viernes, 30 de enero de 2009
AGENDA PARA LOS PRÓXIMOS MESES.
A quién pueda interesar:
Mañana sábado, 31 de enero, cine-forum en La Casa de las Palabras. "Hijos de los hombres", de Alfonso Cuarón.
El jueves 12 de febrero a las 20:00 en el Hotel Torremar (Torre del Mar), club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga. "La tregua", de Mario Benedetti.
El martes 17 de febrero a las 20:00 en la Fnac Málaga, taller de lectura de la Fnac. "Las ciudades invisibles", de Italo Calvino.
El martes 24 de febrero a las 20:00 en la Fnac Málaga, club de lectura Kartio. "Una habitación propia, de Virginia Woolf
El jueves 26 de febrero a las 20:00 en la Librería Cincoechegaray, club de lectura. "After dark", de Haruki Murakami.
El sábado 28 de febrero a las 18:30 en La Casa de las Palabras (Nerja), cine-forum. "La última noche", de Spike Lee.
El jueves 19 de marzo a las 20:00 en el Hotel Torremar (Torre del Mar), club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga. "Los hombres que no amaban a las mujeres", de Stieg Larsson.
El jueves 26 de marzo a las 20:00, en la Librería Cincoechegaray, club de lectura. "Los detectives salvajes", de Roberto Bolaño.
El sábado 28 de marzo a las 18:30, en La Casa de las Palabras (Nerja), cine-forum. "Una jornada particular", de Ettore Scola.
El jueves 16 de abril a las 20:00 en el Hotel Torremar (Torre del Mar), club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga. "María Antonieta", de Stefan Zweig.
PACÍFICO, DE JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA. LOS DUEÑOS DE LA DESGRACIA.
(Libro comentado ayer en el club de lectura de la librería Cincoechegaray, con presencia del autor).
Pocas veces se goza de la posibilidad de charlar con un autor el día después de leer su novela, y más si estamos hablando de un escritor ya consagrado como José Antonio Garriga Vela, al que edita nada menos que la exigente editorial Anagrama.
"Una noche mi padre y el señor Nogueira se pusieron a hablar de héroes en la sobremesa. Mi padre proclamó que Paulino Uzcudun era el dueño del ring, Juan Manuel Fangio de los circuitos y Joaquín Blume de las anillas. Sebastián interrumpió la conversación:
- Y nosotros, papá, ¿de qué somos dueños?
Mi padre se quedó pensativo y luego respondió con tono solemne:
- Nosotros, hijo, somos dueños de la desgracia.
Mi padre ignoraba que ese instante acababa de predecir el futuro, pero no el futuro inmediato como hacía el señor Nogueira todas las noches, sino el que aún nadie, en ninguna parte del mundo, podía imaginar (...)"
Esta frase "nosotros somos los dueños de la desgracia", escuchada en un viaje en autobús, sirvió al autor como principal detonante de su novela. Una novela truculenta, como me ha escrito en la dedicatoria, dotada de unos personajes con una actitud pasiva ante la vida, que no luchan, fatalistas que se resignan a su suerte. Tenía curiosidad por preguntarle si él personalmente compartía esta actitud y me contestó que en parte sí, que él ante todo se definía como un ser pacífico, como el título de la novela y que si le hubiera ocurrido lo mismo que a Sebastián, ser acusado de un crimen no cometido y encarcelado, se hubiera resignado de manera parecida al personaje al que definió como "un santo Job".
Consultado por un compañero acerca de su técnica literaria, Garriga Vela no se definió como un escritor metódico, que esquematiza la trama antes de ponerse a escribir. Más bien él improvisa, la trama va surgiendo mientras escribe y nunca sabe bien lo que va a ocurrir en la página siguiente. Cuando está escribiendo una novela, para él es una manera de vivir. El escritor es un ser ensimismado, que vive en otras realidades, absorto permanentemente en una trama ficticia, pero de la que es padre, por lo que tiene que atender a sus criaturas.
A mí me había interesado particularmente la lograda descripción que hace de la morgue de un hospital y del mundo de los trabajadores nocturnos. Se rió cuando le pregunté si había trabajado en algo parecido. Nunca lo había hecho. Solamente se asesoró con algún conocido.
La trama de la novela resulta interesante y original. La desgracia va lastrando poco a poco a todos los miembros de la familia y el lector asiste estupefacto a la resignación de sus miembros. El espacio geográfico resulta muy pequeño (casi todo el argumento transcurre en una sola calle), pero ahí caben varias vidas. Y la conclusión final es que la literatura puede redimirnos. El libro que escribe el narrador es un reflejo de su vida, sí, pero a la vez un refugio, una esperanza. Los personajes seguirán evolucionando fuera de la novela y nosotros, como lectores, podemos imaginar que las cosas les irán bien a partir de ese momento.
Personalmente quiero agradecer al autor su cordialidad. Demostró ser una persona sencilla y cercana a sus lectores.
Desde aquí quiero agradecer personalmente al autor su actitud abierta, cordial y cercana.
VIDA Y DESTINO, DE VASILI GROSSMAN. GUERRA SIN PAZ.
Hace unos diez años me sorprendí a mí mismo un uno de enero leyendo un libro memorable: El maestro y Margarita de Mijail Bulgákov. Desde entonces he adquirido una costumbre tonta y supersticiosa: empezar cada año leyendo un libro de un escritor ruso del siglo XX (o XXI, si hay oportunidad). Esto me ha permitido descubrir a autores de la talla de Nabokov, Bábel, Solzhenisyn o Pasternak, auténticos mártires de la literatura por la época y el país en el que les tocó vivir.
Este año le ha vuelto a tocar al gran Vasili Grossman. Para entender bien la grandiosa "Vida y destino" hay que tener en cuenta sus escritos como testigo de la Segunda Guerra Mundial publicados en España bajo el título "Un escritor en guerra" por el historiador Antony Beevor. Grossman fue enviado al frente ruso como corresponsal de guerra del periódico "Estrella Roja". Como es lógico, sus crónicas debían estar repletas del heroísmo y valor de los soldados del ejército rojo bajo la guía de su comandante en jefe: el todopoderoso Stalin. La verdad de lo que veía, las miserias de la guerra, las escribía Grossman en unos cuadernos de uso personal. Esos cuadernos son los que publica Beevor. Una lectura absolutamente recomendable para quien esté interesado en asomarse a lo que significa realmente un conflicto de las características de aquel. Nuestro autor siguió al ejército desde Stalingrado hasta Berlín y fue testigo, entre otras cosas, del horror de los campos de exterminio nazis.
"Vida y destino" ha sido comparado justamente a "Guerra y paz", de Tolstoi: la gran cantidad de personajes y su humanidad, la ambición de totalidad, la precisión en las descripciones, sus disertaciones filosóficas... son coincidentes en estos dos genios de la literatura, aunque personalmente estimo "Guerra y paz" netamente superior, sin desmerecer este "Vida y destino", que me parece una novela grandiosa y escrita en unas condiciones muy difíciles. En 1960 el KGB confiscó el manuscrito antes de ser publicado y se le comunicó a su autor que la novela no podría ser publicada en doscientos años. Un plazo un tanto dilatado, incluso para una persona muy paciente. Gracias a que amigos de Grossman escondieron una copia, la novela fue publicada en Suiza en 1980 y así hemos tenido la suerte de que llegue hasta nosotros. La literatura es capaz de sobrevivir en las peores condiciones, en los regimenes más brutales. La verdad que destilan páginas como estas se acaba imponiendo a toda forma de censura.
"Vida y destino" se centra sobre todo en la batalla de Stalingrado, pero constituye un extenso fresco de la época, por lo que el lector no visita solamente la heroica ciudad, sino que se pasea por un campo de concentración alemán, un campo de trabajo soviético, las ciudades de Kazán y Moscú, la Ucrania invadida por los nazis... Sus descripciones de los distintos aspectos de la batalla de Stalingrado solo pueden ser realizadas por quien ha sido testigo directo de aquel infierno. La trama es demasiado compleja como para resumirla aquí, solo digamos que Grossman se interesa por todos los aspectos de la guerra, por los soldados del frente y por la retaguardia y sobre todo por las motivaciones y sentimientos de la gran variedad de personajes, absolutamente humanos todos ellos, por lo que nos parece que van a seguir viviendo sus vidas una vez que hemos acabado la lectura. El escritor se atreve incluso a meterse en la mente de los acérrimos enemigos, Hitler y Stalin. Una exploración profunda del alma humana, incluidas las de dos monstruos.
