Era inevitable. Si este año he releído ¿por cuarta vez? 1984, esta novela iba a ser la indiscutible ganadora de esta pequeña lista que realizo todos los años. No solo es por su calidad literaria, es por la insólita capacidad de escritor visionario que manifiesta Orwell en cada una de sus páginas. Hoy día el mundo imaginado por 1984 está cada vez más presente en nuestras vidas, no de la manera brutal descrita por el escritor británico, sino en formas muy sutiles y, lo que es más inaudito, con la colaboración entusiasta de la mayoría de los ciudadanos. Junto a Un mundo feliz, de Aldous Huxley, constituye el gran retrato de un mundo repleto de libertades sobre el papel, pero en el que los gobiernos, instituciones y grandes empresas cuentan con mecanismos de control cada vez más sofisticados.
1.- 1984, de George Orwell.
2.- Voces de Chernobil, de Svetlana Alexievich.
3.- Lo prohibido, de Benito Pérez Galdós.
4.- La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell.
5.- El telón de acero, de Anne Applebaum.
6.- Pedro Páramo, de Juan Rulfo.
7.- El Sha o la desmesura del poder, de Ryszard Kapuscinski.
8.- La tabla rasa, de Steven Pinker.
9.- Las uvas de la ira, de John Steinbeck.
10.- Meditaciones, de Marco Aurelio.
11.- Hiroshima, de John Hersey.
12.- La historia de tu vida, de Ted Chiang.
13.- A la busca del tiempo perdido. Por la parte de Swann, de Marcel Proust.
14.- El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke.
15.- La religión de los andaluces, de Salvador Rodríguez Becerra.
16.- A sangre fría, de Truman Capote.
17.- Historia de las creencias contada por un ateo, de Matthew Kneale.
18.- Confesión, de León Tólstoi.
19.- En el enjambre, de Byung-Chul Han.
20.- Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.
21.- El crisol, de Arthur Miller.
22.- Una mujer en Berlín, de Marta Hillers.
23.- El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.
24.- Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich.
25.- Buyology, de Martin Lindstrom.
26.- Enquirion, de Epícteto.
27.- Matar a un ruiseñor, de Harper Lee.
28.- Como la sombra que se va, de Antonio Muñoz Molina.
29.- La economía del bien común, de Christian Felber.
30.- La educación sentimental, de Gustave Flaubert.
31.- El filo de la navaja, de William Somerset Maugham.
32.- El muelle de Oistreham, de Florence Aubenas.
33.- Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer.
34.- Demian, de Herman Hesse.
35.- Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag.
36.- La madre, de Maksim Gorki-
37.- La edad de la nada, de Peter Watson.
38.- Ansiedad, de Scott Stossel.
39.- Historia de mi vida, de Anton Chejov.
40.- Un antropólogo en Marte, de Oliver Sacks.
41.- La negación de la muerte, de Ernest Becker.
42.- Orson Welles, de André Bazin.
43.- Ardenas, 1944, de Antony Beevor.
44.- Anatomía del miedo, de José Antonio Marina.
45.- Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti.
46.- El abuelo, de Benito Pérez Galdós.
47.- La captación de las masas, de Carme Molinero.
48.- No esperamos volver vivos, de Diego Blasco.
49.- Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano.
50.- La encajera, de Pascal Lainé.
51.- Alta fidelidad, de Nick Hornby
52.- Fantasmas, aparecidos y muertos sin descanso, de M. Aguirre y otros.
53.- Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda.
54.- Los templarios. Una nueva historia, de Helen Nicholson.
55.- El protegido, de Pablo Aranda.
56.- Ácido sulfúrico, de Amélie Nothomb.
57.- Un universo de la nada, de Lawrence M. Krauss.
58.- Una misma noche, de Leopoldo Brizuela.
59.- Sobre el mal, de Terry Eagleton.
60.- Todas las noches se oyeron disparos, de Miguel Ramos.
61.- Por una ética del consumo, de Adela Cortina.
62.- Absolución, de Luis Landero.
63.- La verdadera historia de Hollywood, de David Thomson.
64.- Dientes blancos, de Zadie Smith.
65.- Violación, una historia de amor, de Joyce Carol Oates.
66.- Plata quemada, de Ricardo Piglia.
67.- Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero.
68.- La cara oculta del misterio, de Luis Alfonso Gámez
69.- Crónicas de Magonia, de Luis Alfonso Gámez.
70.- Historia mínima de España, de Juan Pablo Fusi.
71.- El chico de la última fila, de Juan Mayorga.
72.- El país del miedo, de Isaac Rosa.
73.- El crepúsculo de los dioses, de Sam Staggs.
74.- Tokio Blues, de Haruki Murakami.
75.- Cómo ser mujer, de Caitlin Moran.
76.- El insólito peregrinaje de Harold Fry, de Rachel Joyce.
77.- La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches.
78.- Final de partida, de Ana Romero.
79.- Neurociencia para Julia, de Xurxo Mariño.
80.- Cineclub, de David Gilmour.
jueves, 31 de diciembre de 2015
miércoles, 30 de diciembre de 2015
LOS TREINTA Y CINCO MEJORES ESTRENOS QUE VI EN 2015.
Llega el final del año y toca hacer repaso de lo que he escrito por aquí. Es curioso, porque al recordar las películas que se han visto o los libros que se han leído, uno no evoca solo la experiencia vivida a través de ellos, sino episodios de la biografía reciente que sucedían mientras uno se acercaba a estas obras que se supone que, en buena parte, proporcionan evasión. La ganadora de este año es una película que injustamente pasó desapercibida por los cines españoles y que quisiera reivindicar como una de las más lúcidas metáforas de lo que supone para ciertas almas cándidas y sensibles una estricta educación religiosa y lo que sucede si se llevan las propias creencias hasta las últimas consecuencias:
1.- Camino de la Cruz, de Dietrich Brüggemann.
2.- El capital humano, de Paolo Virzi.
3.- Perdida, de David Fincher.
4.- Truman, de Cesc Gay.
5.- Ex Machina, de Alex Garland.
6.- Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, de Ronik y Sholomi Elzkabetz.
7.- El año más violento, de J.C. Chandor.
8.- Ida, de Pawel Pawlikowski.
9.- Magical Girl, de Carlos Vermut.
10.- Selma, de Ava Duvernay.
11.- La novia, de Paula Ortiz.
12.- The imitation game, de Morten Tyldum.
13.- El puente de los espías, de Steven Spielberg.
14.- Birdman, de Alejandro González Iñárritu.
15.- Timbuktu, de Abderrahmane Sissako.
16.- Sicario, de Denis Villeneuve.
17.- Foxcatcher, de Bennett Miller.
18.- Mad Max, furia en la carretera, de George Miller.
19.- Corazones de acero, de David Ayer.
20.- 71, de Yann Demange.
21.- Del revés, de Pete Docter.
22.- Irrational man, de Woody Allen.
23.- La sal de la tierra, de Wim Wenders.
24.- The interview, de Evan Goldberg.
25.- Ant Man, de Peyton Reed.
26.- Marte, de Ridley Scott.
27.- Los Vengadores, la era de Ultrón, de Joss Whedon.
28.- Felices 140, de Gracia Querejeta.
29.- El francotirador, de Clint Eastwood.
30.- Big Hero 6, de Chris William.
31.- Golpe de Estado, de John Erick Dowdle.
32.- Star Wars. El despertar de la fuerza, de J.J. Abrams.
33.- La teoría del todo, de James Marsh.
34.- Suite francesa, de Saul Dibb.
35.- Spectre, de Sam Mendes.
1.- Camino de la Cruz, de Dietrich Brüggemann.
2.- El capital humano, de Paolo Virzi.
3.- Perdida, de David Fincher.
4.- Truman, de Cesc Gay.
5.- Ex Machina, de Alex Garland.
6.- Gett, el divorcio de Viviane Amsalem, de Ronik y Sholomi Elzkabetz.
7.- El año más violento, de J.C. Chandor.
8.- Ida, de Pawel Pawlikowski.
9.- Magical Girl, de Carlos Vermut.
10.- Selma, de Ava Duvernay.
11.- La novia, de Paula Ortiz.
12.- The imitation game, de Morten Tyldum.
13.- El puente de los espías, de Steven Spielberg.
14.- Birdman, de Alejandro González Iñárritu.
15.- Timbuktu, de Abderrahmane Sissako.
16.- Sicario, de Denis Villeneuve.
17.- Foxcatcher, de Bennett Miller.
18.- Mad Max, furia en la carretera, de George Miller.
19.- Corazones de acero, de David Ayer.
20.- 71, de Yann Demange.
21.- Del revés, de Pete Docter.
22.- Irrational man, de Woody Allen.
23.- La sal de la tierra, de Wim Wenders.
24.- The interview, de Evan Goldberg.
25.- Ant Man, de Peyton Reed.
26.- Marte, de Ridley Scott.
27.- Los Vengadores, la era de Ultrón, de Joss Whedon.
28.- Felices 140, de Gracia Querejeta.
29.- El francotirador, de Clint Eastwood.
30.- Big Hero 6, de Chris William.
31.- Golpe de Estado, de John Erick Dowdle.
32.- Star Wars. El despertar de la fuerza, de J.J. Abrams.
33.- La teoría del todo, de James Marsh.
34.- Suite francesa, de Saul Dibb.
35.- Spectre, de Sam Mendes.
martes, 29 de diciembre de 2015
TOKIO BLUES (1987), DE HARUKI MURAKAMI Y NORWEGIAN WOOD (2010), DE TRAN ANH HUNG. ELEGIR UN AMOR.
Hasta ahora no he tenido suerte cuando me he acercado a la obra del japonés Haruki Murakami. Ni con After Dark ni con Tokio Blues he sentido el entusiasmo de sus millones de lectores, ni mucho menos he comprendido la necesidad de otorgarle el Premio Nobel. Quizá todavía no he encontrado la obra clave de su producción, la que justifique su fama, aunque bien es cierto que Tokio Blues es una de las que suscita mayores entusiasmos y la que le supuso empezar a ser conocido masivamente en su país y a nivel internacional, hasta el punto de que fue objeto de una adaptación cinematográfica.
Watanabe, el protagonista de Tokio Blues es un adolescente universitario que no tiene muy claros sus horizontes vitales. El joven tiene un carácter tímido, poca iniciativa y suele dejarse ir a remolque de los acontecimientos. Su vida se ha visto recientemente marcada por el suicidio de su mejor amigo. La novia de éste, Naoko, una muchacha muy sensible, comienza una relación con Watanabe, marcada por una inestabilidad emocional debida a los recientes acontecimientos, que acabará llevándola a un sanatorio. Durante toda la narración la atención del protagonista va a oscilar entre Naoko, que representa el amor puro, aunque imposible y Midori, una chica que conoce en la Universidad, mucho más terrenal, de carácter un poco caprichoso, pero muy vital, que también acaba de pasar por dramas familiares, aunque ella es capaz de superarlos con aparente poco esfuerzo.
