sábado, 27 de febrero de 2021

EXTRATERRESTRE (2020), DE AVI LOEB. ¿LA RESPUESTA A LA GRAN PREGUNTA?

Desde que tiene uso de razón, el hombre se ha hecho preguntas acerca del sentido de su existencia y después, cuando el pensamiento se volvió un poco más sofisticado, acerca de si estamos solos en el universo. Este es un libro muy serio. No ha sido escrito por un aficionado que se dedica a especular tomando indicios por evidencias para montar la tesis que le interesa. Avi Loeb es uno de los astrofísicos más importantes del mundo. Es catedrático de Ciencia en Harvard y director del Departamento de Astronomía en esa misma universidad. Por eso, el material que ofrece en este libro resulta tan interesante como estremecedor: para él, el famoso objeto interestelar conocido como Oumuamua podría ser la primera evidencia de que no estamos solos, aunque, como buen científico, su afirmación no es tajante, sino la más probable de muchas posibles, sabiendo que hay muchos colegas que defienden tesis contrarias. Como decía Sherlock Holmes, una vez descartado lo imposible, lo improbable, por muy insólito que nos parezca, podría ser la verdad.

Debido a su gran velocidad y sus pequeñas dimensiones, a Oumuamua solo se le pudo estudiar durante unos días y ni siquiera existió la posibilidad de fotografiarlo para poder contemplar su verdadera forma que seguramente es alargada o con apariencia de disco. Lo que si es cierto es que debido a su extraña órbita, que no se adecuó a la previsible atracción solar, a su forma y a su reflectancia, podemos calificarlo como el objeto más insólito al que se han enfrentado hasta ahora los astrónomos, puesto que su comportamiento no se parece a nada conocido. Su descubrimiento fue una mera casualidad, lo que puede hacer pensar que quizá hemos tenido visitantes parecidos con cierta regularidad, pero no hemos sido capaces de detectarlos. 

Loeb propone inversiones en la búsqueda de vida inteligente en el espacio que no se limiten a la detección de señales electromagnéticas, sino también a una observación más exhaustiva y directa del espacio dirigida a encontrar indicios de otras civilizaciones. Aunque en cierto modo sería como buscar una aguja en un pajar, el descubrimiento de cualquier objeto artificial no proveniente de nuestro planeta sería tan revolucionario que supondría un salto para nuestra especie no solo en ciencia, sino también en otras ramas como filosofía, política o ética. Según el autor, Oumuamua podría ser una especie de vela solar, un artefacto no tripulado destinado a investigar el espacio. También podría tratarse de chatarra alienígena, algún componente abandonado que ha seguido flotando por el espacio. Sea lo que sea, para Loeb merece la pena estar mejor preparados para la próxima vez que aparezca en nuestro horizonte un objeto semejante para poder estudiarlo con más profundidad y sacar conclusiones más sólidas. El universo es tan vasto y sabemos tan poco de él que una mirada más ambiciosa y libre de prejuicios al mismo podría traernos sorpresas insospechadas: 

"El mayor beneficio de un encuentro con seres superiores sería la oportunidad de hacerles esa pregunta clave que nos ha preocupado durante siglos: ¿cuál es el sentido de la vida? Espero vivir lo suficiente para poder oír su respuesta, lograda tras adquirir conocimiento científico a lo largo de muchos milenios. No obstante, también me temo que nuestra arrogancia entorpecerá el ritmo al que la humanidad avanza hacia la respuesta, dado que muchas veces nos ha llevado a aferrarnos a nuestro grano de arena, en vez de mirar a la vastedad de las estrellas."

miércoles, 24 de febrero de 2021

ENSAYOS (1928-1949), DE GEORGE ORWELL. EL INTELECTUAL VISIONARIO.