El retrato de la Unión Soviética es absolutamente despiadado: un poder inhumano que hace que sus ciudadanos sean siervos sumisos, circunstancia retratada magistralmente cuando hay dudas sobre la pureza de las teorías acerca de la energía atómica del físico Shtrum, uno de los protagonistas: sus compañeros y amigos dejan de hablarle y de mirarle a la cara ante lo que parece su inminente detención por los órganos del Estado. Cuando finalmente, el mismísimo Stalin, el Dios Stalin, telefonea a Shtrum para felicitarle por su trabajo, las dudas quedan resueltas. Shtrum vuelve a la vida, vuelve a ser un trabajador valioso y la actitud de sus compañeros cambia con una naturalidad pasmosa: de pronto todo son amabilidades y atenciones. El comisario comunista Krímov no tiene tanta suerte: es arrestado. Las durísimas escenas de las torturas que sufre en la Lubianka ("veladas en el caserío de la Lubianka", como las describe irónicamente Grossman) son de las páginas más conseguidas de toda la novela: el autor sabe recrear espléndidamente el clima de terror imperante en la Unión Soviética y lo que significa vivir en un régimen totalitario:
"El poder del Estado había constituido un nuevo pasado; (...) exhumaba nuevos héroes para acontecimientos ya sepultados y destituía a los verdaderos. El Estado tenía poder para recrear lo que una vez había sido, para transformar figuras de granito y bronce, para manipular discursos pronunciados hacía tiempo, para cambiar la disposición de los personajes en una fotografía." (pag. 346).
Aunque no fue directamente reprimido, Grossman sufrió interrogatorios en carne propia. Y algunos de sus amigos desaparecieron en las distintas represiones stalinistas. En diferentes momentos de la narración se trasluce la obsesión del escritor por la represión de 1937 y el eufemismo empleado en las cartas que se enviaban a las familias de muchos de los detenidos: condenado a diez años sin correspondencia. Eso quería decir que el familiar estaba muerto.
A pesar de las ilusiones de Grossman, el fin de la guerra no supuso la suavización del régimen soviético. A diferencia de los personajes de Tolstoi, los de Grossman apenas conocen la paz, solo la guerra interna desatada por Stalin en las purgas o contra los campesinos ucranianos en los años veinte y la desatada por el devastador ataque alemán. Sin embargo, en las páginas finales hay lugar para la esperanza:
"... Y aunque ninguno de ellos pueda decir qué les espera, aunque sepan que en una época tan terrible el ser humano no es ya forjador de su propia felicidad y que sólo el destino tiene el poder de indultar y castigar, de ensalzar en la gloria y hundir en la miseria, de convertir a un hombre en polvo de un campo penitenciario, sin embargo ni el destino ni la historia ni la ira del Estado ni la gloria o la infamia de la batalla tienen poder para transformar a los que llevan por nombre seres humanos. Fuera lo que fuese lo que les deparaba el futuro - la fama por su trabajo o la soledad, la miseria y la desesperación, la muerte y la ejecución -, ellos vivirán como seres humanos, y lo mismo para aquellos que ya han muerto; y sólo en eso consiste la victoria amarga y eterna del hombre sobre las fuerzas grandisosas e inhumanas que hubo y habrá en el mundo." (pag. 1093).
El ser humano finalmente alzándose sobre el Estado, sobre la represión. El propio Vasili Grossman probó que se puede ser un escritor libre en las peores circunstancias, que la escritura libera y proclama verdades que a veces es imposible expresar en la vida real. Solo por transmitirnos esa valentía y esa existencia ejemplar y luminosa entre la niebla del grisáceo Estado soviético debemos estarle agradecido. Una lectura imprescindible.
miércoles, 28 de enero de 2009
CARTA DE UNA DESCONOCIDA, DE MAX OPHÜLS (1948). MARAVILLOSA JOAN FONTAINE.
martes, 27 de enero de 2009
CARTA DE UNA DESCONOCIDA, DE STEFAN ZWEIG. AMOR ABSOLUTO.
(Libro comentado hoy en el taller de lectura de la Fnac Málaga).
Amor absoluto e incondicional... y no correspondido. Porque este es el tema principal de la maravillosa novela de Stefan Zweig. En mi particular periplo por los clubs de lectura de Málaga, hoy me ha tocado el de la Fnac. En noviembre dedicaron uno a "Las flores del mal", de Baudelaire, pero no pude asistir porque me enteré tarde y no me dio tiempo a leer un libro tan grueso (y tan denso). "Carta a una desconocida" ya lo había leído hacía dos años, pero no me ha importado releerlo, pues las buenas sensaciones que me produjo en su momento han regresado multiplicadas.
Como decía, el principal asunto de esta novela es el amor que siente la protagonista por un escritor que se muda a la casa de enfrente cuando todavía es una adolescente. Ya antes de verle se siente atraída por él, por su mundo, pero el primer encuentro físico es definitivo: él se queda con su corazón para siempre, aunque no lo sepa. A lo largo de los años los protagonistas tendrán diferentes encuentros, sin que él la reconozca nunca desde la vez anterior. Ella se resigna. Vive su amor en silencio y se alimenta de pequeños momentos, pero nunca llega a expresarse abiertamente ante su objeto de veneración. La teoría que yo he expuesto es que ella se sentía muy inferior a él, un escritor de éxito con gran vida social y necesitaba que él tomara la iniciativa en ese aspecto, dejarse llevar, en definitiva, cosa que nunca se producirá. Para la moderadora del club, ella vivió su amor intensamente y fue feliz. Para otros fue absolutamente desgraciada y manipulada por un vividor y mujeriego. Al final es una mujer confesándose por carta en el umbral de la muerte, por lo que ya no le importa ser sincera. ¿Por qué no lo hizo antes?, se pregunta el lector. Cada cual tiene su opinión. Esta es la grandeza de la buena literatura, que nos hace leer a cada uno el mismo libro y un libro distinto.
"Carta de una desconocida es una introducción perfecta a la obra de Stefan Zweig para quien no conozca ninguna obra de este autor. Su estilo es sencillo y conciso pero, no se engañen por eso. La novela disecciona el alma de una mujer. Cada frase dice mucho más de lo que se lee a primera vista.
NAÚFRAGOS VITALES
(Relato escrito en el último maratón de escritura de La Casa de las Palabras).
Benito tenía una vocación desde pequeño, pero no era una vocación cualquiera. "Yo quiero ser mendigo", contestaba muy decidido cuando le preguntaba por su futuro alguna amiga de su madre.
La madre intentaba que Benito acudiera limpio y decentemente vestido al colegio, pero él se desgarraba la ropa, se ensuciaba con el polvo del patio de recreo y regalaba su bocadillo. Luego se ponía a mendigar, a pedir a sus compañeros algo que llevarse a la boca y, en última instancia, rebuscaba entre la basura. Era un niño ejemplar o, más bien, un ejemplar nunca visto de niño, con una insólita vocación a la que se dedicaba en cuerpo y alma, sin importarle en absoluto las palizas que le daba su padre para enmendarle, pues él las consideraba gajes del oficio.
Cuando llegó el día de su comunión la ceremonia fue desastrosa. Se ensució cuanto pudo y después, en la iglesia rechazó el cáliz que le ofrecía el sacerdote exigiendo a grandes voces un cartón de Don Simón. Fue una vergüenza y un escándalo y no quedó claro si la comunión del niño fue válida o no, cuestión que llegó al Tribunal de la Rota y cuya resolución sigue demorada hasta nuestros días.
Un día la familia de Benito celebró consejo familiar. Le preguntaron con gravedad por qué aspiraba a ser un desgraciado mendigo. "Es una profesión con futuro", les espetó. Y Benito no se equivocaba. Años más tarde sobrevino una crisis económica brutal. Las fábricas cerraron, se produjeron millones de despidos y el país se quebró. Los caminos se llenaron de miles de naúfragos vitales que no sabían qué hacer. Benito sonrió. Llevaba toda la vida preparándose para este momento.
lunes, 26 de enero de 2009
CADENA PERPETUA, DE FRANK DARABONT. MUERTOS EN VIDA.
Interesante de principio a fín (sus 140 minutos pasan como una exhalación), esta grandiosa película es de las que se recuerdan por mucho tiempo y por muchas razones.
En primer lugar hay que quitarse el sombrero ante las actuaciones de Tim Robbins y Morgan Freeman, apoyados por un gran plantel de secundarios, que nos transmiten lo desalentador de su situación y a la vez la pequeña llama de esperanza de su amistad. Por otro lado están también muy logradas la sensación de opresión y de encierro y la elaborada trama, que cierra todos los cabos sueltos en la última media hora... Me gusta mucho el clasicismo de la puesta en escena de Darabont.
¿Es una pena justa la pena de cadena perpetua? Al visionar esta obra, al espectador le da la sensación de que los encerrados por ¡decenas! de años son muertos en vida, almas en pena condenadas, como Sísifo, a repetir todos los días las mismas acciones, a un esfuerzo que no les va a llevar a nada.Y cuando al fín consiguen la libertad condicional no son más que pobres diablos "institucionalizados", que no conocen más realidad que la de la prisión y que no consiguen adaptarse a la vida del exterior. Los años pasan y la vida en prisión es exactamente la misma todos los días. Pero fuera la vida progresa y evoluciona. El impacto es brutal.
Para más inri, Andy, el protagonista, es inocente, (aunque si que están rebuscadas las circunstancias de su encierro, pero seguro que esas cosas pasan), pero nunca abandona la esperanza y en un metódico plan que le lleva un buen número de años consigue... ¿o no consigue nada? No voy a destripar el final, por supuesto, solo recomendar encarecidamente su visión. Uno de los mejores dramas carcelarios jamás filmados. Y lo mejor de todo es que lo sacó El País hace dos semanas por solo un euro... A veces nuestros maravillosos kioskeros nos ofrecen regalos como este.
