"Pónganse en su lugar y dejen que el hombre blanco se pregunte a sí mismo esto: ¿Qué haría yo si estuviera tan amenazado como lo ha estado y está el indio? Imaginemos que una raza superior a la mía fuera a aterrizar en la costa de este gran continente para comerciar y estafarnos con nuestra tierra palmo a palmo, invadiendo poco a poco nuestro terreno hasta convertirnos en un grupo degradado y desmoralizado, confinarnos en un pequeño rincón del continente, donde, para poder vivir, hiciera falta robar, o incluso algo peor. Imaginemos que en un alarde de justicia esta raza superior reconociera que estaba obligada a darnos de comer y a proporcionarnos mantas como abrigo, ¿qué es lo que haríamos en ese supuesto caso? He conocido a una persona que odia a los indios tanto como a las serpientes, y cree que el único indio bueno es el indio muerto, y al proponerle que se ponga en su lugar, aprieta los dientes de rabia y exclama: «Le arrancaría el corazón a todo aquel que atrapara»; y seguro que lo haría; y lo haríamos todos."
Es curioso que Hitler se escudara en estos hechos cuando justificó su campaña contra Rusia: también estaba conquistando terreno vital para la civilización frente a quienes consideraba salvajes, solo que la Unión Soviética se encontraba mucho más poblada y con un nivel de técnica similar al de los alemanes. Aunque la caballería de Estados Unidos siempre tuvo las de ganar, derrotas tan deshonrosas como la de Litlle Bighorn marcaron un punto de inflexión, presentando a los indios como una amenaza que había que exterminar si no se avenían a retirarse a las reservas que dictara el gobierno. La tierra llora no es solo una historia de batallas y violencia, sino también una narración de continuas negociones con las distintas tribus con el fin de lograr una precaria convivencia. Se pretendía que los indios se adaptasen lo más rápido posible a las costumbres del hombre blanco, que cultivaran la tierra y comerciaran pacíficamente, pero tales pretensiones eran muy difíciles de cumplir, sobre todo cuando se engañaba constantemente a la parte más débil de la negociación: se prometían tierras que luego eran ocupadas masivamente por pioneros, lo cual llevaba a los indios a callejones sin salida que solían resolver con espantosos estallidos de violencia.
Al final, como era lógico, los Estados Unidos se impusieron con una mezcla de violencia, engaños y fomento de la división entre las tribus. En el camino quedaron muchos muertos en batallas innecesarias y una herida que sigue todavía supurando a día de hoy. Cierto es que muchos indios también se comportaron mezquinamente, sobre todo cuando empezaron a alcoholizarse, violando a mujeres y secuestrando y asesinando a niños, pero siempre podían alegar que les estaban robando sus tierras ancestrales. Así es el sino de la Historia y La tierra llora intenta ser lo más imparcial posible al respecto, con un relato trágico que no se olvida de ofrecer los detalles más sórdidos de la epopeya.