Resulta indudable que George Orwell es uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX, un hombre visionario que sigue presente incluso en nuestro lenguaje cotidiano a través del término orwelliano, una palabra muy apropiada para designar ciertos aspectos de las sociedades de nuestra época. Orwell nació cuando todavía el Imperio Británico se encontraba en su momento álgido y murió en plena Guerra Fría, cuando las potencias mundiales indiscutibles habían pasado a ser Estados Unidos y la Unión Soviética, mientras que Inglaterra intentaba sanar las heridas de una victoria altamente costosa. Si algo caracterizaba a la escritura del autor de 1984 es su honestidad, su afán por decir la verdad, rectificando lo que fuera necesario respecto a sus creencias más arraigadas en el pasado.

Porque, entre otras cosas, encontramos en estos Ensayos una evidente evolución en el pensamiento de su autor, siendo un punto de inflexión muy importante su participación en nuestra Guerra Civil. El hecho de ser testigo en primera línea de la brutal represión contra el POUM, partido en el que militaba le hizo contemplar la triste realidad de los ideales por los que estaba jugándose la vida. Para él, el hecho de que el Partido Comunista se aliara con el gobierno para destruir los presuntos avances revolucionarios conseguidos en 1936 resultó la mayor de las traiciones, una guerra civil dentro de la principal que apenas fue reportada en los periódicos de la época. Aquí se cimentó una de las grandes obsesiones de Orwell: la posibilidad, por parte de los gobiernos totalitarios, de escribir la Historia a su antojo, según sus intereses. Y no solo eso, además se guardaban la posibilidad de reescribirla cuando fuera conveniente. El inmenso experimento social que construyó el totalitarismo era capaz de convencer a una población de millones de habitantes de que el enemigo hasta ayer pasaba a ser un fiel enemigo, para volver a convertirse en el peor de los adversarios unos años más tarde.

Por eso Orwell fue un firme defensor durante toda su trayectoria de la libertad de prensa, de esa capacidad de los medios de comunicación de los intelectuales de decirle a la gente lo que no quiere oír, aunque dicho mensaje estuviera en contra del pensamiento predominante, una libertad frágil, siempre en peligro, que debe ser continuamente salvaguardada de sus enemigos: los totalitarismos, los populismos y los impulsores de lo políticamente correcto. A falta de libertad de prensa, las mentiras pueden volverse fácilmente verdades, amparadas por el discurso oficial y la gente puede dejar de sacar conclusiones obvias respecto a lo que tiene delante de los ojos. Como se ha probado en tantas ocasiones, manipular a la opinión pública no requiere de demasiada sofisticación. En su ensayo Recuerdos de la guerra de España, escrito en pleno conflicto mundial, el autor va hilvanando el armazón del que será su novela más famosa:

"El objetivo tácito de este modo de pensar es un mundo de pesadilla en el que el líder máximo, o bien la camarilla dirigente, controle no sólo el futuro, sino incluso el pasado. Si sobre tal o cual acontecimiento el líder dictamina que «jamás tuvo lugar»… pues bien: no tuvo lugar jamás. Si dice que dos más dos son cinco, así tendrá que ser. Esta posibilidad me atemoriza mucho más que las bombas. Y conste que, tras nuestras experiencias de los últimos años, una declaración así no puede hacerse frívolamente."

Evidentemente, también hay que contar entre los enemigos de la libertad a los nacionalismos, cuyos militantes tienen la capacidad, no solo de engañar a los demás, sino también de engañarse a sí mismos, tropezando con la misma piedra cuantas veces sea preciso:

"El nacionalista no sigue el elemental principio de aliarse con el más fuerte. Por el contrario, una vez elegido el bando, se autoconvence de que este es el más fuerte, y es capaz de aferrarse a esa creencia incluso cuando los hechos lo contradicen abrumadoramente. El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la falsedad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto."

Por eso las palabras son importantes y es fundamental el análisis constante y crítico de los discursos de nuestros dirigentes políticos, aunque hoy, al menos en nuestro país, hayan cambiado en gran parte el combate dialéctico y de ideas por unas alocuciones en tono populista y sin apenas sustancia, incluyendo la práctica de no responder a las preguntas de los periodistas y de convertir al Parlamento en una especie de patio de colegio. Orwell nos enseña que también los discursos vacíos son peligrosos, puesto que pueden enmascarar intenciones ocultas que no se exponen directamente ante el público. Un público, por otra parte, al que se le va anulando progresivamente su sentido crítico a base de crear polémicas artificiales que sirven como cortina de humo para evitar el debate de los auténticos problemas que afectan al ciudadano en su vida cotidiana. 