¿TINTÍN SALE DEL ARMARIO?
domingo, 25 de enero de 2009
OTRA VERDAD INCÓMODA.
viernes, 23 de enero de 2009
¿LEER SIRVE PARA ALGO BUENO? A PROPÓSITO DE UN ARTÍCULO DE LUISGÉ MARTÍN.
El pasado viernes, Antonio Serralvo, compañero del club de lectura de Torre del Mar (que por cierto acaba de publicar un precioso libro de haikus de venta en las librerías de Vélez-Málaga) nos llevó un artículo del escritor Luisgé Martín que había salido hacía unos días en El País. Lo estuvimos debatiendo unos minutos (yo ya lo había leído). En resumen el artículo viene a decir que leer no nos hace más tolerantes, más buenos o mejores personas. "No quiero hacer menosprecio de corte y alabanza de aldea, y ni siquiera estoy seguro de si soy abogado de dios o del diablo, pero desde hace años tengo la sospecha de que la lectura es menos benéfica de lo que se proclama continuamente con altavoces y pregoneros". Y tiene razón en lo esencial. La lectura ni la cultura en general son un antídoto contra la maldad. Muchos de los dirigentes nazis eran grandes lectores, melómanos, aficionados al arte, cinéfilos (el mismo Hitler, sin ir más lejos), pero eso no les impidió ser despiadados con las que consideraban razas inferiores y absolutamente intolerantes con quienes no casaban con sus ideas totalitarias.
Hay que tener en cuenta en primer lugar que todos los libros no son iguales. La palabra es libre y en un escrito podemos encontrar toda clase de ideas (totalitarias, radicales, libertarias, democráticas, nihilistas o incluso absolutamente banales) que pueden tocar o no la fibra sensible del lector y reforzar o sesgar su propia visión del mundo. En realidad creo que el debate es equivocado porque sería como preguntarnos si pasear apaciblemente por la calle nos hace mejores o peores personas. Depende de cada cual. Los libros nos sirven para vivir otras vidas, conocer ideas distintas a las nuestras, asomarnos al pasado, vivir otras culturas... pero no son una medicina contra la intolerancia. Para muchos pueden serlo. Para otros el leer y adquirir cultura puede ser una manifestación de superioridad intelectual que puede derivar en la creencia en otras superioridades... Lo que sí afirmaría yo es que la persona que lee, si es capaz de elegir bien sus lecturas y aprovecharlas, tenderá a relativizarlo todo y a comprender mejor las motivaciones de sus semejantes, porque al aficionado a la lectura no le basta con vivir su propia vida, sino que vive muchas otras aparcando su realidad por unas horas y zambulléndose en otras que hasta el momento le eran ajenas o, en el caso de los ensayos, familiarizándose con nuevas ideas e informaciones.
Quizá los lectores seamos gente como los demás, con las mismas limitaciones y miserias, pero gozamos de un instrumento poderoso para intentar mitigarlas: la letra impresa que, si no contagia tolerancia, al menos si que contagia conocimientos, por lo que, cuando cometemos alguna barbaridad, lo hacemos con conocimiento de causa, sabiendo por múltiples experiencias ajenas que los humanos somos débiles, por lo que quizá seamos más culpables que los demás. Si nos movemos por el mundo sin ética, no será porque no hemos tenido oportunidades de empaparnos de ella. Y conociendo esto, los que leemos debemos tender a perdonar con más facilidad las debilidades humanas, las nuestras y (sobre todo), las ajenas.
Sin duda el perro de la foto, que lee el periódico todos los días y seguramente a Kafka y a Tolstoi será un perro pacífico y querrá mucho a sus dueños y moverá el rabo a todo el que se acerque a acariciarle. Seguro que para este animalito el acceso a la cultura ha tenido benéficos efectos y ha neutralizado su agresividad natural. Sigamos su ejemplo.
El enlace al artículo completo:
http://www.elpais.com/articulo/semana/Leer/sirve/algo/bueno/elpepuculbab/20080830elpbabese_10/Tes
EL VERDADERO DISCURSO DE OBAMA
jueves, 22 de enero de 2009
EL BLOQUEO QUE IMPIDIÓ ACABAR CON LA DIFICULTAD
(Relato presentado esta semana en la tertulia de la Casa de las Palabras).
No sabía que impulso le había llevado aquel viernes a comprar el cuponazo, ni siquiera se lo planteaba. Simplemente lo había hecho, había pagado una parte de su escaso capital en una ilusión efímera. "La lotería es el impuesto de los tontos". Recordaba las palabras de una antigua novia, aunque en ese momento no sabría decir cual. A veces le costaba distinguir a unas de otras. Pero su vida sentimental es lo que menos le preocupaba ahora, era su economía personal lo que le provocaba noches en blanco buscando una salida. Había sido despedido del trabajo dos meses antes. Ahora sobrevivía con la prestación por desempleo y con lo poco que tenía ahorrado, pero a pesar de que intentaba rebajar progresivamente su nivel de vida, el dinero se acababa y la perspectiva de volver a casa de sus padres con el rabo entre las piernas se abría paso en sus pensamientos a pasos agigantados. Su vida de donjuan solitario parecía tocar a su fín.
Martín comparaba su situación actual con la de un año antes, cuando había sido nombrado empleado del mes con todos los honores en la inmobiliaria donde trabajaba. ¿Quién podía imaginarse en ese momento de gloria el hundimiento que vendría después? Había señales que parecían predecirlo, pero todos lo negaban: "no será para tanto, solo un ajuste". Y tal ajuste le había llevado a la cola del paro, con una escasa prestación (la mayor parte de su salario se componía de comisiones) y pocas perspectivas de volver a trabajar. Más bien le parecía que nadie más iba a querer emplearle. Padecía en toda su intensidad el mal de los nuevos desempleados: una intensa falta de autoestima y una visión del futuro muy negra. Por lo pronto ya veía inevitable dejar el piso de alquiler y volver al nido familiar. Se sentía fracasado.
Volvió a pasar una mala noche, dando vueltas en la cama, sin poder siquiera levantarse para ver la tele o distraerse, de pura fatiga, pero sin encontrar el camino del sueño. El sábado amaneció sin ganas de nada. No sentía nada especial porque fuera sábado. Para él todos los días eran igualmente desasosegantes. La situación que vivía, tan novedosa para él, le bloqueaba la mente, le impedía buscar soluciones, pues antes de ponerse a buscarlas ya estaba convencido de que no las había. Su tormento se prolongaba durante horas y no le apetecía hablar de eso con nadie, pues se avergonzaba de sí mismo. Se miraba al espejo y se veía envejecido a sus treinta y tres años. Las noches de insomnio habían dibujado una bolsa bajo sus ojos enrojecidos, descubría nuevas canas cada día y, en el colmo de su desesperación, pensaba que había perdido todo su antiguo atractivo. Así es como el trabajo y su salario determina la posición social del ser humano, la imagen que tiene de sí mismo y sobre todo, y esto es lo más importante, la imagen que cree transmitir a los demás. Cuanto más gana, más seguridad en sí mismo siente. Consumir y ostentar, he aquí los dos objetivos a los que dedica horas de trabajo y sinsabores. Pero cuando se queda sin empleo, el ocio forzoso hace bajar los humos de una manera demasiado drástica y la víctima se siente repentinamente perdida, como si el suelo se hundiera bajo sus pies. Así era exactamente como se sentía Martín.
Se sentó frente al ordenador como cada mañana, con la vaga idea de navegar por los portales de búsqueda de empleo. Echó una ojeada rápida al periódico. Distraídamente, vio algo que le pareció familiar. El número premiado de la ONCE le recordaba un poco al que había comprado el día anterior. "Tonterías de una mente enferma", se dijo. No obstante, sacó el cupón de la cartera para estar totalmente seguro. Su mente peleaba entre la esperanza y el crudo realismo pero, paradojas de la vida, esta vez venció la esperanza.
No podía concebir lo que su mirada captaba en la pantalla del ordenador. Cerró la página y volvió a abrirla, consultó otros periódicos y la página oficial de la Organización Nacional de Ciegos. No cabía duda. En sus manos ya no tenía el papelito inservible que creía haber comprado el día precedente. En sus manos tenía nueve millones de euros. "Menudo impuesto de los tontos", fue lo primero que se le vino a la cabeza.
No sabía como reaccionar. Quería saltar, quería gritar. Sintió una alegría inmensa, una euforia que llegaba en oleadas a su cerebro y se distribuía rápidamente al resto del organismo. Sintió miedo, sintió que unos ladrones podían asaltar de pronto su casa y robarle su tesoro. No sabía si dejarlo de nuevo en la cartera, guardarlo en el bolsillo, esconderlo... ¿Qué hacer? No podía quedarse en casa, desde luego. De inmediato sintió el deseo de abrazar a sus padres, de ofrecerles su triunfo, de compartir su alegría.
