domingo, 12 de mayo de 2019

LA LLAMADA DE LO SALVAJE (1903), DE JACK LONDON. LA LEY DEL GARROTE Y EL COLMILLO.

El primer gozo lector que se siente al empezar esta novela extraordinaria está en que London adopta el punto de vista de un perro en la mayor parte de la narración. Buck comienza siendo un animal doméstico que disfruta de una existencia regalada en el jardín de una familia adinerada. Todo cambia cuando uno de los servidores lo secuestra y lo vende para ser adiestrado para trabajar como perro de trineo en el Norte. El protagonista va a descubrir bien pronto un mundo insospechado, en el que la ley que impera es la de la supervivencia del más apto. A base de palos y de terribles frustraciones, Buck aprenderá a tener paciencia, a obedecer y a esperar su oportunidad para convertirse en el perro alfa de la manada. Poco a poco irá cambiando sus sentimientos morales por otros más adecuados a las duras condiciones de vida a las que se ha visto arrojado:

"Este primer robo fue la prueba de que Buck era apto para sobrevivir en el hostil ambiente de las tierras del nortel. Indicaba su adaptabilidad, su capacidad para acomodarse a condiciones cambiantes, cuya carencia hubiera significado una muerte rápida y terrible. Y además indicaba la degeneración y resquebrajamiento de sus valores morales, cosa vana y un obstáculo en la despiadada lucha por la existencia. Todo ello estaba muy bien el sur, donde reinaba la ley del amor y el compañerismo y donde se respetaba la propiedad privada y los sentimientos personales; pero en las tierras del norte, bajo la ley del garrote y el colmillo, el que tuviera aquellas cosas en cuenta era un necio y mientras las respetase no podría prosperar."

La adaptación al nuevo ambiente no es fácil y está a punto de acabar con la vida de Buck en varias ocasiones. Pero de eso se trata, de sobrevivir, de comprender las leyes de la naturaleza, de aceptar el proceso de conversión a una existencia primordial basada en la norma implacable de matar para no morir. En un determinado momento de su historia, Buck encuentra a un amo noble, alguien que no le maltrata y su amor por este hombre se manifiesta de manera desmesurada, hasta el punto de que la venganza contra los indios que han provocado su muerte completará su proceso de reversión atávica, su transformación en un animal gozosamente salvaje, sediento de sangre y de poder y dotado además de la inteligencia que le ha proporcionado su dilatada experiencia entre todo tipo de seres humanos. Desde su llegada al gran Norte, el perro ha estado sintiendo esa extraña llamada que justifica el título de la novela:

"(...) Le producía una gran inquietud y unos extraños deseos. Le hacía experimentar una vaga y dulce alegría y despertaba en él ansias y anhelos salvajes no sabía bien de qué. A veces se internaba en el bosque buscando la llamada como si fuera un objeto tangible, y ladraba apenas o con fuerza, según su humor. Hundía el hocico en el musgo del bosque o en la tierra negra donde crecía alta la hierba, y los densos olores lo hacían resoplar de gozo; o bien se acurrucaba durante horas al acecho, detrás del tronco cubierto de liquen de un árbol caído, con los ojos bien abiertos y las orejas muy erguidas, atento a todo cuanto se movía o sonaba a su alrededor. Puede que en esa actitud esperase descubrir la llamada que no lograba comprender. Aunque no sabía por qué hacía aquellas cosas. Se sentía empujado a hacerlas pero no reflexionaba en absoluto sobre ellas."

El primer gran éxito literario de Jack London es un libro magistral, uno de esos clásicos que se puede leer a cualquier edad y en el que se expone el pensamiento fundamental que jalonaría gran parte de su producción literaria: esa obsesión, basada sobre todo en su lectura de las obras de Herbert Spenser, por la supervivencia del más apto, que no se daba solo en la naturaleza, sino también en la vida en sociedad, como expresaría posteriormente en la también magistral Martin Eden.

sábado, 4 de mayo de 2019

HERNÁN CORTÉS (2002), DE BARTOLOMÉ BENNASSAR. EL CONQUISTADOR DE LO IMPOSIBLE.