Junto a estos tres protagonistas se mueven otros personajes: Reiko, la compañera de habitación de Naoko en el sanatorio o Nagasawa, el inteligente compañero de residencia de Watanabe y poseedor de una moral muy laxa: aunque tiene novia, no tiene inconveniente en salir a conocer conquistas de una sola noche (en compañía del protagonista, en muchas ocasiones) y quiere realizar la carrera diplomática, no por vocación, sino por diversión. Quizá Nagasawa sea el contrapunto de Watanabe, por cuanto si éste se preocupa constatemente de las personas que le rodean, él se preocupa casi exclusivamente de sí mismo.
La novela de Murakami funciona como crónica de las vicisitudes amorosas y existenciales de un adolescente un poco confundido y pasivo, pero que no deja de tener suerte con las mujeres a pesar de su total falta de iniciativa. Watanabe trata a todos los personajes de la misma manera, sean cuales sean sus circunstancias, quizá porque no es capaz de actuar de otra manera: sabe escuchar, sabe darse a los demás, pero todo esto parece hacerlo con bastante apatía o al menos con una falta de pasión impropia de su edad, salvo alguna que otra excepción.
No se puede decir ni mucho menos que Tokio Blues esté mal escrita. El estilo narrativo de Murakami es ágil, aunque demasiado propenso al detalle, sobre todo a la hora de describir pormenorizadamente las comidas que toman los personajes e incluso las cantidades que se dejan en el plato. La novela es interesante en cuanto a las pinceladas acerca de la vida cotidiana en el Japón de los años sesenta (cuyos estudiantes universitarios se habían contagiado del espíritu revolucionario que emanaba de París y otras grandes ciudades), convirtiéndose en ocasiones en un libro muy costumbrista, aunque esto esté siempre subordinado a su vocación sentimental. En cualquier caso, las influencias-homenajes del autor japonés provienen de occidente: La montaña mágica, de Thomas Mann y El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, entre otras. Tampoco hay que olvidar la importancia que tiene en la trama el fenómeno del suicidio, algo muy presente en una sociedad tan exigente y con alto sentido del honor como la japonesa.
La película de Tran Anh Hung es una adaptación cinematográfica muy convencional, muy fiel al original literario en la monotonía de su propuesta, aunque cuenta con la ventaja de poder reproducir su banda sonora, algo muy importante para la narración-pop de Murakami. Norwegian Wood se recrea ante todo en el romance de Watanabe y Naoko, intentando retratarlo como algo lírico a través de unas imágenes preciosistas y que pueden resultar un poco cargantes. Ni el libro ni la película consiguen su objetivo de emocionarme. Aunque sí que es verdad que lo han conseguido con otros muchos lectores-espectadores.
Watanabe, el protagonista de Tokio Blues es un adolescente universitario que no tiene muy claros sus horizontes vitales. El joven tiene un carácter tímido, poca iniciativa y suele dejarse ir a remolque de los acontecimientos. Su vida se ha visto recientemente marcada por el suicidio de su mejor amigo. La novia de éste, Naoko, una muchacha muy sensible, comienza una relación con Watanabe, marcada por una inestabilidad emocional debida a los recientes acontecimientos, que acabará llevándola a un sanatorio. Durante toda la narración la atención del protagonista va a oscilar entre Naoko, que representa el amor puro, aunque imposible y Midori, una chica que conoce en la Universidad, mucho más terrenal, de carácter un poco caprichoso, pero muy vital, que también acaba de pasar por dramas familiares, aunque ella es capaz de superarlos con aparente poco esfuerzo.
Junto a estos tres protagonistas se mueven otros personajes: Reiko, la compañera de habitación de Naoko en el sanatorio o Nagasawa, el inteligente compañero de residencia de Watanabe y poseedor de una moral muy laxa: aunque tiene novia, no tiene inconveniente en salir a conocer conquistas de una sola noche (en compañía del protagonista, en muchas ocasiones) y quiere realizar la carrera diplomática, no por vocación, sino por diversión. Quizá Nagasawa sea el contrapunto de Watanabe, por cuanto si éste se preocupa constatemente de las personas que le rodean, él se preocupa casi exclusivamente de sí mismo.
La novela de Murakami funciona como crónica de las vicisitudes amorosas y existenciales de un adolescente un poco confundido y pasivo, pero que no deja de tener suerte con las mujeres a pesar de su total falta de iniciativa. Watanabe trata a todos los personajes de la misma manera, sean cuales sean sus circunstancias, quizá porque no es capaz de actuar de otra manera: sabe escuchar, sabe darse a los demás, pero todo esto parece hacerlo con bastante apatía o al menos con una falta de pasión impropia de su edad, salvo alguna que otra excepción.
No se puede decir ni mucho menos que Tokio Blues esté mal escrita. El estilo narrativo de Murakami es ágil, aunque demasiado propenso al detalle, sobre todo a la hora de describir pormenorizadamente las comidas que toman los personajes e incluso las cantidades que se dejan en el plato. La novela es interesante en cuanto a las pinceladas acerca de la vida cotidiana en el Japón de los años sesenta (cuyos estudiantes universitarios se habían contagiado del espíritu revolucionario que emanaba de París y otras grandes ciudades), convirtiéndose en ocasiones en un libro muy costumbrista, aunque esto esté siempre subordinado a su vocación sentimental. En cualquier caso, las influencias-homenajes del autor japonés provienen de occidente: La montaña mágica, de Thomas Mann y El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger, entre otras. Tampoco hay que olvidar la importancia que tiene en la trama el fenómeno del suicidio, algo muy presente en una sociedad tan exigente y con alto sentido del honor como la japonesa.
La película de Tran Anh Hung es una adaptación cinematográfica muy convencional, muy fiel al original literario en la monotonía de su propuesta, aunque cuenta con la ventaja de poder reproducir su banda sonora, algo muy importante para la narración-pop de Murakami. Norwegian Wood se recrea ante todo en el romance de Watanabe y Naoko, intentando retratarlo como algo lírico a través de unas imágenes preciosistas y que pueden resultar un poco cargantes. Ni el libro ni la película consiguen su objetivo de emocionarme. Aunque sí que es verdad que lo han conseguido con otros muchos lectores-espectadores.
jueves, 24 de diciembre de 2015
STAR WARS: EL DESPERTAR DE LA FUERZA (2015), DE J.J. ABRAMS. CONFUSIÓN EN LA GALAXIA.
El estreno de una nueva película de la saga Star Wars, todos estamos de acuerdo en esto, constituye un acontecimiento que va mucho más allá de lo meramente cinematográfico. Porque la rentabilidad de esta película no depende solo de los resultados en taquilla (excelentes desde el primer instante), sino también de la cantidad de juguetes y productos relacionados que se vendan. En su momento George Lucas consiguió crear un mundo enteramente original, mezclando conceptos como los samurais, el western y el ejército nazi, entre otras muchas cosas. Pero lo más importante es que la saga en sí seguía el camino de un joven héroe según los esquemas de las historias tradicionales que había recogido Joseph Campbell en su famoso estudio El héroe de las mil caras. Todo esto se aderezó con unos efectos especiales espectaculares, al servicio de una historia contada a muy buen ritmo, que llegaría a cotas magistrales con la segunda entrega (quinto capítulo, según se mire), El imperio contraataca, que todavía hoy sigue siendo una de las grandes cimas del cine de fantasía y ciencia ficción. Respecto a la trilogía más moderna, que cuenta la caída de Anakin Skywalker en el lado oscuro, buena parte de los fans reniegan de ella, pero a mí me parece que, obviando algunos fallos evidentes, se trata de una obra muy valiente, que intenta transitar por nuevos caminos y se atreve a mostrarnos intrigas políticas y sentimentales en las que las que la Orden de los Jedi no sale tan bien parada desde un punto de vista ético como uno podía imaginarse.
Con estos precedentes y unos trailers muy prometedores, uno esperaba con ilusión moderada la nueva entrega de Star Wars, aunque con un poco de inquietud a la hora de descubrir si el sello Disney, que ahora goza de los derechos de la franquicia, iba a infantilizar en exceso el producto. Los primeros minutos de metraje parecían presagiar lo contrario, sobre todo porque la película parecía centrarse en un aspecto inédito de la saga: la vida cotidiana de esos soldados imperiales que hasta entonces eran seres sin personalidad dispuestos a recibir en el pecho el correspondiente disparo láser de las tropas rebeldes. También se nos presenta a Kylo Ren, una especie de fanático de Darth Vader que parece haberse unido al lado oscuro de la fuerza para parecerse a él. Si bien al principio su presencia y sus poderes parecen imponentes, su actuación posterior en el devenir de la trama es más bien patética, aunque esto parece explicarse por el conflicto interno en el que vive el personaje. Respecto al resto del elenco, Abrams ha intentado realizar una especie de transición entre lo nuevo y lo viejo, colocando a Han Solo como uno de los protagonistas y alimentando el misterio durante toda la película en torno al destino de Luke Skywalker. Los nuevos personajes, al menos en principio, parecen ser sucesores de cada uno de los roles de los antiguos, aunque habrá que ver si en futuras entregas desarrollan personalidades diferenciadas.
¿Y cómo es Star Wars: el despertar de la fuerza, como película? Pues su principal lastre es un guión absolutamente falto de originalidad, que desarrolla prácticamente el mismo esquema que el episodio IV, incluyendo una Estrella de la Muerte mucho más grande y poderosa, pero igualmente vulnerable. Además, la trama está llena de casualidades y acciones explicadas a medias o no explicadas en absoluto. Hay veces en que las cosas parecen pasar porque sí, sin demasiada coherencia interna. A pesar de las explicaciones del principio, si como espectadores dejamos hace treinta años a una Alianza Rebelde triunfante, no sabemos muy bien de dónde ha salido esa Primera Orden y si la República se ha mantenido durante este tiempo. Y el tratamiento del concepto de la Fuerza... Mejor no hablar de eso, porque ya lo han hecho miles de espectadores en diferentes blogs y comentarios. Solo decir que ha sido un error de tal entidad, que difícilmente van a poder solventarlo con explicaciones razonables en la próxima entrega.
Si bien los efectos especiales son tremendamente efectivos, gracias al ritmo que le impone Abrams a la acción, pero todo esto está lastrado por el escaso interés que suscita lo que sucede en la pantalla, ya que uno sabe más o menos lo que va a pasar en cada momento. Todo demasiado previsible en esta nueva entrega, que da la impresión de haber reducido el universo original en la misma proporción en la que ha crecido la Estrella de la Muerte. No se puede decir que se trate de una película aburrida, ni mucho menos, pero una vez que uno sale de la sala y del influjo de los efectos especiales, lo que queda en buena medida es una decepción demasiado evidente. Esperemos que todos estos graves problemas se eliminen la próxima vez a través de un guión que exprima todo el potencial de este universo.