Se duchó, sintiendo el placer del agua caliente sobre su piel, asimilando que comenzaba una nueva vida, disfrutando de cada gota como si estuviera limpiando su pasado y preparándole para un esplendoroso futuro. Cuando se miró en el espejo se vio rejuvenecido. Subió al coche muy excitado. Se aseguró de que llevaba el cupón en la cartera y arrancó. Cuando llevaba unos minutos en la autovía advirtió que corría a ciento cuarenta por hora adelantando por el carril izquierdo. "Bueno, creo que podría pagar la multa", pensó mientras soltaba una carcajada para sí mismo, pero de cualquier modo pisó un poco el freno e inició la maniobra para volver al carril derecho. Mientras lo hacía no se apercibió de que un camión se incorporaba desde la vía de aceleración e intentaba ocupar su mismo espacio. El bocinazo, tan cercano e inesperado, despertó a nuestro héroe de sus sueños y le hizo reaccionar con un volantazo. El coche derrapó y a punto estuvo de salirse en la siguiente curva, pero Martín consiguió dominarlo y continuar su camino. El corazón parecía querer salírsele del pecho. "Mira que si ahora la palmo...". Consiguió dominarse y el resto del recorrido lo hizo muy sosegadamente. De pronto ya no tenía tanta prisa. Le bastaba con llegar entero.
El resto del viaje se le hizo interminable. Normalmente no tardaba más de media hora, pero a él le parecía haber estado varios días sin salir del coche. Al fin se encontraba en la calle donde vivían sus padres. Ya había llegado, solo le restaba aparcar y soltarles la noticia. ¿Cómo lo haría? ¿Esperaría un ratito, lo diría nada más entrar? ¿Cómo reaccionarían sus padres y sus hermanos? ¿Habría lágrimas? Seguramente saldrían a comer fuera para celebrarlo. El invitaba. La calle de sus padres no solía ofrecer muchas oportunidades a la hora de estacionar el coche, pero aquel era su día de suerte. Había un hueco justo al lado del portal. Sin pensarlo, se dirigió a él, no fuera a ser que alguien más listo se lo quitara, que no sería la primera vez. Vio a su padre, que volvía de sacar al perro. Le pitó desde el coche. Su padre le miró y sus ojos expresaron terror. Fue la última imagen que pudo ver antes de que le arrollara el autobús.
Mientras estuvo en coma, Martín no paró de soñar. Todos sus sueños tenían que ver con lo mismo, con la riqueza de la que se sabía dueño. Unas veces se veía en una casa enorme con jardín. O en el campo, desnudo y libre, sintiendo la brisa en su rostro. En otras ocasiones se dedicaba a ayudar a los más desfavorecidos. Otras veces su familia reñía por el reparto del botín. Se veía conduciendo un deportivo (y en esos casos siempre terminaba arrollado por un autobús) o tomando el Sol en un yate. En algunos sueños el dinero le convertía en peor persona de lo que era. En una ocasión tuvo una extraña pesadilla. Se encontraba en Ciudad de México, un lugar al que siempre había querido viajar. Tomaba un taxi, un Volkswagen escarabajo, pero el taxista se desviaba de su ruta, le llevaba a un barrio periférico y marginal y le atracaba, le quitaba su cupón. Se quedaba desnudo en medio de la nada.
Martín comprendía cual era su situación y hacía lo posible por despertar, pero no podía. Estaba bloqueado. Siempre volvía a caer en los abismos de la inconsciencia.
A pesar de todo, pasado algún tiempo, consiguió despertar, ser consciente de lo que le rodeaba. Se vio en una habitación de hospital, rodeado de familiares. La luz era intensa, le dañaba la vista. Se encontraba agotado, como si acabara de volver del reino de los muertos. Descubrió con terror que no podía moverse, que no podía hablar, solo agitarse en la cama con leves oscilaciones. Su madre y las enfermeras le decían: "tranquilízate, no te agites, pronto te pondrás bien". El miraba a los ojos a su madre, suplicante. Veía de reojo su mochila encima de la mesita. Dentro de la mochila estaba su cartera. Dentro su cartera estaba el cupón. Y el cupón valía nueve millones de euros, representaba el fín de sus dificultades, pero no se le ocurría medio alguno de decirlo. "Si al menos supiera morse, quizá con el movimiento de los ojos..." No era momento para el humor negro. ¿Por qué no había llamado por teléfono para dar la noticia antes de salir? Martín sufría. La felicidad tan al alcance de la mano y aplazada de esa manera. Era como estar de nuevo dentro de una horrible pesadilla. ¿Tendría medios de transmitir tan importante información? Decidió que lo único que podía hacer era concentrarse en su recuperación. Debía confiar en los médicos y tratar de relajarse.
Pocos días después se descubrió a sí mismo realizando algunos movimientos, primero levemente y luego casi con total normalidad. Pidió a su madre la cartera. "¿Qué día es hoy, mamá?", consiguió articular con voz fatigada. Su madre le miró con ojos amorosos, mientras le acariciaba el pelo. "Es veinte de junio. Ayer hizo un mes que tuviste el accidente".
Martín sacó el cupón de la cartera. Un acto tan sencillo le agotó. Con gran esfuerzo leyó en el reverso: "Caduca a los treinta días naturales contados desde el siguiente al del sorteo". Martín no dijo nada. Volvió a dejar el cupón en su sitio. A partir de ese instante se centró en recuperarse. No veía el momento de salir del hospital y probar suerte de nuevo.
miércoles, 21 de enero de 2009
ESCRIBIR
(Texto realizado ayer a vuelapluma en el taller de escritura de La Casa de las Palabras, con leves modificaciones).
Últimamente he descubierto que me apasiona escribir. Siempre había tenido deseos, pero era algo vago, algo que eternamente dejaba para más adelante. En realidad, no me sentía preparado. Tenía una visión de la escritura como algo muy serio y trascendental y no me atrevía a mancillar el buen nombre de mis escritores favoritos intentando compararme a ellos. Solía justificarme diciéndome a mí mismo que todavía no había leído todo lo que tenía que leer antes de poder empezar. A veces incluso llegaba a la realización de un vago intento de escritura, pero no llegaba más allá de unas pocas líneas.
Cuando descubrí la Casa de las Palabras, fue un acto de valor y compromiso conmigo mismo, bastante inusual en mí lo que me llevó a empezar a escribir. Quizá se me abrió la mente en ese momento y advertí que no tenía que buscar la perfección, sino solo contentarme a mí mismo, que todo llegaría con el trabajo y la constancia. Y sobre todo, que no tengo por qué ser Benito Pérez Galdós, sino que tengo el derecho a explorar, a buscar mi estilo, a intentarlo y a fracasar cuantas veces sea preciso.
He descubierto que la escritura es tan adictiva como la lectura y que se complementan una a otra, como si estuvieran unidas por vasos comunicantes que se alimentan recíprocamente. He descubierto que la vida es mucho más rica si tienes la posibilidad de escribir sobre ella, que todas las circunstancias pueden ser relatadas con total libertad, que se pueden exagerar las propias vivencias, inventar otras nuevas, ser influenciado por hechos cotidianos o por las más fantásticas ideas, mezclarlo todo o no mezclar nada. ¿Qué libertad es más absoluta que esa? ¿Qué mejor patrimonio puede uno poseer que sus propios escritos y los escritos que nos agraden de los demás?
Compartir una afición con almas afines es el ideal para cualquiera. Con la literatura resulta algo aún más especial, pues cada cual tiene su estilo, sus obsesiones, sus vivencias y su manera personal de plasmar todo eso en un papel en blanco. Puedes ir conociendo íntimamente a las personas a través de sus escritos. Intuyes lo que hay de personal y de influencias exteriores en ellos y sobre todo a veces consiguen que se te abra la mente y en ocasiones en una ebullición tal de ideas que es difícil de controlar. Esa es en realidad la tarea del escritor. Buscar información, influencias, elegir, ordenar, descartar, pero sobre todo entusiasmarse, contagiar entusiasmo y ser contagiado por el entusiasmo de otros. Y no esperar nada, solo una satisfacción íntima y nuevas ideas que se transformen en nuevos escritos.
EN LA CIUDAD SIN LÍMITES, DE ANTONIO HERNÁNDEZ. CAMBIAR EL PASADO.
Todos guardamos momentos del pasado que quisiéramos cambiar de un modo u otro, pero pocos pueden atormentar tanto como los que apuñalan el alma de Max (Fernando Fernán Gómez), enfermo de cáncer, a punto de morir, pero cuya mente vuelve al pasado para intentar reparar un error que llevó a un amigo a las cárceles franquistas durante un buen número de años. Con gran sufrimiento y creyendo que existe una conspiración en su contra recabará la ayuda de uno de sus hijos (Leonardo Sbaraglia)
Es muy loable el intento de Antonio Hernández por crear algo nuevo, dotar a su película de una atmósfera de misterio (pues no es hasta muy avanzado el metraje cuando conocemos más o menos lo que ocurre) reflejada muy bien en unas acertado uso de la ciudad de París, donde transcurre casi toda la historia, que en cierto modo es como un personaje más.
Entre los desaciertos, creo que Leonardo Sbaraglia no es idóneo para el papel, está desorientado durante gran parte del metraje, sonrie a destiempo... y del resto de actores hay que destacar a la siempre destacable Adriana Ozores, que borda su papel de mujer borde (nunca mejor dicho) y fatal, en el peor sentido del término.
