jueves, 31 de diciembre de 2020

LOS NIÑOS TERRIBLES (1929), DE JEAN COCTEAU Y DE JEAN-PIERRE MELVILLE (1950). UN CUARTO PROPIO.

El desencadenante de la la acción de esta novela es considerado un personaje mítico por sus protagonistas. Darnelos aparece a los ojos de Paul (y del autor) como el más perfecto ejemplo de niño terrible, hermoso y altivo, un ser que lleva consigo un halo de superioridad que lo hace considerarse más allá del bien y del mal. Darnelos, aunque aparece muy poco, será fundamental al inicio de la narración, cuando lanza una bola de nieve al pecho de Paul. Esta acción, aparentemente nimia, hace que Paul se confine en su habitación, enfermo, pero a la vez lleno de vida mientras se encuentre cerca de Elisabeth, su hermana, con quien mantiene una malsana relación de amor-odio, como si ambos formaran parte del mismo cuerpo y a la vez necesitaran una independencia imposible.

En la existencia de esta singular pareja, que vive prácticamente encerrada en un cuarto y cuya rutina consiste en discusiones continuas que no llevan a ningún lado, solo es admitida la presencia de Gérard, amigo de Paul, un joven muy distinto a éste, mucho más comedido y educado, pero que necesita compartir experiencias con los hermanos, con quienes compartirá también sus vacaciones. Luego también será admitida a este club tan exclusivo, con algunas reticencias, Agathe, a quien conoce Elisabeth cuando se decide a buscar trabajo en una boutique. Juntos van a crear un universo propio entre las cuatro paredes de la habitación, al margen de la realidad exterior, en una especie de realidad placentaria en la que se sienten perfectamente cómodos y felices. La última oportunidad de comenzar una vida más ordinaria será malograda cuando muera Michael, el rico pretendiente de Elisabeth. La herencia que le deja éste hará que los jóvenes puedan habitar el resto de sus días en un palacio, cuyas amplias estancias pronto serán demasiado para unos seres que solo ansían languidecer juntos en una cómoda habitación.

Esta utopía íntima, en la que el juego se vuelve mucho más importante que la vida real, solo puede ser malograda con el regreso, aunque sea de forma indirecta, de Darnelos. Si su bola de nieve desencadena el principio de la historia, su veneno, un regalo inocente, será el que precipite el final, precediendo al mismo la ruptura del frágil equilibrio en la convivencia de los cuatro convivientes. Los niños terribles es una especie de resumen de las obsesiones de su autor, de la imposibilidad de vivir al margen del mundo real, del placer y la locura que desencadenan la voluntad de crear una existencia basada en la fantasía y en el ensueño en la que la idea de libertad se base ante todo en la inexistencia de obligaciones dentro de un espacio limitado en el que presuntamente uno se encuentra plenamente caliente y seguro. La versión cinematográfica de Jean-Pierre Melville constituye un complemento indispensable a la lectura de esta historia, pues supo plasmar perfectamente en imágenes el universo planteado por Cocteau, una tarea nada fácil, en la que participó el propio escritor recitando pasajes de la novela con voz en off. 

miércoles, 16 de diciembre de 2020

CONTRA LA IGUALDAD DE OPORTUNIDADES (2020), DE CÉSAR RENDUELES. LA ÉTICA DEL IGUALITARISMO.

El concepto de igualdad se entiende de diferentes maneras según el pensamiento político de cada individuo. Si desde posiciones de izquierda se entiende imprescindible la intervención del Estado en la economía para compensar las desigualdades sociales entre ciudadanos, desde el ámbito liberal se defiende más la igualdad de oportunidades, para que sean los más capacitados en una competición presuntamente justa los que sean premiados con mejores puestos y retribuciones. Por supuesto, la segunda propuesta tiene mucho de falacia, ya que no existe una línea de salida ideal de la que todos los competidores-ciudadanos salgan en las mismas condiciones para establecer una contienda justa. En realidad, como bien sabemos, los mejores puestos, los que no suelen salir en las ofertas de trabajo, suelen estar destinados a miembros de familias bien relacionadas, que previamente han estudiado en los mejores colegios y universidades y han tenido oportunidad de hacer amistades con jóvenes representantes de la élite social. 