Con estos precedentes y unos trailers muy prometedores, uno esperaba con ilusión moderada la nueva entrega de Star Wars, aunque con un poco de inquietud a la hora de descubrir si el sello Disney, que ahora goza de los derechos de la franquicia, iba a infantilizar en exceso el producto. Los primeros minutos de metraje parecían presagiar lo contrario, sobre todo porque la película parecía centrarse en un aspecto inédito de la saga: la vida cotidiana de esos soldados imperiales que hasta entonces eran seres sin personalidad dispuestos a recibir en el pecho el correspondiente disparo láser de las tropas rebeldes. También se nos presenta a Kylo Ren, una especie de fanático de Darth Vader que parece haberse unido al lado oscuro de la fuerza para parecerse a él. Si bien al principio su presencia y sus poderes parecen imponentes, su actuación posterior en el devenir de la trama es más bien patética, aunque esto parece explicarse por el conflicto interno en el que vive el personaje. Respecto al resto del elenco, Abrams ha intentado realizar una especie de transición entre lo nuevo y lo viejo, colocando a Han Solo como uno de los protagonistas y alimentando el misterio durante toda la película en torno al destino de Luke Skywalker. Los nuevos personajes, al menos en principio, parecen ser sucesores de cada uno de los roles de los antiguos, aunque habrá que ver si en futuras entregas desarrollan personalidades diferenciadas.
¿Y cómo es Star Wars: el despertar de la fuerza, como película? Pues su principal lastre es un guión absolutamente falto de originalidad, que desarrolla prácticamente el mismo esquema que el episodio IV, incluyendo una Estrella de la Muerte mucho más grande y poderosa, pero igualmente vulnerable. Además, la trama está llena de casualidades y acciones explicadas a medias o no explicadas en absoluto. Hay veces en que las cosas parecen pasar porque sí, sin demasiada coherencia interna. A pesar de las explicaciones del principio, si como espectadores dejamos hace treinta años a una Alianza Rebelde triunfante, no sabemos muy bien de dónde ha salido esa Primera Orden y si la República se ha mantenido durante este tiempo. Y el tratamiento del concepto de la Fuerza... Mejor no hablar de eso, porque ya lo han hecho miles de espectadores en diferentes blogs y comentarios. Solo decir que ha sido un error de tal entidad, que difícilmente van a poder solventarlo con explicaciones razonables en la próxima entrega.
Si bien los efectos especiales son tremendamente efectivos, gracias al ritmo que le impone Abrams a la acción, pero todo esto está lastrado por el escaso interés que suscita lo que sucede en la pantalla, ya que uno sabe más o menos lo que va a pasar en cada momento. Todo demasiado previsible en esta nueva entrega, que da la impresión de haber reducido el universo original en la misma proporción en la que ha crecido la Estrella de la Muerte. No se puede decir que se trate de una película aburrida, ni mucho menos, pero una vez que uno sale de la sala y del influjo de los efectos especiales, lo que queda en buena medida es una decepción demasiado evidente. Esperemos que todos estos graves problemas se eliminen la próxima vez a través de un guión que exprima todo el potencial de este universo.
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martes, 22 de diciembre de 2015
LA NOVIA (2015), DE PAULA ORTIZ. LUNA DE SANGRE.
Cualquier lector de la obra de Federico García Lorca sabe de la fascinación que sentía el poeta granadino por las costumbres del pueblo llano. Aunque él había nacido en una familia relativamente rica, jamás se apartó de su inmenso interés por la cultura popular: los cantos, la música, las costumbres familiares, la presencia de una religión casi pagana y los tabúes establecidos. Andalucía aparece en Bodas de sangre como una tierra de alegría y tragedía, de vida y de muerte. El campo andaluz es el escenario perfecto para mostrar las pasiones desnudas de sus habitantes, que tienen mucho de atávicas. Cuando se produce un enfrentamiento entre dos familias, la racionalidad deja paso a la ira ciega, a cuchillos rojos de sangre. Todo esto está presente en la adaptación cinematográfica realizada con gran riesgo estético por la directora Paula Ortiz.
Porque lo que va a encontrar el espectador en La novia es una interpretación contemporánea de Bodas de sangre, pero muy muy fiel a la esencia de la obra. La trama es sencilla, pero los sentimientos mostrados, muy complejos. Se trata de un triángulo amoroso, en el que una mujer debe decidir con qué hombre se queda. Uno proviene de familia rica (el novio con el que va a casarse) y ofrece una vida larga, estable y tranquila. El otro, de extracción más humilde, provoca en ella sentimientos indomables de deseo. Pero elegirlo a él, abandonar la boda, significa vivir una efímera pero intensa pasión torrencial, que desembocará en una tragedia inimaginable. Los tres fueron compañeros inseparables en la infancia, pero enfrentamientos familiares los separaron. Ahora la boda, celebrada en una noche de luna llena, simbolo lorquiano de la muerte, es el punto límite para tomar las últimas decisiones. ¿Vencerá en la novia la razón o, por contra, se dejará arrastrar por la pasión?
Como ya he apuntado, la gran apuesta de Ortiz para esta producción es integrar la tragedia lorquiana en una estética singular, a lo que ayuda enormemente la magnífica fotografía de los paisajes almerienses en los que La novia se ha rodado. Si por algo se distingue esta elección es por lograr presentar los inmensos horizontes desérticos propios de aquellas tierras como un espacio opresivo. Como si quien allí hubiera nacido no pudiera alejarse mucho, ni de su vida ni de sus tierras, lo cual significa que el destino es el que domina la existencia de sus habitantes. Esto no significa que la culpa, una culpa inmensa y devoradora sea la auténtica triunfadora respecto a los hechos acaecidos en una noche de boda y de luna llena: una traición imperdonable que no puede ser explicada con palabras. Si les gusta Lorca, no duden en acercarse a contemplar la espléndida adaptación y el trabajo exquisito de esta directora y sus intérpretes, a la vez respetuosos con la obra de Lorca y capaz de explorar sus límites.
Porque lo que va a encontrar el espectador en La novia es una interpretación contemporánea de Bodas de sangre, pero muy muy fiel a la esencia de la obra. La trama es sencilla, pero los sentimientos mostrados, muy complejos. Se trata de un triángulo amoroso, en el que una mujer debe decidir con qué hombre se queda. Uno proviene de familia rica (el novio con el que va a casarse) y ofrece una vida larga, estable y tranquila. El otro, de extracción más humilde, provoca en ella sentimientos indomables de deseo. Pero elegirlo a él, abandonar la boda, significa vivir una efímera pero intensa pasión torrencial, que desembocará en una tragedia inimaginable. Los tres fueron compañeros inseparables en la infancia, pero enfrentamientos familiares los separaron. Ahora la boda, celebrada en una noche de luna llena, simbolo lorquiano de la muerte, es el punto límite para tomar las últimas decisiones. ¿Vencerá en la novia la razón o, por contra, se dejará arrastrar por la pasión?
Como ya he apuntado, la gran apuesta de Ortiz para esta producción es integrar la tragedia lorquiana en una estética singular, a lo que ayuda enormemente la magnífica fotografía de los paisajes almerienses en los que La novia se ha rodado. Si por algo se distingue esta elección es por lograr presentar los inmensos horizontes desérticos propios de aquellas tierras como un espacio opresivo. Como si quien allí hubiera nacido no pudiera alejarse mucho, ni de su vida ni de sus tierras, lo cual significa que el destino es el que domina la existencia de sus habitantes. Esto no significa que la culpa, una culpa inmensa y devoradora sea la auténtica triunfadora respecto a los hechos acaecidos en una noche de boda y de luna llena: una traición imperdonable que no puede ser explicada con palabras. Si les gusta Lorca, no duden en acercarse a contemplar la espléndida adaptación y el trabajo exquisito de esta directora y sus intérpretes, a la vez respetuosos con la obra de Lorca y capaz de explorar sus límites.
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sábado, 19 de diciembre de 2015
LA ECONOMÍA DEL BIEN COMÚN (2012), DE CHRISTIAN FELBER. DARWINISMO VS. COOPERACIÓN.
Aunque es denominada usualmente de ese modo, deberíamos usar con todas las prevenciones el término ciencia para referirnos a la economía. Una ciencia es capaz de usar los instrumentos de que dispone para predecir acontecimientos y sus postulados pueden ser refutados o confirmados a través de la experiencia. Los mejores economistas no supieron prever la crisis que se nos venía encima. Allá por el 2007 la mayoría de ellos todavía pronosticaba prosperidad para los próximos años. Es cierto que el fenómeno de la globalización ha conseguido que esta disciplina se vuelva tan compleja y sujeta a tal número de variables, que en realidad nadie sea capaz de decir con certeza lo que va a suceder mañana. La desregulación de los mercados y las privatizaciones de servicios públicos, acometidas tan alegremente en los ochenta, han logrado que, paulatinamente, el poder de muchas multinacionales sobrepase al de los Estados. Si bien es cierto que el mundo es bastante más rico que hace unas pocas décadas, también lo es que el reparto de dicha riqueza se concentra en unas pocas manos, mientras buena parte de la humanidad pierde derechos duramente conquistados día a día. Además, el ritmo de crecimiento económico es insostenible para el equilibrio ecológico del planeta, algo que se ha hecho bien patente con la reciente celebración de la Cumbre de París.
Ante esta realidad, el triunfante pensamiento neoliberal (pensamiento único, lo llaman sus críticos) asegura que no existen alternativas. Cualquier intento de crítica es siempre recibido con una mirada de irónica conmiseración, propia de quienes se creen en posesión de una verdad absoluta. Pocos gobiernos son ya plenamente soberanos en la cuestión económica. Todos se encuentran sometidos al capricho de los mercados y a la permanente amenaza de la rebaja de notas por parte de las agencias de calificación, una especie de nueva inquisición que condena al gobierno hereje que intenta meramente poner en marcha una política socialdemócrata. Por eso el libro de Christian Felber ha sido recibido en ciertos círculos como una especie de broma de mal gusto, como un conjunto de ideas delirantes que, de ser aplicadas, nos llevarían a un desastre similar al organizado por el comunismo en Europa del Este. Para otros, en cambio, la economía del bien común no deja de ser una posibilidad esperanzadora, una reordenación radical de la economía, de su funcionamiento y de sus fines. Desde mi punto de vista, absolutamente profano en la materia, merece la pena leer el libro y reflexionar acerca de sus principales (y revolucionarios) postulados. Siempre he pensado que la ciencia económica debería estar al servicio del hombre y no exclusivamente del capital.
"Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general". Esta cita no pertenece a ningún texto revolucionario, ni a ninguno de los programas de los partidos de izquierdas que se presentan a las elecciones generales. Se trata del artículo 128 de la Constitución Española. Ahora que tanto se habla de reformar la Constitución, es bueno saber que bastaría con que su texto fuera cumplido en su integridad para elevar de manera muy apreciable el bienestar de los españoles. Llevamos tantos años escuchando hablar de la sacrosanta libertad del mercado y de la motivación única del beneficio económico para hacerlo funcionar, que parece comúmente aceptada una especie de concepción darwinista del mismo: un lugar donde solo triunfan los más fuertes, los más listos, los más despiadados, los se adaptan mejor a una realidad eternamente cambiante, en suma.