En estos Ensayos de Orwell podemos contemplar la evolución de su pensamiento hasta una civilizada reivindicación de la socialdemocracia como alternativa al comunismo y al capitalismo salvaje y sin reglas. Pero el intelectual británico no habla solo de política. Orwell es también un fino analista social, sobre todo de la vida cotidiana de sus compatriotas y además es un excelente crítico literario, que me ha hecho conocer a autores a los que pienso leer en breve, como George Gissing. En cualquier caso, llama la atención el hecho de que es crítico y desmitificador respecto a su propio trabajo: los intelectuales también son seres humanos y están sujetos a los mismos errores y tentaciones que el resto de la humanidad:

"Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos. En el fondo de su ser, sus motivaciones siguen siendo un misterio. Escribir un libro es un combate horroroso y agotador, como si fuese un brote prolongado de una dolorosa enfermedad. Nadie emprendería jamás semejante empeño si no le impulsara una suerte de demonio al cual no puede resistirse ni tampoco tratar de entender. Por todo cuanto uno sabe, ese demonio es sencillamente el mismo instinto que hace a un niño llorar para llamar la atención. Y, sin embargo, también es cierto que no se puede escribir nada legible a menos que uno aspire a una anulación constante de la propia personalidad. La buena prosa es como el cristal de una ventana. No sé decir con certeza cuáles de mis motivaciones son las más poderosas, pero sí sé cuáles merecen seguirse sin rechistar. Al repasar mi obra, veo que de manera invariable, cuando he carecido de un objetivo político, he escrito libros exánimes, y me han traicionado en general los pasajes grandilocuentes, las frases sin sentido, los epítetos y los disparates."

lunes, 22 de febrero de 2021

VALLEY OF TEARS (2020), DE YARON ZIBERMAN. LOS COMBATES COTIDIANOS.

La historia de Oriente Medio es un relato de violencia, sobre todo desde el advenimiento del Estado de Israel, que fue atacado por sus vecinos árabes a partir del mismo momento de su proclamación. Quizá la Guerra de Yom Kipur, en 1973, fue el momento más crítico del país, ya que el ataque combinado de Egipto y Siria tomó por sorpresa al ejército hebreo. Este es el caos del que parte Valley of tears, una serie de carácter extremadamente realista que narra los primeros días de la ofensiva siria contra los Altos del Golán y el desconcierto de los soldados israelitas y sus mandos ante la magnitud y la coordinación del nuevo ataque, que en esta ocasión estuvo asesorado por especialistas soviéticos.

Lo más interesante de la serie de Ziberman es la posibilidad que nos ofrece como espectadores de asomarnos a aspectos de la vida cotidiana de un país en constante estado de alarma como era Israel en aquellos días: una sociedad fuertemente militarizada que no se encontraba exenta de conflictos internos, derivados de las diferencias culturales de los distintos grupos de inmigrantes que iban llegando progresivamente al nuevo Estado, entre los que se producían constantes tensiones y agravios. La narración nos permite conocer las vidas de varios de ellos, incluyendo a un par de panteras negras, gente procedente de familias desfavorecidas que se inspiraban en el movimiento norteamericano para luchar por mejores condiciones de vida. En cualquier caso, una vez que comienza la batalla, los soldados no tienen más remedio que dejar de lado sus disputas internas para intentar sobrevivir.

Porque, aunque es cierto que el resultado final de la guerra resultó un nuevo éxito militar para Israel, en los primeros días la situación parecía desesperada y los defensores que se encontraban en primera línea se vieron desbordados. Uno de los aciertos de Valley of tears es que sabe transmitir la tensión con la vive el combate el soldado raso y la sensación angustiosa de avanzar dentro de un carro de combate que puede ser alcanzado por un proyectil enemigo e incendiarse en cualquier instante. En en sentido, las escenas bélicas de la serie son magníficas, con un aire casi documental que la hacen muy verosímiles. También es cierto que ciertas escenas nos trasladan la impresión de que un solo tanque israelí valía por veinte sirios (quizá esta fuera la realidad, después de todo) y de la escasa motivación combativa del soldado árabe, quizá una de las claves de que la ofensiva, después del espectacular éxito inicial, se desmoronara con tanta facilidad.

