(Texto presentado el pasado miércoles en la tertulia de la Casa de las Palabras). Dedicado a mi amigo Rafa, que me dio la idea)
I
Rafael me había convocado con gran urgencia a su despacho aquella tarde. Me había llamado presa de una gran agitación, aduciendo que se trataba de un tema importante que no admitía demora, así que allí me encontraba, llamando al timbre, con una cierta inquietud, preparado para afrontar los más graves acontecimientos.
Tras un efusivo saludo por su parte, me hizo pasar. El gabinete se componía de dos estancias, una habilitada como sala de espera y la interior, el despacho propiamente dicho, decorado con austeridad y buen gusto, presidido por las obras completas de Borges, a las que daba más importancia que al Código Civil. Le noté visiblemente nervioso y agitado. Nos sentamos y le insté a que me relatara sin más demora el motivo de tan desusado emplazamiento. "Amigo Miguel, es una historia bastante insólita. Hace dos sábados íbamos mi mujer y yo en dirección a Jaén por la autovía. Ya habíamos sobrepasado Granada y atravesábamos un olivar. Nos encontrábamos en animada conversación, pero ella de pronto enmudeció. Le pregunté que qué sucedía y me contestó que había visto algo muy extraño entre los olivos, una especie de túnica con capucha que se elevaba un par de metros bajo el suelo. Como sabes que soy aficionado a los misterios y a lo sobrenatural, hice el cambio de sentido en la siguiente salida y volví a hacer una pasada por el lugar del avistamiento. Efectivamente, allí seguía aquello, fuera lo que fuera, aunque según ella se había desplazado unos metros. Lo más peculiar era que la túnica estaba vacía, aunque abultaba como si no lo estuviera. Aquel día no hacía ni pizca de viento, así que queda descartada la hipótesis de elevación debida a corrientes de aire. Volvimos a pasar un par de veces más y allí seguía, desplazándose casi imperceptiblemente cada vez un poco más hacia el este. Le propuse a mi mujer parar y echar un vistazo, pero me contestó con una negativa tajante. Interiormente se lo agradecí, porque yo también comenzaba a estar un poco asustado por la incorpórea presencia."
"Estuvimos comentando el tema durante toda la semana. Le dí muchas vueltas, intentando hallar una explicación racional, pero no la encontraba. Se lo comenté a un compañero abogado y como es un cachondo, me propuso volver al mismo lugar ese mismo fin de semana, para resolver el misterio, según decía. Salimos con nuestras respectivas parejas un poco reticentes ante lo poco atractiva que se presentaba una tarde de sábado pateando un olivar en búsqueda de una sotana fantasmal, pero pudimos convencerlas y partir a aquel lugar maldito. Cuando volvimos a pasar por el punto en el que habíamos detectado la aparición la semana anterior, no vimos nada. Después de buscar la entrada al olivar durante un buen rato, logramos acceder y aparqué el coche en una encrucijada de caminos, muy cerca de los árboles que habían sido testigos el sábado pasado del fantasmal paseo. Nos pasamos buena parte de la tarde explorando aquello entre bromas, sin resultado alguno, aunque la soledad y el silencio de aquellos parajes a la caída de la tarde me provocaban cierta inquietud. Cuando ya anochecía y volviamos al coche, un poco decepcionados, hice unas fotos y, como último recurso, se me ocurrió poner una grabadora, por ver si captaba algo, como había visto hacer al doctor Jiménez del Oso en sus reportajes en multitud de ocasiones. Al regreso a Málaga, ya casi a medianoche, propuse a nuestros acompañantes subir un rato al despacho a tomar algo. Se me ocurrió descargar las fotos en el ordenador y, mira, tú mismo puedes ver el resultado..."
Mi amigo movió el monitor para que yo pudiera ver la pantalla. Se trataba de una foto tomada en el crepúsculo, en la que se veía a su mujer y sus acompañantes dirigiéndose hacia el coche. Entre las ramas de un árbol parecía asomarse un extraño ser de ojos encendidos y gesto burlesco, que aparentaba sacar la lengua a aquellos ingenuos visitantes. He de confesar que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, que casi enfermó cuando escuché la psicofonía que había grabado. No duraba más de un minuto, pero desde el principio se oía persistentemente el sonido de una especie de campanilla como de fondo y dos voces diferenciadas que pronunciaban una frase cada una: "Estoy aquí" y "Bugui bugui". Según me explicó mi amigo, lo de bugui bugui seguramente se refería al coche.