La intención de Felber es la búsqueda de un sistema alternativo que, partiendo del capitalismo, se oriente, no a la búsqueda desenfrenada de beneficios, sino a un nuevo paradigma, en el que se premie a las empresas que integren una economía sostenible, traten bien a sus trabajadores e incluso cooperen con la competencia a la hora de tomar las decisiones que sean más favorables no para su exclusivo beneficio, sino para el bien común. Esto se consigue fundamentalmente dotando a la ciencia económica de alma, un elemento que hasta ahora no se ha estimado necesario. Porque lo natural en el hombre es la cooperación, no la competición, aunque nos hayan educado desde pequeños para estar preparados para esto último. Nuestro mundo es altamente competitivo. La idea preponderante es que solo los mejores pueden triunfar y vivir bien y quien no lo consigue, es un fracasado. Esto genera un continuo estado de ansiedad en gran número de ciudadanos. Los gobiernos fomentan la idea de que el éxito o el fracaso dependen únicamente de uno mismo, de cómo gestione sus propias habilidades, pero cuando llegan las inevitables crisis económicas no tiene reparos en usar una doble vara de medir, dejando tirados en la estacada a muchos trabajadores, mientras dedica ayudas millonarias a unos bancos que no tienen escrúpulo moral alguno en embargar las viviendas de esos mismos trabajadores:
"Cuando en el mercado tenemos que temer constantemente que los demás se aprovechen de nosotros tan pronto tengan la más mínima posibilidad, sistemáticamente se pierde algo esencial: la confianza. El economista dice: no pasa nada, en la economía se trata de eficacia. Eso es una perversión. La confianza es el mayor bien social y cultural que conocemos. La confianza es aquello que mantiene unida a la sociedad en lo más profundo, no la eficacia. Imagínese una sociedad en la que pudiera confiar plenamente. ¿No sería la sociedad con el mayor nivel de calidad de vida? Y al revés, una sociedad en la que tuvieran que desconfiar de cada persona. ¿No sería ésta la sociedad con la peor calidad de vida?
(...) Por este motivo, el miedo es un fenómeno muy extendido en las economías capitalistas de mercado: se teme perder el trabajo, los ingresos, el estatus, el reconocimiento social y la pertenencia. En la competición por escasos bienes hay en general muchos perdedores, y la mayoría tienen miedo de resultar afectados. Pero hay más componentes de la motivación dentro de la competencia. Mientras que el miedo empuja por detrás, desde delante arrastra una especie de deseo placentero. Pero ¿qué deseo? Se trata del deseo de triunfar, de ser mejor que todos los demás. Esto, desde un punto de vista psicológico, es un motor problemático. La finalidad de nuestras acciones no debería sobresalir por encima de los demás, sino ocuparnos bien de nuestros propios asuntos, que para nosotros son coherentes y nos gusta realizarlos. En este punto deberíamos referirnos a la autoestima. Aquél que relaciona su propio valor con ser mejor que los demás depende completamente de que los demás sean peores. Desde un punto de vista psicológico se trata de un narcisismo patológico. Sentirse mejor porque los demás son peores es simplemente enfermizo. Lo sano sería nutrir nuestra autoestima de acciones que nos gustara realizar, elegidas libremente y por tanto dotadas de sentido. Si nos concentrásemos en ser nosotros mismos en vez de en ser mejores, nadie saldría perjudicado ni habría necesidad alguna de la existencia de perdedores"
La teoría de La economía del bien común se fundamenta en la profundización de la democracia, para llevarla también a las decisiones económicas y en la limitación de los beneficios individuales, quizá el punto que escandilazará más a los defensores del capitalismo ultraliberal. Está probado científicamente que, a partir de cierto punto, las ganancias económicas no otorgan más felicidad al individuo, sino que le añaden preocupaciones. Si la industria del lujo, por ejemplo, quebrara y fuera sustituida por empresas dedicadas al bien común, no creo que se resintiera demasiado la felicidad de la humanidad. Que en Estados Unidos un directivo pueda ganar cientos de miles de veces el salario mínimo no deja de ser un escándalo, sobre todo porque es imposible que su labor sea comparativamente tan valiosa. Sería mucho más racional limitar las diferencias salariales y otorgar prestigio a aquellos cuyo trabajo beneficia a un mayor número de gente. Que las empresas cambien sus balances de beneficio por balances en bien común puede parecer a primera vista una idea extravagante, pero tal y como la expone Felber tiene visos de funcionar si es cierto que el egoísmo no es el principal motor de la psicología humana. Que existan unos auditores para medir el nivel de bien común en cada empresa no coarta la libertad más que la existencia de inspectores de medio ambiente o de hacienda:
"La libertad es importante, pero es más importante que el derecho de todos a libertad sea el mismo. Por esto, el derecho a la propiedad tiene que estar relativamente limitado."
Así pues, limitar las ganacias e imponer un tope a la propiedad de los individuos parece el obstáculo que mayores resistencias presentará. En cualquier caso, como afirma el autor, el actual estado de cosas discrepa ampliamente de los principios constitucionales y de derechos humanos comúnmente aceptados sobre el papel por la mayoría de las naciones democráticas. Sería bueno que La economía del bien común fuera difundido en distintos ámbitos sociales (como ya lo está siendo en algunos países) y sus principales postulados fueran objeto de debate. Si verdaderamente este sistema funcionara, con democracia plena, tal y como expone Felber, y sustituyendo darwinismo por cooperación, sería un paso adelante para las relaciones humanas, comparable con lo que significó la Revolución Francesa para la caída del Antiguo Régimen.
"Todas las corrientes de pensamiento y todas las religiones recomiendan: ¡ayudaos los unos a los otros, cooperad, sed generosos y compartid! ¡No hagas nada que no quieras que te hagan a ti! Estas «reglas de oro» de la ética son universales. No conozco ninguna corriente de pensamiento ni ninguna religión del mundo que nos quisiera educar en la competencia y el egoísmo. Tanto más sorprendente es que el sistema económico occidental esté basado en valores que no están respaldados por ninguna religión o ética. ¡El darwinismo social, sin la más mínima base científica, es la religión secreta de la economía!"
Ante esta realidad, el triunfante pensamiento neoliberal (pensamiento único, lo llaman sus críticos) asegura que no existen alternativas. Cualquier intento de crítica es siempre recibido con una mirada de irónica conmiseración, propia de quienes se creen en posesión de una verdad absoluta. Pocos gobiernos son ya plenamente soberanos en la cuestión económica. Todos se encuentran sometidos al capricho de los mercados y a la permanente amenaza de la rebaja de notas por parte de las agencias de calificación, una especie de nueva inquisición que condena al gobierno hereje que intenta meramente poner en marcha una política socialdemócrata. Por eso el libro de Christian Felber ha sido recibido en ciertos círculos como una especie de broma de mal gusto, como un conjunto de ideas delirantes que, de ser aplicadas, nos llevarían a un desastre similar al organizado por el comunismo en Europa del Este. Para otros, en cambio, la economía del bien común no deja de ser una posibilidad esperanzadora, una reordenación radical de la economía, de su funcionamiento y de sus fines. Desde mi punto de vista, absolutamente profano en la materia, merece la pena leer el libro y reflexionar acerca de sus principales (y revolucionarios) postulados. Siempre he pensado que la ciencia económica debería estar al servicio del hombre y no exclusivamente del capital.
"Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general". Esta cita no pertenece a ningún texto revolucionario, ni a ninguno de los programas de los partidos de izquierdas que se presentan a las elecciones generales. Se trata del artículo 128 de la Constitución Española. Ahora que tanto se habla de reformar la Constitución, es bueno saber que bastaría con que su texto fuera cumplido en su integridad para elevar de manera muy apreciable el bienestar de los españoles. Llevamos tantos años escuchando hablar de la sacrosanta libertad del mercado y de la motivación única del beneficio económico para hacerlo funcionar, que parece comúmente aceptada una especie de concepción darwinista del mismo: un lugar donde solo triunfan los más fuertes, los más listos, los más despiadados, los se adaptan mejor a una realidad eternamente cambiante, en suma.
La intención de Felber es la búsqueda de un sistema alternativo que, partiendo del capitalismo, se oriente, no a la búsqueda desenfrenada de beneficios, sino a un nuevo paradigma, en el que se premie a las empresas que integren una economía sostenible, traten bien a sus trabajadores e incluso cooperen con la competencia a la hora de tomar las decisiones que sean más favorables no para su exclusivo beneficio, sino para el bien común. Esto se consigue fundamentalmente dotando a la ciencia económica de alma, un elemento que hasta ahora no se ha estimado necesario. Porque lo natural en el hombre es la cooperación, no la competición, aunque nos hayan educado desde pequeños para estar preparados para esto último. Nuestro mundo es altamente competitivo. La idea preponderante es que solo los mejores pueden triunfar y vivir bien y quien no lo consigue, es un fracasado. Esto genera un continuo estado de ansiedad en gran número de ciudadanos. Los gobiernos fomentan la idea de que el éxito o el fracaso dependen únicamente de uno mismo, de cómo gestione sus propias habilidades, pero cuando llegan las inevitables crisis económicas no tiene reparos en usar una doble vara de medir, dejando tirados en la estacada a muchos trabajadores, mientras dedica ayudas millonarias a unos bancos que no tienen escrúpulo moral alguno en embargar las viviendas de esos mismos trabajadores:
"Cuando en el mercado tenemos que temer constantemente que los demás se aprovechen de nosotros tan pronto tengan la más mínima posibilidad, sistemáticamente se pierde algo esencial: la confianza. El economista dice: no pasa nada, en la economía se trata de eficacia. Eso es una perversión. La confianza es el mayor bien social y cultural que conocemos. La confianza es aquello que mantiene unida a la sociedad en lo más profundo, no la eficacia. Imagínese una sociedad en la que pudiera confiar plenamente. ¿No sería la sociedad con el mayor nivel de calidad de vida? Y al revés, una sociedad en la que tuvieran que desconfiar de cada persona. ¿No sería ésta la sociedad con la peor calidad de vida?