En cualquier caso, aunque las condiciones de partida fueran justas, al final seguiríamos teniendo ganadores y perdedores. Además, por mucho que se predique lo contrario, muchos de los muy ricos han conseguido su envidiable posición trabajando por establecer auténticos monopolios con los que saltarse el complicado trámite de la competencia de los iguales. Muchos de los que proclaman reducir al Estado a su mínima expresión no dudan en buscar amistades entre las altas esferas políticas que les faciliten sus negocios y, cuando se presenta una crisis económica, no dudan en solicitar ayudas urgentes a esa Administración que tanto denostaban. Lo cierto es que padecemos un sistema que premia la especulación y desprestigia económicamente a las profesiones que han resultado ser fundamentales cuando llega un momento de emergencia: médicos, enfermeros, trabajadores de supermercado, limpiadores... Ocupaciones muchas de ellas con poco glamour, pero sin cuyo concurso la sociedad no podría funcionar. 

La crisis de legitimidad de una clase política que no es más que el reflejo de la sociedad a la que representa se sustancia entre otras en la falta de consenso entre distintos grupos y la alarmante escasez de planificación a largo plazo, algo que se observa, por ejemplo, en la abundancia de leyes educativas aprobadas en los últimos años que no buscan tanto beneficiar a la comunidad escolar como imponer una determinada agenda política que será fulminada cuando los partidos de la oposición lleguen al poder. Y mientras tanto se deja de lado el cáncer del fracaso escolar o las nulas oportunidades laborales que va a sufrir un importante porcentaje de los estudiantes que carecen de las relaciones sociales necesarias para labrarse un futuro razonable. 

Rendueles no quiere que la igualdad sea un punto de partida, sino el resultado de unas políticas eficaces de las que sea partícipe el conjunto de la ciudadanía. El estado de alarma provocado por la pandemia del coronavirus ha hecho que muchas de estas políticas se aceleren y se intente avanzar en unos meses (por ejemplo, estableciendo el muy necesario ingreso mínimo garantizado) lo que se debería haber ido planificando en los años precedentes, obteniendo como resultado unas políticas de respuesta a la crisis improvisadas y caóticas, fruto de los recortes precedentes en Sanidad, Administración y equipamiento. Que nuestro país no estaba preparado para un acontecimiento de estas dimensiones, resulta ya evidente:

"La crisis del COVID-19 ha culminado este desencanto. Desde 2008, el paradigma del libre mercado era un muerto viviente, el coronavirus lo ha incinerado. La pandemia ha funcionado como un espejo de aumento de nuestra realidad social que nos ha forzado a observar concentrados procesos que normalmente podemos ignorar porque se dan a cámara lenta. Nos obligó a ver minuto a minuto las consecuencias mortales, normalmente dilatadas en el tiempo, de los recortes sanitarios; a reconocer el horror cotidiano de las residencias de mayores, convertidas en una película gore; a descubrir que llamábamos «hogar» a espacios inhóspitos donde nos derrumbamos entre cada jornada de trabajo; a comprobar las brutales carencias de la educación pública o los efectos de la desindustrialización, que nos ha convertido en un país incapaz de autoabastecerse de trozos de tela con gomitas para protegernos del contagio."

