martes, 28 de junio de 2011
LOS PROPIOS DIOSES (1972), DE ISAAC ASIMOV. ENERGÍA ILIMITADA.
Conocí a Isaac Asimov en el colegio, cuando nos hicieron leer un pequeño fragmento de su novela "Compre Júpiter", que me fascinó. ¿Cómo es que existía una literatura que te permitía viajar a otros mundos de un modo perfectamente realista? Posteriormente fui comprando, cuando podía, las novelas de la serie "Lucky Starr", una especie de detective del espacio que se movía por los planetas del Sistema Solar, habitados siempre por colonias de humanos. En ellas, Asimov no perdía la oportunidad de instruir deleitando y ofrecía numerosos datos (ahora desfasados) de los planetas explorados que se insertaban perfectamente en la trama.
Desde entonces nunca he dejado de leer respetuosamente la literatura de ciencia ficción de prestigio que iba cayendo en mis manos. Así conocí a Ray Bradbury, Alfred Bester, Robert A. Heinlein o Robert Siverberg. Actualmente leo menos ciencia ficción de la que debiera y he perdido un poco el hilo de las novedades del género, pero intentaré ir paliando mis muchas lagunas poco a poco. El de la ciencia ficción, en su vertiente sociológica, me parece un mundo fascinante. Especular acerca del destino de la humanidad como conjunto de individuos que cooperan es un ejercicio mental extraordinario. Lógicamente, las mejores novelas son las que auguran un destino pesimista al hombre. Las distopías como "1984", de George Orwell, "Nosotros", de Yevgeni Zamiatin, "El hombre en el castillo", de Philip K. Dick, "Fahrenheit 451", de Ray Bradbury "Un mundo feliz", de Aldous Huxley, "¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!", de Harry Harrison o "Mercaderes del espacio", de Korbluth y Pohl (novela demasiado desconocida y que yo no me canso de recomendar) se cuentan entre mis novelas favoritas.
Asimov es una isla de optimismo entre tanto agorero. Él siempre confió en un destino racional para el hombre, en un gobierno mundial tutelado por científicos y en la expansión pacífica del ser humano por la galaxia. Su ciclo "Fundación" es un lectura obligada para cualquiera que esté interesado en el rumbo que debería seguir la humanidad en los próximos siglos.
"Los propios dioses" es una de sus creaciones más conocidas. Ganadoras de todos los premios del género habidos y por haber, la novela especula con el contacto con seres de otra dimensión a través del intercambio mutuo de materia, que deviene en una fuente infinita de energía para ambas partes, aunque el protagonista está convencido de que esta práctica terminará destruyendo nuestro universo.
Dejo aquí el genial diálogo a propósito de este asunto entre dos científicos:
"- Nosotros fuimos lo bastante listos como aprovecharnos de su iniciativa.
- Sí, al igual que las vacas son lo bastante listas como para comer el heno que se les da. La Bomba no es un indicio del avance del hombre. Más bien todo lo contrario."
En la segunda parte, la más famosa, conocemos a los extraterrestres más peculiares que ha dado la ciencia ficción, sobre todo por el esfuerzo que hace Asimov para diferenciarlos de los seres humanos. Estos seres de dividen en racionales, paternales y emocionales, cada uno con sus propias características. Lo que podía haber provocado una sensación de extrañeza, ante la descripción de unos seres tan insólitos, es resuelto con maestría por el autor al irnos introduciendo poco a poco en las costumbres de tan singular universo, aunque en el fondo se trata de seres sensibles e incluso heroicos. Poco más puedo añadir, solo recomendar su lectura, ya que se trata de un verdadero reto literario muy bien resuelto por un autor que no se distingue especialmente por lo excelso de su escritura.
La última parte se dedica a la descripción de la vida humana en la Luna. También muy interesante, ya que los selenitas evolucionan de un modo particular respecto a los humanos que quedan en nuestro planeta. Y es que la vida bajo tierra y con una gravedad inferior, tiene sus consecuencias, también políticas, pues los selenitas parecen anhelar un destino independiente al de los terrícolas.
El gran tema de la novela es la estupidez humana. El título está inspirado en una frase de Schiller: "Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano". Dice uno de los personajes:
"Te aseguro que la estupidez universal llega a ser desesperante. Creo que no me afligiría que el suicidio de la humanidad estuviera provocado por la más pura maldad de corazón o por la simple imprudencia. Hay algo increíblemente mezquino en el hecho de encaminarse hacia la destrucción a causa de la estupidez más suprema. De qué sirve ser un hombre si esa es la causa de nuestra muerte..."
La conclusión del relato también es muy propia del mejor Asimov:
"En cualquier caso, en la Historia no hay finales felices, solo momentos críticos que se superan."
Ciertamente, no podemos aspirar a la perfección, pero si podemos estar lo mejor preparados posible para afrontar con garantías los momentos críticos.
HANNA (2011), DE JOE WRIGHT. INOCENCIA ROBADA.
Varios factores se agrupaban en esta película para hacer de ella una propuesta atractiva para el fín de semana: había leído un par de buenas críticas de la misma, la dirige el director de "Expiación" y su reparto es muy atractivo, con el solvente Eric Bana, la prestigiosa Cate Blanchett y la joven Saoirse Ronan, que hizo un gran papel en la fascinante "Camino a la libertad", de Peter Weir.
Pero todos estos elementos, que podían haber dado un gran resultado me dejan un sabor agridulce, porque en ningún momento llego a entrar plenamente en una trama que me incomoda continuamente como espectador debido a la gran cantidad de preguntas sin respuestas que van quedando por el camino. Si esto llevara a alguna parte, lo aceptaría, pero no son más que excusas para rodar unas cuantas escenas de acción más o menos inspiradas. Destaca el uso del sonido en las mismas, que me ha recordado a los efectos sonoros de "Biutiful", que realmente te transportaban a los ambientes barceloneses que reflejaba el film.
En esta ocasión lo más conseguido es el tenebroso viaje de la protagonista, pasando por Marruecos y España, para desembocar en una siniestra Alemania (se trata de una coproducción de Estados Unidos y Alemania) donde se tendrá que enfrentar a sus demonios particulares, aquellos que no han permitido que goce de una infancia normal. Esto se hace demasiado obvio en la escena final ¡junto a una cabeza de lobo feroz! Lo cierto es que la película se me ha hecho demasiado larga, demasiado repetitiva y muy incómoda por el poco desarrollo de personajes que contiene.
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sábado, 25 de junio de 2011
VIAJE AL FIN DE LA NOCHE (1932), DE LOUIS-FERDINAND CÉLINE. EL HOMBRE DESNUDO.
Si el año pasado mi gran lectura de principios de verano fue "La montaña mágica", este año le ha tocado a Céline y "Viajea al fin de la noche", cuyo polémico aniversario se celebra este año, ninguneado por el gobierno francés por su antisemitismo y colaboracionismo entusiasta durante la ocupación alemana de Francia. Y es que el rostro de Céline es, cuanto menos, inquietante. Digamos que su libro tiene una primera parte genial y se desinfla un poco en la segunda, que se hace un poco larga y reiterativa. El mensaje es claro: la existencia es absurda, sobre todo si no se ha nacido en una familia burguesa. Y la pobreza no suele engendrar nada bueno. Aquí el artículo:
La noticia saltó a primeros de año: Francia no celebraría oficialmente el cincuenta aniversario de la muerte de uno de los grandes escritores del siglo XX: Louis Ferdinand Céline. Aunque en principio la intención era conmemorarlo, finalmente las celebraciones se suspendieron a instancia de las asociaciones francesas de hijos de deportados judíos. El ministro de cultura galo, Fréderic Mitterrand, fue contundente en sus argumentos: "El hecho de haber puesto su pluma a disposición de una ideología repugnante, la del antisemitismo, no se inscribe en el principio de las celebraciones nacionales."
A
partir de aquí se han ido sucediendo polémicas acerca de esta cuestión
que seguramente habrán hecho removerse de placer en su tumba al viejo
Céline mientras esboza una sonrisa irónica. ¿Es lícito ningunear a un
genio literario por sus acciones mundanas? Lo cierto es que el gobierno
francés se dejó llevar por la sensibilidad que todavía despierta el
Holocausto judío, aún demasiado reciente como para homenajear
oficialmente a un escritor genial que fue también un infame panfletista
antisemita que se dedicó durante la ocupación de Francia a denunciar
ante los nazis el escondite de algunas familias judías. Si Céline se
libró de la pena de muerte una vez liberado su país es porque logró huir
y establecerse en Holanda, que negó su extradición. Después, fue
beneficiado por la amnistía de 1951.
Para un especialista en la literatura del siglo XX como Mario Vargas Llosa, hay mucho de injusticia en no celebrar a un genio literario alegando sus pecados mundanos, por muy terribles que estos sean. Para él, si no se separase la obra literaria de la biografía del escritor, pocos pasarían este examen ético. Tal y como escribe en el artículo publicado en El País el 30 de enero de 2011:
"Desde luego que la genialidad artística no es un atenuante contra el racismo -yo la consideraría más bien un agravante-, pero, a mi juicio, la decisión del Gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona. La verdad es que si ese fuera el criterio, apenas un puñado de polígrafos calificaría. Entre ellos hay algunos que responden a ese benigno patrón, pero la inmensa mayoría adolece de las mismas miserias, taras y barbaridades que el común de los seres humanos. Solo en el rubro del antisemitismo -el prejuicio racial o religioso contra los judíos- la lista es tan larga, que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T. S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, E. M. Cioran y muchísimos más."
Lo más curioso de Céline es que el lector de "Viaje al fin de la noche", difícilmente calificaría a este escritor de fascista, si se atiene estrictamente al contenido de la novela, que tiene mucho de autobiográfico. Ante todo el escritor francés describe un mundo sórdido, de bajos fondos, del que el protagonista, Ferdinand Bardamu, no puede o no quiere salir y acaba comprendiendo su pertenencia a ese estrato social que habita la periferia de las grandes ciudades y se ocupa de aquellas tareas que otros considerarían indignas, estableciéndose en el día a día una lucha feroz por la supervivencia propia de las clases sociales más pobres.
