya desaparecido.
También es de destacar la estremecedora lectura de En este día completo mi trigésimo sexto año, en la que parece profetizar su propia muerte pocos meses después:
Si tú lamentas tu juventud, ¿por qué vives?
La tierra de la muerte honorable
es ésta: ¡ve hacia el campo y entrega
allí tu aliento!
Busca la tumba del soldado, menos
buscada a menudo que hallada, para ti la mejor;
luego mira alrededor y escoge el sitio,
y toma tu descanso.
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Y es que a partir de ese momento se dispararon las especulaciones: que se hallaba enterrada, como si de una pieza arqueológica se tratara, en el mismo terreno de la nave, que unos chatarreros con mucho ingenio la habían ido despedazándola poco a poco y la habían vendido, que había sido escondida por el propio artista o que había sido retirada por algún coleccionista muy rico que actualmente la exhibía a sus amistades en alguna de sus propiedades. La realidad es que a día de hoy la escultura no ha aparecido y en el Reina Sofía se exhibe una réplica en una sala que seguramente incrementará sus visitas después de la publicación de esta interesante obra de Juan Tallón.
Hay que decir que, aunque se basa en una noticia real, Obra maestra no es exactamente un ensayo, - el autor la califica como una mezcla constante de imaginación y realidad- sino más bien una obra literaria y especulativa que da voz a personajes reales y a otros quizá inventados, que ofrecen sus versiones de lo sucedido o detalles acerca de hechos relacionados. Así se consigue un retrato muy preciso del funcionamiento de las instituciones de este país, de la ineficacia en ocasiones de los procedimientos burocráticos, de la lentitud de la justicia y del trabajo policial, además de ofrecernos detalles de la gran estrella del libro, el prestigioso artista Richard Serra, un hombre que ha ido creando esculturas de acero - con una técnica que se mueve entre lo industrial, lo artesanal, lo artístico y lo empresarial - en grandes ciudades del mundo y que tiene una especial vinculación con nuestro país.
Aunque se pueda hacer sangre de la ineficacia institucional de nuestro país a través de este insólito caso, tampoco creo que esa sea exactamente la pretensión del libro de Tallón. A él lo que le interesa sobre todo es recoger un gran número de voces en torno a un gran misterio, discursos que son inventados por el autor, pero que poseen la característica común de la verosimilitud, porque reconocemos en ellos a distintos tipos de ciudadanos con diversos grados de responsabilidad en el asunto. En este sentido Obra maestra tiene mucho de literatura experimental, por mucho que el lector no la sienta como tal cuando se encuentra entre sus páginas.
El precedente de esa obra maestra que es Perversidad es esta magistral - rodada todavía con aires de cine mundo - película de Jean Renoir, una devastadora crítica social que causó escándalo en su tiempo. Maurice, el protagonista, lleva una vida desgraciada bajo el despótico gobierno de su mujer, que quedó viuda en la Primera Guerra Mundial y venera a su primer esposo. Frente a la bravura del héroe de guerra, Adèle considera a su actual esposo poco menos que un inútil. Maurice intenta refugiarse de su triste realidad a través de su afición a la pintura, pero su existencia dará un giro radical cuando conozca a Lulú, una joven que vive explotada por su chulo, de quien se enamora. La golfa ataca en primer lugar a la institución matrimonial y a la restrictiva legislación sobre el divorcio en aquel tiempo, que podía dejar a la gente atrapada en relaciones desgraciadas. Por otro lado también realiza un retrato crudo de la otra cara de la sociedad burguesa y católica, el submundo de los bajos fondos en el que no existe ninguna moral y donde el protagonista no es más que una perfecto palurdo ingenuo a la que dejar sin un franco. Aunque al principio Maurice vive todo aquello como una gran ilusión, yo creo que es lo suficientemente inteligente - timidez no significa estupidez - como para advertir que ha entrado en un irreversible sendero de perdición, aunque en el fondo no le importe demasiado, ya que necesita alguna emoción en su triste existencia. Una obra muy moderna que ha influido poderosamente en el cine posterior.
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Uno de los logros más impresionantes de las memorias de Rushdie es que consigue en todo momento que el lector se ponga en su piel y comprenda perfectamente la montaña rusa de emociones a la que se vio sometido el autor desde aquel 14 de febrero de 1989. La fetua que lo condenaba fue entendida desde el primer momento como un pronunciamiento literal, no simbólico, por lo que el escritor tuvo que ser protegido desde el primer momento por la autoridades británicas. Rushdie cuenta la vorágine de aquellos primeros meses, con cambios constantes de domicilio, periodistas interesados en su vida privada y personajes públicos pronunciándose sobre su situación, algunos de ellos culpabilizándolo por haber ofendido al islam y criticando el gasto público que suponía su seguridad.