Los próximos años van a ser decisivos para el necesario cambio de paradigma necesario para contener los peores excesos del capitalismo de la desigualdad a la vez que se corrige en lo posible la catástrofe ecológica en ciernes provocada por el calentamiento global y la sobreexplotación de recursos naturales. Si no logramos dominar tamaño desafío puede incluso ser posible que la sociedad se convierta en una de esas terribles distopías de las que se nutre la mejor ciencia ficción. Todavía se está a tiempo de evitar los peores males si el Estado actúa con inteligencia y es capaz de establecer una política en la que los recursos se pongan a disposición de las mayores prioridades sociales y no de planes que salven la cara a corto plazo y ahonden en la hecatombe futura. El libro de Rendueles no hace sino recordarnos que siguen existiendo alternativas y que es posible mejorar la vida de la gente si se sabe gestionar con inteligencia una nueva política social, tarea en la que sin duda la Unión Europea tendrá mucho que aportar.

martes, 8 de diciembre de 2020

EL MAESTRO JUAN MARTÍNEZ QUE ESTABA ALLÍ (1934), DE MANUEL CHAVES NOGALES. ATRAPADOS EN LA REVOLUCIÓN.

Según cuenta Manuel Chaves Nogales, conoció a Juan Martínez, artista flamenco, en París. Se hicieron amigos y el bailarín le contó su asombrosa historia, oro puro para un periodista como Chaves Nogales, un hombre que ya se había narrado su visita a la Unión Soviética en La vuelta a Europa en avión. Porque Juan Martínez cuenta los acontecimientos históricos de los que fue testigo con la naturalidad de alguien a quien lo extraordinario se le vuelve cotidiano y la Historia con mayúsculas le enseña su peor cara. En el relato del protagonista, el periodista sevillano ve ratificado su odio a los extremismos que asolaban Europa en aquellos días y su apuesta por un Republicanismo ilustrado y moderado. Porque lo que ocurrió en Rusia, si bien fue un levantamiento lógico frente a una tiranía basada en una estricta división de clases sociales y reparto escandalosamente desigual de la riqueza, lo que sucedió después fue una auténtica carnicería, que provocó que en Rusia la muerte, la miseria, la enfermedad y el hambre encontraran un escenario propicio durante muchos años.

El relato de Juan Martínez comienza en Turquía, poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, el acontecimiento seminal que, según cuenta Stefan Zweig, empezó a transformar el viejo mundo conocido en algo totalmente nuevo y bastante más siniestro que lo anterior. Si bien el protagonista se ganaba razonablemente bien la vida cantando y bailando por los cabarets de Europa - el exotismo de su propuesta siempre contaba con público numeroso - la llegada del conflicto lo cambio todo: los productos básicos empiezan a escasear, la policía se vuelve más autoritaria y su forma de ganarse la vida se vuelve totalmente prescindible. La huida a Rumanía no le sirvió de mucho, allí Martínez fue testigo de cómo en una sola noche los rumanos pasaban de celebrar estruendosamente la entrada en la guerra de su país a esconderse atemorizados en sus hogares después del primer bombardeo contra la capital. La decisión de viajar a Rusia, esperando encontrar allí la prosperidad que desaparecía de Europa, fue algo de lo que se arrepintió durante años.

En Rusia el protagonista fue testigo de lo violenta y rápidamente que pueden cambiar las costumbres sociales establecidas durante siglos, de que lo inimaginable hace solo unas semanas puede llegar a ser la nueva realidad cotidiana para unos aturdidos ciudadanos (ahora soviéticos), que deben adaptarse de inmediato a las nuevas circunstancias si no quieren perecer. Así sucedió en Kiev, ciudad que cambió varias veces de manos - entre nacionalistas ucranianos, blancos y rojos - en el transcurso de la Guerra Civil:

"Quien hubiese estado en Kiev por entonces no hubiese soñado siquiera lo que iba a pasar en Rusia seis meses después. El zar hizo por aquellos días —octubre o noviembre de 1916— una visita oficial a Kiev y se le recibió con un entusiasmo delirante. Las calles estaban engalanadas y se organizaron numerosas manifestaciones de adhesión al emperador. Una mañana, Nicolás II salió a pasear en coche por las calles de Kiev y entró en varias tiendas para hacer compras, rodeado siempre por un inmenso gentío que le vitoreaba.