(...) Por este motivo, el miedo es un fenómeno muy extendido en las economías capitalistas de mercado: se teme perder el trabajo, los ingresos, el estatus, el reconocimiento social y la pertenencia. En la competición por escasos bienes hay en general muchos perdedores, y la mayoría tienen miedo de resultar afectados. Pero hay más componentes de la motivación dentro de la competencia. Mientras que el miedo empuja por detrás, desde delante arrastra una especie de deseo placentero. Pero ¿qué deseo? Se trata del deseo de triunfar, de ser mejor que todos los demás. Esto, desde un punto de vista psicológico, es un motor problemático. La finalidad de nuestras acciones no debería sobresalir por encima de los demás, sino ocuparnos bien de nuestros propios asuntos, que para nosotros son coherentes y nos gusta realizarlos. En este punto deberíamos referirnos a la autoestima. Aquél que relaciona su propio valor con ser mejor que los demás depende completamente de que los demás sean peores. Desde un punto de vista psicológico se trata de un narcisismo patológico. Sentirse mejor porque los demás son peores es simplemente enfermizo. Lo sano sería nutrir nuestra autoestima de acciones que nos gustara realizar, elegidas libremente y por tanto dotadas de sentido. Si nos concentrásemos en ser nosotros mismos en vez de en ser mejores, nadie saldría perjudicado ni habría necesidad alguna de la existencia de perdedores"
La teoría de La economía del bien común se fundamenta en la profundización de la democracia, para llevarla también a las decisiones económicas y en la limitación de los beneficios individuales, quizá el punto que escandilazará más a los defensores del capitalismo ultraliberal. Está probado científicamente que, a partir de cierto punto, las ganancias económicas no otorgan más felicidad al individuo, sino que le añaden preocupaciones. Si la industria del lujo, por ejemplo, quebrara y fuera sustituida por empresas dedicadas al bien común, no creo que se resintiera demasiado la felicidad de la humanidad. Que en Estados Unidos un directivo pueda ganar cientos de miles de veces el salario mínimo no deja de ser un escándalo, sobre todo porque es imposible que su labor sea comparativamente tan valiosa. Sería mucho más racional limitar las diferencias salariales y otorgar prestigio a aquellos cuyo trabajo beneficia a un mayor número de gente. Que las empresas cambien sus balances de beneficio por balances en bien común puede parecer a primera vista una idea extravagante, pero tal y como la expone Felber tiene visos de funcionar si es cierto que el egoísmo no es el principal motor de la psicología humana. Que existan unos auditores para medir el nivel de bien común en cada empresa no coarta la libertad más que la existencia de inspectores de medio ambiente o de hacienda:
"La libertad es importante, pero es más importante que el derecho de todos a libertad sea el mismo. Por esto, el derecho a la propiedad tiene que estar relativamente limitado."
Así pues, limitar las ganacias e imponer un tope a la propiedad de los individuos parece el obstáculo que mayores resistencias presentará. En cualquier caso, como afirma el autor, el actual estado de cosas discrepa ampliamente de los principios constitucionales y de derechos humanos comúnmente aceptados sobre el papel por la mayoría de las naciones democráticas. Sería bueno que La economía del bien común fuera difundido en distintos ámbitos sociales (como ya lo está siendo en algunos países) y sus principales postulados fueran objeto de debate. Si verdaderamente este sistema funcionara, con democracia plena, tal y como expone Felber, y sustituyendo darwinismo por cooperación, sería un paso adelante para las relaciones humanas, comparable con lo que significó la Revolución Francesa para la caída del Antiguo Régimen.
"Todas las corrientes de pensamiento y todas las religiones recomiendan: ¡ayudaos los unos a los otros, cooperad, sed generosos y compartid! ¡No hagas nada que no quieras que te hagan a ti! Estas «reglas de oro» de la ética son universales. No conozco ninguna corriente de pensamiento ni ninguna religión del mundo que nos quisiera educar en la competencia y el egoísmo. Tanto más sorprendente es que el sistema económico occidental esté basado en valores que no están respaldados por ninguna religión o ética. ¡El darwinismo social, sin la más mínima base científica, es la religión secreta de la economía!"
viernes, 18 de diciembre de 2015
EL CHICO DE LA ÚLTIMA FILA (2006), DE JUAN MAYORGA. EL OJO DE LA CERRADURA.
Germán, el profesor de lengua se encuentra, como se dice vulgarmente, quemado. Hace tiempo que tiró la toalla en su eterna lucha contra la mediocridad del alumnado. Los trabajos que les manda son despachados por éstos a través de la ley del mínimo esfuerzo. Pero un buen día, una redacción destaca sobre las demás. Es la de Claudio, un alumno invisible que se sienta en la última fila, no tanto para pasar desapercibido, sino para practicar la actividad vital que más le gusta: observar tranquilamente el comportamiento de los demás. Nadie se fija en él y él puede fijarse en todos. Quizá ese es uno de los atributos más importantes para desarrollar la pasión que está empezando a descubrir, la de narrar historias. Pero como todas las pasiones llevadas hasta el extremo, esta puede resultar enfermiza, sobre todo si es estimulada por un profesor que no puede sustraerse a una malsana curiosidad por todo lo que escribe su pupilo. Ha nacido una relación nociva entre dos seres que no se encuentran a gusto en el mundo real, en la que acaban confundiendo la realidad con las ficciones.
Porque en la novela por entregas que Claudio va desarrollando para Germán está presente el morbo de lo cotidiano, de la descripción objetiva de la vida de una familia normal de clase media, con su existencia un poco aburrida, repleta de conflictos de baja intensidad. Además, explica por qué ha elegido a la familia (o la casa) de su amigo Rafa:
"¿Por qué Rafa?, ¿por qué lo elegí a él? Porque él es normal. Él está en el extremo opuesto. Hay otros de clase que están en el extremo opuesto, pero hubo algo que, el curso pasado, me hizo fijarme en Rafa: a menudo, al salir de clase, vi a sus padres esperándolo, cogidos de la mano. A otros chicos les avergüenza que sus padres vayan por allí, porque les avergüenza la situación o porque se avergüenzan de sus padres. Rafa no. Rafa parecía conforme con aquello. Y yo me preguntaba: ¿Cómo será su casa?; ¿cómo será la casa de una familia normal?"
En su trabajo, el escritor se comporta casi como un antropólogo, pormenorizando detalles que pueden parecer banales, pero que van cobrando sentido cuando él mismo empieza a implicarse en la historia. Lo que cuenta Claudio ¿empieza siendo realidad y se convierte en ficción? ¿es ficción desde el principio? ¿o se trata de un escritor tan ingenuo que no sabría desplegarse ni un ápice de los hechos de los que es testigo? Nosotros, como lectores o espectadores de la adaptación cinematográfica (En la casa, de François Ozon) , jamás podremos estar seguros, pero sí que asistiremos al proceso de degradación de ambos protagonistas, atrapados por la magia de una historia intrascendente pero absolutamente adictiva. Como sucedía con Sherezade, la narradora de Las mil y una noches, que fascinaba al Sultán con un cuento que nunca finalizaba, el profesor, un hombre adulto y respetable, queda tan prendado de la historia que es capaz hasta de robar un examen, con tal de que la narración siga su curso.
Juan Mayorga resume muy bien el sentido de su obra en una entrevista que se publicó en su día en el diario Abc:
" (...)está lleno de misterios, de contradicciones, de conflictos, de grandes pasiones... En él se juega con la pasión de mirar la vida de los otros, y se invita a los espectadores a mirar la vida de esa familia a través del ojo de una cerradura."
Porque en la novela por entregas que Claudio va desarrollando para Germán está presente el morbo de lo cotidiano, de la descripción objetiva de la vida de una familia normal de clase media, con su existencia un poco aburrida, repleta de conflictos de baja intensidad. Además, explica por qué ha elegido a la familia (o la casa) de su amigo Rafa:
"¿Por qué Rafa?, ¿por qué lo elegí a él? Porque él es normal. Él está en el extremo opuesto. Hay otros de clase que están en el extremo opuesto, pero hubo algo que, el curso pasado, me hizo fijarme en Rafa: a menudo, al salir de clase, vi a sus padres esperándolo, cogidos de la mano. A otros chicos les avergüenza que sus padres vayan por allí, porque les avergüenza la situación o porque se avergüenzan de sus padres. Rafa no. Rafa parecía conforme con aquello. Y yo me preguntaba: ¿Cómo será su casa?; ¿cómo será la casa de una familia normal?"
En su trabajo, el escritor se comporta casi como un antropólogo, pormenorizando detalles que pueden parecer banales, pero que van cobrando sentido cuando él mismo empieza a implicarse en la historia. Lo que cuenta Claudio ¿empieza siendo realidad y se convierte en ficción? ¿es ficción desde el principio? ¿o se trata de un escritor tan ingenuo que no sabría desplegarse ni un ápice de los hechos de los que es testigo? Nosotros, como lectores o espectadores de la adaptación cinematográfica (En la casa, de François Ozon) , jamás podremos estar seguros, pero sí que asistiremos al proceso de degradación de ambos protagonistas, atrapados por la magia de una historia intrascendente pero absolutamente adictiva. Como sucedía con Sherezade, la narradora de Las mil y una noches, que fascinaba al Sultán con un cuento que nunca finalizaba, el profesor, un hombre adulto y respetable, queda tan prendado de la historia que es capaz hasta de robar un examen, con tal de que la narración siga su curso.
Juan Mayorga resume muy bien el sentido de su obra en una entrevista que se publicó en su día en el diario Abc:
" (...)está lleno de misterios, de contradicciones, de conflictos, de grandes pasiones... En él se juega con la pasión de mirar la vida de los otros, y se invita a los espectadores a mirar la vida de esa familia a través del ojo de una cerradura."
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miércoles, 16 de diciembre de 2015
LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL (1869), DE GUSTAVE FLAUBERT. EL AMOR COMO VOLUNTAD Y REPRESENTACIÓN.
Gustave Flaubert es uno de los grandes estetas de la historia de la literatura. Famosa es su afirmación, quizá no realizada totalmente en serio, de que su ideal era escribir un libro sobre la nada, que se sostuviera tan solo por la fuerza de su estilo. Mucho de esto hay en la concepción de La educación sentimental, que ocupó a su autor durante cinco largos años. Una misiva dirigida a su amiga Mlle. Leroyer de Chantepie nos ofrece una valiosa información acerca de las intenciones de Flaubert cuando comenzaba el proceso de escritura:
"Estoy empeñado desde hace un mes en una novela de costumbres que se desarrollará en París. Quiero hacer la historia moral, o más exactamente sentimental de los hombres de mi generación. Es una novela de amor, de pasión como puede haber ahora, es decir inactiva. El tema tal como lo he concebido es, creo, profundamente verdadero, pero me pareció en sí mismo probablemente poco divertido. Faltan un poco los hechos, el drama, y la acción se desarrolla en un periodo de tiempo demasiado largo. En fin, estoy muy cansado y lleno de preocupaciones."
Flaubert necesitaba la perfección en cada página, pero sus novelas distan de ser tan solo estilo. Esta es solo la base que sostiene una perfecta construcción que sumerge al lector plenamente en un mundo totalmente distinto: el de la Francia de mitad del siglo XIX, en su sociedad, en sus intrigas, retratando a una gran cantidad de personajes con una inaudita precisión, propia de un observador de la realidad que nunca llega a implicarse de manera absoluta en la misma. Porque el maestro francés necesitaba vivir para su arte, por lo que era capaz de pasar días encerrado, ensimismado consigo mismo, con sus folios en blanco, rememorando su juventud para escribir la que será su obra más autobiográfica. Al igual que Proust partirá décadas después del recuerdo del olor de una magdalena para construir su obra maestra, Flaubert parte también del recuerdo de un episodio de juventud: el encuentro fortuito, en la playa de Trouville, donde pasaba las vacaciones con su familia, con la hermosa mujer que habría de marcar su existencia: Elisa Foucault. Además de ser trece años mayor que Flaubert, Foucault era una mujer ya comprometida, pero eso no fue óbice para que ambos mantuvieran durante décadas una relación platónica, nunca consumada.