Aunque se trata de una producción de Israel y en ocasiones se presente a los habitantes de este país desde un punto de vista victimista, lo cierto es que la serie intenta ser objetiva a la hora de enfrentarse a sus responsabilidades históricas y también da voz a los agravios sufridos por los sirios que habitaban originariamente el territorio de los Altos del Golán, aunque el portavoz de los mismos sea un despreciable torturador. Valley of tears es sobre todo efectiva a la hora de mostrarnos los efectos devastadores que la guerra produce en una sociedad, por mucho que se haya preparado para afrontarla: el caos, el miedo, la falta de noticias y el azar, que es la fuerza que decide quien va a morir y quien va a sobrevivir en esta situación extrema. Toda una lección histórica que nos recuerda que las mejores series no siempre llegan desde Estados Unidos. 

miércoles, 17 de febrero de 2021

LAS TRES LUCES (1921), DE FRITZ LANG. LA MUERTE CANSADA.

Las películas mudas del periodo de Weimar, una de las fuentes seminales del cine, tienen un aire especial, una expresividad en sus protagonistas que cobra singular importancia, ya que no pueden hablar y a veces los carteles explicativos no bastan para mostrar en pantalla todos los matices de un sentimiento o de una acción. Pero igualmente importante es el ambiente en el que se desarrollan las historias, en esta ocasión en un pueblo de aspecto siniestro que es visitado por un personaje serio y de mirada profunda. Se trata de la mismísima Muerte, que necesita un terreno junto al cementerio municipal para ampliar sus actividades. La Muerte encuentra a una pareja de recién casados y se lleva al joven. La mujer no puede aceptar el fin repentino de una felicidad que acaba de comenzar (la muerte ataca a todos, a veces en el momento en el que menos se la espera) y el siniestro personaje, que declara estar cansado de su misión de traer malas noticias a la humanidad, ofrece una oportunidad a la joven: debe evitar al menos uno de tres fallecimientos que están inevitablemente previstos, vidas simbólicamente representadas en la luz de tres frágiles velas.

Las misiones de la protagonista se van a dar en tres épocas y ámbitos distintos: Oriente Medio, Venecia y China. Tan variados escenarios sirven para mostrar lugares exóticos que sin duda estimularían la imaginación del público de la época, un mundo lleno de luces y sombras, pero también de colorido, buscando ofrecer ante todo una de las primeras muestras de la belleza que puede conseguir el arte cinematográfico, con un uso muy meritorio de los efectos especiales.

Acercarse a Las tres luces hoy en día no constituye solo un ejercicio de curiosidad cinematográfica para contemplar los comienzos de uno de los directores más importantes de la historia del cine. La película posee valores propios, hace un uso magistral de los elementos simbólicos e intenta hacer llegar al espectador el mensaje de que el amor es más fuerte que la muerte. Además, el filme contribuyó a la vocación de un joven Luis Buñuel, tal y como cuenta en sus memorias:

"Fue al ver Der müde Tod cuando comprendí sin la menor duda que yo quería hacer cine. No me interesaron las tres historias en sí, sino el episodio central, la llegada del hombre del sombrero negro —en seguida supe que se trataba de la Muerte— a un pueblo flamenco, y la escena del cementerio. Algo que había en aquella película me conmovió profundamente, iluminando mi vida."

No puedo dejar pasar la ocasión de incluir el famoso poema de Quevedo, Amor más poderoso que la muerte:

.                                                 Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:
mas no, de esa otra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi alma el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un dios prisión ha sido,
venas,  que humor a tanto fuego han dado,
medulas,  que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

lunes, 15 de febrero de 2021

ABEL SÁNCHEZ (1917), DE MIGUEL DE UNAMUNO. DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA ENVIDIA.