Las páginas más interesantes de la novela están en su primera parte, cuando el protagonista lleva una vida errante en busca de fortuna y se producen varios cambios de escenario. Su historia comienza con el estallido de la Primera Guerra Mundial cuando, en un estúpido arrebato patriótico, Bardamu se alista como voluntario en el ejército francés. Pronto se va a dar de bruces con el verdadero rostro del patriotismo, al menos de lo que la patria espera de él: que se convierta dócilmente en carne de cañón. Ante esta situación, decide lúcidamente que es mejor que le tomen por loco antes que seguir participando en la locura de la guerra.
Posteriormente su búsqueda de fortuna le va a llevar a África, a unas colonias que recuerdan poderosamente al territorio descrito por Joseph Conrad en "El corazón de las tinieblas". El europeo que llega a esas tierras desde la cómoda civilización se encuentra de pronto imbuido en los estadios más primitivos del hombre, cuando vivía, no en comunión, sino padeciendo a la naturaleza, lo cual describe magistralmente Céline narrando su estancia solitaria en una cabaña en medio de la selva, rodeado de insectos, animales salvajes, nativos y asaltado continuamente por violentas fiebres. Sus conclusiones sobre el colonialismo no son nada ambiguas:
"Los indígenas, por su parte, no funcionan sino a estacazos, conservan esa dignidad, mientras que los blancos, perfeccionados por la instrucción pública, andan solos.
La estaca acaba cansando a quien la maneja, mientras que la esperanza de llegar a ser poderoso y rico con que están atiborrados los blancos no cuesta nada, absolutamente nada. (...) No sabían, aquellos primitivos (los egipcios antiguos), llamar "Señor" al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra, para liberarlo de sus pasiones. Un cristiano de veinte siglos, algo sabía yo al respecto, no puede contenerse cuando por delante de él acierta a pasar un regimiento. Le inspira demasiadas ideas."
El siguiente destino en este particular viaje de supervivencia vital de Bardamu se encuentra en la tierra prometida, en los Estados Unidos de América, que en aquella época comienza a vislumbrar una prosperidad que le llegará a convertir en la gran potencia del siglo XX. Pero para el autor, América no es sino otro lugar donde padecer calamidades, viviendo en las pensiones más sórdidas, ocupándose de los trabajos más precarios y relacionándose casi exclusivamente con perdedores en un entorno difícilmente superable de darwinismo social.
A su vuelta a Francia, Bardamu termina sus estudios de medicina, pero ni siquiera el ejercicio de una profesión tan prestigiosa le va a librar del continuo descenso hacia la oscuridad al que parece abocada su existencia. Esta segunda parte de la novela y es un poco más reiterativa, lo que le resta algo de interés en contraste con la primera. Lo curioso de esta obra es que Céline no profundiza en ningún momento en su vida intelectual, que tuvo que tenerla, sino que le interesa más mostrar las miserias de la existencia sin reservas:
"¡La tierra es muerte! (...) No somos sino gusanos encima de ella, nosotros, gusanos sobre su repugnante y enorme cadáver, jalándole todo el tiempo las tripas y sólo sus venenos... No tenemos remedio. Todos podridos desde el nacimiento... ¡Y se acabó!"
En una entrevista realizada a Céline por Marc Hanrez en 1959, el autor reitera su pesimista visión del hombre:
"El hombre no es un animal, puesto que conoce su porvenir. Luego tiene miedo, y bien justificado, a lo que le espera. Las bestias no saben; les llega su destino y sufren, pero no lo anticipan o lo anticipan muy poco (el caballo tiene un poco el presentimiento del matadero). La bestia a la que se mata siente, pero es muy breve, en tanto que el hombre puede hacerse ya una idea de lo que le espera con sesenta años de adelanto. Los estudios de la medicina nos informan admirablemente sobre la vida. Cosas como éstas la ensombrecen. El hombre corrige entonces sus pensamientos lúcidos mediante el alcohol y el papeo, y luego mediante el viaje, los coches, todas las formas de engañar a su lucidez… Ya no es lúcido. Va a las academias, al teatro. Le remueven los sesos… al contrario de lo que se intenta hacer con los religiosos. En este caso, se repite todo el tiempo: “¡Atención! ¡No es eso! ¡La realidad de la muerte!”. Envejece en su tumba. (Su lugar, el lugar del hombre, está evidentemente en acostarse cada noche en su ataúd)."
Hablando sobre su libro, dijo una vez Céline: "El hombre está desnudo, despojado de todo, aun de la fe en sí mismo. Mi libro es eso." Y es que, como se expone continuamente en la novela, la existencia del ser humano se puede resumir en tres obsesiones básicas: jalar, la jodienda y el currelo. ¿La vida intelectual? Seguramente fue importante en los años de formación de Céline, pero es ninguneada por la lucha por sobrevivir en un mundo absurdo que se anticipa en varios años al de los existencialistas.
Para un especialista en la literatura del siglo XX como Mario Vargas Llosa, hay mucho de injusticia en no celebrar a un genio literario alegando sus pecados mundanos, por muy terribles que estos sean. Para él, si no se separase la obra literaria de la biografía del escritor, pocos pasarían este examen ético. Tal y como escribe en el artículo publicado en El País el 30 de enero de 2011:
"Desde luego que la genialidad artística no es un atenuante contra el racismo -yo la consideraría más bien un agravante-, pero, a mi juicio, la decisión del Gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona. La verdad es que si ese fuera el criterio, apenas un puñado de polígrafos calificaría. Entre ellos hay algunos que responden a ese benigno patrón, pero la inmensa mayoría adolece de las mismas miserias, taras y barbaridades que el común de los seres humanos. Solo en el rubro del antisemitismo -el prejuicio racial o religioso contra los judíos- la lista es tan larga, que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T. S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, E. M. Cioran y muchísimos más."
Lo más curioso de Céline es que el lector de "Viaje al fin de la noche", difícilmente calificaría a este escritor de fascista, si se atiene estrictamente al contenido de la novela, que tiene mucho de autobiográfico. Ante todo el escritor francés describe un mundo sórdido, de bajos fondos, del que el protagonista, Ferdinand Bardamu, no puede o no quiere salir y acaba comprendiendo su pertenencia a ese estrato social que habita la periferia de las grandes ciudades y se ocupa de aquellas tareas que otros considerarían indignas, estableciéndose en el día a día una lucha feroz por la supervivencia propia de las clases sociales más pobres.
Las páginas más interesantes de la novela están en su primera parte, cuando el protagonista lleva una vida errante en busca de fortuna y se producen varios cambios de escenario. Su historia comienza con el estallido de la Primera Guerra Mundial cuando, en un estúpido arrebato patriótico, Bardamu se alista como voluntario en el ejército francés. Pronto se va a dar de bruces con el verdadero rostro del patriotismo, al menos de lo que la patria espera de él: que se convierta dócilmente en carne de cañón. Ante esta situación, decide lúcidamente que es mejor que le tomen por loco antes que seguir participando en la locura de la guerra.
Posteriormente su búsqueda de fortuna le va a llevar a África, a unas colonias que recuerdan poderosamente al territorio descrito por Joseph Conrad en "El corazón de las tinieblas". El europeo que llega a esas tierras desde la cómoda civilización se encuentra de pronto imbuido en los estadios más primitivos del hombre, cuando vivía, no en comunión, sino padeciendo a la naturaleza, lo cual describe magistralmente Céline narrando su estancia solitaria en una cabaña en medio de la selva, rodeado de insectos, animales salvajes, nativos y asaltado continuamente por violentas fiebres. Sus conclusiones sobre el colonialismo no son nada ambiguas:
"Los indígenas, por su parte, no funcionan sino a estacazos, conservan esa dignidad, mientras que los blancos, perfeccionados por la instrucción pública, andan solos.
La estaca acaba cansando a quien la maneja, mientras que la esperanza de llegar a ser poderoso y rico con que están atiborrados los blancos no cuesta nada, absolutamente nada. (...) No sabían, aquellos primitivos (los egipcios antiguos), llamar "Señor" al esclavo, ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra, para liberarlo de sus pasiones. Un cristiano de veinte siglos, algo sabía yo al respecto, no puede contenerse cuando por delante de él acierta a pasar un regimiento. Le inspira demasiadas ideas."
El siguiente destino en este particular viaje de supervivencia vital de Bardamu se encuentra en la tierra prometida, en los Estados Unidos de América, que en aquella época comienza a vislumbrar una prosperidad que le llegará a convertir en la gran potencia del siglo XX. Pero para el autor, América no es sino otro lugar donde padecer calamidades, viviendo en las pensiones más sórdidas, ocupándose de los trabajos más precarios y relacionándose casi exclusivamente con perdedores en un entorno difícilmente superable de darwinismo social.
A su vuelta a Francia, Bardamu termina sus estudios de medicina, pero ni siquiera el ejercicio de una profesión tan prestigiosa le va a librar del continuo descenso hacia la oscuridad al que parece abocada su existencia. Esta segunda parte de la novela y es un poco más reiterativa, lo que le resta algo de interés en contraste con la primera. Lo curioso de esta obra es que Céline no profundiza en ningún momento en su vida intelectual, que tuvo que tenerla, sino que le interesa más mostrar las miserias de la existencia sin reservas:
"¡La tierra es muerte! (...) No somos sino gusanos encima de ella, nosotros, gusanos sobre su repugnante y enorme cadáver, jalándole todo el tiempo las tripas y sólo sus venenos... No tenemos remedio. Todos podridos desde el nacimiento... ¡Y se acabó!"
En una entrevista realizada a Céline por Marc Hanrez en 1959, el autor reitera su pesimista visión del hombre:
"El hombre no es un animal, puesto que conoce su porvenir. Luego tiene miedo, y bien justificado, a lo que le espera. Las bestias no saben; les llega su destino y sufren, pero no lo anticipan o lo anticipan muy poco (el caballo tiene un poco el presentimiento del matadero). La bestia a la que se mata siente, pero es muy breve, en tanto que el hombre puede hacerse ya una idea de lo que le espera con sesenta años de adelanto. Los estudios de la medicina nos informan admirablemente sobre la vida. Cosas como éstas la ensombrecen. El hombre corrige entonces sus pensamientos lúcidos mediante el alcohol y el papeo, y luego mediante el viaje, los coches, todas las formas de engañar a su lucidez… Ya no es lúcido. Va a las academias, al teatro. Le remueven los sesos… al contrario de lo que se intenta hacer con los religiosos. En este caso, se repite todo el tiempo: “¡Atención! ¡No es eso! ¡La realidad de la muerte!”. Envejece en su tumba. (Su lugar, el lugar del hombre, está evidentemente en acostarse cada noche en su ataúd)."
