Baby driver es una película cuyo funcionamiento depende de que el espectador sea capaz de seguir su ritmo, un ritmo pautado por la selección musical que escucha un protagonista permanentemente adornado por unos auriculares y unas gafas de sol. Baby se dedica al muy cinematográfico oficio de conducir en la huida de atracos. Es un muy joven profesional que es capaz de cualquier cosa con un vehículo, pero también es una persona que no pertenece a ese mundo criminal, pese a sus nervios de acero. A mitad de la trama comienza una historia de amor con una camarera, historia muy poco creíble por la velocidad a la que se produce: a los pocos días de haberlo conocido, la chica confía tan ciegamente en él que lo ayuda en su huida después de un atraco fallido. La película de Wright cuenta con un comienzo muy prometedor, pero poco a poco se va desinflando, hasta que llegamos al acto final, que se compone de una serie de eventos inverosímiles y efectistas que sacan definitivamente de la película al espectador. En su descargo, hay que admitir que Baby driver es una película entretenida en todo momento, pero ojalá hubiera mantenido durante todo su metraje el tono de sus primeros compases.
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