No sé si todo aquello estaba preparado por las autoridades, pero lo cierto es que Nicolás II pudo muy bien equivocarse respecto a los sentimientos para con él de sus súbditos, como me equivoqué yo al juzgarlos. No hubiese creído, aunque me lo jurasen, que a aquel hombre, al que la muchedumbre vitoreaba entusiásticamente, le iban a matar como a un perro sarnoso unos meses después."

En el relato de Martínez, que viajó por varias ciudades de Rusia, intentando establecerse finalmente en Kiev, no se ahorran descripciones de crueldades inconcebibles, de matanzas sin sentido, de niños muriendo de hambre y de poderosos de todos los bandos esquilmando al pueblo. En ningún momento hay censura, ni siquiera se juzga lo que hacen unos u otros (en repetidas ocasiones el narrador asegura, quizá irónicamente, que él no entiende de política), pero la constante para Martínez es la capacidad de adaptación a las peores circunstancias, con el agravante de encontrarse, junto a su mujer, atrapados en un país extranjero:

"Y nos encontramos de golpe y porrazo viviendo en pleno régimen soviético. En cada casa se reunieron los inquilinos y formaron un comité. Los bolcheviques iban, casa por casa, diciendo a los vecinos lo que habían de hacer. El comité de vecinos se reunía y elegía a uno de ellos comisario de la vivienda. De la noche a la mañana pasamos de un mundo a otro. La casa era nuestra, de los inquilinos; ya no había propietarios. Se acabó el casero. Yo no me lo creí del todo; pero entre muchos vecinos aquello produjo un gran revuelo. Cada cual se adjudicó las habitaciones que pudo, y aunque nadie las tenía todas consigo, hubo algunos que hasta tomaron el aire de auténticos propietarios, siquiera fuese de una alcoba.

La propiedad de la finca que se nos venía a las manos nos trajo, de momento, bastantes preocupaciones. Hubiera sido preferible seguir pagando al casero. El comisario de la vivienda, siguiendo las instrucciones de los bolcheviques, hizo una lista de los inquilinos y determinó cuáles eran nuestras obligaciones. La primera y principal era la de montar la guardia contra los ladrones. Moscú estaba aquellos días lleno de gente salida del presidio, con un fusil en las manos, y merced a la impunidad asaltaba las casas, asesinaba a quienes se resistían y robaba cuanto se les antojaba. Todos los hombres útiles de la vivienda fueron constreñidos por el comisario para montar, arma al brazo, la guardia contra los asaltos."

Bien es cierto que lo que cuenta Martínez y transcribe Chaves Nogales resulta en ocasiones excesivamente novelesco. Abundan las ocasiones en las que el protagonista se libra de una muerte segura a través de un acontecimiento providencial sucedido en el último instante. El periodista no duda de la verosimilitud del relato y entonces yo como lector, sospechando que puedan existir exageraciones propias de quien quiere hacer todavía más interesantes sus propias peripecias, también acepto que, en esencia, todo lo que cuenta el maestro Juan Martínez coincide con sus vivencias que un muchas ocasiones se emparentan con relatos de otro maestro, Franz Kafka, dando por sentado que una situación como aquella daba pie a infinitas situaciones absurdas. Un libro del máximo interés que nos recuerda que las revoluciones, acogidas con entusiasmo por quienes creen que van a ser al fin liberados,  pueden acaban devorando a sus hijos.

domingo, 6 de diciembre de 2020

HISTORIA DE LA VIDA PRIVADA I (1985), DE PHILIPPE ARIÈS Y GEORGES DUBY (DIR). DEL IMPERIO ROMANO AL AÑO MIL.