Mientras todo esto sucedía a su alrededor, el protagonista intentaba hacer llegar el mensaje de que él no tenía por qué renunciar a unos principios que eran lo que se había otorgado la civilización occidental en sus Constituciones democráticas. Aunque muchos no quisieran verlo, quizá por cobardía frente al fanatismo, en el caso Rushdie Occidente se jugaba mucho más que la vida de uno de sus ciudadanos más talentosos. Aquí lo que se imponía era la firmeza frente a las amenazas y un discurso claro y cristalino de defensa de las libertades frente a sus enemigos totalitarios. Bastaba con volver a leer a Voltaire. Sin embargo, en más de una ocasión, Rushdie se encontró solo y cuestionado por aquellos que debían haber estado a su lado con toda firmeza. Hasta el príncipe de Gales, en un acto de suprema arrogancia, criticó los, según él, enormes gastos que Gran Bretaña dedicaba a proteger al escritor:
"Los principios volvían a interpretarse como obstinación. Su empeño en mantenerse firme, en insistir en que él era la víctima, no el perpetrador, de una gran injusticia se recibía como arrogancia. Siendo tanto lo que se hacía por él, ¿por qué era tan inflexible? Aquello lo había iniciado él: también él debía ponerle fin."
Pero Joseph Anton - homenaje a Joseph Conrad y Anton Chejov, el nombre que Rushdie eligió como nueva identidad - no se limita a retratar las consecuencias públicas de la fetua, sino que pone su foco en las consecuencias para la vida privada de Rushdie de tan insólitos acontecimientos, un Rushdie que escribe de sí mismo en todo momento en tercera persona, quizá para poner algo de distancia frente a unos recuerdos en gran parte dolorosos. Es posible que si el protagonista hubiera llegado a saber que aquello se iba a alargar durante tantos años y que iba a terminar alcanzándole en 2022, no hubiera podido afrontar el asunto con tanta serenidad y sangre fría. Las páginas de estas memorias no ocultan sus problemas conyugales con sus parejas, la difícil relación con un hijo que vivió su infancia y adolescencia con su padre confinado.
La vida de Rushdie osciló desde aquel momento entre la esperanza y la desesperación, puesto que cualquier movimiento dependía de la autorización de las fuerzas policiales que lo custodiaban, una labor que también aprovecha para retratar fielmente en el libro. Un grupo numeroso de amigos escritores y artistas - Ian McEwan, Susan Sontag, Paul Auster, Bono, el cantante de U2...-, permaneció en todo momento a su lado y apoyó su causa con firmeza, frente a la tibieza de un Estado británico que no quería romper del todo sus relaciones comerciales con Irán y que evitaba condenas firmes y claras a la situación de uno de sus ciudadanos que no había cometido crimen alguno. Por supuesto, también hubo víctimas en esta situación deplorable: algunos traductores, editores y gente que murió en manifestaciones. Algo que el escritor lamenta profundamente pero en las que carece de responsabilidad. En todo caso, en la historia de Joseph Anton se reitera el poder de la literatura como garante de la libertad de expresión, un derecho humano que jamás debería ser puesto en cuestión:
"La literatura intentaba abrir el universo, aumentar, aunque fuera solo un poco, la suma total de lo que para los seres humanos era posible percibir, comprender y por tanto, en último extremo, ser. La gran literatura llegaba hasta los lindes de lo conocido y empujaba los límites del lenguaje, la forma y la posibilidad, para crear la sensación de que el mundo era más grande, más amplio que antes. Sin embargo en estos tiempos se arrastraba a los hombres y las mujeres hacia una definición cada vez más estrecha de sí mismos, se los alentaba a considerarse sólo una cosa, serbio o croata o israelí o palestino o hindú o musulmán o cristiano o bahaísta o judío, y cuanto más estrechas se volvían esas identidades, mayor era la probabilidad de conflicto entre ellas. La visión de la naturaleza humana presentada por la literatura inducía a la comprensión, la solidaridad y la identificación con personas distintas a uno mismo, pero el mundo empujaba a todos en la dirección opuesta, hacia la estrechez, el fanatismo, el tribalismo, el sectarismo y la guerra. Eran muchos quienes no querían un universo abierto, quienes, de hecho, preferían cerrarlo lo más posible, y por eso cuando los artistas se acercaban a la frontera y empujaban, a menudo se encontraban con la resistencia de poderosas fuerzas. Y aun así, hacían lo que tenían que hacer, incluso a costa de su propia tranquilidad, y a veces de su vida."
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"No voy a hacer un sermón, pero es tiempo de que alguien como una prostituta eche en cara a las personas piadosas y honradas, el mundo en suma, lo que, desde su punto de vista, no funciona. Sé que me arriesgo mucho con respecto al público, pero espero que cada cual creerá que es su vecino o vecina, y no él, quien está realmente implicado. Mi protagonista es una mujer dura y tierna a la vez y que, al no poder tener niños, se dedica con todas sus fuerzas a cuidar pequeños lisiados."
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P: 5
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