La presencia espiritual de Elisa le sirvió a Flaubert para inspirar el amor de su personaje, Frédéric Moreau, por una mujer casada y honesta, la señora Arnoux, que a sus ojos es un ser puro y el auténtico causante de buena parte de sus decisiones vitales. Porque Frédéric orienta su existencia a estar cerca de la presencia del ser amado, aunque nunca llegue a poseerla del todo, ya sea por la virtud de ella, ya sea porque las circunstacias se alían en ese sentido. Evidentemente en la existencia de Frédéric habrá otras mujeres: la joven e ingenua Louise, la bella Roseanette, que representa la lujuria o la señora Dambreuse, que representa la oportuidad de adquirir prestigio social si llega a casarse con ella. Pero ninguna es capaz de despertar el sentimiento de plenitud que le hace sentir la presencia de la señora Arnoux, por quien, un joven en el fondo tan egoísta como Frédéric, es capaz de desperdiar magníficas oportunidades de prosperidad económica y social. Su auténtica ambición es la amorosa, aunque todo lo que no tenga que ver con aquella a la que llega a definir como "la sustancia de su corazón, el fondo mismo de su vida", le termina aburriendo, como cuando pasea en público con Roseanette, momento que debería ser triunfal para un joven como él:
"Entonces Fréderic se acordó de los días ya lejanos en que ambicionaba la inefable dicha de encontrarse en uno de aquellos coches, al lado de una de aquellas mujeres. Ya la poseía y no se sentía más feliz con ella."
Además de las veleidades amorosas del protagonista, en La educación sentimental está presente la sociedad parisina y el pulso de la historia de aquellos años tan complicados, en los que el impulso revolucionario de los franceses se presentaba cada pocos años, mientras que doctrinas como la del socialismo se iban haciendo populares entre intelectuales y obreros. Flaubert describe el ambiente de la época, describe magistralmente los sucesos de París en 1848 y sus consecuencias: la caída de la monarquía y la proclamación de la II República. Además, nos ofrece algunos apuntes de su propio - y en buena parte conservador - ideario político:
"¿Quién sabe? ¿Tal vez el progreso no es realizable más que por una aristocracia o por un hombre? La iniciativa viene siempre de arriba. El pueblo es menor, digan lo que digan."
La educación sentimental funciona también como una narración equidistante con Madame Bovary en muchos aspectos: si ésta última describe con todo detalle la psicología de una mujer frustrada de provincias, que vive en un mundo propio de ensoñaciones, algo de eso hay también en Frédéric, un joven de origen provinciano que se lanza a conquistar la capital, pero que el fondo es un inadaptado, alguien que necesita alimentar constantemente su ego y que, seguramente, si hubiera consumado su relación con la señora Arnoux, pronto se hubiera hartado de ella y se hubiera lanzado a la conquista de cualquier novedad. Solo que Madame Bovary es una obra un poco más redonda, puesto que profundiza más en su protagonista, algo que es posible en La educación sentimental solo a medias, por su abundancia de personajes y situaciones. En cualquier caso, ambas son obras imprescindibles de la literatura universal y lecturas complementarias, para conocer en toda su dimensión a un genio llamado Gustave Flaubert.
"Estoy empeñado desde hace un mes en una novela de costumbres que se desarrollará en París. Quiero hacer la historia moral, o más exactamente sentimental de los hombres de mi generación. Es una novela de amor, de pasión como puede haber ahora, es decir inactiva. El tema tal como lo he concebido es, creo, profundamente verdadero, pero me pareció en sí mismo probablemente poco divertido. Faltan un poco los hechos, el drama, y la acción se desarrolla en un periodo de tiempo demasiado largo. En fin, estoy muy cansado y lleno de preocupaciones."
Flaubert necesitaba la perfección en cada página, pero sus novelas distan de ser tan solo estilo. Esta es solo la base que sostiene una perfecta construcción que sumerge al lector plenamente en un mundo totalmente distinto: el de la Francia de mitad del siglo XIX, en su sociedad, en sus intrigas, retratando a una gran cantidad de personajes con una inaudita precisión, propia de un observador de la realidad que nunca llega a implicarse de manera absoluta en la misma. Porque el maestro francés necesitaba vivir para su arte, por lo que era capaz de pasar días encerrado, ensimismado consigo mismo, con sus folios en blanco, rememorando su juventud para escribir la que será su obra más autobiográfica. Al igual que Proust partirá décadas después del recuerdo del olor de una magdalena para construir su obra maestra, Flaubert parte también del recuerdo de un episodio de juventud: el encuentro fortuito, en la playa de Trouville, donde pasaba las vacaciones con su familia, con la hermosa mujer que habría de marcar su existencia: Elisa Foucault. Además de ser trece años mayor que Flaubert, Foucault era una mujer ya comprometida, pero eso no fue óbice para que ambos mantuvieran durante décadas una relación platónica, nunca consumada.
La presencia espiritual de Elisa le sirvió a Flaubert para inspirar el amor de su personaje, Frédéric Moreau, por una mujer casada y honesta, la señora Arnoux, que a sus ojos es un ser puro y el auténtico causante de buena parte de sus decisiones vitales. Porque Frédéric orienta su existencia a estar cerca de la presencia del ser amado, aunque nunca llegue a poseerla del todo, ya sea por la virtud de ella, ya sea porque las circunstacias se alían en ese sentido. Evidentemente en la existencia de Frédéric habrá otras mujeres: la joven e ingenua Louise, la bella Roseanette, que representa la lujuria o la señora Dambreuse, que representa la oportuidad de adquirir prestigio social si llega a casarse con ella. Pero ninguna es capaz de despertar el sentimiento de plenitud que le hace sentir la presencia de la señora Arnoux, por quien, un joven en el fondo tan egoísta como Frédéric, es capaz de desperdiar magníficas oportunidades de prosperidad económica y social. Su auténtica ambición es la amorosa, aunque todo lo que no tenga que ver con aquella a la que llega a definir como "la sustancia de su corazón, el fondo mismo de su vida", le termina aburriendo, como cuando pasea en público con Roseanette, momento que debería ser triunfal para un joven como él:
"Entonces Fréderic se acordó de los días ya lejanos en que ambicionaba la inefable dicha de encontrarse en uno de aquellos coches, al lado de una de aquellas mujeres. Ya la poseía y no se sentía más feliz con ella."
Además de las veleidades amorosas del protagonista, en La educación sentimental está presente la sociedad parisina y el pulso de la historia de aquellos años tan complicados, en los que el impulso revolucionario de los franceses se presentaba cada pocos años, mientras que doctrinas como la del socialismo se iban haciendo populares entre intelectuales y obreros. Flaubert describe el ambiente de la época, describe magistralmente los sucesos de París en 1848 y sus consecuencias: la caída de la monarquía y la proclamación de la II República. Además, nos ofrece algunos apuntes de su propio - y en buena parte conservador - ideario político:
"¿Quién sabe? ¿Tal vez el progreso no es realizable más que por una aristocracia o por un hombre? La iniciativa viene siempre de arriba. El pueblo es menor, digan lo que digan."
La educación sentimental funciona también como una narración equidistante con Madame Bovary en muchos aspectos: si ésta última describe con todo detalle la psicología de una mujer frustrada de provincias, que vive en un mundo propio de ensoñaciones, algo de eso hay también en Frédéric, un joven de origen provinciano que se lanza a conquistar la capital, pero que el fondo es un inadaptado, alguien que necesita alimentar constantemente su ego y que, seguramente, si hubiera consumado su relación con la señora Arnoux, pronto se hubiera hartado de ella y se hubiera lanzado a la conquista de cualquier novedad. Solo que Madame Bovary es una obra un poco más redonda, puesto que profundiza más en su protagonista, algo que es posible en La educación sentimental solo a medias, por su abundancia de personajes y situaciones. En cualquier caso, ambas son obras imprescindibles de la literatura universal y lecturas complementarias, para conocer en toda su dimensión a un genio llamado Gustave Flaubert.
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domingo, 13 de diciembre de 2015
ANTES QUE EL DIABLO SEPA QUE HAS MUERTO (2007), DE SIDNEY LUMET. UN PLAN SENCILLO.
Resulta fascinante que un director tan veterano como Sidney Lumet (nacido en 1924) fuera capaz todavía, a sus más de ochenta años, de ofrecernos una lección de cine de esta envergadura. Como es habitual, dio pie a un sugestivo debate en el que no faltaron análisis psicológicos acerca del comportamiento de dos personajes - hermanos - tan antagónicos. Aquí el artículo:
http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2015/12/antes-que-el-diablo-sepa-que-has-muerto.html
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jueves, 10 de diciembre de 2015
SOBRE EL MAL (2010), DE TERRY EAGLETON. PRISIONEROS DE UN MUNDO HOSTIL.
El problema del mal ha ocupado las mentes de filósofos y teólogos durante siglos y siglos. El pensandor aleman Rüdiger Safranski lo definió como "el drama de la libertad". Y es que ciertamente los creyentes solo pueden explicar su presencia en el mundo como una capacidad de elegir del hombre otorgada por Dios: tenemos la capacidad de ser buenos y también la de desviarnos del camino marcado por la autoridad divina, pero siempre en uso de nuestra libertad. Esta explicación deja fuera a la naturaleza, cuyo devenir es siempre indiferente a las vicisitudes humanas. Un terremoto o la erupción de un volcán no pueden ser explicados como consecuencia del pecado de los hombres, por mucho que muchos se esforzaran en verlo así. Ni siquiera la evolución de nuestra especie ha seguido un camino lineal, es más fruto de la circunstancias casuales que de un plan preconcebido.
Después de todo, seguimos siendo animales, aunque con capacidad de raciocinio, que no siempre utilizamos de la mejor manera. El egoísmo es la condición natural del ser humano. La bondad tiene que ser aprendida, pues casi siempre tiene que ver con la ética, con el cumplimiento de las normas que regulan la convivencia o con preceptos morales o religiosos. Por eso existe el derecho penal, para disuadir a quienes pretender atacar al contrato social o castigar a quienes se atreven a hacerlo. El derecho penal es un reconcimiento implícito de la existencia del mal por parte del Estado, aunque regule solo las conductas más graves y reprobables. A diferencia de lo que dijo Rosseau, el estado natural del hombre no es la bondad, sino una especie de guerra perpetua entre tribus que se asemeja más a la doctrina de Hobbes. La religión también ha sido usada como instrumento para deshumanizar al enemigo:
"El mal, como el fundamentalismo religioso, es, entre otras cosas, una forma de nostalgia de una civilización más antigua y simple, en la que había certezas como la salvación y la condenación, y en la que siempre se sabía el lugar que se ocupaba."