La historia de los hermanos Caín y Abel, que forma parte del Génesis, el primero de los libros de la Biblia, es una de las más conocidas del libro sagrada y una de las más comentadas e interpretadas a lo largo de los siglos. Se trata del primer asesinato de la historia y el motivo no es otro que la envidia provocada por los celos. Celos incontrolables provocados en Caín por lo que él consideraba una injusticia: la preferencia de Dios por las ofrendas de Abel frente a las suyas, que parecían resultarle indiferentes. En el relato bíblico no se explica nada más acerca de la causa de esa preferencia, solo se nos da noticia de una advertencia, un tanto siniestra a la luz de los acontecimientos posteriores, de Dios a Caín acerca del bien y del mal y de las consecuencias que acarrea la realización de uno u otro. ¿Era libre de elegir Caín o fue otro instrumento divino para castigar a los hombres con el recién descubierto e incontrolable sentimiento de una envidia que degenera en ira?

En Abel Sánchez el protagonista es un Caín de nuestro tiempo (o más bien de tiempos de Unamuno). Joaquín Monegro no es una persona de vida especialmente desafortunada, al menos desde un punto de vista objetivo, pero tiene la desgracia de comparar continuamente su existencia con la de su amigo de la infancia Abel Sánchez. El detonante de los acontecimientos es el profundo enamoramiento que sufre por su prima Helena, una mujer tan bella como gélida y calculadora, que acaba eligiendo a Abel como pareja. Abel posee un carácter mucho más seductor que su neurótico amigo, un artista de éxito con buenas habilidades sociales, frente a los respetables conocimientos médicos de Joaquín, que éste considera vulgares. El arte extrovertido frente a la ciencia introvertida.

Es evidente que Joaquín, del que a veces se muestran fragmentos de una especie de confesión que escribe al final de sus días, tiene mucho de unamuniano. El personaje se mueve en la angustia eterna de quien interpreta cualquier suceso de manera invariablemente pesimista, como si una conspiración, quizá organizada por una divinidad cuya existencia no es segura, se hubiera organizado en su contra. La figura de Abel, el amigo afortunado con quien constantemente se compara, le produce una mezcla de admiración, estupor y rechazo, puesto que su idea es que todo lo que tiene, especialmente esa Helena que debía pertenecerle a él, no lo ha ganado por sus méritos, sino por una especie de gracia azarosa que ha tocado en suerte a su amigo. Todo gira en torno a él y sus circunstancias y el tormento interior de Joaquín, inevitablemente, se traslada a su mujer e hija, que poco pueden hacer para ayudar a un ser tan obsesivo. 

Lo que interesa a Unamuno ante todo, a la hora de abordar esta obra, es la descripción de dos tipos humanos enfrentados, la historia de una pasión que consiste en querer ser otro, o más bien atraer para sí los rasgos definitorios del otro. La envidia, el sentimiento que define a los españoles según una vieja cita de Salvador de Madariaga, se convierte aquí en una afección maligna que corroe el alma del protagonista, tan ensimismado consigo mismo y con su obsesión que el resto del mundo parece no existir: más que en descripciones directas Abel Sánchez se sostiene a base de diálogos que dibujan un espíritu absurdamente atormentado.

sábado, 13 de febrero de 2021

UNA MAÑANA DE VERANO DE 1934 (1969) Y UN INSTANTE EN LA GUERRA (1991), DE LAURIE LEE. DÍPTICO ESPAÑOL.

En la estela de otros escritores británicos que le precedieron, como Gerald Brenan un par de décadas antes, el futuro poeta Laurie Lee llegó a nuestro país en 1934 más por escapar de la realidad de pobreza y falta de expectativas en su humilde aldea natal que por auténtico anhelo de conocer la Península Ibérica. Lo único que necesitaba Lee es territorio para caminar y conocer mundo, pues, como él mismo reconoce en varias ocasiones, en aquella época no era más que un muchacho ignorante de lo que sucedía más allá de los límites de su lugar de nacimiento:

"Tuve la impresión de que había sido por aquello por lo que había ido allí; para despertar al amanecer en una ladera y contemplar un mundo para el que no tenía palabras, para empezar desde el principio, sin palabras y sin ningún plan previsto, en un sitio que aún no contenía para mí ningún recuerdo."