Referidos estos insólitos acontecimientos, mi amigo me anunció que había llamado porque necesitaba mi ayuda, por ser yo persona de su máxima confianza. Llevaba tiempo proyectándolo, pero la reciente experiencia le había dado el impulso que necesitaba para ultimar su proyecto: una empresa dedicada a la investigación de lo sobrenatural, que pensaba llamar "Paranormalia". Necesitaba que yo regresara al lugar de los hechos, me diera una vuelta y le realizara un informe de mis pesquisas. Sin saber muy bien donde me estaba metiendo, acepté, motivado sobre todo por las posibilidades literarias de la experiencia.
II
Lo que voy a relatar a partir de ahora puede que provoque una sonrisa condescendiente en algunos o una mueca de perplejidad en otros, pero resulta ser la pura verdad de lo que me sucedió y a las pruebas que atesoro me remito. A la tarde siguiente me encontraba enmedio de un inhóspito olivar, lleno de barro hasta las rodillas y maldiciendo a Paranormalia, que tan ingrata tarea me imponía. Como carezco de destreza en el ámbito de las experiencias paranormales, no sabía muy bien lo que tenía que hacer, así que anduve un buen rato entre olivos, esperando la hora de la puesta de Sol, que parecía el momento más propicio para la aparición de los supuestos espectros que poblaban aquellos lugares. Al anochecer comencé a escuchar levemente el sonido de una campanilla, ruido distante, pero inquietante. Consideré que era el momento de ponerme en marcha, así que cogí mi vieja grabadora de los ochenta con una cinta TDK que había encontrado en casa de mis padres y, tal como me había indicado mi amigo y mentor, grabar las siguientes palabras, para que las oyera cualquier fantasma que por allí pasara: "Si hay aquí algo inteligente y no físico, que se identifique". Seguidamente dejé la grabadora bajo un árbol y esperé unos minutos temblando de frío y, por qué no decirlo, de miedo.
Cuando estimé que había transcurrido el tiempo suficiente rebobiné y pulsé el play. Un sonido estridente inundó el silencioso olivar: La Niña de la Puebla cantaba "Los campanilleros" a todo volumen. Mi padre debía tener la cinta grabada. A los pocos segundos se escuchó al fín mi voz, después una suave campanilla como llamando desde lejos y seguidamente, la respuesta a mi pregunta, en forma de voz espectral: "HOLA, BUENAS NOCHES". El susto fue tan mayúsculo que estuve a punto de desistir pero, sacando fuerzas de flaqueza y ya envuelto por las tinieblas de la noche, me atreví a continuar este singular diálogo, por lo que grabé: "¿Quién eres?". "DON BENITO PÉREZ GALDÓS", fue la sorprendente respuesta que recibí al poco rato. "Vaya", pensé, "menuda suerte, uno de mis escritores favoritos". Le pregunté si andaba escribiendo algo últimamente, pero su respuesta fue tajante: "YO NO ENTABLO CONVERSACIONES CON RADIO-CASSETES DE HACE VEINTE AÑOS. VUELVA CON UN MP3". Avergonzado, y escuchando otra vez la campanilla, esta vez algo más cercana, decidí hacer caso al espíritu galdosiano y volver al día siguiente con tecnología más moderna y mejores ánimos.
Antes de salir con mi nuevo y flamante MP3 fui a visitar a Rafael, para darle cuenta de mis gestiones con la gente de ultratumba. Le enseñé los resultados. No pareció impresionarse demasiado, sino que más bien, con gesto algo contrariado, me dijo: "Está muy bien, amigo Miguel, pero eso de que hables con Galdós... A ver si puedes buscarme a Umbral, que es mucho más interesante". No dije nada para defender a don Benito, pues consideraba que él se defendía solo. Mi plan era seguir conversando con Galdós y preguntarle después si me podía avisar a Umbral. En fín, la conversación continuó en estos términos:
YO: "Buenas noches, señor Galdós, hoy vengo preparado".
GALDÓS: "YA VEO, YA VEO, BUEN MODELO, AUNQUE HUBIERA PREFERIDO UN SONY".
YO (un poco contrariado, por no acertar): "¿Y qué le trae por aquí todas las noches?"
GALDÓS: "PUES LA TERTULIA. ESCUCHE, YA ME ESTÁN AVISANDO". (Y efectivamente, sonaba una campanilla de fondo). NOS REUNIMOS TODAS LAS NOCHES UNOS CUANTOS LITERATOS. LOS DÍAS SE NOS HACEN ETERNOS VAGANDO POR AHÍ, ASÍ QUE DEDICAMOS LA SEMANA A ESCRIBIR. LA NOCHE DE LOS MIÉRCOLES ES LA MÁS IMPORTANTE, PUES SOLEMOS LEER A LOS DEMÁS LO QUE HEMOS ESCRITO DURANTE LA SEMANA. SUELEN SER NOVELONES DE QUINIENTAS PÁGINAS, PUES YA LE DIGO QUE TENEMOS MUCHO TIEMPO LIBRE".