Una de las características más desconcertantes del mal es que puede tener utilidad para alguien o ser completamente absurdo, aunque Eagleton señala agudamente que la mayoría de las perversidades son de origen institucional. Son anónimas, nadie se hace responsable de ellas, pero responden a intereses creados que se aprovechan de las situaciones creadas para adquirir riquezas y poder. Para el autor, un caso prototípico son los Estados Unidos, cuyos dirigentes practican una especie de doblepensar, algo que también nos podemos aplicar a título individual en demasiadas ocasiones. Actuamos a favor de nuestros intereses, para proteger a nuestras familias, por el bienestar de los que tenemos cercanos, pero no nos paramos a pensar en las consecuencias que suponen para otros nuestras formas de vida:
"Los angélicos son como los políticos, optimistas e ilusos incurables: el progreso avanza, se superan retos, se cumplen cuotas y Dios sigue teniendo a Texas en un rinconcito de su corazón. Los demoníacos, por el contrario, son unos burlones y cínicos innatos cuyo lenguaje se aproxima más a lo que los políticos murmuran en privado que a lo que sostienen en público. Creen en el poder, los apetitos, el interés propio, el cálculo racional y nada más. Estados Unidos, en un caso nada habitual entre las naciones del mundo, es angélico y demoníaco al mismo tiempo. Pocos países más conjuntan una retórica pública tan exagerada con ese flujo sin sentido de materia conocido como capitalismo de consumo. La función de la primera es proporcionar cierta legitimación para el segundo."
Sobre el mal es un estudio interesante, escrito por uno de los más influyentes ensayistas británicos de la actualidad, que conjuga en su pensamiento marxismo y cristianismo. Quizá la obra tenga un tono demasiado metafísico, influida por la visión de unos seres humanos constreñidos en el límite de sus cuerpos. que se mueven en un mundo ciertamente hostil. A tenor de la violenta historia del hombre, si estas condiciones nos han sido impuestas por un ser superior, parecen más el fruto de un castigo o de una prueba que de una recompensa.
Después de todo, seguimos siendo animales, aunque con capacidad de raciocinio, que no siempre utilizamos de la mejor manera. El egoísmo es la condición natural del ser humano. La bondad tiene que ser aprendida, pues casi siempre tiene que ver con la ética, con el cumplimiento de las normas que regulan la convivencia o con preceptos morales o religiosos. Por eso existe el derecho penal, para disuadir a quienes pretender atacar al contrato social o castigar a quienes se atreven a hacerlo. El derecho penal es un reconcimiento implícito de la existencia del mal por parte del Estado, aunque regule solo las conductas más graves y reprobables. A diferencia de lo que dijo Rosseau, el estado natural del hombre no es la bondad, sino una especie de guerra perpetua entre tribus que se asemeja más a la doctrina de Hobbes. La religión también ha sido usada como instrumento para deshumanizar al enemigo:
"El mal, como el fundamentalismo religioso, es, entre otras cosas, una forma de nostalgia de una civilización más antigua y simple, en la que había certezas como la salvación y la condenación, y en la que siempre se sabía el lugar que se ocupaba."
Una de las características más desconcertantes del mal es que puede tener utilidad para alguien o ser completamente absurdo, aunque Eagleton señala agudamente que la mayoría de las perversidades son de origen institucional. Son anónimas, nadie se hace responsable de ellas, pero responden a intereses creados que se aprovechan de las situaciones creadas para adquirir riquezas y poder. Para el autor, un caso prototípico son los Estados Unidos, cuyos dirigentes practican una especie de doblepensar, algo que también nos podemos aplicar a título individual en demasiadas ocasiones. Actuamos a favor de nuestros intereses, para proteger a nuestras familias, por el bienestar de los que tenemos cercanos, pero no nos paramos a pensar en las consecuencias que suponen para otros nuestras formas de vida:
"Los angélicos son como los políticos, optimistas e ilusos incurables: el progreso avanza, se superan retos, se cumplen cuotas y Dios sigue teniendo a Texas en un rinconcito de su corazón. Los demoníacos, por el contrario, son unos burlones y cínicos innatos cuyo lenguaje se aproxima más a lo que los políticos murmuran en privado que a lo que sostienen en público. Creen en el poder, los apetitos, el interés propio, el cálculo racional y nada más. Estados Unidos, en un caso nada habitual entre las naciones del mundo, es angélico y demoníaco al mismo tiempo. Pocos países más conjuntan una retórica pública tan exagerada con ese flujo sin sentido de materia conocido como capitalismo de consumo. La función de la primera es proporcionar cierta legitimación para el segundo."
Sobre el mal es un estudio interesante, escrito por uno de los más influyentes ensayistas británicos de la actualidad, que conjuga en su pensamiento marxismo y cristianismo. Quizá la obra tenga un tono demasiado metafísico, influida por la visión de unos seres humanos constreñidos en el límite de sus cuerpos. que se mueven en un mundo ciertamente hostil. A tenor de la violenta historia del hombre, si estas condiciones nos han sido impuestas por un ser superior, parecen más el fruto de un castigo o de una prueba que de una recompensa.
lunes, 7 de diciembre de 2015
EL PUENTE DE LOS ESPÍAS (2015), DE STEVEN SPIELBERG. CABALLERO SIN ESPADA.
La Guerra Fría fue una época de tensión contenida en el seno de la sociedad estadounidense. A pesar de la prosperidad económica de los años cincuenta y de una evidente paz social (que terminaría estallando en mil pedazos en las dos décadas posteriores), la posibilidad de guerra nuclear contra la Unión Soviética estaba siempre presente en la vida cotidiana. Además existía cierta psicosis por la presencia de espías del bando enemigo ocultos entre los ciudadanos. Esta era la forma de guerra habitual que se desarrolló en estos años: la consecución de información y secretos del rival, con el fin de adquirir una ventaja estratégica que pudiera ser decisiva en el caso de un eventual enfrentamiento. Pero el punto más caliente de este conflicto no se hallaba en Washington o en Moscú, sino en Berlín, una ciudad dividida entre las grandes potencias después de la derrota nazi y en la que las tensiones diarias entre ambos bandos llegaron a su punto culminante con la construcción del famoso muro en 1961.
Basada en hechos reales, el protagonista de El puente de los espías es James B. Donovan (Tom Hanks), un abogado especializado en aseguradoras que es requerido para defender a un espía soviético capturado, Rudolf Abel, un hombre de aspecto pacífico, aficionado a la pintura, que podría ser definido más como un gris funcionario del enemigo que como un sanguinario enemigo. No obstante, se trata de un espía al que hay que castigar ejemplarmente. Por eso, se pretende que el papel como abogado de Donovan sea más simbólico que real. El juicio debe aparecer ante la opinión pública (y ante el resto del mundo) como la prueba de que la justicia estadounidense otorga todos los derechos de defensa a sus enemigos, aunque en la práctica la condena a muerte esté ya decidida, tanto por el gobierno, como por el juez asignado para el caso. En esta ecuación fallará el factor abogado. Donovan, un ciudadano idealista y convencido de que la esencia de su país se basa en los derechos civiles, hará todo lo posible por defender a Abel, con el que le unirá una especie de amistad basada en la mutua admiración. El enemigo también puede ser definido como un ser humano. En este sentido Donovan es un heredero directo de los héroes comunes y corrientes del cine americano clásico, personaje recurrente sobre todo en las películas de Frank Capra.
Y como en otras recientes producciones de Spielberg, especialmente Lincoln, lo que se narra en la pantalla entronca a la perfección con los sucesos del presente. Así lo asegura el director en una conversación con Martin Scorsese publicada en el último número de la revista Caimán, cuadernos de cine:
"(...) La atención moral a la Constitución y a la Carta de Derechos de los EE.UU, y el otorgar a los extranjeros la igualdad de derechos bajo la ley, que es esencial en democracia, era algo que nos hacía estar orgullosos de ser americanos. Todo eso se ha perdido y ha sido sustituido por la ira de mucha gente y la reacción militar y gubernamental ante nuestra ira por haber creado Guántanamo. Es como Lincoln suspendiendo el habeas corpus durante la Guerra Civil. Y eso no podría haber pasado en una nación orgullosa como la de los años cincuenta o sesenta."
Si la primera parte de El puente de los espías cuenta con todas las características del cine judicial, a partir del momento en el que el protagonista es enviado a Berlín para negociar el canje de Abel por el de un piloto estadounidense capturado en suelo soviético, la película se vincula plenamente al cine de espías, pero en su vertiente más realista, alejada de los estereotipos del cine de acción. El modelo de Spielberg en muchas de las escenas que transcurren en un Berlín oscuro y gélido parece ser el maestro Hitchcock, aunque para él el suspense no es más que un instrumento más en su afán por reflexionar acerca de un hecho histórico concreto. La capital alemana de la época, una ciudad muy diferente a la que puede hoy visitarse, está espléndidamente recreada, precisamente en uno de los momentos más negros de su historia, cuando, de la noche a la mañana, se construyó un muro divisorio que aisló a una zona de otra y separó por décadas a familias enteras. Algunos intentan escapar solo para advertir demasiado tarde que la policía fronteriza tiene orden de tirar a matar a los fugitivos. Precisamente dos escenas en este sentido (lo que ve Donovan desde un tren en Berlín y desde otro en su país) dará lugar a uno de esos constrastes que tanto gustan a Spielberg y que hablan con más elocuencia que cualquier discurso de un político.
A pesar de no estar dotada de la solemnidad y grandeza de Lincoln ni con la complejidad de Munich, El puente de los espías es una de esas películas que definen a Spielberg como uno de los grandes directores de la historia del cine. Lo que nos dice fundamentalmente es que un hombre puede marcar la diferencia entre la decencia y la mezquindad, por mucho que sus acciones se pierdan en las complejas corrientes de la historia y que - y esto es fundamental que nos lo apliquemos en el momento presente - el patriotismo ciego no hace buenos ciudadanos, sino esclavos del poder y que ser pragmático - lo cual no está reñido con el amor al propio país, pero desde un punto de vista más racional y crítico - es una actitud mucho más inteligente. Con este espíritu pueden rendirse mejores servicios que dejándose llevar por la marea del pensamiento único que dicten los tiempos. Ahora tengo muchas más ganas, si cabe, de leer el apasionante ensayo de Frederick Kempe, Berlín, 1961.
Basada en hechos reales, el protagonista de El puente de los espías es James B. Donovan (Tom Hanks), un abogado especializado en aseguradoras que es requerido para defender a un espía soviético capturado, Rudolf Abel, un hombre de aspecto pacífico, aficionado a la pintura, que podría ser definido más como un gris funcionario del enemigo que como un sanguinario enemigo. No obstante, se trata de un espía al que hay que castigar ejemplarmente. Por eso, se pretende que el papel como abogado de Donovan sea más simbólico que real. El juicio debe aparecer ante la opinión pública (y ante el resto del mundo) como la prueba de que la justicia estadounidense otorga todos los derechos de defensa a sus enemigos, aunque en la práctica la condena a muerte esté ya decidida, tanto por el gobierno, como por el juez asignado para el caso. En esta ecuación fallará el factor abogado. Donovan, un ciudadano idealista y convencido de que la esencia de su país se basa en los derechos civiles, hará todo lo posible por defender a Abel, con el que le unirá una especie de amistad basada en la mutua admiración. El enemigo también puede ser definido como un ser humano. En este sentido Donovan es un heredero directo de los héroes comunes y corrientes del cine americano clásico, personaje recurrente sobre todo en las películas de Frank Capra.