Hablando sobre su libro, dijo una vez Céline: "El hombre está desnudo, despojado de todo, aun de la fe en sí mismo. Mi libro es eso." Y es que, como se expone continuamente en la novela, la existencia del ser humano se puede resumir en tres obsesiones básicas: jalar, la jodienda y el currelo. ¿La vida intelectual? Seguramente fue importante en los años de formación de Céline, pero es ninguneada por la lucha por sobrevivir en un mundo absurdo que se anticipa en varios años al de los existencialistas.
martes, 21 de junio de 2011
MÁLAGA, PARAÍSO PERDIDO (2010), DE ANTONIO SOLER. LA COSTA DE LAS CHIMENEAS.
El contenido de la felicidad se encuentra casi siempre en el ejercicio de las acciones más sencillas: salir a pasear por tu ciudad una tarde de junio junto a la persona amada, pararse a conversar con amigos a cada paso, mirar con deleite los puestos de la feria del libro y asistir a la conferencia de un autor novel que está teniendo un éxito desmesurado con su primera novela y que nos dio una lección de marketing literario, saludándole al final para agradecerle su amable invitación. Pero no acabó ahí la tarde, porque también tuvimos oportunidad de visitar una exposición interesantísima en el Museo Municipal "Málaga en la pintura del siglo XIX".
No voy a detenerme aquí a enumerar los cuadros de la muestra aunque recomiendo vivamente observar con cierto detenimiento un plano de la Málaga de 1790, un grabado en gran formato. La misma ciudad y sin embargo tan distinta... Faltaba un siglo para que se inaugurara calle Larios y su espacio actual era ocupado por una amalgama de callejuelas de nombres tan evocadores como "Amanecer", "Ropería vieja" o "Siete revueltas", una calle muy tortuosa que comparte nombre con otra de Córdoba. Todas ellas, oficialmente foco de podredumbre y maleantes, quedaron destruidas o divididas en pos de la modernidad que suponía un espacio como la calle Larios.
A mí me gusta imaginar como sería Málaga si se hubiera conservado su estructura original, si se hubieran conservado esos callejones y se hubieran adecentado sus construcciones, presumiblemente interesantes muchas de ellas, construyendo la calle Larios más al oeste, en el emplazamiento actual de Armengual de la Mota y se hubieran respetado los barrios tradicionales, el Perchel, la Trinidad y la Coracha, así como muchos edificios valiosos del centro histórico que fueron siendo demolidos por una piqueta tan irracional como inmisericorde. Sería bonito poder hacer turismo en el pasado de tu propia ciudad y atravesar lugares irreconocibles, tratando de compararlos con el presente.
Ahora miro una de las fotografías que ilustran el magnífico libro de Antonio Soler, ya que esta exposición me ha recordado que seguía pendiente de un artículo por mi parte desde hace algunos meses. Es una vista de Málaga desde el mar a mediados del siglo XIX, una ciudad de edificios armoniosos, cuya catedral y las torres de sus iglesias reciben al viajero con una promesa de belleza y clima benévolo, una ciudad que en aquellos momentos se encontraba en la vanguardia de la industria del país gracias a las inversiones de unos personajes de los que prácticamente solo quedan nombres de calles y alguna estatua: Larios, Loring, Heredia... Si la fotografía hubiera tomado una perspectiva más amplia se verían una gran cantidad de chimeneas a pleno rendimiento, de las que todavía quedan algunos tristes vestigios en las playas malagueñas.
Y es que Málaga era en aquellos tiempos competencia directa de las ciudades industriales del norte y de Barcelona. Todo se fue perdiendo por una serie de calamidades que se resumen en el libro de Soler. La principal de todas ellas fue la mezquindad de los empresarios, que nunca trataron de mejorar las condiciones de vida de sus asalariados, manteniendo en sus industrias unas condiciones propias de las novelas de Charles Dickens. Como bien dice en el prólogo Soler:
"Málaga atravesó en la mitad del siglo XIX una época de esplendor. Agricultura, industria, banca. Todo se agolpaba para un despegue que no consiguió romper la ley de la gravedad. La historia de este Dorado fue efímera. Los años de prosperidad pasaron, sí, pero no se fueron sin dejar rastro. El inconformismo. Al desfondarse aquella etapa de bonanza este pueblo inquieto no aceptó de buen grado ni la miseria ni el trato de los déspotas. Nunca fue una parroquia obediente, así que no se amoldó por las buenas a las horas bajas. Y cuando llegó el tiempo del poder absoluto, aquí se reavivaron las ansias de libertad con más ruido que en otras partes. El carácter de Málaga se había fraguado mucho tiempo atrás a golpe de convulsiones, guerras, hedonismo, comercio, picaresca y generosidad. Siempre un punto por encima de lo que aconsejaba la mesura. Siempre con unas décimas más de estridencia, en el bien y en el mal, que la de cualquier otro pueblo, más neutro y prudente, habría gastado."
Hablar de paraíso es exagerado, claro. Pero sí que se pusieron las bases para que fuera posible si las cosas hubieran evolucionado de otro modo. El sueño terminó de la peor de las maneras posibles: baste recordar la quema de conventos en 1931 y, peor todavía, las masacres de la Guerra Civil cinco años después. Málaga perdió el tren de la modernidad y aún hoy día pugna por recuperarlo en medio de una crisis económica brutal. En la reunión que tuvimos hace unos meses con Antonio Soler tuve la oportunidad de preguntarle acerca de como veía la relación de la Málaga actual con su pasado. Me respondió que es una ciudad que se ha ensañado con sus edificios históricos y que desde lo que sucedió en 1931 el patrimonio malagueño entró en decadencia en un proceso que dura hasta hoy mismo.
Traigo aquí la reproducción de un cuadro del pintor Horacio Lengo que se titula "La moraga" y que es una perfecta metáfora de la Málaga del siglo XIX: mientras los niños asan sus sardinas despreocupadamente, las chimeneas del fondo trabajan a pleno rendimiento, ajenos unos y otros a su triste futuro. Málaga no tiene por qué buscar su identidad únicamente en momentos puntuales del año con la celebración exaltada de la semana santa o la feria. Posee una rica historia detrás, una historia que le podría haber llevado a ser una ciudad muy distinta, más rica en todos los aspectos. Soñar es gratis...
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PEQUEÑAS MENTIRAS SIN IMPORTANCIA (2010), DE GUILLAUME CANET. LOS AMIGOS DE MAX.
El argumento de esta película les sonará: grupo de amigos de toda la vida que se reunen y dejan salir a la luz poco a poco los conflictos encubiertos entre ellos, poniendo de manifiesto la hipocresía de su convivencia idílica. No voy a citar las cintas pertenecientes a este subgénero, casi todo el mundo a visto alguna.
En esta ocasión se ha reunido un buen grupo de actores que van asumiendo su momento de protagonismo según avanza la trama, aunque a mí el que más me ha interesado es Max (François Cluzet), un triunfador, dueño de un negocio hotelero de éxito que cada verano invita a sus amigos a su casa de ensueño en la costa. A Max le gusta presumir de riqueza, aunque sea de forma inconsciente. Nada más llegar a la casa riñe con la empresa que se la mantiene durante todo el año porque el césped no está perfecto. Durante el resto de las vacaciones se picará por los motivos más nimios, provocando la desesperación de su mujer y el desconcierto de sus amigos. Es el típico ejemplo de perfeccionista, de quien tiene tantas posesiones que se pasa la vida, no disfrutándolas, sino irritándose por cualquier efecto que se esfuerza en detectar en las mismas. Su único afán es que los demás comprendan su estatus, que le permite mostrarse prepotente con cualquiera sin tener que dar cuentas a nadie de su comportamiento. Caprichos de persona hecha a sí misma.
A todo esto, existe un detalle en las vacaciones que retrata la película que provoca continua incomodidad en el espectador: uno de los amigos se encuentra ausente, porque ha tenido unos días antes un grave accidente de tráfico y está ingresado en el hospital. Sus amigos se preocupan, claro, pero... ¿qué ganan quedándose a su lado cuando las merecidas vacaciones están a la vuelta de la esquina? Entre todos deciden que no deben perderlas, que llamarán para interesarse por el accidentado, que lo visitarán a la vuelta... Les da vergüenza decir abiertamente que lo que ha sucedido les importa, pero no hasta el punto de sacrificar su periodo de descanso para estar junto al amigo en sus peores horas.
Y es que la película de Canet comienza siendo una comedia amable, casi costumbrista, con un buen retrato de personajes y termina deviniendo en drama. El contraste entre las dos partes de la película está bien conseguido y tiene su lógica, pero a costa de abusar un poco del espectador con el excesivo metraje de la cinta. Quizá se desarrollan demasiados personajes. Todos necesitan su momento de gloria, encadenando historias que demuestren que la mentira y la hipocresía están presentes con demasiada frecuencia en las relaciones humanas, un discurso no muy original, pero reforzado al menos por buenas interpretaciones por parte de todos los actores.
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viernes, 17 de junio de 2011
SEFARAD (2001), DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA. LOS HUNDIDOS Y LOS SALVADOS.
Lo leí hará unos siete años y ahora he vuelto a hacerlo y me ha deslumbrado de nuevo. En club de lectura hemos tenido división de opiniones. Había quien opinaba que era un libro muy irregular, sin coherencia interna y demasiado deprimente. Para mí es un libro casi perfecto, por la reflexión profunda que produce en el lector y, esta es una cualidad de los grandes libros, por llevar irremediablemente a otras lecturas. Quien me conoce sabe que Antonio Muñoz Molina es de mis favoritos entre los escritores actuales. Sigo con regularidad su blog y sus artículos en El País, que siempre aportan una gran riqueza intelectual y humanística. Aquí mi artículo:
Antonio Muñoz Molina es una de las grandes referencias de nuestra literatura actual. Nacido en Úbeda, hijo de una familia muy humilde, ha sabido abrirse paso sin estridencias en el mundo de las letras. Sus dos grandes hitos son el Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica por "El invierno el Lisboa", lo que le valió el reconocimiento de los lectores más refinados y el Premio Planeta por "El jinete polaco", lo que le facilitó ser conocido por el gran público.