La historia no la hacen solo los nombres que aparecen en los libros. La gente común y corriente es la que verdaderamente la hace avanzar y la que sufre sus avatares. La ambición del proyecto de Ariès y Duby no es recuperar vidas individuales olvidadas - aunque a veces podemos asomarnos a mínimos fragmentos de las mismas - sino hablar de las condiciones de vida de campesinos, guerreros, monjes, artesanos o esclavos. Como asegura Georges Duby en la introducción, en la época en la que se trabajó en el proyecto, los historiadores se movían en un territorio prácticamente virgen y el terreno a explorar era tan inmenso que una de las labores más difíciles era seleccionar el material que finalmente formaría parte de la obra, dividida en cinco volúmenes. Los cambios en la vida pública de cada civilización estaban más o menos estudiados hasta ese momento. No así los que se producían en la vida privada, un ámbito mucho más restringido para el estudioso, pero también mucho más interesante en diversos aspectos. Estudiar cómo era una jornada cotidiana de un noble romano, por ejemplo - a qué hora se levantaba, dónde recibía a sus clientes, qué comía, con quien se relacionaba, dónde hacía sus necesidades o cómo era su vida sexual - ofrece resultados tan detallados que nos hacen emparentarnos con la gente que habitaba en épocas remotas y a las que reconocemos como plenamente humanas, nuestros iguales.

La sociedad romana se encontraba brutalmente jerarquizada. Aunque existía un Estado y un derecho privado muy desarrollado, era difícil que nuestra idea de Justicia llegara a todos los ciudadanos:

"El mundo romano no contaba con una verdadera policía; los soldados del emperador (como el centurión Cornelio, del que nos habla el Evangelio) eran los encargados de reprimir las revueltas y perseguir a los bandidos, pero apenas si se ocupaban de la inseguridad cotidiana, que ofendía menos la “imagen de marca” que el Estado romano quería ofrecer de su autoridad soberana; eran los notables de las ciudades quienes organizaban ocasionalmente milicias cívicas. La vida cotidiana se parecía a la del Far West americano: no había policía en las calles, ni gendarmería en el campo, ni acusador público. Cada uno se defendía y se tomaba la justicia por su mano, y el único procedimiento eficaz, tanto para los pequeños como para los menos grandes, consistía en ponerse bajo la protección de alguien poderoso. ¿Pero cómo protegerse contra el poderoso, y quién protegería a unos grandes contra otros? Secuestros, usurpaciones y prisiones privadas para los deudores eran moneda corriente; cada ciudad vivía aterrorizada por los tiranuelos locales o regionales, a veces lo suficientemente protegidos como para atreverse a desafiar a un personaje tan importante como el gobernador de la provincia. Un poderoso no vacila en apoderarse de las tierras de uno de sus vecinos pobres; y ni siquiera dudará en un momento dado en atacar el “rancho” de otro potentado a la cabeza de sus hombres, esclavos suyos. ¿Qué hacer contra un tipo así que se ha enriquecido a vuestra costa? Las posibilidades de obtener justicia dependen de la buena voluntad de un gobernador de provincia muy ocupado, obligado a tratar con miramiento a los poderosos por razón de Estado y aliado suyo mediante una red de amistades e intereses. Su justicia, si la ejerce, será un episodio de la guerra de clanes, una inversión de las relaciones de fuerza."

En cualquier caso, había posibilidades de una vida razonablemente buena en Roma, si se tenía éxito en el comercio o si uno lograba caer en gracia a algún noble con influencias. Las mujeres lo tenían bastante más complicado, dado que la sociedad antigua sí que constituía un auténtico patriarcado. Pensadores como Cicerón definían a las mujeres como niños grandes con caprichos de adolescentes que debían ser controladas muy de cerca por sus maridos. Peor lo tenían los esclavos, aunque también en este caso había algunos que lograban una vida tolerable en un hogar noble e incluso podían aspirar a comprar su libertad con el paso de los años, conociendo un cariño por parte de sus dueños similar al que podemos otorgar hoy día a un animal doméstico. Pegar a un esclavo en un arranque de ira no era una acción legalmente reprobable, pero sí lo era moralmente, no por el daño que se infligía al esclavo, que al fin y al cabo era poco más que una posesión ordinaria, sino por la imagen que daba el agresor frente a sus iguales de hombre de personalidad poco serena, incompatible con el carácter tradicional romano. 