Y como en otras recientes producciones de Spielberg, especialmente Lincoln, lo que se narra en la pantalla entronca a la perfección con los sucesos del presente. Así lo asegura el director en una conversación con Martin Scorsese publicada en el último número de la revista Caimán, cuadernos de cine:
"(...) La atención moral a la Constitución y a la Carta de Derechos de los EE.UU, y el otorgar a los extranjeros la igualdad de derechos bajo la ley, que es esencial en democracia, era algo que nos hacía estar orgullosos de ser americanos. Todo eso se ha perdido y ha sido sustituido por la ira de mucha gente y la reacción militar y gubernamental ante nuestra ira por haber creado Guántanamo. Es como Lincoln suspendiendo el habeas corpus durante la Guerra Civil. Y eso no podría haber pasado en una nación orgullosa como la de los años cincuenta o sesenta."
Si la primera parte de El puente de los espías cuenta con todas las características del cine judicial, a partir del momento en el que el protagonista es enviado a Berlín para negociar el canje de Abel por el de un piloto estadounidense capturado en suelo soviético, la película se vincula plenamente al cine de espías, pero en su vertiente más realista, alejada de los estereotipos del cine de acción. El modelo de Spielberg en muchas de las escenas que transcurren en un Berlín oscuro y gélido parece ser el maestro Hitchcock, aunque para él el suspense no es más que un instrumento más en su afán por reflexionar acerca de un hecho histórico concreto. La capital alemana de la época, una ciudad muy diferente a la que puede hoy visitarse, está espléndidamente recreada, precisamente en uno de los momentos más negros de su historia, cuando, de la noche a la mañana, se construyó un muro divisorio que aisló a una zona de otra y separó por décadas a familias enteras. Algunos intentan escapar solo para advertir demasiado tarde que la policía fronteriza tiene orden de tirar a matar a los fugitivos. Precisamente dos escenas en este sentido (lo que ve Donovan desde un tren en Berlín y desde otro en su país) dará lugar a uno de esos constrastes que tanto gustan a Spielberg y que hablan con más elocuencia que cualquier discurso de un político.
A pesar de no estar dotada de la solemnidad y grandeza de Lincoln ni con la complejidad de Munich, El puente de los espías es una de esas películas que definen a Spielberg como uno de los grandes directores de la historia del cine. Lo que nos dice fundamentalmente es que un hombre puede marcar la diferencia entre la decencia y la mezquindad, por mucho que sus acciones se pierdan en las complejas corrientes de la historia y que - y esto es fundamental que nos lo apliquemos en el momento presente - el patriotismo ciego no hace buenos ciudadanos, sino esclavos del poder y que ser pragmático - lo cual no está reñido con el amor al propio país, pero desde un punto de vista más racional y crítico - es una actitud mucho más inteligente. Con este espíritu pueden rendirse mejores servicios que dejándose llevar por la marea del pensamiento único que dicten los tiempos. Ahora tengo muchas más ganas, si cabe, de leer el apasionante ensayo de Frederick Kempe, Berlín, 1961.
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viernes, 4 de diciembre de 2015
CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN DICIEMBRE. RELECTURAS DE FIN DE AÑO.
No sé si lo que evoluciona es el libro o uno mismo, pero el fenómeno de las relecturas es uno de los más curiosos que puede experimentar un aficionado a la literatura. A veces es como si la lectura anterior la hubiera realizado otra persona que te hubiera contado sus impresiones, porque resulta sorprendente la distancia sensorial que existe entre la primera y la segunda. El señor de las moscas puede ser un libro de aventuras dirigido a adolescentes o un tratado sobre la naturaleza del mal en el ser humano. A sangre fría puede ser un frío y truculento reportaje periodístico o un fabuloso estudio sobre el absurdo del crimen, con muchos matices psicológicos. Y La educación sentimental puede ser una novela que se te atraganta o un detalladísimo y fascinante estudio de la sociedad y las relaciones amorosas en el París del siglo XIX. Todo depende de cuándo se lee, de cómo y de por qué. Cuando uno toma un libro por segunda vez, la persona ha cambiado y las circunstancias también. Pero ¿es posible que también lo hayan hecho las páginas?
En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, seguimos leyendo la ya nombrada La educación sentimental, un libro muy distinto a la obra maestra de Gustave Flaubert, Madame Bovary, pero que sirve de estupendo complemento de éste. Si en aquel se estudiaba la psicología femenina ante el amor y la sexualidad, en La educación sentimental el objeto de estudio es un joven, trasunto del propio Flaubert.
Respecto a los clubes de lectura de Más Libros Libres pueden verlos en este enlace:
http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-de-mas-libros-libres-en-diciembre/
En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, todo un clásico de la literatura japonesa, una novela de una delicadeza exquisita, muy válida para acercarse a la sensibilidad de aquel país: Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata.
En el club de lectura del Museo Ruso, un clásico muy adecuado para las fechas que se acercan, firmado por uno de los más grandes escritores de aquel país: Nochebuena, de Nicolai Gógol.
En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, Qué vemos cuando leemos, de Peter Mendelsund, un libro ilustrado acerca del acto sagrado de la lectura y Sintecho, de un gran escritor malagueño, Miguel Torres, que estará presente en la sesión.
Y respecto a la sesión de Literatura y cine de este mes en Cristóbal Cuevas, una de las películas de cine negro (y mucho más) de los últimos tiempos: Antes que el diablo sepa que has muerto, de Sidney Lumet, con la lectura complementaria del ensayo Sobre el mal, de Terry Eagleton.
Se nota que estamos a final de año. Muchos clubes suspenden sus actividades y reanudarán el año que viene. ¡Felices fiestas a todos!
En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, seguimos leyendo la ya nombrada La educación sentimental, un libro muy distinto a la obra maestra de Gustave Flaubert, Madame Bovary, pero que sirve de estupendo complemento de éste. Si en aquel se estudiaba la psicología femenina ante el amor y la sexualidad, en La educación sentimental el objeto de estudio es un joven, trasunto del propio Flaubert.
Respecto a los clubes de lectura de Más Libros Libres pueden verlos en este enlace:
http://maslibroslibres.com/clubes-de-lectura-de-mas-libros-libres-en-diciembre/
En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, todo un clásico de la literatura japonesa, una novela de una delicadeza exquisita, muy válida para acercarse a la sensibilidad de aquel país: Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata.
En el club de lectura del Museo Ruso, un clásico muy adecuado para las fechas que se acercan, firmado por uno de los más grandes escritores de aquel país: Nochebuena, de Nicolai Gógol.
En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, Qué vemos cuando leemos, de Peter Mendelsund, un libro ilustrado acerca del acto sagrado de la lectura y Sintecho, de un gran escritor malagueño, Miguel Torres, que estará presente en la sesión.
Y respecto a la sesión de Literatura y cine de este mes en Cristóbal Cuevas, una de las películas de cine negro (y mucho más) de los últimos tiempos: Antes que el diablo sepa que has muerto, de Sidney Lumet, con la lectura complementaria del ensayo Sobre el mal, de Terry Eagleton.
Se nota que estamos a final de año. Muchos clubes suspenden sus actividades y reanudarán el año que viene. ¡Felices fiestas a todos!
miércoles, 2 de diciembre de 2015
UN ANTROPÓLOGO EN MARTE (1995), DE OLIVER SACKS. OTRAS VOCES, OTROS MUNDOS.
La premisa de Sacks es acercarse sin prejuicios a situaciones en las que la naturaleza muestra su cara más intrincada, sabiendo que desvelando el porqué de dichas situaciones podremos arrancar algunas explicaciones a los secretos de la vida. Esto será posible si se convive con el enfermo, utilizando grandes dosis de empatía para intentar penetrar en su realidad:
"Cualquier enfermedad introduce una duplicidad en la vida; un "ello", con sus propias necesidades, exigencias, limitaciones."
Los seres humanos analizados en las páginas de Un antropólogo en Marte pueden ser calificados como tremendamente originales: sufren males neurológicos, ya sea por nacimiento o por accidente, tienen carencias enormes, pero a veces las ven compensadas a través de cualidades insospechadas, como en el caso de Stephen el autista cuya historia se cuenta en el capítulo titulado Prodigios. Stephen tiene enormes dificultades para comunicarse con los demás y buena parte del tiempo vive en un mundo propio, pero goza de una sorprendente habilidad para el dibujo, hasta el punto de que es capaz de reproducir, casi con total exactitud, cualquier edificio o paisaje después de haberlo contemplado durante un instante.
En el capítulo que da título al libro, su protagonista, Temple, una mujer extremadamente inteligente, bióloga e ingeniera, es consciente de las limitaciones que implica su enfermedad. Ella se ha esforzado en muchas ocasiones en intentar comprender los códigos que rigen el lenguaje humano, pero no es capaz de ir más allá del significado estricto de las palabras. Así pues, su único horizonte vital estriba en el trabajo, el único ámbito en el que puede sentirse cómoda y utilizar un idioma que el resto de los iniciados en su disciplina también comprende. Quizá esta es la razón por la que a los autistas son tan aficionados a la ciencia ficción: porque así pueden escapar del mundo real e imaginar fantasías en las que las reglas son distintas y pueden ser entendidas en su distanciamiento. Sin embargo una narración que se rija por los sentimientos de los protagonistas será difícilmente comprendida por ellos: las falta de experiencia respecto a los mismos, lleva a la confusión sobre su significado. La misma Temple habla sin reservas sobre su condición:
"Yo no encajo en la vida social de mi ciudad o de mi universidad. Casi todos mis contactos sociales son con gente del ramo de la ganadería o con gente interesada en el autismo. Paso casi todas las noches del viernes y el sábado escribiendo artículos y dibujando. Mis intereses son concretos, y mis lecturas recreativas consisten en su mayor parte en publicaciones científicas y ganaderas. Me interesan poco las novelas y sus complicadas relaciones interpersonales, pues soy incapaz de recordar la secuencias de los acontecimientos. Las detalladas descripciones de las nuevas tecnologías de la ciencia ficción o las descripciones de lugares exóticos son mucho más interesantes. Mi vida sería horrible si no tuviera el estímulo de mi carrera."
Un antropólogo en Marte se lee casi como uno de esos libros de cuentos en los que el lector no puede sino verse sorprendido por la imaginación del narrador, que se supera en cada una de la historias. Solo que aquí hablamos de la realidad. Una realidad que puede ser triste o dura desde nuestra perspectiva de seres humanos normales, pero que resulta siempre fascinante.
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