Una película muy interesante, sobre todo por lo que tiene de propuesta novedosa y compleja.
martes, 20 de enero de 2009
TEATRO: AL AMMARIYYA, DE DIEGO RODRÍGUEZ VARGAS. DESESPERANZA EN MARRUECOS.
El sábado ví en Nerja una obra de teatro (de Avalón Teatro) que me hizo reflexionar de nuevo sobre la situación de los jóvenes de nuestro vecino del sur. Quien viaja allí, no tiene que esforzarse mucho para verlo: nada más bajar del barco en Tánger ya estamos observando jóvenes sentados y desocupados, mirando de reojo hacia la otra orilla del estrecho, hacia la cercana España, puerta de entrada hacia una Europa que es el objeto de sus esperanzas.
La obra, perfectamente interpretada por solo cuatro actores, nos habla de la humanidad de los inmigrantes, de la desesperación que les lleva a embarcarse en un viaje incierto en el que suelen estar completamente solos. Y lo que me ha parecido más importante: ellos quisieran quedarse en su país. Como a todo el mundo a ellos les tira su tierra, su familia sus costumbres, pero las desigualdades en Marruecos son demasiado acusadas. Uno de los personajes se debate todo el tiempo en un mar de dudas: quiere irse, pero tiene miedo. Al final se decide, a pesar del discurso pesimista acerca de lo que va a encontrar en Europa y del trato que va a recibir por parte de otro personaje. Este ha sido inmigrante ocho años entre nosotros, está curado de espantos y ha vuelto a Marruecos para regentar un humilde negocio.
También es reseñable el choque entre tradición y modernidad que se está dando en nuestro vecino del Sur, representado en la joven que va a ser diputada, que quiere cambiar el sistema desde dentro. Un sistema injusto que necesita impulsos de los habitantes del propio Marruecos, modernización, democratización, inversiones y reparto de la riqueza, que la hay (aunque concentrada en pocas manos).
Una obra muy meritoria, de corta duración, pero que mantiene todo el tiempo el interés del espectador y le hace observar con nuevos ojos a seres humanos que habitan entre nosotros, realizan los trabajos menos agradecidos y a veces nos parecen invisibles. Una curiosidad: el momento en el que uno de los personajes no quiere oirse comparar con los inmigrantes subsaharianos. Dentro de la inmigración también hay clases.
lunes, 19 de enero de 2009
GEORGE BUSH, MISIÓN CUMPLIDA.
Si su misión al asumir la presidencia del país más poderoso del planeta era dejar el mundo mucho peor de lo que lo encontró, podemos felicitar a George Bush, pues pocas personas podrían presumir como él de un trabajo tan sistemático y bien hecho.
Nada más comenzar su mandato, el principal postulado en el que iba a basar su programa de gobierno ya daba escalofríos: "conservadurismo compasivo". ¿Qué significa eso de "conservadurismo compasivo"? A mí me parecía una renuncia firme a la idea de la justicia social, al Estado como garante de la economía redistributiva y una invitación a la ley de la selva pero, eso sí, compadeciéndose de los pobres. Como se decía en el franquismo, si no existieran los ricos ¿quién iba a socorrer a los más desafortunados? Qué compasivo este presidente, instigador de dos guerras todavía abiertas. La de Afganistán, para detener a Al Queda (qué ha seguido sembrando la muerte impunemente por diversos lugares del mundo, Madrid incluido) y capturar a Bin Laden (que, por lo que se sabe, sigue por ahí dedicándose a lo que mejor sabe hacer, amenazar) y la otra, una pura vergüenza, justificada con mentiras tan descaradas que harían sonrojar a un niño de parvulario y que ha sido y sigue siendo una sangría constante de vida y un banderín de enganche para el terrorismo internacional que dice querer combatirse.
¡Ay George, qué travieso has sido! Quisiste ser presidente para superar a tu padre y bien que lo has conseguido. El entró en Irak, pero se retiró. Tú tuviste los huevos de entrar en Bagdag (bueno, tú no, tus tropas). El dejó a los Estados Unidos con una importante crisis económica. Tú lo dejas con la madre de todas las crisis económicas. Y así podriamos seguir... Menudo currículum el tuyo. Ex-alcohólico salvado por la religión. Amigo íntimo de Dios, que te aconseja todas las mañanas lo que debes hacer (mira a ver con que Dios estás hablando), liberado de ir a Vietnam por influencias familiares (pero un gran comandante en jefe, después de todo). Y así podriamos seguir... Y menudas políticas: restricción de libertades, Guantánamo, Abu Ghraib... El delirio ha llegado hasta el punto de provocar un espántoso déficit donde había superavit, hundir la economía hasta un pozo sin fondo y cambiar el "conservadurismo compasivo" (que quería decir "capitalismo compasivo") por unas nacionalizaciones y ayudas a empresas muy compasivas con quienes han provocado el desastre. Y hablando de desastres ¿te acuerdas del Katrina? Y así podriamos seguir...
Bueno George, después de todo queremos recordarte en tu faceta más juguetona. Si ese gatito representara al mundo, la foto sería la mejor metáfora de tu presidencia. Claro que, con ese gatito ya podrás. Si llega a ser el gato con botas, seguro que te lo hubieras pensado mejor.
viernes, 16 de enero de 2009
SÁNDOR MÁRAI: EL ÚLTIMO ENCUENTRO. LA AMISTAD LO PERDONA TODO.
(Libro debatido en el club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga, el 16 de enero de 2009).
Sándor Márai tuvo un gran éxito en su juventud, era un autor de best-sellers en la primera mitad del siglo XX en Hungría. Aun cuando criticaba el régimen fascista de su país era tolerado por su popularidad. Cuando llegó el comunismo cambiarion las cosas. Tuvo que exiliarse y acabó viviendo en los Estados Unidos. Su popularidad se perdió en el camino y ha regresado después de muerto (se suicidó en el 89).
Respecto a la novela que nos ocupa, a mí me ha parecido una reflexión magistral sobre la naturaleza humana. Dos amigos llevan cuarenta y un años sin verse. Los dos se conocieron muy jóvenes. Uno es un militar aristocrático. El otro es de condición humilde y artista de espíritu. En su último encuentro tendrán mucho que decirse, pero en realidad prácticamente solo hablará el protagonista, el general. El otro será un oyente que apenas objetará nada. Hace cuarenta años les separó el amor de una mujer. Ahora el general reflexiona acerca de si merece la pena conservar una amistad cuando sucedieron tantas cosas y tan imprevistas. No voy a desvelar el contenido de la novela, solo recomendarla encarecidamente. Pocos autores como Sándor Márai sabrían sacar jugo a unos hechos que otros contarían en pocas páginas, darles el sentido de una vida entera y reflexionar sobre ellos ensartándolos en la entera existencia de los protagonistas, dándonos a entender que solo han vivido para prepararse para ese último encuentro. La conversación mantiene la tensión en el lector, que irá poco a poco averiguando los hechos gracias a una sabia dosificación de la información y a una atención por los pequeños detalles que solo se encuentran en las grandes obras de la literatura.
A todos los participantes en el debate nos ha parecido un libro a releer. Y es que pocos autores como los de Europa del este son capaces de explorar el alma humana con esa sensibilidad y delicadeza y componer una gran obra como este "Ultimo encuentro", que deja con mucha apetencia de seguir explorando la obra de este autor.
CÍRCULO DE LECTORES
Soy un fanático del Círculo de Lectores, lo reconozco. Estoy apuntado desde el año 1990 y nunca me he arrepentido de ello. Sus libros tienen una magia especial, siempre sabes que estarán bien editados, a un precio acorde con el mercado. Recibir la revista cada dos meses y ojearla es uno de mis grandes placeres. La de este mes viene bien jugosa. Me ha costado decidirme. La crisis hace que solo pueda elegir un título, pero si pudiera pediría diez por lo menos. Hay una colección de "En busca del tiempo perdido", de Marcel Proust, "El miedo a los bárbaros", de Tzvetan Todorov, que tengo ganas de leer, los cuentos de Bolaño, los ensayos históricos de Carmen Iglesias, la estrella de la revista, una lujosa edición ilustrada de los cuentos de Edgar Allan Poe, La cuarentena del nobel Le Clézio, los testimonios del siglo XX como los de Mariano Constante o Hanna Lévy-Hass, felizmente recuperados... Pero al final me decido por Thomas Mann y "Los Buddenbrook", una saga familiar que comprende varias generaciones y que es uno de los mejores libros de su autor. Dejaremos el resto para los próximos meses.
Y una pequeña petición, por si por casualidad algún responsable de Círculo de Lectores lee esto alguna vez: reediten, busquen en su catálogo y reediten. Tienen un fondo estupendo que no debe perderse. Reediten las magníficas ediciones de las obras de Julio Caro Baroja, la trilogía de Los hijos del Arbat, de Anatoli Ribakov, inencontrable hoy día y tantas otras... Y puestos a pedir ¿por qué no establecer tiendas en las grandes ciudades dedicadas a la venta directa? Bueno, con la editorial Galaxia Gutemberg ya hay algo parecido a eso, pero de una parte exigua del fondo editorial. Sigan tentándome como hasta ahora, señores...