La
escritura de Muñoz Molina, tan cuidada y precisa, es fruto de la
influencia de innumerables lecturas, pasión que ejercitó desde la
infancia. Como dice en el "Autorretrato" publicado en su propia página
web:
"Hacia los once o los doce años empecé a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. Quizás la novela que he leído más veces en mi vida es La isla misteriosa, de Verne. El primer personaje que me produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Julio Verne fue el primer escritor: el que me hizo comprender que las novelas las escribía alguien, que no eran una parte espontánea del mundo. Por imitación de Verne concebí la posibilidad fantástica de hacerme yo también escritor."
Su columna semanal en "El País" y las entradas de su blog constituyen una plataforma única para seguir el pensamiento cívico y humanista de este gran curioso, capaz de escribir acerca de novelas que le deslumbran, ensayos históricos, textos científicos, exposiciones de arte, conciertos, o acerca de la misma actualidad, sus grandes pasiones. Desde hace tiempo vive a caballo entre Madrid y Nueva York, lo que le hace contemplar la realidad con cierta mirada cosmopolita, algo muy útil para un escritor que pretende llegar al público más amplio posible.
"Sefarad" no es un libro que pueda encasillarse en un género literario concreto. Son relatos, biografías e incluso impresiones personales, aparentemente inconexos, pero sutilmente relacionados por un gran asunto común a todos ellos: el exilio, tanto interior como exterior que sufren sus personajes. Como él mismo explica en una entrevista publicada en el diario ABC en diciembre de 2002:
" (Sefarad) Tiene algo de todo eso en el sentido de que es una colección de historias, no en el hecho de poner una historia junto a otra, sino de que el acto de contar forma parte fundamental de la novela. La novela no son sólo historias, son gente que en un viaje cuentan una historia; dentro de ésta hay otro que cuenta otra historia, como en «El Decamerón» o en «Las mil y una noches». Entre los temas del libro, el núcleo fundamental de su invención fue ese acto de contar.
(...) En el libro juego con cosas reales y de ficción, pero no soy un posmoderno y no creo que sea lo mismo la realidad que la ficción. Hay cosas reales que merecen ser contadas como tales y las que pertenecen al mundo de la novela, que son de ficción. Y más en este caso en que quería contar experiencias vividas por mucha gente. No quería hacer mías sus historias, sino que siguieran siendo suyas. Al hablar de personajes públicos no he modificado nada, no he hecho ficción. He hecho ficción cuando he escrito de personajes privados o partiendo de mí mismo. Ahí sí tenía derecho a hacerlo."
Es sabido que el siglo XX es el siglo de los totalitarismos. Muchas personas que vivían perfectamente integradas en sus comunidades o eran dirigentes admirados en sus partidos políticos vieron un día removerse el suelo bajo sus pies y de pronto se convirtieron en apestados, vivieron la rareza de que la realidad cobre de pronto tintes siniestros, de pesadilla. Los judíos en la Alemania nazi son el ejemplo paradigmático, pero existen muchos más: los disidentes, auténticos o ficticios en la Unión Soviética, los represaliados y exiliados en la Guerra Civil española o incluso los infectados de enfermedades estigmatizadas socialmente, como el SIDA. También los que sufren un exilio interior, los enfermos de alzheimer, cuya memoria e identidad se van diluyendo de la manera más cruel o los moribundos (y en esta categoría acaban entrando todos los seres humanos) que han de pasar por el trago de despedir para siempre a sus seres queridos.
Franz Kafka, continuamente citado en "Sefarad", parece ser el maestro de ceremonias, el guionista involuntario de estas historias que tienen mucho de absurdo. El judío que, como Gregorio Samsa, se levanta un día convertido en un insecto para los demás. El caído en desgracia en la Unión Soviética de Stalin que, como el Josef K. de "El proceso", que no tiene posibilidad de defenderse porque ni siquiera conoce los cargos de que se le acusa o el ciudadano corriente que como K. en "El castillo" no comprende la naturaleza de las decisiones de su propio gobierno ni existe posibilidad alguna de que pueda influir en las mismas.
La narración de Muñoz Molina a veces entronca con las páginas más terribles de las Memorias de Stefan Zweig. Un mundo repleto de fronteras antes inexistentes, de pasaportes y papeles que sostienen la identidad, pero que pueden ser anulados por la caprichosa voluntad de gobiernos totalitarios, de trenes que recorren Europa repletos de muertos en vida con destino a lugares hasta entonces desconocidos, pero que pronto van a tener un lugar de honor en la historia universal de la infamia. Personas perfectamente integradas en sus comunidades pero que de pronto son señaladas por pertenecer a una determinada raza, cuya tradición en muchos casos ya habían abandonado y cuyo destino es convertirse en humo, entusiastas del Partido Comunista que un día contemplan el auténtico rostro del líder hasta entonces venerado:
"Estoy muy dotado para intuir esa clase de angustia, para perder el sueño imaginando que vamos tú y yo en ese tren. Me aterran los papeles, pasaportes y certificados que pueden perderse, puertas que no logro abrir, las fronteras, la expresión inescrutable o amenazadora de un policía, de alguien que lleve uniforme o esgrima ante mí alguna autoridad. Me da miedo la fragilidad de las cosas, del orden y la quietud de nuestras vidas siempre en suspenso, pendiendo de un hilo que puede romperse, la realidad diaria tan segura y que de pronto puede quebrarse en un cataclismo de desastre."
Por las páginas de "Sefarad" desfilan Willi Münzenberg, comunista acérrimo, pionero en la propaganda de masas, que vivía como un burgués y terminó asesinado por orden de Stalin en pleno desplome de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Primo Leví, testigo del horror de Auschwitz, que plasmó de manera magistral en "Si esto es un hombre", Jean Améry, quebrado espiritual y físicamente por las torturas recibidas por la Gestapo e incapaz de perdonar, Eugenia Ginzburg, prisionera durante dieciocho años en el Gulag, Victor Klemperer, que escribió un diario relatando sus experiencias como judío en la Alemania nazi o Margarete Buber Neumann, víctima del entendimiento temporal entre dos totalitarismos, experiencia que plasmaría en su estremecedor testimonio "Prisionera de Stalin y Hitler" y compañera de cautiverio de la Milena, la amante de Franz Kafka, el profeta involuntario del genocidio.
Muñoz Molina consigue en "Sefarad" un libro profundamente humano. En algunos pasajes, él mismo es el protagonista, como cuando aparece como pequeño funcionario de provincias, utilizando un poco arbitrariamente el escaso poder del que dispone o cenando en una cafetería de una pequeña ciudad alemana mientras escruta los rostros de los ancianos que le rodean, tratando de determinar su culpabilidad durante los años del nazismo. Así mismo no puede evitar volver continuamente a sus orígenes, a su identidad de habitante de Úbeda y relata episodios protagonizados por habitantes de su pueblo.
El lector de este volumen no se va a conformar con esta lectura, sino que "Sefarad" es un pasaje que lleva a otros muchos libros, algo muy propio de la gran literatura. El mismo Muñoz Molina auspició, poco después de su publicación, una colección titulada "La memoria del siglo" y editada por Círculo de lectores, donde se editaron muchos de los testimonios expuestos en esta obra. Un acto de justicia para muchos escritores desconocidos en nuestro país, que son la esencia del absurdo y kafkiano siglo XX.
"Sefarad" queda como esa palabra que tiene propiedades casi míticas, el paraíso perdido, la identidad ideal de cada cual, que puede ser la infancia, un amor perdido o un lugar que ha cambiado tanto con el paso de los años que se vuelve irreconocible, la patria escurridiza a la que todo ser humano quiere volver para sentirse en plenitud.
"Hacia los once o los doce años empecé a leer a Julio Verne y a Mark Twain, a Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas. Quizás la novela que he leído más veces en mi vida es La isla misteriosa, de Verne. El primer personaje que me produjo una fascinación consciente como pura invención literaria fue el capitán Nemo. Julio Verne fue el primer escritor: el que me hizo comprender que las novelas las escribía alguien, que no eran una parte espontánea del mundo. Por imitación de Verne concebí la posibilidad fantástica de hacerme yo también escritor."
Su columna semanal en "El País" y las entradas de su blog constituyen una plataforma única para seguir el pensamiento cívico y humanista de este gran curioso, capaz de escribir acerca de novelas que le deslumbran, ensayos históricos, textos científicos, exposiciones de arte, conciertos, o acerca de la misma actualidad, sus grandes pasiones. Desde hace tiempo vive a caballo entre Madrid y Nueva York, lo que le hace contemplar la realidad con cierta mirada cosmopolita, algo muy útil para un escritor que pretende llegar al público más amplio posible.
"Sefarad" no es un libro que pueda encasillarse en un género literario concreto. Son relatos, biografías e incluso impresiones personales, aparentemente inconexos, pero sutilmente relacionados por un gran asunto común a todos ellos: el exilio, tanto interior como exterior que sufren sus personajes. Como él mismo explica en una entrevista publicada en el diario ABC en diciembre de 2002:
" (Sefarad) Tiene algo de todo eso en el sentido de que es una colección de historias, no en el hecho de poner una historia junto a otra, sino de que el acto de contar forma parte fundamental de la novela. La novela no son sólo historias, son gente que en un viaje cuentan una historia; dentro de ésta hay otro que cuenta otra historia, como en «El Decamerón» o en «Las mil y una noches». Entre los temas del libro, el núcleo fundamental de su invención fue ese acto de contar.
(...) En el libro juego con cosas reales y de ficción, pero no soy un posmoderno y no creo que sea lo mismo la realidad que la ficción. Hay cosas reales que merecen ser contadas como tales y las que pertenecen al mundo de la novela, que son de ficción. Y más en este caso en que quería contar experiencias vividas por mucha gente. No quería hacer mías sus historias, sino que siguieran siendo suyas. Al hablar de personajes públicos no he modificado nada, no he hecho ficción. He hecho ficción cuando he escrito de personajes privados o partiendo de mí mismo. Ahí sí tenía derecho a hacerlo."
