No sabemos si era necesario recrear de nuevo la imprescindible película de Kurosawa, sobre todo a través de un remake que transcurre en la misma época que ésta, aunque ambientado en Inglaterra. Living se beneficia sobre todo de la fabulosa actuación de Bill Nighy y de la espléndida fotografía (casi podríamos calificarla de retro) que evoca perfectamente esos años de posguerra en Londres. La historia en sí misma no cambia demasiado respecto a la original: un funcionario que lleva una existencia monótona y aburrida y que además no es nada productivo en su trabajo, cambia repentinamente de actitud cuando le diagnostican un cáncer terminal. A partir de ahí, sacando parte de sus ahorros del banco, intenta divertirse - aunque debe pedir ayuda, porque no sabe cómo hacerlo - y finalmente decide dejar un modesto pero importante legado para la posteridad: la construcción, tantas veces postergada por el Ayuntamiento de un parque infantil en una zona anegada por aguas residuales. Living sigue siendo la misma fábula del hombre que despierta a las puertas de la muerte e intenta hacer feliz a su entorno, algo que no se le había ocurrido nunca, pero tiene entidad propia como para que su visionado sea una experiencia muy agradable.
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