REC, DE JAUME BALAGUERÓ Y PACO PLAZA. FILMANDO EL HORROR.
Una periodista y un cámara realizan un anodino reportaje en un parque de bomberos. En un determinado momento, hay una emergencia y acuden con ellos a un edificio donde suceden cosas extrañas. La cámara lo filmará todo. Esta es la poco original premisa de la que parte esta exitosa realización hispana, que ya tiene remake (seguramente horrible) estadounidense, como si de una película de Amenábar se tratara. Dicho esto, hay que reconocer que la película no da respiro al espectador y le hace angustiarse en todo momento, lo cual es todo un triunfo, estando tan trillado a estas alturas el género de zombies.
Las películas realizadas con cámara subjetiva que "recoge el testimonio" de lo que está ocurriendo son un género en sí mismo. A mí me gustó particularmente "Monstruoso". El espectador debe verlas sin perjuicios, ya que el presunto hiperrealismo de las imágenes que vemos en pantalla se contrapone a la lógica de los hechos: es prácticamente imposible que ante una situación límite, de sangre y vísceras, como la que expone REC el cámara tenga ese pulso y la sangre fría de filmarlo todo sin cuidar más de su propia seguridad. En todo caso, si olvidamos este detalle, es de aplaudir el hecho de que una película realizada con tan pocos medios salga más que airosa. Son el talento y la imaginación de sus directores los que suplen la falta de presupuesto, además de explotar sabiamente el gusto por el morbo al que nos tiene acostumbrados la televisión en general y los telediarios y programas de sucesos en particular. Su corta duración es otro de sus aciertos. Si durara dos horas seguramente se acabaría convirtiendo en pesada, por reiterativa.
jueves, 15 de enero de 2009
POLVORÓN
Hemos buscado a Polvorón hoy domingo en algún centro comercial, pero no lo hemos visto, a pesar de la convocatoria general a consumir que ha debido llegar a todos los hogares. Y es que Polvorón está faltando hoy a su obligación de contribuir al sostenimiento de la economía y por ende, de la Navidad. Pero no lo hace por su gusto, pues de buena gana pasaría la tarde probándose gorras, una de sus grandes aficiones, sino porque, y he aquí su tragedia, se quedó sin trabajo hace meses y no se le ocurrió echar los papeles del paro, no por despiste, sino por total desconocimiento. ¡Qué candidez la de este hombre, creyendo que el gobierno iba a ocuparse de él sin ni tan siquiera solicitarlo! Y es que nuestro héroe es un ingenuo al que las cosas no le salen bien por creer que todo es más sencillo de lo que en realidad es.
Pero veo que ya más de un lector se me está impacientando y se hace una pregunta ávidamente en su cabeza: "Pero ¿quién es realmente Polvorón?". Intentaré contestarla con la concisión y claridad que ustedes se merecen: Polvorón es un parado (bueno, eso ustedes ya lo saben), una de las tantas víctimas de la crisis económica que no saben qué hacer con su vida. Nuestro héroe nació siendo albañil y siempre ha estado en la obra, desde que tiene uso de razón. Su vida ha quedado ligada al oficio de los ladrillos con una sólida argamasa que ninguna circunstacia había conseguido despegar hasta ahora. Y en este momento, un gran vacío se adueña del interior de Polvorón, que es lo que intento tratar en este relato que, si sigue así se convertirá en una novela épica. Pero ¿qué estoy escuchando ahora? ¡Ah sí! Es evidente, no he contado todavía de donde le viene el nombre a nuestro personaje. Está claro que no es un nombre cristiano, pero no se preocupen los que sospechen que no es bautizado. No, no de ningún modo, el protagonista de nuestra historia pertenece, como Dios manda, a la estirpe de los católicos. Lo que sucede es que "Polvorón" es un mote que lleva como un sambenito desde tiempos inmemoriales, desde tan antiguo que no está claro a causa de qué le fue impuesto ni por quién. Para eso hay teorías para todos los gustos: las más verosímiles aseguran que deriva de su oficio, por ir siempre sucio del polvo que desprende su lugar de trabajo. Otros dicen que le viene de una memorable ocasión en que se exhibió en su ciudad el polvorón más grande del mundo y que él, excitado enormemente por el deseo de probarlo, decía a sus amigos y conocidos: "Vamos a ir a ver el polvorón, vamos a ir a ver el polvorón...". Para finalizar, hay otros teóricos, los más picantes, que atestiguan que el apodo viene de una noche que lo vieron echando el que él mismo definió más tarde como "un peazo polvo" con una prostituta de pechos gigantescos en el puticlub de moda de la ciudad. Sea como fuere, Polvorón le pusieron y Polvorón se quedó. Si le preguntas a él qué opina de todo este asunto, encogerá los hombros con indiferencia.
El caso es que Polvorón se atormentaba. No sabía estar sin hacer nada y nada sabía hacer que no fuera su digno oficio. El BMW tuneado que tanto le estaba costando pagar aguardaba en la puerta de su casa un pronto embargo contra el que poco podía hacer la pensión no contributiva que cobraba su anciana madre, que apenas daba para sofocar el hambre gargantuesca de nuestro buen Polvorón. Hacía días que no pisaba la calle y en su cabeza se repetía la escena que vivió hace unos meses, cuando se enteró de sopetón de que se quedaba sin trabajo, de que su empresa había quebrado y no podía pagarle más. Apenas llevaba unos días poniendo ladrillos en aquellos adosados y el encargado fue quien se lo dijo. "Pues como dejemos la obra a medio hacer, nadie va a querer comprar", fue la lúcida reflexión de nuestro héroe. Pero ni por esas. Siguió volviendo todos los días, por si aquello se arreglaba y podía continuar con su tarea, hasta que se cansó de visitar aquel páramo con aquella obra que parecía llevar siglos abandonada, una estructura de hormigón que se iba ennegreciendo por su exposición a los elementos. En una última mirada la comparó lúcidamente con el esqueleto de una ballena varada en la playa al que nadie tenía intención de retirar.
Polvorón se había atrincherado en su habitación, fumando sus últimos cigarrillos, anhelando el sabor de unos porros que ya no se podía permitir y realizando frecuentes expediciones a la cocina para picotear algo o dar cuenta de las comidas que le preparaba su madre. De todos modos, esto no duró mucho. Nuestro héroe era un hombre de acción, alguien que no podía contemplar pasivamente el desmoronamiento de su existencia. Con una firme determinación salió a la calle y, haciendo honor a su propio mote, entró al Polvero más próximo y, con sus últimos euros, compró ladrillos, un saco de cemento, un cubo para mezclas y una carretilla para llevarlo todo. "¿Te ha salido algún chapú Polvorón?", le preguntó el dueño. "Si, si...", contestó él mientras salía apresuradamente.
Volvió a su cuarto con sus flamantes compras. Sin dudar ni un momento de lo que estaba haciendo (una vez que tomaba una decisión, la voluntad de Polvorón era inquebrantable), llenó de agua el cubo, vertió el contenido del saco y removió la mezcla no sin placer, producido por el regreso a su antigua y anhelada pasion. Como si de un cocinero se tratara, una vez comprobó que el mortero estaba en su punto, comenzó a colocar ladrillos en la puerta de su habitación para tapiarla. El trabajo solo le supuso unos minutos, pues los ladrillos los cortaba con presteza gracias a la radial que poseía. Una vez tapiada la puerta, respiró aliviado por vez primera en meses. El mundo exterior quedaba fuera, ya no podía afectarle. Ahora podía fabricarse su propia realidad y volver a ser el de antes. Subióse a una silla y sacó una caja de encima del armario. Vertió su contenido en el suelo. Cientos de pieza de un antiguo mecano yacían a sus pies. De otra caja sacó otros viejos juguetes: miniaturas de excavadoras, grúas, apisonadoras, camiones y otras máquinas habituales de su hábitat natural. Ahora tenía mucho trabajo por delante y no tenía tiempo que perder. Había que empezar a excavar los cimientos. Nada más ponerse a ello se dio cuenta de que algo se le había olvidado, ¿quién le iba a dar de comer? Recordó, remontándose con esfuerzo a los tiempos de su primera comunión, que había escuchado algún relato de santos ermitaños a los que Dios proveía de alimento cada mañana. Decidió hacer lo mismo, pedirle al Señor que le mandara lo que tuviera a bien proveer. La duda le surgió enseguida. Y es que la ciudad donde vive Polvorón ofrece un sinfín de posibilidades para ejercitar una petición de esa naturaleza. Por un lado está el Cristo de los faroles, de fama acreditada por los cientos de milagros que concede cada año, o el Cristo de la Soledad, de nombre tan apropiado a su situación actual, o el Santo Chiquito, o el de la Redención, entre tantos otros... Tendría que pensarlo un buen rato. Como consumidor, no debe tomar su decisión a la ligera.
martes, 13 de enero de 2009
HIJOS DE LOS HOMBRES, DE ALFONSO CUARÓN, EL 31 DE ENERO EN LA CASA DE LAS PALABRAS
Para este mes en el cine-forum de La Casa de las Palabras hemos seleccionado una película reciente de ciencia-ficción que a mi particularmente me impresionó y me hizo reflexionar mucho. Transcurre en el año 2027 y la sociedad que presenta se parece demasiado a la peor de nuestras pesadillas: un mundo que se hunde con los jinetes del Apocalipsis desvocados: terrorismo, cambio climático, inmigración, pobreza... e infertilidad, porque en este mundo las mujeres ya no pueden tener hijos.