Es sabido que el siglo XX es el siglo de los totalitarismos. Muchas personas que vivían perfectamente integradas en sus comunidades o eran dirigentes admirados en sus partidos políticos vieron un día removerse el suelo bajo sus pies y de pronto se convirtieron en apestados, vivieron la rareza de que la realidad cobre de pronto tintes siniestros, de pesadilla. Los judíos en la Alemania nazi son el ejemplo paradigmático, pero existen muchos más: los disidentes, auténticos o ficticios en la Unión Soviética, los represaliados y exiliados en la Guerra Civil española o incluso los infectados de enfermedades estigmatizadas socialmente, como el SIDA. También los que sufren un exilio interior, los enfermos de alzheimer, cuya memoria e identidad se van diluyendo de la manera más cruel o los moribundos (y en esta categoría acaban entrando todos los seres humanos) que han de pasar por el trago de despedir para siempre a sus seres queridos.
Franz Kafka, continuamente citado en "Sefarad", parece ser el maestro de ceremonias, el guionista involuntario de estas historias que tienen mucho de absurdo. El judío que, como Gregorio Samsa, se levanta un día convertido en un insecto para los demás. El caído en desgracia en la Unión Soviética de Stalin que, como el Josef K. de "El proceso", que no tiene posibilidad de defenderse porque ni siquiera conoce los cargos de que se le acusa o el ciudadano corriente que como K. en "El castillo" no comprende la naturaleza de las decisiones de su propio gobierno ni existe posibilidad alguna de que pueda influir en las mismas.
La narración de Muñoz Molina a veces entronca con las páginas más terribles de las Memorias de Stefan Zweig. Un mundo repleto de fronteras antes inexistentes, de pasaportes y papeles que sostienen la identidad, pero que pueden ser anulados por la caprichosa voluntad de gobiernos totalitarios, de trenes que recorren Europa repletos de muertos en vida con destino a lugares hasta entonces desconocidos, pero que pronto van a tener un lugar de honor en la historia universal de la infamia. Personas perfectamente integradas en sus comunidades pero que de pronto son señaladas por pertenecer a una determinada raza, cuya tradición en muchos casos ya habían abandonado y cuyo destino es convertirse en humo, entusiastas del Partido Comunista que un día contemplan el auténtico rostro del líder hasta entonces venerado:
"Estoy muy dotado para intuir esa clase de angustia, para perder el sueño imaginando que vamos tú y yo en ese tren. Me aterran los papeles, pasaportes y certificados que pueden perderse, puertas que no logro abrir, las fronteras, la expresión inescrutable o amenazadora de un policía, de alguien que lleve uniforme o esgrima ante mí alguna autoridad. Me da miedo la fragilidad de las cosas, del orden y la quietud de nuestras vidas siempre en suspenso, pendiendo de un hilo que puede romperse, la realidad diaria tan segura y que de pronto puede quebrarse en un cataclismo de desastre."
Por las páginas de "Sefarad" desfilan Willi Münzenberg, comunista acérrimo, pionero en la propaganda de masas, que vivía como un burgués y terminó asesinado por orden de Stalin en pleno desplome de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Primo Leví, testigo del horror de Auschwitz, que plasmó de manera magistral en "Si esto es un hombre", Jean Améry, quebrado espiritual y físicamente por las torturas recibidas por la Gestapo e incapaz de perdonar, Eugenia Ginzburg, prisionera durante dieciocho años en el Gulag, Victor Klemperer, que escribió un diario relatando sus experiencias como judío en la Alemania nazi o Margarete Buber Neumann, víctima del entendimiento temporal entre dos totalitarismos, experiencia que plasmaría en su estremecedor testimonio "Prisionera de Stalin y Hitler" y compañera de cautiverio de la Milena, la amante de Franz Kafka, el profeta involuntario del genocidio.
Muñoz Molina consigue en "Sefarad" un libro profundamente humano. En algunos pasajes, él mismo es el protagonista, como cuando aparece como pequeño funcionario de provincias, utilizando un poco arbitrariamente el escaso poder del que dispone o cenando en una cafetería de una pequeña ciudad alemana mientras escruta los rostros de los ancianos que le rodean, tratando de determinar su culpabilidad durante los años del nazismo. Así mismo no puede evitar volver continuamente a sus orígenes, a su identidad de habitante de Úbeda y relata episodios protagonizados por habitantes de su pueblo.
El lector de este volumen no se va a conformar con esta lectura, sino que "Sefarad" es un pasaje que lleva a otros muchos libros, algo muy propio de la gran literatura. El mismo Muñoz Molina auspició, poco después de su publicación, una colección titulada "La memoria del siglo" y editada por Círculo de lectores, donde se editaron muchos de los testimonios expuestos en esta obra. Un acto de justicia para muchos escritores desconocidos en nuestro país, que son la esencia del absurdo y kafkiano siglo XX.
"Sefarad" queda como esa palabra que tiene propiedades casi míticas, el paraíso perdido, la identidad ideal de cada cual, que puede ser la infancia, un amor perdido o un lugar que ha cambiado tanto con el paso de los años que se vuelve irreconocible, la patria escurridiza a la que todo ser humano quiere volver para sentirse en plenitud.
domingo, 12 de junio de 2011
RUMORES DE GUERRA (2003), DE ERROL MORRIS. LA NIEBLA DE LA GUERRA.
La vi hace ya algunos años, recien salida en dvd, más bien atraído por su Oscar al mejor documental, más que verdaderamente consciente de las sensaciones que estaba a punto de experimentar. Y es que las palabras de este anciano enérgico, de cuyas decisiones han dependido la vida y la muerte de millares de seres humanos, desprenden autencidad durante todo el metraje de la cinta. ¿Como afrontar moralmente sus responsabilidades? Algunas de sus expresiones lo dicen todo. Quizá este documental sea el mejor legado de una vida plena de contradicciones. Como no sé si es muy fácil de encontrar en la actualidad, está a disposición de cualquier amigo que le apetezca verlo. Les aseguro que la experiencia no decepciona. Aquí el artículo:
El hombre anciano mira a la cámara con naturalidad, como quien se mira en un espejo. Viste con una elegancia algo antigua y se expresa con una fluidez impropia de una persona de tan avanzada edad. Gesticula mucho con sus grandes manos y se apasiona en su discurso mientras se enfrenta al pasado en soledad. Se trata de Robert McNamara que, en un gesto poco usual en quienes han ejercido altas responsabilidades políticas, se sincera ante la cámara y repasa su vida, llena de las mismas luces y sombras que el siglo XX donde transcurrió su existencia, mientras la música de Philip Glass acompaña a las imágenes de progreso y destrucción que ilustran sus palabras.
Existen
personajes históricos, sometidos a tales circunstancias que su vida
parece ser pura ficción. Robert McNamara es uno de ellos. Según él mismo
cuenta, sus primeros recuerdos tienen que ver con la celebración del
final del acontecimiento que según el historiador Eric Hobsbawm dio
comienzo el siglo XX: la Primera Guerra Mundial, aunque tuviera solo dos
años en aquel instante.
La brillantez como estudiante de McNamara dejó claro desde muy temprana edad que podría haber sido lo que hubiera querido. Tras licenciarse en Berkeley después de un corto periodo como profesor, la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial hizo que comenzara a servir en el ejército. Pero una inteligencia como la suya no podía desperdiciarse en el frente, así que fue destinado a la Oficina de Estadística de las Fuerzas Aéreas.
En su despacho se manejaban cada día frías cifras de derribos de aviones, de destrucción de ciudades, de miles de muertos en bombardeos de un horror inimaginable. El cometido de McNamara era maximizar los resultados de los medios puestos a su alcance. Eso se traducía en acometer la mayor destrucción posible en los objetivos militares y civiles de las ciudades de Alemania y Japón perdiendo el menor número de bombarderos. El futuro Secretario de Estado de Defensa fue el cerebro de la campaña de bombarderos a las principales ciudades japonesas en los estertores de la guerra.
Uno de los momentos culminantes del documental es, precisamente, aquel en el que habla de aquellas operaciones que asesinaban a miles de personas inocentes cada noche a través de espantosas tormentas de fuego. McNamara mira a la cámara y el espectador puede atisbar cierto brillo de culpabilidad, de conciencia quebrada, en su mirada. Sabe perfectamente que de haber perdido su país hubiera sido juzgado como criminal de guerra por esos hechos. Pero también sabe justificarlos, o quizá más bien autojustificarse. La conquista del Japón mediante desembarcos hubiera supuesto la pérdida de muchas más vidas humanas. Las dos bombas atómicas fueron la puntilla para un país que ya no tenía posibilidad alguna de defenderse. Una especie de experimento sobre las nuevas normas de los conflictos en la antesala de la Guerra Fría.
Acabada la guerra con la derrota del Eje, en la paz imperfecta y sinuosa que siguió, McNamara volvió a la vida civil y comenzó a trabajar para la Compañía de automóviles Ford. Tanta fue la brillantez de su labor directiva que en pocos años fue catapultado hasta la presidencia de la empresa, que en aquel periodo consiguió asentarse como uno de los pilares del llamado sueño americano. Por una de esas irónicas paradojas de la historia, McNamara fue pionero en el uso del cinturón de seguridad en los coches que fabricaba, conducta que fue imitada pronto por la competencia y que salvó la vida a muchas miles de víctimas de accidentes de tráfico. Las frías estadísticas que pocos años antes le anunciaban los muertos en ataques aéreos, ahora le servían para cerciorarse de que el nuevo invento las salvaba.
Robert McNamara podría haber tenido un brillante futuro como director de la Ford, pero parece ser que el puesto no colmaba sus ambiciones. Cuando Kennedy le ofreció la Secretaría de Defensa, no pudo resistir la tentación de probar las mieles del poder, de manejar un presupuesto inimaginable destinado, no a combatir a una competencia comercial, sino a ir siempre un paso por delante de la Unión Soviética en lo militar, en una guerra continua de espionaje y de nervios que iba dejando tras de sí algunos puntos calientes a lo largo del globo.
Cuando McNamara habla de la Crisis de los Misiles de Cuba se produce uno de los momentos más dramáticos del documental, uno de esos instantes cargados de verdad en los que el espectador se estremece cuando comprende el significado de lo que está contando ese hombre anciano, poseedor todavía de energía y elocuencia sobradas como para convencer a quien le escuche de que, a pesar de la presunta racionalidad de Kennedy, Kruschev o Castro, el mundo estuvo al borde de una catástrofe nuclear en la que solo habría vencidos. Mientras, gesticula con sus dedos pulgar e índice para indicar lo poco que faltó para que llegara la hora del fin del mundo.
