martes, 12 de marzo de 2024

DICTADORES (2018), DE FRANK DIKÖTTER. EL CULTO A LA PERSONALIDAD EN EL SIGLO XX.

El siglo XX es el de la consolidación de la democracia en buena parte del mundo, pero también experimentó el nacimiento de brutales dictaduras cuyos protagonistas instauraron el llamado culto a la personalidad para tratar de perpetuarse en el poder. Tales prácticas consistían en la glorificación ante el pueblo de un individuo que había nacido en el seno del pueblo. Hitler, Stalin, Mussolini, Mao y otros de rango menor como Duvalier o Ceauçescu necesitaban de una propaganda continua y machacona, de una presencia habitual y casi sagrada en la vida cotidiana de sus ciudadanos o súbditos para mantener la apariencia de un apoyo popular permanente. Evidentemente, si la propaganda no era suficiente, existían cuerpos represivos que podían infiltrarse en todos los estamentos sociales y vigilar cualquier voz disidente.

Todo esto tenía como objetivo principal tener cautiva a la población, que nadie pudiera confiar en nadie, ya que los sentimientos de devoción que tenían que manifestarse obligatoriamente ante todos los demás podían ser sinceros o no. Era como una religión, pero en ésta era más importante la veneración a la persona del dictador que el propio credo de éste, que podía ser cambiante. Así se conseguía una lealtad sin fisuras: seguir unas ideas puede dar lugar a disidencias, el culto a una persona presuntamente infalible, no. Al estar rodeado todo el tiempo de aduladores, no era extraño que el dictador desarrollara una desconfianza patológica hacia todo el mundo, de ahí la tendencia a organizar purgas más o menos brutales a la menor sospecha, real o imaginaria, de que pudiera estar organizándose una conjura a su alrededor. Ser sinceramente fiel a uno de estos personajes no garantizaba que esa persona pudiera ser ejecutada o mandada a prisión en cualquier momento, lo que hacía especialmente difícil la vida en los círculos cercanos al poder:

"No puede existir un culto a la personalidad que no se sustente en el miedo. En pleno siglo XX, cientos de millones de personas en todo el planeta no tuvieron otra opción que colaborar en la glorificación de sus líderes. Éstos apuntalaron su propio gobierno mediante la amenaza de la violencia. En tiempos de Mao o de Kim, bastaba con burlarse del nombre del líder para terminar en un campo de trabajos forzados. Quien no llorara, aplaudiera o gritara de acuerdo con lo ordenado sufría un severo castigo. En tiempos de Mussolini o Ceauçescu, los responsables editoriales recibían instrucciones diarias sobre lo que se podía mencionar y lo que estaba proscrito. En tiempos de Stalin, escritores, poetas y pintores temblaban sólo de pensar que sus elogios pudieran no parecer lo bastante sinceros."

Dictadores constituye una lectura verdaderamente fascinante, puesto que al desarrollar individualmente en cada uno de sus capítulos la vida de estos personajes y su ejercicio del poder, podemos establecer las semejanzas y diferencias de cada uno de ellos en su afán de ser amados y temidos a la vez. También pretendían ser recordados como benefactores y para ello algunos intentaron dejar constancia de su presencia eterna a través de desmesuradas obras arquitectónicas que todavía hoy pueden visitarse como el monstruoso Palacio del pueblo que legó el régimen de Ceauçescu. Evidentemente no todos estos personajes lograron morir en la cama. Ser protagonistas de la historia de manera tan intensa también tenía sus riesgos para ellos mismos.

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