La revolución cristiana tiene que ver con el desarrollo de una vida interior diferente, más profunda, que tiende hacia una perfección que no existe en este mundo. El Estado como tal desaparece y el territorio se divide entre reyezuelos que entran en frecuentes disputas. Los clanes familiares se asimilan a clanes guerreros cuyos miembros se protegen mutuamente en un mundo que se va volviendo paulatinamente más peligroso y brutal. La esperanza de vida es muy baja y guerras. hambrunas y enfermedades son compañeras cotidianas del hombre. Solo los monasterios parecen ser remansos de paz y de sabiduría, donde se encierra y se protege - con algunas censuras - el saber acumulado en siglos anteriores. El monje ideal es un ser obediente y casto que ha renunciado al mundo y anhela una vida serena. Muchos de ellos pasan largas jornadas copiando libros en la biblioteca, una tarea que ayudó de manera extraordinaria a la configuración posterior de Occidente:

"Estos progresos indudables de la vida interior se daban también en otro hombre solitario, el escriba. Este monje, que no tiene la suerte de estar en el calefactorio como sus hermanos y que se queja a veces, mediante las inscripciones que ha dejado en el colofón de los manuscritos, de que tiene frío, que falta todavía mucho para la hora de la comida o que la tinta se le ha congelado en el tintero, es uno de los actores menos conocidos de la historia. (...) Sin embargo, el trabajo del escriba era muy penoso. Cuando se hallaban varios en una misma sala, se les obligaba a estar callados a fin de concentrarse mejor. El libro, o el rollo por copiar, se encontraba sobre un pupitre. El escriba hacía su trabajo con una cañita hendida o con más frecuencia, durante la época carolingia, con una pluma de ave, bien sobre sus rodillas, bien sobre una plancha o tabla. Previamente, había tenido que trazar con una punta seca líneas y trazos verticales a fin de determinar los márgenes y las columnas. Junto al escriba propiamente dicho podemos poner otros trabajadores solitarios: correctores, rubricadores, pintores, iluminadores y encuadernadores. Cuando se inventó en Corbie la minúscula carolingia, a fines del siglo VIII, luego generalizada, este carácter muy legible (equivalente a nuestra actual letra romanilla o “redonda”) hubo de ser caligrafiado y no escrito de un solo trazo, como la cursiva rápida merovingia. Este progreso aumentó también el trabajo del escriba. Duro menester, al decir de uno de ellos: “Oscurece la vista, le encorva a uno, hunde el pecho y el vientre, perjudica a los riñones. Es una ruda prueba para todo el cuerpo. Por eso, lector, vuelve con dulzura sus páginas y no pongas los dedos sobre las letras”. La tarea de copiar era por tanto una forma auténtica de ascesis, del mismo modo que la plegaria o el ayuno, un verdadero remedio para curar las pasiones y sujetar la imaginación mediante la atención de los ojos y la tensión de los dedos que reclamaba. Se necesitaba un año de trabajo para copiar una Biblia nada más. Se han podido conservar, gracias a los escribas carolingios,  más de ocho mil manuscritos. Entre ellos está la casi totalidad de los autores antiguos conocidos."

Historia de la vida privada es un prodigio de información, ofrece al lector una amplia visión panorámica de la existencia cotidiana de unos antepasados en los que podemos reconocernos, al menos en muchos de los aspectos de su privacidad. Una lectura intensa y exigente, propia de las obras más ambiciosas. Me quedo con el epitafio anónimo encontrado en una sepultura romana, una especie de mensaje a los hombres del futuro:

“He vivido mezquinamente durante toda mi existencia, por eso os aconsejo que viváis más placenteramente que yo. La vida es así: se llega hasta aquí, y ni un paso más. Amar, beber, ir a los baños, eso es la verdadera vida: después, no hay nada más. Yo, por mi parte, no seguí nunca los consejos de ningún filósofo. No os fiéis de los médicos; ellos son los que me han matado."