La prueba definitiva para McNamara, la que arrasó para siempre con su popularidad y con el mito de la invencibilidad del Ejército Norteamericano fue la Guerra de Vietnam, donde se mezclaron una necesidad militar ficticia con la necesidad de prestigio de la causa anticomunista. A pesar de unos bombardeos que superaron a los de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto y al empleo criminal de armas químicas, el medio millón de soldados destinados a Vietnam no pudo derrotar a un enemigo tan escurridizo como fanatizado en las bondades de su causa.
McNamara tardó en entender la lección: en realidad no estaba luchando contra una ideología, sino contra un pueblo que se sentía invadido por extranjeros. Estos fueron años de gran impopularidad, pues se consideró al Secretario de Defensa el responsable de los miles de ataúdes que fueron llegando paulatinamente a los Estados Unidos. Su imagen era la de un tecnócrata muy inteligente, pero frío, que no podía comprender que detrás de las estadísticas que manejaba se escondían historias humanas de sufrimiento.
La última etapa de la carrera de McNamara estuvo en la Presidencia del Banco Mundial. En este nuevo puesto tuvo una nueva oportunidad de expiar sus errores y fue capaz de orientar la política del organismo hacia la ayuda al desarrollo y la lucha contra la pobreza. Una más de las muchas contradicciones que jalonaron la existencia de este hombre excepcional que, para bien y para mal, resume el espíritu del terrible siglo XX. Como él mismo asegura en una de las once lecciones en las que se divide el documental y que bien podría ser su epitafio: "Para hacer el bien, tienes que involucrarte en el mal". Es la niebla de la guerra, capaz de nublar el cerebro más brillante. ¿Qué última imagen devolvió el espejo a Robert McNamara?
La brillantez como estudiante de McNamara dejó claro desde muy temprana edad que podría haber sido lo que hubiera querido. Tras licenciarse en Berkeley después de un corto periodo como profesor, la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial hizo que comenzara a servir en el ejército. Pero una inteligencia como la suya no podía desperdiciarse en el frente, así que fue destinado a la Oficina de Estadística de las Fuerzas Aéreas.
En su despacho se manejaban cada día frías cifras de derribos de aviones, de destrucción de ciudades, de miles de muertos en bombardeos de un horror inimaginable. El cometido de McNamara era maximizar los resultados de los medios puestos a su alcance. Eso se traducía en acometer la mayor destrucción posible en los objetivos militares y civiles de las ciudades de Alemania y Japón perdiendo el menor número de bombarderos. El futuro Secretario de Estado de Defensa fue el cerebro de la campaña de bombarderos a las principales ciudades japonesas en los estertores de la guerra.
Uno de los momentos culminantes del documental es, precisamente, aquel en el que habla de aquellas operaciones que asesinaban a miles de personas inocentes cada noche a través de espantosas tormentas de fuego. McNamara mira a la cámara y el espectador puede atisbar cierto brillo de culpabilidad, de conciencia quebrada, en su mirada. Sabe perfectamente que de haber perdido su país hubiera sido juzgado como criminal de guerra por esos hechos. Pero también sabe justificarlos, o quizá más bien autojustificarse. La conquista del Japón mediante desembarcos hubiera supuesto la pérdida de muchas más vidas humanas. Las dos bombas atómicas fueron la puntilla para un país que ya no tenía posibilidad alguna de defenderse. Una especie de experimento sobre las nuevas normas de los conflictos en la antesala de la Guerra Fría.
Acabada la guerra con la derrota del Eje, en la paz imperfecta y sinuosa que siguió, McNamara volvió a la vida civil y comenzó a trabajar para la Compañía de automóviles Ford. Tanta fue la brillantez de su labor directiva que en pocos años fue catapultado hasta la presidencia de la empresa, que en aquel periodo consiguió asentarse como uno de los pilares del llamado sueño americano. Por una de esas irónicas paradojas de la historia, McNamara fue pionero en el uso del cinturón de seguridad en los coches que fabricaba, conducta que fue imitada pronto por la competencia y que salvó la vida a muchas miles de víctimas de accidentes de tráfico. Las frías estadísticas que pocos años antes le anunciaban los muertos en ataques aéreos, ahora le servían para cerciorarse de que el nuevo invento las salvaba.
Robert McNamara podría haber tenido un brillante futuro como director de la Ford, pero parece ser que el puesto no colmaba sus ambiciones. Cuando Kennedy le ofreció la Secretaría de Defensa, no pudo resistir la tentación de probar las mieles del poder, de manejar un presupuesto inimaginable destinado, no a combatir a una competencia comercial, sino a ir siempre un paso por delante de la Unión Soviética en lo militar, en una guerra continua de espionaje y de nervios que iba dejando tras de sí algunos puntos calientes a lo largo del globo.
Cuando McNamara habla de la Crisis de los Misiles de Cuba se produce uno de los momentos más dramáticos del documental, uno de esos instantes cargados de verdad en los que el espectador se estremece cuando comprende el significado de lo que está contando ese hombre anciano, poseedor todavía de energía y elocuencia sobradas como para convencer a quien le escuche de que, a pesar de la presunta racionalidad de Kennedy, Kruschev o Castro, el mundo estuvo al borde de una catástrofe nuclear en la que solo habría vencidos. Mientras, gesticula con sus dedos pulgar e índice para indicar lo poco que faltó para que llegara la hora del fin del mundo.
La prueba definitiva para McNamara, la que arrasó para siempre con su popularidad y con el mito de la invencibilidad del Ejército Norteamericano fue la Guerra de Vietnam, donde se mezclaron una necesidad militar ficticia con la necesidad de prestigio de la causa anticomunista. A pesar de unos bombardeos que superaron a los de la Segunda Guerra Mundial en su conjunto y al empleo criminal de armas químicas, el medio millón de soldados destinados a Vietnam no pudo derrotar a un enemigo tan escurridizo como fanatizado en las bondades de su causa.
McNamara tardó en entender la lección: en realidad no estaba luchando contra una ideología, sino contra un pueblo que se sentía invadido por extranjeros. Estos fueron años de gran impopularidad, pues se consideró al Secretario de Defensa el responsable de los miles de ataúdes que fueron llegando paulatinamente a los Estados Unidos. Su imagen era la de un tecnócrata muy inteligente, pero frío, que no podía comprender que detrás de las estadísticas que manejaba se escondían historias humanas de sufrimiento.
La última etapa de la carrera de McNamara estuvo en la Presidencia del Banco Mundial. En este nuevo puesto tuvo una nueva oportunidad de expiar sus errores y fue capaz de orientar la política del organismo hacia la ayuda al desarrollo y la lucha contra la pobreza. Una más de las muchas contradicciones que jalonaron la existencia de este hombre excepcional que, para bien y para mal, resume el espíritu del terrible siglo XX. Como él mismo asegura en una de las once lecciones en las que se divide el documental y que bien podría ser su epitafio: "Para hacer el bien, tienes que involucrarte en el mal". Es la niebla de la guerra, capaz de nublar el cerebro más brillante. ¿Qué última imagen devolvió el espejo a Robert McNamara?
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viernes, 10 de junio de 2011
MEDIANOCHE EN PARÍS (2011), DE WOODY ALLEN. PARÍS ERA UNA FIESTA.
Una sensación agridulce me dejó la última película de Woody Allen. El magnífico cartel es un estupendo resumen de lo que el espectador va a encontrar: un risueño Owen Wilson paseando por una ciudad maravillosa mientras se van cumpliendo sus sueños uno tras otro.
El comienzo es impecable: unas bellísimas vistas de París (mostrar el espléndido escenario es imprescindible en esta historia), que provocan la nostalgia en quienes hemos estado allí y estamos deseando volver algún día. Pero el problema principal es que la película es demasiado optimista: el protagonista no padece ningún conflicto grave. Tiene una buena vida como guionista en Los Ángeles, se hospeda junto a su prometida en un lujoso hotel parisino. Ésta no le agobia demasiado e incluso le deja salir a pasear solo para inspirarse con vistas a una incipiente novela que quiere escribir, aunque ella le esté poniendo los cuernos con el ser más pedante de la creación.
La historia de "Medianoche en París" recuerda poderosamente a la de "La rosa púrpura de El Cairo". El protagonista, transportado mágicamente al París de los años veinte, que él adora, querría quedarse a vivir allí, junto a Scott Fitzgerald, junto a Hemingway y, sobre todo, junto a una de las amantes de Picasso, que se enamora de él con la misma facilidad que sucedería en un sueño. "Cualquier tiempo pasado fue mejor", repiten los protagonistas de la película, solo para descubrir que no es cierto, que hay que valorar lo que se cuece en cada época, que en muchas ocasiones llegará en el futuro a adoptar la categoría de clásico.
Allen es muy benevolente con su personaje, un alter ego no tan neurótico como de costumbre. Ni siquiera la ruptura con su pareja le supone un gran esfuerzo, ni trauma alguno. Él se limita a ser feliz, en el presente, en el pasado y la belle epoque, dejando que las benignas circunstancias se apoderen de él. Aunque los artistas y escritores que aparecen están soberbiamente caracterizados, no se comportan como personajes, sino como estereotipos: Hemingway borrachín y machote, Dalí surrealista, Toulousse Lautrec solitario, Scott Fitzgerald de fiesta en fiesta viviendo su tormentosa relación con Zelda... Sé que es lo que el director buscaba, pues el viaje de Gil (Owen Wilson) está dictado estrictamente por sus fantasías literarias y en el París de los años veinte se concentraban gran parte de los artistas que admiraba.
No puedo decir que me haya desagradado la película en absoluto. He pasado muy buen rato visionándola, pero no me ha dado que pensar, algo que siempre me gusta cuando veo una realización de este director. Prefiero al Woody Allen de la trilogía londinense, que me habla de la verdadera vida, de problemas morales, a esta vida idealizada en un París de cuento de hadas, estéticamente impecable, pero algo vacío si exploramos más allá de la superficie.
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domingo, 5 de junio de 2011
X-MEN, PRIMERA GENERACIÓN (2011), DE MATTHEW VAUGHN. PRIMERA GÉNESIS.