La reciente polémica auspiciada por el presidente mexicano López Obrador, en torno a la legitimidad de la conquista de México por parte de Hernán Cortés, ha vuelto a poner de actualidad, quinientos años después de los acontecimientos, a una de las figuras más singulares de nuestra historia. El relato de la vida de Hernán Cortés es tan improbable que solo puede ser cierto. Que un hombre que a los treinta y tres años (una edad ya bastante avanzada en el siglo XVI) era todavía un perfecto desconocido, se embarcara en la aventura de desembarcar con un puñado de hombres en la costa de las desconocidas tierras mexicanas y fuera capaz de liderar una exitosa campaña de conquista contra una civilización muy desarrollada, no deja de ser toda una hazaña, se valore ésta como se valore.

En cualquier caso, para bien o para mal, Cortés fue el hombre que alumbró el México actual, que surgió después de tres siglos de una dominación española que tuvo sombras y luces, pero sin la cual no puede entenderse la realidad del país latinoamericano, como ya señalaron Octavio Paz o Carlos Fuentes. Lo cierto es que el conquistador no se encontró ni mucho menos con un territorio pacífico cuando puso pie en México. Las querellas y conflictos entre tribus indígenas eran constantes, así como las tristemente célebres prácticas de sacrificios humanos. Cortés supo aprovechar esas divisiones en su beneficio:

"Cortés tuvo a su lado lugartenientes y colaboradores de gran valía. Sin embargo, el genio del comandante, el talento de sus compañeros y la evidente superioridad militar de los españoles no habrían sido suficientes para el triunfo de la empresa. Éste se logró gracias a los conflictos existentes en el seno del mundo indígena, por el antagonismo entre los pueblos y por la oposición al reciente y gravoso dominio de los mexicas."

Los rápidos avances por tierras mexicanas y el descubrimiento de civilizaciones muy avanzadas, capaces de construir ciudades tan fabulosas como Tenochtilan (que acabó siendo destruida casi por completo), estimularon la imaginación de los europeos en cuanto empezaron a llegar noticias de las hazañas de Hernán Cortés. La figura del conquistador de Medellín se convirtió en aquellas tierras casi en objeto de veneración. Las querellas entre españoles, que fueron frecuentes debido a las disputas en cuanto al reparto del poder en las nuevas tierras, jamás quebrantaron la aureola de gran líder casi divino de la gozaba Cortés. En una carta de Jerónimo López al emperador se expresan bien estos sentimientos:

"A Cortés, no solo le obedecían en lo que mandaba, pero lo que pensaba, si lo alcanzaban a saber, con tanto calor, fervor, amor y diligencia que era cosa admirable de lo ver, por manera que en cosa alguna había falta ni rebelión ni imaginación dél."

Si hubiera querido, éste hubiera podido convertirse en una especie de soberano de las nuevas tierras, pero su fidelidad a Carlos V siempre fue inquebrantable, aunque durante mucho tiempo arrastrara la amargura de no considerarse suficientemente pagado por los servicios prestados a un rey que le exigía para la corona "todo el oro que pudiese conseguir". No hay que olvidar que en los mismos años que se producía la conquista de México el emperador tenía que atender a diversos asuntos que arruinaban los fondos de la corona: la proclamación como emperador de Alemania, los conflictos con los protestantes, la piratería en el Mediterráneo...

La figura de Hernán Cortés, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos estratégicos y sus empresas temerarias, que también las protagonizó, con su fidelidad a la corona y con su avaricia personal en cuanto a acaparación de bienes de la conquista, se alza como una figura histórica inimitable, porque no solo fue un guerrero, sino también un político que supo amar las tierras que conquistaba e intentó organizarlas en torno a sus creencias y sus ideales, aunque a la postre, eso significara la imposición de un régimen de explotación laboral para muchos habitantes de aquellas tierras. En cualquier caso, no se produjo un exterminio, sino una especie de convivencia que duró tres siglos entre conquistadores y indígenas y que dejó en herencia un México mestizo, tanto étnica como culturalmente.