En su vagabundeo de norte a sur Lee tuvo la oportunidad de conocer un país que, pese a hallarse en pleno régimen republicano, acusaba todavía un primitivismo propio de tiempos muy remotos, sobre todo en los lugares más apartados. Pronto comprobó el éxito que tenía en esos lugares como violista aficionado. La llegada de un poco de música a través de un instrumento tan sofisticado podía resultar una especie de ensalmo que los llevaba por unos instantes a un mundo desconocido pleno de belleza. Algunos intentaban acompañar la música a través de sus propios bailes:

"La chica enderezó el cuerpo, los muchachos cogieron unas cucharas y empezaron a golpearse con ellas las rodillas, y la mujer se levantó e inició un zapateado que levantó grandes nubes de polvo a mi alrededor. El anciano, que no quería ser menos, abandonó las sombras, se puso en posición y miró a la mujer. Doña María toda carne, él delgado como una paja, iniciaron juntos un baile de lucha implacable, mientras los muchachos aporreaban con las cucharas, la mujer gritaba "¡Ja!" y las gallinas se escondían cacareando debajo de la mesa."

Poco a poco el autor se va enamorando de nuestro país, de sus contrastes, de la vida tan diferente que se da en pueblos y en ciudades y de la geografía tan abrupta y tan difícil para la supervivencia que se da en amplias zonas del mismo, una nación en la que, para salir adelante tienes que "luchar como un león" en el día a día, tal y como le comenta un labrador que encuentra en su camino. Después de unos meses, Lee llega a la Costa del Sol, un lugar que describe como "olvidado del mundo" y habitada por "gente flaca, que odiaba el mar y que maldecía el lugar que ocupaba al sol". El contraste con lo que sucedería allí tres décadas después es absolutamente brutal. También tiene tiempo de pasear unos días por mi ciudad natal:

"Yo esperaba, por su nombre, que Málaga fuese una especie de bastión torreado, mitad sarraceno, mitad pirata-corsario. En vez de eso me encontré con una ciudad desordenada sobre las riberas de un río seco, con un puerto comercial moderno, las calles llenas de cafés y bares míseros y cuyo mejor edificio era la oficina de correos."

Al final el escritor encontró un sitio ideal donde establecerse, Almuñécar, que en aquellos días ofrecía un aspecto irreconocible como mísera aldea de pescadores. Allí Lee pudo constatar, en su auténtica dimensión, las tensiones políticas que llegaban hasta el último rincón del país y que acabarían derivando en un violento conflicto. A pesar de ser evacuado en el último momento por un buque británico, el poeta quiso volver: la guerra que acababa de estallar en un territorio que ya consideraba suyo le tocaba la fibra más íntima. Y lo hizo en diciembre del año siguiente, cuando cometió la locura de cruzar a pie los Pirineos para unirse al ejército republicano.

Sus peripecias bélicas no empezaron con buen pie, puesto que fue considerado un espía del bando contrario y a punto estuvo de ser fusilado en dos ocasiones. Luego se encontró con que la guerra es ante todo una larga espera, primero en Figueras, luego en Albacete y finalmente en Tarazona. Junto a otros voluntarios extranjeros que ansiaban entrar en combate, descubrió la falta de organización de los republicanos, sus conflictos internos y la poca profesionalidad que abundaba en los mandos, guiados más por consignas políticas que por doctrinas militares modernas. Lee pudo estar bajo el fuego durante algunos días en las últimas fases de la batalla de Teruel, después de una experiencia un tanto surrealista en Madrid. Aunque algunos de los episodios que cuenta resultan un tanto novelescos, Un instante en la guerra sigue siendo un valioso testimonio por la visión que ofrece de la vida cotidiana de los miembros del ejército republicano. En cualquier caso, la obra de Laurie Lee, un auténtico enamorado de España, sirve ante todo como retrato de un país de historia desgraciada y de acusados contrastes:

"España era un país desaprovechado de tierra abandonada, gran parte de ella propiedad de un puñado de hombres, algunas de cuyas enormes fincas apenas se habían reducido desde los tiempos del Imperio Romano. Los campesinos podían trabajar aquella tierra por un chelín al día, tal vez durante un tercio del año, luego pasaban hambre. Era esa simple incongruencia lo que ellos tenían la esperanza de corregir; eso y despejar un poco el aire, tal vez recuperar la dignidad, derribar las barreras de la ignorancia que aún se alzaban tan altas como los Pirineos.

(...) Los hombres tenían la esperanza de que sus esposas pudiesen verse libres de las tres rutinas de la Iglesia: credulidad, sentimiento de culpa y confesión; que sus hijos pudiesen ser artesanos en vez de siervos, sus hijas ciudadanas en vez de putas domésticas y que pudiesen oír a sus hijos regresar a casa al final del día de escuelas de nueva construcción para asombrarles con nuevas pruebas de conocimiento.

Todo ello se podía llevar a cabo entonces por la acción del gobierno y por el proceso pacífico de la ley. No había nada que lo impidiera. Salvo aquella minoría poderosa que prefería que antes de eso el país muriera desangrado."

jueves, 11 de febrero de 2021

MIEDO (1913), DE STEFAN ZWEIG Y YA NO CREO EN EL AMOR (1954), DE ROBERTO ROSSELLINI. RETRATO DE UNA MUJER EN LLAMAS.

Si tenemos que definir a doña Irene, personaje principal de esta novela corta de Zweig, con una sola palabra, tendríamos que decir que ante todo es una mujer burguesa. Casada muy joven con un prestigioso abogado y madre de dos hijos, Irene dedica sus días a visitar a gente tan privilegiada como ella misma, viviendo en la ociosidad más absoluta, hasta el punto de que ni siquiera se dedica a la crianza de sus vástagos, pues cuenta con personal para ello. Cierto es que una vida tan disipada puede conllevar ciertos problemas a la hora de encontrarle sentido a la misma: en la primera escena del relato encontramos a Irene saliendo de casa de un amante. No está con él por amor, ni siquiera por necesidades afectivas, sino más bien como una especie de distracción emocionante que ponga un poco de sal en su vida. En el fondo, ella siente angustias y remordimientos por su actitud y solo se calma cuando vuelve al tranquilo mundo burgués en el que habita.

El conflicto va a surgir con el encuentro con una antigua novia de su amante, que empezará a hacerle chantaje. Desde ese instante Irene penetra en una espiral de angustia y miedo. Se queda paralizada ante el descaro de su nueva enemiga, que con una sola palabra puede llegar a desmoronar esa existencia privilegiada que tan poco había valorado hasta entonces. Irene jamás se ha sentido tan sola. No puede desahogarse ante nadie y debe disimular ante su familia la angustia que la devora por dentro, sobre todo ante las miradas, cada vez más escrutadoras, de su marido.

Miedo es una narración que desarrolla los temas típicos de Stefan Zweig: la vida burguesa, la tentación de lo prohibido y, ante todo constituye otro estudio psicológico profundo de una protagonista femenina. Irene es una nueva Eva que ha probado del fruto prohibido y que, por primera vez en su vida debe enfrentarse a las consecuencias de sus actos. La novela cuenta con un giro final muy melodramático que es más obvio en su adaptación cinematográfica, donde nos presentan a una protagonista mucho menos ocioso, ya que trabaja como encargada de la administración de la empresa de su marido. Ya no creo en el amor no es de las mejores películas de Rossellini, pero sí que resulta un vehículo perfecto para que Ingrid Bergman nos obsequie con otra de sus memorables interpretaciones. El de Irene es un papel hecho a su medida, pues pocas actrices eran capaces de mostrar sutilmente la tormenta de emociones internas que abruman a su personaje. 

martes, 9 de febrero de 2021

BARRIO LEJANO (1998), DE JINO TANIGUCHI. VOLVER.