Me ha gustado muchísimo la nueva película de Matthew Vaughn. Y no solo porque yo fuí un friki irredento de los mutantes en mis tiempos, sino porque es una estimulante propuesta de fantasía y aventuras y gustará igualmente a quien nunca se haya acercado a un cómic de los X-Men. Vaunghn realiza un acercamiento muy respetuoso al espíritu del original, desarrollando perfectamente a los personajes y dosificando sus espectaculares escenas de acción. Aquí el artículo:
De entre las muchas creaciones superheróicas nacidas de la fértil imaginación de Stan Lee, quizá la más afortunada fue la de los X-Men, que hicieron su primera aparición en formato comic-book en 1963. Los hombres-X no eran superhéroes al uso. Salvaban a la humanidad en repetidas ocasiones, sí, pero sus acciones no eran reconocidas, sino que se les odiaba y temía, ya que se les suponía la siguiente escala en la evolución humana, llamada a sustituir al Homo sapiens.
En realidad, si leemos entre líneas, en la serie se está hablando del racismo de los años sesenta, de la intolerancia hacia el diferente. Los mutantes de Xavier buscan la integración, la coexistencia pacífica entre humanos y mutantes. Pero Magneto, su némesis, pretende, inspirándose en las ideas nazis que destruyeron su infancia, la preponderancia de los hombres superiores, algo inevitable según su concepción darwinista del mundo.
Lo cierto es que, a pesar de su original planteamiento, en sus primeros años la serie nunca llegó a despegar del todo. La imaginación de Stan Lee se volcó en series como "Los cuatro fantásticos", "Thor" o "Spiderman", dejando a los mutantes un poco huérfanos de ideas. Esta situación cambió a finales de los años setenta, cuando Chris Claremont se hizo cargo de los guiones. Junto a John Byrne formaría un tándem que daría lugar a los momentos más memorables de la serie, ya que se tomó la decisión de humanizar a los personajes y profundizar en los caracteres de miembros del grupo tan carismáticos como Lobezno. Todo esto llevó a que las series mutantes fueran las más vendidas durante muchos años, lo cual produjo una obscena multiplicación de sus títulos, a fin de explotar el filón.
El último eslabón de esta popularización de los mutantes vendría a través del cine. Bryan Singer fue el encargado de de adaptar esta franquicia a la pantalla grande, con resultados más que notables en sus dos primeras entregas, que incidían en el argumento de la discriminación de estos seres, maravillas genéticas a los que la gente corriente observa temerosa como a rarezas a las que hay que controlar de algún modo. Una tercera entrega, de mucha menos calidad que las dos anteriores y una decepcionante producción dedicada en exclusiva a Lobezno parecían haber agotado las posibilidades de la franquicia. Hasta la aparición de la película de Matthew Vaughn.
"X-Men, Primera generación" es en realidad una precuela de las anteriores. Narra la amistad de juventud del profesor Xavier y de Magneto, antes de pasar a ser enemigos irreconciliables. Ambos están interpretados con suma solvencia. James MacAvoy proporciona a su personaje una energía y optimismo que apenas están ya presentes en el Xavier más maduro. La gran revelación de la cinta es Michael Fassbender, que interpreta a un ser amargado y con una gran ira interior, por haber perdido la infancia (y a toda su familia) en los campos de exterminio nazis. Aunque Xavier lo intenta, su redención es imposible y así lo comprende el espectador en las primeras escenas, cuando utiliza su poder para matar a sangre fría a tres nazis refugiados en Argentina.
Destaca también el carisma de Kevin Bacon interpretando al refinado Sebastian Shaw, torturador de Magneto en su infancia y decidido a borrar a la raza humana de la faz de la Tierra a través de su manipulación de las potencias contendientes en la Guerra Fría. Porque uno de los aspectos más destacados de la película es su cuidado diseño de producción, que recrea a la perfección el ambiente de los años sesenta. La aparición de una de las estrellas de "Mad men", January Jones, interpretando a la Reina Blanca, no hace sino reforzar esa impresión de regreso al pasado.
Es de agradecer que la película del director de "Kick Ass" cuente con un sólido guión, coherente con el universo mutante de los cómics y a la vez perfectamente comprensible por el espectador neófito. Las escenas de acción son tan espectaculares como dosificadas, porque lo que aquí importa de verdad es profundizar en las relaciones entre personajes, sobre todo en la truncada amistad entre Xavier y Magneto, que transmiten una gran química en pantalla.
El reclutamiento y entrenamiento de los primeros hombres-X se construyen a través de escenas muy divertidas y dinámicas. El contexto de Guerra Fría en el que se desarrolla la película es aprovechado perfectamente para integrar la historia, siendo el momento culminante la crisis de los misiles de Cuba, históricamente cuando la humanidad estuvo más cerca de un desastre nuclear.
"X-Men, Primera Generación" funciona perfectamente como película de aventuras con pretensiones. Las referencias a otros filmes clásicos del género están presentes en muchos momentos de la cinta. Hay algunas escenas que recuerdan poderosamente los mejores momentos de la serie Bond. El viaje de Magneto desde la luz a las tinieblas, con el odio como motor principal, es similar al de Darth Vader en la serie "Star Wars". El mismo Magneto se define a sí mismo como un Frankenstein de la era moderna. En definitiva, una estupenda película que se toma muy en serio la mitología mutante y a sus personajes, a la vez que esclarece algunos enigmas que quedaron ocultos en la trilogía anterior.
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sábado, 4 de junio de 2011
CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN JUNIO: AL SUR DEL EDÉN.
El mes de junio viene marcado en la capital malagueña por la celebración de la feria del libro, que este año viene cargada de actividades.
En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, el próximo jueves estará dedicado al encuentro con el autor malagueño José Luis González Vera, con el que se hablará de su libro "Nombres propios". A partir de mitad de mes la biblioteca cierra por las tardes (cosas de la crisis y de la austeridad, que recorta donde donde no debiera), así que las reuniones se producirán en una cafetería cercana. Los miembros serán puntualmente informados. Algunos de sus miembros asistirán a un encuentro con Almudena Grandes en el Teatro Cánovas.
En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, al que no pude asistir el mes pasado se leerá nada menos que "Sefarad", la que considero mejor novela de Antonio Muñoz Molina. Espero estar allí sin problemas. Algunos de sus miembros asistirán a un encuentro con el escritor Fernando Aramburu en el Centro Andaluz de las Letras.
En el club de lectura de Cincoechegaray toca en esta ocasión un clásico de Ernst Hemingway, "Jardín del Edén".
En el club de lectura de la Fnac, un valor seguro, Roberto Bolaño con "Los sinsabores del verdadero policía".
En el club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez Málaga se recuerda a Ana María Matute con "Historias de la Artámila".
Y reseñar también el acto de presentación del nuevo libro de poesía, "Aguas tranquilas", de la compañera de la Biblioteca Cristóbal Cuevas Mari Carmen Coca, en la Caja Blanca (Teatinos).
Les dejo aquí un enlace con las actividades programadas para la Feria del Libro:
http://www.malaga.eu/opencms/opencms/aytomalaga/portal/menu/laciudad/menu/destacados/secciones/fchNoticia?id=55796
miércoles, 1 de junio de 2011
EL CURA DE TOURS (1832), DE HONORÉ DE BALZAC. CELIBATO PROVINCIANO.
No es de las novelas más ambiciosas de Balzac, lo cual no quiere decir que no encaje perfectamente en el proyecto de la Comedia Humana, esa serie de novelas en la que tiene cabida todo lo humano. Leer el ciclo completo es una tarea difícil. Imagínense escribirlo...
Aquí el artículo:
En el infinito mundo de la literatura cohabitan autores que se agotan en una sola obra con otros cuya obra es tan prodigiosamente prolífica que parecen haber necesitado varias vidas para escribirla. Quizá el caso paradigmático sea Balzac, autor de casi un centenar de novelas, muchas de ellas auténticas obras maestras de la literatura universal. A esta producción hay que añadir numerosos relatos, artículos de prensa e incluso cartas.
¿Cuál
era el ritmo de trabajo de este hombre? Es de suponer que no escribiría
a vuelapluma, sino que tendría que detenerse de cuando en cuando a
corregir lo escrito. Además, necesitaba vivir. Necesitaba vivir, salir a
la calle, para obtener experiencias de primera mano y observar a los
otros con el fin de plasmar estas experiencias en sus novelas con el
grado de verosimilitud que es habitual en la novela realista del siglo
XIX, de la que el escritor francés es ilustre representante. En cierto
modo Balzac tuvo dos vidas: la suya propia y la que experimentó a través
de sus personajes a los que dotó de una humanidad casi tan profunda
como la suya propia.
El joven Balzac tuvo una relación difícil con sus progenitores, que apenas le mostraron cariño y terminó estudiando en un internado donde eran frecuentes los castigos físicos. Aun así consiguió finalmente terminar la carrera de Derecho, aunque para aquel entonces sus principales intereses eran ya la literatura y la filosofía. Los comienzos como escritor van a ser difíciles. Instalado precariamente en París, sobrevivirá a base de encargos de todo tipo, donde poco a poco va perfeccionando sus dotes innatas para la literatura. Hay que recordar que uno de los puntales de su tenacidad y su posterior éxito fue el café. Gran aficionado a esta bebida, su ingesta continua le permitía pasar noches enteras consagradas a la escritura.
La década de 1830 va a ser la de su gran explosión como escritor. Es en estos años cuando concibe su mayor genialidad: un ciclo de novelas relacionadas entre sí que van a llevar el nombre de La Comedia Humana, modelo que va a ser adoptado por creadores como Emile Zola, con el ciclo de los Rougon Macquart o Benito Pérez Galdós, con sus Novelas Españolas Contemporáneas. Así, Balzac pasa de mero narrador a creador de un mundo propio, un espejo de la realidad donde puede manejar a su antojo a sus personajes, sometidos a las mismas pasiones y vilezas que las personas auténticas. Como anota Stefan Zweig en su libro "Tres maestros":
"Para poder gobernarlo, simplifica el mundo, y lo recluye en la cárcel grandiosa de La Comedia Humana. Este proceso de destilación hace de sus hombres-tipos fórmulas expresivas de una pluralidad que un genio artístico inaudito ha depurado de todo lo superfluo y accidental. Estas pasiones rectilíneas son las fuerzas motrices; estos tipos elementales, los actores; este mundo decorativamente esquematizado en torno suyo, la escena de La Comedia Humana."