YO: "Qué interesante, qué interesante, y qué buena idea. ¿Y en qué está trabajando usted ahora? ¿Y con quién comparte la tertulia?"
GALDÓS: "PUES ESCRIBO LA SEGUNDA PARTE DE "TORMENTO". PUES AHORA MISMO ESTAMOS CELA, UMBRAL, VALLE INCLÁN Y YO. APARTE DE CLARÍN, QUE ES EL QUE DIRIGE LAS TERTULIAS, POR LO QUE DISPONE DE UNA CAMPANILLA PARA LLAMAR AL ORDEN".
YO: "Qué suerte. Precisamente me vendría bien hablar con Umbral. ¿Cree usted que será posible?
GALDÓS: "NO TENGO BUENA RELACIÓN CON ESE INDIVIDUO. EL OTRO DÍA DIJO QUE YO ERA UN AUTOR GARBANCERO. ADEMÁS, SE ENFADA SI NO HABLAMOS CONTINUAMENTE DE SU LIBRO. LE SUGIERO QUE VUELVA USTED MAÑANA, QUE ES MIÉRCOLES Y NOS HAGA UNA FOTO DE RECUERDO. NECESITARÁ UNA CÁMARA DE COMO MÍNIMO DIEZ MEGAPÍXELES PARA CAPTAR NUESTRA ESENCIA ESPECTRAL. LE RECOMIENDO UNA SONY DSC-W130. HE DE MARCHARME, QUE ME ESPERAN. NOS REUNIMOS BAJO AQUEL OLIVO JUNTO AL TÚMULO DE PIEDRAS. LO LLAMAMOS "EL ÁRBOL DE LAS PALABRAS"".
A la noche siguiente, después de pasar por la caja del Media Mark por segunda vez (caprichos galdosianos), volví ilusionado como fotógrafo oficial de estos grandes literatos que seguían escribiendo y peleándose después de muertos. Me acerqué al olivo de las tertulias e hice varias fotografías. Efectivamente, allí estaban todos en animada discusión. Galdós en batín y pantuflas. Umbral con bufanda blanca y mirada de pocos amigos, Cela con los pies metidos en una palangana de agua caliente, Valle-Inclán con bastón y luengas barbas y finalmente, Clarín con su campanilla presidiendo tan eminente reunión. Era la prueba que me faltaba y no dormí pensando en el día siguiente, cuando entregara las grabaciones y las fotos al fundador de Paranormalia. Nos íbamos a hacer famosos. Ya me veía en la tertulia de María Teresa Campos contando mis experiencias.
III
Mi amigo me esperaba a primera hora, impaciente. Le enseñé las evidencias que había recogido de la existencia de tan literarios espíritus, las psicofonías, las fotos. El las iba pasando sin excesivo interés: "¿Pero has podido hablar con Umbral, amigo Miguel?" En ese momento estallé, porque todo tiene un límite: "¿Pero que coño importa Umbral, cuando te estoy demostrando la existencia entre nosotros de unos genios que el mundo creía muertos?" "Bueno, no es para tanto. En los últimos días, desde que he fundado la empresa me han llegado muchas pruebas como las tuyas. Mira, aquí tengo un concierto de Rocío Jurado en una playa de Chipiona". Y era cierto, me mostró unas fotos y una horrible psicofonía de la Más Grande, que se escuchaba peor que una de las antiguas cintas del rastro. "Y eso no es todo. Fíjate en esto. Pruebas de que Franco y Hitler están condenados a reunirse cada noche en Hendaya para tratar una entrada de España en la guerra que nunca se va a producir. Tú que eres aficionado a la Segunda Guerra Mundial, recordarás que Hitler comentó que prefería que le sacaran unos cuantos dientes a tener que reunirse de nuevo con el Caudillo. Pues ahí lo tienes. Una especie de justicia divina ha castigado a estos dos como se merecen". Impresionado ante tanta evidencia de actividad paranormal le pregunté a Rafael por qué me había enviado a contrastar algo que ya conocía. "Lo único que me interesa es que hables con Umbral, amigo Miguel. El director de El Mundo me ha prometido unos suculentos beneficios si logras que te entregue una columna diariamente. Supone que así remontará las ventas".
Aclarado este punto y reconfortado con palabras de ánimo por mi amigo, emprendí aquella tarde la marcha para intentar comunicarme con el gran columnista, aunque un pequeño desasosiego se apoderaba de mí cada vez que ponía mi vista en la foto y Umbral me devolvía una mirada absolutamente perversa...