Debatiremos sobre los problemas del presente, como pueden repercutir en nuestro futuro inmediato y acerca de si vamos a un caos como el que presenta la película o si todavía podemos salvarnos. Como la película no es muy larga, veremos también un pequeño documental presentado por el filósofo Slavoj Zizek que nos habla de todos estos temas con gran lucidez... y pesimismo.
Para los que estén interesados, la cita el sábado 31 de enero a las 18:30 en La Casa de las Palabras, C/Bronce, 11 (Nerja). La entrada es gratuita.
Para los siguientes meses, la programación es la siguiente:
El sábado 28 de febrero, "La última noche", de Spike Lee.
El sábado 28 de marzo, "Una jornada particular", de Ettore Scola.
lunes, 12 de enero de 2009
PALESTINA, EN LA FRANJA DE GAZA, DE JOE SACCO. MÁS NECESARIO QUE NUNCA.
""Cuando sospechamos que hay un miliciano en una casa disparamos un misil, después dos proyectiles de artillería y luego la excavadora derriba las paredes". La explicación es de un mando militar israelí a la prensa de este país. Y pone de manifiesto la brutalidad de la agresión: la sospecha es suficiente para arrasar con lo que sea. No es de extrañar, pues, que las muertes de inocentes se disparen. Una familia perdió a 31 de sus miembros en una sola operación. "Desde nuestro punto de vista, ser cuidadoso significa ser agresivo", añadió el militar. La atrocidad es bien recibida si se trata de limitar la cifra de uniformados (israelies) muertos..."
La cita es de El País de el pasado 8 de enero. La guerra continúa a día de hoy y los palestinos muertos seguirán siendo muchos más que los uniformados. En 1992, el periodista Joe Sacco comenzó a publicar un cómic basado en sus experiencias en Palestina, en la época de la intifada. Todavía hay personas que creen que el comic es un medio de expresión infantil, incapaz de transmitir ideas o innovar. Cuando una película es despreciable se dice que tiene "estética de cómic" o que "el guión parece sacado de un cómic". Si estos críticos tuvieran a bien leer obras como este "Palestine" quizá cambiarían algunos de sus criterios.
El cómic, como cualquier arte, está lleno de porquerías y obras funestas, pero también tiene sus obras maestras. No se puede meter todo en el mismo saco. Si habláramos de la literatura a partir de la lectura de novelitas del oeste o del cine a partir del visionado de un ciclo completo de Fernando Esteso, también diríamos que son artes deplorables. Afortunadamente el cómic está saliendo de la marginalidad en la que ha estado demasiado tiempo y comienza a ser algo prestigioso. Incluso en la revista del Círculo de Lectores empiezan a ofertarse comics: últimamente lo han hecho con Persépolis y Mauss, ambos absolutamente recomendables.
Respecto a la obra de Joe Sacco, pocas veces se utilizan tan magistralmente las posibilidades expresivas que da el noveno arte para denunciar una situación. El protagonista es él mismo, viajando por la franja de Gaza y siendo testigo del infierno cotidiano que han de sufrir los palestinos: vigilados por los soldados hebreos con controles rutinarios y humillantes, viviendo en campamentos de refugiados, sin trabajo, sin futuro, sin esperanzas, teniendo que abandonar sus tierras para dejar paso a asentamientos israelies. La lectura de esta obra deja entrever que pocas posibilidades caben de paz entre israelies y palestinos. Israel es el amo de la situación y quien afixia cotidianamente a Gaza, haciendo todo lo posible por que no progrese ni social ni económicamente. Es raro encontrar en el cómic un palestino que no tenga una historia triste que contar: madres que han perdido a sus hijos, viejos que recuerdan como tuvieron que abandonar sus pueblos en 1948, jóvenes sometidos a torturas... Una situación límite que se va a ver más agravada, si cabe, con la injustificable y bárbara agresión a la que se está viendo sometida Gaza en la actualidad. Ya no podrá levantar cabeza en décadas. A sus habitantes solo les quedará como opciones la emigración (si esto fuera posible), la miseria absoluta o el terrorismo suicida. Desgraciadamente la política de Israel es una fábrica de desesperados. Estas "guerras contra el terrorismo", no hace más que fomentarlo. Cuando suceda un nuevo atentado sangriento, Israel justificará nuevas acciones, que justificarán nuevos atentados... El círculo vicioso de la violencia, muy difícil de romper.
Lean si pueden este cómic (publicado por Planeta De Agostini), disfruten de su dibujo, de sus detalladas descripciones, de las vivencias de un periodista que viaja hasta el último rincón del infierno para comprender mejor lo que está sucediendo. Desde aquí mi humilde apoyo al pueblo palestino. Ojalá algún día pueda levantar cabeza y pueda disfrutar de una paz con dignidad. Como dice el propio autor en el prólogo: "Los pueblos palestino e israelí continuarán mantándose entre sí en un conflicto de baja intensidad o con una violencia desgarradora (con hombres bomba o helicópteros armados o bombardeos) hasta que este hecho central (la ocupación israelí) se trate como un tema de ley internacional y de derechos humanos básicos."
viernes, 9 de enero de 2009
THE QUEEN, DE STEPHEN FREARS. LA REINA INCONMOVIBLE Y LA "SABIDURÍA" DE UN PUEBLO.
Siempre he odiado con toda mi alma la llamada prensa del corazón. Pero no porque, tras ver esta película considere que fueron los asesinos de Diana ni tonterías por el estilo, sino porque representan uno de los nuevos opios del pueblo, quizá el más eficaz en su función de atontamiento. Es verdaderamente el reino de la banalidad y de los chupópteros (de uno y otro lado) que crean continuamente "noticias" acerca de personajes casi siempre impresentables y que se caracterizan sobre todo por su gandulería y pésimos modales. Noticias a cual más estúpida, seguramente casi siempre pactadas para repartir beneficios ante la credulidad de sus seguidores, que creen asistir a hechos muy relevantes y escandalosos.
Dentro de este periodismo existe la modalidad de las noticias dedicadas a las casas reales, que suelen repartirse en las modalidades "vestuario y peinados" (para reinas y princesas) y "campechanía y cercanía al pueblo" (para reyes y príncipes). La princesa Diana fue un caso especial en todo este negocio, pues desde el principio se vio que era perfecta carnaza para la prensa amarilla (que en Gran Bretaña es particularmente voraz por tradición) y se le sometió a un continuo marcaje que culminó en los desgraciados hechos parisinos que todos conocemos.
La llamada "princesa del pueblo" subió así a los altares y se convirtió en un mito que colocó a los británicos al borde de la histeria colectiva y que a punto estuvo de acabar con la monarquía de aquel país. Dicha "revolución antimonárquica de una semana" no se dio, como dictaría la lógica y el sentido común, porque de pronto a los súbditos de la reina se le cayeran las vendas de los ojos y quisieran acabar con la estafa de una monarquía hereditaria que esquilma bienes que deberían pertenecer al pueblo, no paga impuestos y cuyos miembros y allegados viven como reyes a costa de los impuestos del pueblo. No. El cuestionamiento de la monarquía se dio por la poca sensibilidad mostrada ante la muerte de Lady Di, un pecado muy venial si lo comparamos con lo anterior, pero que el pueblo soberano, en su infinita sabiduría, interpretó como una falta de acercamiento a los sentimientos de la gente (como si los reyes compartieran alguna vez algo con sus súbditos).
La película hace un muy buen tratamiento de aquellos días. Se nos lleva al palacio de Balmoral, donde el aislamiento es tal, que los miembros de la familia real no comprenden que se la están jugando hasta el último momento (solo el sufrido Charles parece entender lo que hay que hacer desde el principio). La figura de un angelical Tony Blair, cuando las Azores eran para él todavía unas pequeñas islas enmedio del Atlántico, resulta fundamental para despertar a la reina y de paso, para alcanzar unas cuotas de popularidad pocas veces vistas en un primer ministro. Helen Mirren está perfecta en el papel y sabe transmitir toda la frialdad y majestad de la reina, por lo que mereció ampliamente su oscar. La película me ha gustado en general y me ha resultado interesante, sobre todo por el tono de tragedia shakesperiana que sabe darle a unos hechos que conmocionaron al mundo e hicieron a mucha gente derramar abundantes lágrimas, que quizá nunca derramarían por la muerte de un familiar. Lágrimas por una princesa divorciada, con un patrimonio de unos 30 millones de euros, y que salió una noche del mejor hotel de París a dar un paseo en el Mercedes de su amante, el hijo de uno de los hombres más ricos de Gran Bretaña. La vida a veces es sorprendente.
EL ZOO DE BUDAPEST ( y II).