La existencia es presentada en estas novelas como una lucha darwinista y despiadada donde solo sobreviven los más fuertes e inteligentes y, en demasiadas ocasiones, los que muestran menos escrúpulos. El lector puede seguir la evolución de algunos personajes que se aparecen en más de una novela, como protagonista o como secundario. Algunos medran y consiguen llegar a lo más alto. Otros quedan derrotados en el camino. La existencia es una guerra continua. En palabras de Zweig:
"Es orgullo de Balzac haber sido el primero en demostrar que bajo esta pugna de lo que llamamos civilización no se esconde menos crueldad que en los campos de batalla. (...) Y, en efecto, lo primero que estas fuerzas jóvenes aprenden en los libros de Balzac es la ley de lo inexorable. Saben que no caben todos en tan pequeño espacio, que fatalmente han de devorarse unos a otros."
"El cura de Tours" es una novela corta, quizá un poco perdida en el océano de su producción, pues no es tan famosa como "Las ilusiones perdidas" o "Eugenia Grandet". Dentro del ciclo de "La Comedia Humana" se clasifica en el grupo de narraciones dedicadas a "les célibataires" (los solteros), conjunto que se completa con "Pierrette" y "La oveja negra". En esta ocasión las pasiones que mueven al protagonista no son el sexo, ni siquiera el dinero, sino algo tan indefinible como la tranquilidad vital, una existencia provinciana cómoda sin sobresaltos.
El abate Birotteau cree vivir en el mejor de los mundos posibles, al menos en la medida de sus modestas pretensiones. Realiza las tareas de su apostolado como algo rutinario y ocupa una espaciosa y bien amueblada habitación en casa de la señora Gamard, donde su existencia es muy cómoda, ya que su anfitriona se ocupa de que no le falte de nada. Su mayor ambición es obtener una canonjía, dejando que transcurra el tiempo para que dicho bien le caiga como fruto maduro.
Para la señora Gamard, una solterona a su pesar, muy amargada su condición, tener como huéspedes a Birotteau y al también eclesiástico Troubert es una cuestión de prestigio social. Balzac traza un retrato perfecto del carácter de la Gamard:
"(...) si la conciencia de su trabajo da al ser activo un sentimiento de satisfacción que le ayuda a soportar la vida, la certidumbre de vivir a costa ajena y de ser inútil debe producir un efecto contrario e inspirar al propio sujeto inerte el desprecio que despierta en los demás. Esta dura reprobación social es una de las causas que, sin darse cuenta las solteronas, contribuyan a poner en su alma el disgusto que expresa su rostro."
En resumen: en la Francia de la época la soltería en la mujer es sospechosa, ya que algo malo deben tener para que nadie se haya atrevido a compartir su vida y sus bienes con ellas. El desdén de la sociedad acaba engendrando maldad en el alma de estos seres y de esta maldad va a ser víctima un ser tan cándido como el abate Birotteau. La excusa: un presunto agravio social de Birotteau a su anfitriona, circunstancia que el astuto Troubert, un ser de una doblez auténticamente perversa, aprovecha para conquistar mezquinamente el cuarto que ocupa el abate, mucho más lujoso que el que él ocupa.
Cuando quiere darse cuenta, el pobre Birotteau ha sido atrapado por la trampa de su misma inocencia, despojado de una vida que él creía inamovible. El asunto de Birotteau se convierte en la comidilla de Tours, una forma de llenar el vacío de la vida provinciana, de estimular las rivalidades nacidas de años de convivencia. Incluso se proponen emprender pleitos que se antojan interminables. El protagonista asiste perplejo a unas intrigas que él mismo inició de manera inconsciente, intrigas nacidas en gran parte de la institución del celibato, que según el estudio naturalista del autor a sus personajes, desata pasiones malignas:
"El celibato tiene el defecto capital de que, poniendo todas las cualidades del hombre al servicio de una sola pasión, el egoísmo, hace a los solterones inútiles o nocivos."
Aunque parezca increíble, Balzac murió sin ver completado su proyecto novelístico. Nada menos que cuarenta novelas más quedaron en proyecto a la muerte del genio francés. ¿Buscaba Balzac ser una especie de Demiurgo, crear un mundo tan amplio en el que pudieran tener cabida infinidad de criaturas? En cualquier caso, consiguió su empeño y su obra sigue fascinando a generaciones de lectores, a la par que influyendo en gran número de escritores.
El joven Balzac tuvo una relación difícil con sus progenitores, que apenas le mostraron cariño y terminó estudiando en un internado donde eran frecuentes los castigos físicos. Aun así consiguió finalmente terminar la carrera de Derecho, aunque para aquel entonces sus principales intereses eran ya la literatura y la filosofía. Los comienzos como escritor van a ser difíciles. Instalado precariamente en París, sobrevivirá a base de encargos de todo tipo, donde poco a poco va perfeccionando sus dotes innatas para la literatura. Hay que recordar que uno de los puntales de su tenacidad y su posterior éxito fue el café. Gran aficionado a esta bebida, su ingesta continua le permitía pasar noches enteras consagradas a la escritura.
La década de 1830 va a ser la de su gran explosión como escritor. Es en estos años cuando concibe su mayor genialidad: un ciclo de novelas relacionadas entre sí que van a llevar el nombre de La Comedia Humana, modelo que va a ser adoptado por creadores como Emile Zola, con el ciclo de los Rougon Macquart o Benito Pérez Galdós, con sus Novelas Españolas Contemporáneas. Así, Balzac pasa de mero narrador a creador de un mundo propio, un espejo de la realidad donde puede manejar a su antojo a sus personajes, sometidos a las mismas pasiones y vilezas que las personas auténticas. Como anota Stefan Zweig en su libro "Tres maestros":
"Para poder gobernarlo, simplifica el mundo, y lo recluye en la cárcel grandiosa de La Comedia Humana. Este proceso de destilación hace de sus hombres-tipos fórmulas expresivas de una pluralidad que un genio artístico inaudito ha depurado de todo lo superfluo y accidental. Estas pasiones rectilíneas son las fuerzas motrices; estos tipos elementales, los actores; este mundo decorativamente esquematizado en torno suyo, la escena de La Comedia Humana."
La existencia es presentada en estas novelas como una lucha darwinista y despiadada donde solo sobreviven los más fuertes e inteligentes y, en demasiadas ocasiones, los que muestran menos escrúpulos. El lector puede seguir la evolución de algunos personajes que se aparecen en más de una novela, como protagonista o como secundario. Algunos medran y consiguen llegar a lo más alto. Otros quedan derrotados en el camino. La existencia es una guerra continua. En palabras de Zweig:
"Es orgullo de Balzac haber sido el primero en demostrar que bajo esta pugna de lo que llamamos civilización no se esconde menos crueldad que en los campos de batalla. (...) Y, en efecto, lo primero que estas fuerzas jóvenes aprenden en los libros de Balzac es la ley de lo inexorable. Saben que no caben todos en tan pequeño espacio, que fatalmente han de devorarse unos a otros."
"El cura de Tours" es una novela corta, quizá un poco perdida en el océano de su producción, pues no es tan famosa como "Las ilusiones perdidas" o "Eugenia Grandet". Dentro del ciclo de "La Comedia Humana" se clasifica en el grupo de narraciones dedicadas a "les célibataires" (los solteros), conjunto que se completa con "Pierrette" y "La oveja negra". En esta ocasión las pasiones que mueven al protagonista no son el sexo, ni siquiera el dinero, sino algo tan indefinible como la tranquilidad vital, una existencia provinciana cómoda sin sobresaltos.
El abate Birotteau cree vivir en el mejor de los mundos posibles, al menos en la medida de sus modestas pretensiones. Realiza las tareas de su apostolado como algo rutinario y ocupa una espaciosa y bien amueblada habitación en casa de la señora Gamard, donde su existencia es muy cómoda, ya que su anfitriona se ocupa de que no le falte de nada. Su mayor ambición es obtener una canonjía, dejando que transcurra el tiempo para que dicho bien le caiga como fruto maduro.
Para la señora Gamard, una solterona a su pesar, muy amargada su condición, tener como huéspedes a Birotteau y al también eclesiástico Troubert es una cuestión de prestigio social. Balzac traza un retrato perfecto del carácter de la Gamard:
"(...) si la conciencia de su trabajo da al ser activo un sentimiento de satisfacción que le ayuda a soportar la vida, la certidumbre de vivir a costa ajena y de ser inútil debe producir un efecto contrario e inspirar al propio sujeto inerte el desprecio que despierta en los demás. Esta dura reprobación social es una de las causas que, sin darse cuenta las solteronas, contribuyan a poner en su alma el disgusto que expresa su rostro."
En resumen: en la Francia de la época la soltería en la mujer es sospechosa, ya que algo malo deben tener para que nadie se haya atrevido a compartir su vida y sus bienes con ellas. El desdén de la sociedad acaba engendrando maldad en el alma de estos seres y de esta maldad va a ser víctima un ser tan cándido como el abate Birotteau. La excusa: un presunto agravio social de Birotteau a su anfitriona, circunstancia que el astuto Troubert, un ser de una doblez auténticamente perversa, aprovecha para conquistar mezquinamente el cuarto que ocupa el abate, mucho más lujoso que el que él ocupa.
Cuando quiere darse cuenta, el pobre Birotteau ha sido atrapado por la trampa de su misma inocencia, despojado de una vida que él creía inamovible. El asunto de Birotteau se convierte en la comidilla de Tours, una forma de llenar el vacío de la vida provinciana, de estimular las rivalidades nacidas de años de convivencia. Incluso se proponen emprender pleitos que se antojan interminables. El protagonista asiste perplejo a unas intrigas que él mismo inició de manera inconsciente, intrigas nacidas en gran parte de la institución del celibato, que según el estudio naturalista del autor a sus personajes, desata pasiones malignas:
"El celibato tiene el defecto capital de que, poniendo todas las cualidades del hombre al servicio de una sola pasión, el egoísmo, hace a los solterones inútiles o nocivos."
Aunque parezca increíble, Balzac murió sin ver completado su proyecto novelístico. Nada menos que cuarenta novelas más quedaron en proyecto a la muerte del genio francés. ¿Buscaba Balzac ser una especie de Demiurgo, crear un mundo tan amplio en el que pudieran tener cabida infinidad de criaturas? En cualquier caso, consiguió su empeño y su obra sigue fascinando a generaciones de lectores, a la par que influyendo en gran número de escritores.
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