Tratando de ser lo más correcto y educado posible con aquel simio y asegurándome a la vez de que no hubiera nadie cerca que me tomara por un perturbado, me atreví a contestarle: "¿Se dirige a mí, caballero?" El peludo animal se paseaba de lado a lado de la jaula contestándome: "Por supuesto, por supuesto". "Pues dígame qué se le ofrece", acerté a pronunciar con toda corrección, como si nos encontráramos en un selecto club de Londres, no en una apestosa jaula de gorilas y tuviera frente a mí a todo un lord. Aquel mono estúpido se regodeaba y parecía excitarse cada vez más por estar manteniendo una conversación con un ser humano, cosa nunca vista en la comunidad simiesca. Celebrando tamaña hazaña, nuestro gorila, que afirmó llamarse Alfred, hacía cabriolas, volteretas y toda clase de monerías.
Descubrí que yo no era el destinatario único de todos aquellos saltos enloquecidos, sino que trataba de impresionar a una magnífica hembra a la que de cuando en cuando guiñaba el ojo. Yo contemplaba aquel espectáculo entre fascinado y aterrado, tratando de averiguar qué quería de mí ese simio burlón que casualmente, pensaba yo, compartía nombre con mi difunto abuelo. No había acabado mi pensamiento cuando afirmó con una gran voz: "Efectivamente, Charles, soy tu abuelo". Mi abuelo Charles, el libertino de la familia, siempre había afirmado ser un hombre de pelo en pecho, pero aquello era ya demasiado. Que aquel primate parlante conociera mi nombre y el de mi abuelo era incluso más desconcertante que el hecho de que hablara. Le interrogué buscando respuestas. El me explicó, mientras se balanceaba de rama en rama, demostrando ser el macho dominante del grupo, que efectivamente era mi abuelo y que, tras su muerte como ser humano se había visto convertido en animal como expiación a sus abundantes pecados carnales. Por todo ello debía advertirme a mí, su sobrino, ya que estaba siguiendo sus mismos pasos. "De todas formas has de saber que esto no es tan malo, los gorilas somos polígamos y a veces nos apareamos cara a cara, lo cual resulta muy excitante y placentero. Si quieres puedo hacerte una demostración. Para un exhibicionista como yo, es todo un placer copular en público." Todo esto lo decía el depravado animal mientras miraba a su hembra con la más amplia de sus sonrisas, enseñando una gran fila de dientes con toda sensualidad. Le agradecí el gesto, diciéndole que no hacían falta demostraciones y a la vez reflexionaba sobre los motivos por los que mi simiesco abuelo así me hablaba. Mi crisis nerviosa había sido motivada por haber dejado embarazada a una de las hermanas de mi mujer. Ya ven que ser disoluto me venía de familia. Sin saber muy bien que hacer, había huido a Budapest con la excusa, recetada por un doctor de confianza a cambio de unas cuantas libras, de tratar mi desasosiego con las famosas aguas medicinales de esta ciudad.
Una vez que me despedí de mi abuelo, dándole dos besos a través de la jaula, sentí como mi ansiedad, omnipresente en los últimos tiempos, se iba disipando como las nubes en aquel hermoso atardecer de Budapest. Mientras el Sol se ocultaba entre aquellos espléndidos tejados yo llegaba al hotel, subía a mi habitación y, preparado un baño de agua bien caliente, plácidamente me cortaba las venas y me preparaba para renacer junto a mi abuelo en aquella amplia jaula que ya empezaba a imaginar como mi nuevo hogar. No veía el momento en que terminara de manar de mi muñeca toda aquella sangre, quedarme suavemente dormido, y tener a mi disposición, por derecho de familia, aquel exquisito grupo de hembras, sin moral humana alguna que me lo impidiese.
jueves, 8 de enero de 2009
EL ZOO DE BUDAPEST ( I )
Cuando llegué a las puertas del zoológico de Budapest aquel día aciago, volví a sentir la zozobra que me venía acompañando durante aquella jornada y las precedentes. Me dio la impresión de que los cuatro elefantes esculpidos que custodiaban el pórtico iban a impedirme la entrada alargando sus trompas y que los osos que adornaban la cúpula por encima de ellos se lanzarían sobre mí sin piedad.
Como ya he dicho, el día no comenzó bien. Había venido a esta ciudad a reponerme, tomando las aguas, de ciertas crisis nerviosas que los doctores no acertaban a tratar en Inglaterra. Al salir del hotel después del desayuno volvieron a inquietarme las dos enormes esculturas que sostenían en sus espaldas el portón de la entrada. Me angustiaba su esfuerzo perpetuo en servicio de unos pocos huéspedes, sin recompensa visible. Tanto tiempo debí estar observándolas que, una de ellas, sin previo aviso, volvió el cuello hacia mí, sonrió con sonrisa de mármol y me guiñó su ojo de piedra, para finalmente volver a su primitiva posición, sin que nada más sucediera. Salí de allí despavorido y traté de calmarme sentándome en un banco a contemplar el Danubio. La corriente plácida de las aguas, la lenta navegación de algunas embarcaciones que en ese momento pasaban frente a mí y la silueta de los bellos edificios de Buda, en la orilla opuesta, contribuyeron a que pudiera recuperar el completo dominio de mí mismo. Ya más calmado, tomé un coche y atravesé la avenida Andrassy, jalonada a lado y lado por los palacios de los nobles y burgueses de la ciudad, hasta llegar al balneario Szechenyi, situado al principio de un gran parque. La relajante mañana de baños terminó de transformar la travesura de las estatuas en una mera anécdota, en un espejismo causado sin duda por mi mente cansada. Se me ocurrió redondear la jornada con una visita al cercano zoológico.
Ahora, frente a los elefantes de piedra, no podía permitir que volviera la crisis, así que, en un arranque de valor, atravesé la puerta entre sus cuatro trompas sin que estas se movieran ni un centímetro para impedírmelo. Todo iba bien. La mayoría de los animales dormían en sus jaulas. El tiempo era inusualmente bueno para aquella época y los huéspedes del zoo respondían a tan excelente clima con la placidez de su sueño, placidez que poco a poco se iba contagiando a mi alma, tan torturada en los últimos tiempos. Cuando ya podía considerarme casi feliz, una voz desagradable resonó a mi espalda: "Sé quién eres, sé quién eres", decía. Miré hacia atrás, pero no había nadie, solo la jaula de los gorilas, ¿sería posible que...? Efectivamente, una segunda mirada me reveló que un enorme gorila, de fieros ojos, movía su prominente mandíbula, pronunciando aquellas palabras en perfecto inglés.
LAS VOCES DE MARRAKESH, DE ELIAS CANETTI. CIUDAD DE MISTERIOS.
Llegar a Marrakech conduciendo tu propio vehículo y además, de noche tras haber conducido seiscientos kilómetros desde Tánger en solitario, es una de las experiencias más espeluznantes que se puedan imaginar. Las normas de tráfico parecen no existir, todo es caótico. Bicicletas, carros tirados por mulas y toda clase de extraños vehículos moviéndose a velocidades imposibles lo invaden todo y uno solo puede esperar tener la suerte de no golpear a nadie. En dos días uno se acostumbra, tira hacia delante y todo le es indiferente. Digo esto porque Marrakech es una ciudad de contrastes. El caos y el ruido de sus calles principales contrasta con el silencio de los más profundos callejones de su centro histórico, al que solo pude dar un vistazo de última hora, pues viajaba por motivos de trabajo, aunque la visita me produjo una curiosa pesadumbre. En los lugares más turísticos, como la plaza Xemaá El Fná y alrededores el occidental se siente agobiado por las constantes llamadas de atención de los vendedores o pedigüeños. Uno debe estar alerta y saber esquivarlos. No debe quedarse mucho rato observando algo o se verá rodeado. En otros lugares, como la zona moderna y de oficinas, se puede pasar más desapercibido y advertir otro contraste: el de los ciudadanos occidentalizados con los tradicionales.
Elias Canetti viajó a Marrakech en 1954. No conoció la misma ciudad que conocí yo, pero muchos de los rasgos que él describió siguen presentes: los mercados, los cuentacuentos de la plaza Xemaá El Fná, los palmerales, los camellos. Narra magistralmente la rareza y el misterio de pasear y perderse por unos callejones con cientos de años de historia, de la observación de las costumbres de unos nativos que son tan interesantes como la propia ciudad en la que viven describiendo colores, olores, sabores, voces en suma, con una sencillez muy atractiva para el lector.
La última historia es la que más me impresionó, "El invisible". Un bulto humano en centro de la plaza Xemaá El Fná, "la sucia tela marrón era como una capucha totalmente calada que lo cubría todo. La criatura - alguna había de ser - se acurrucaba en el suelo y curvaba la espalda bajo la tela", que pasa las noches repitiendo el mismo sonido a-a-a-a-a, y que produce horror y fascinación a Canetti. Quizá en ese sonido esté resumido el misterio del universo y el absurdo de nuestra existencia o quizá la abnegación nocturna de la criatura nos esté redimiendo a todos. La próxima vez que vaya a Marrakech trataré de descubrir si si sigue acudiendo a su lugar cada noche.