Se trata de un pensamiento que ha compartido alguna vez buena parte de la humanidad: si yo pudiera volver a la infancia con la experiencia y conocimientos que poseo en la actualidad, mi vida sería mucho mejor, no cometería los estúpidos errores mediante los cuales yo mismo puse piedras en el camino a mi felicidad. Es posible que así fuera y también que cometiéramos otros diferentes o incluso más graves. En cualquier caso, esto es lo que le sucede a Hiroshi, un hombre de cuarenta y ocho años, desencantado ya de la vida que, volviendo resacoso de un viaje de negocios, se equivoca de tren y acaba bajándose en su ciudad natal. Cuando está visitando la tumba de su madre, se duerme inesperadamente. Cuando despierta, lo hace transformado en el adolescente de catorce años que fue hace décadas. De nuevo es un estudiante, de nuevo va a estar en clase junto a la chica que le gustaba y a la que nunca se atrevió a hablar y además va a tener la oportunidad de resolver el misterio de la desaparición de su padre, que un buen día los abandonó sin más explicaciones.

Lo primero que va a sentir Hiroshi en esta nueva-antigua realidad es el calor de su familia, un sentimiento que permanecía olvidado en lo más profundo de su alma y que ahora renace con fuerza, haciéndole comprender lo feliz que fue en aquella época. Aunque desconcertado al principio, creyendo que es víctima de un extraño sueño, el protagonista no tiene más remedio que aceptar lo que le ha sucedido y tratar de disfrutar de la situación. En cierto modo para él es un alivio no tener más responsabilidades que las derivadas del curso escolar. Como es lógico, el cambio de personalidad de Hiroshi va a ser captado por sus compañeros, convirtiéndose así a sus ojos en una especie de ser extraño, poseedor de una experiencia vital que no corresponde con un joven de su edad. 

La lectura de esta obra maestra de Taniguchi constituye una auténtica delicia accesible también a cualquier lector que no esté acostumbrado al cómic. Se trata de de una historia muy emotiva que, aunque transcurra en Japón y a veces esté influida por valores propios de aquel país, apela a sentimientos universales: la sencilla felicidad de la rutina familiar, las oportunidades perdidas del pasado y, por encima de todo ello, el sentido de nuestro lugar en el mundo frente a la tentación de considerar la existencia como un absurdo. Además, cualquiera que se acerque a Barrio lejano, además de sentirse plenamente identificado con el protagonista, va a disfrutar de la deliciosa armonía entre un guión perfecto y un dibujo a la vez sublime y delicado. 

domingo, 7 de febrero de 2021

UNA VIOLENCIA INDÓMITA. EL SIGLO XX EUROPEO (2020), DE JULIÁN CASANOVA. LAS ESPERANZAS PERDIDAS.

Con sus desigualdades, con su explotación imperialista y con sus continuados conflictos de clase, el siglo XIX constituyó en muchos ámbitos una época de progreso para buena parte de la humanidad. En Europa podía viajarse casi sin trabas de país a país - los que podían permitírselo - y muchos creían que el nuevo siglo consolidaría nuevas conquistas sociales, que el rigor científico que se imponía a los dogmas religiosos y nacionalistas finalmente vencería definitivamente al oscurantismo y una nueva era de racionalidad conseguiría que por fin el entendimiento entre todos los hombres fuera posible. Es evidente que todas estas esperanzas cayeron en saco roto con la llegada de la Primera Guerra Mundial, un conflicto al que muchos recibieron con un gran entusiasmo, creyendo que duraría un par de meses, pero que al final se benefició de los avances científicos para utilizar en el campo de batalla ingenios militares que causaban auténticas carnicerías. La guerra se volvió un asunto más oscuro y miserable que nunca, en el que perdió sentido incluso la tradicional virtud bélica del valor:

"Las semillas las habían sembrado, como hemos visto, el colonialismo, el etnonacionalismo y los argumentos sobre la superioridad de una raza sobre otras, ajustados a los escenarios nacionales y a las relaciones con el mundo no europeo. La violencia contras las minorías étnicas y religiosas, incluidas en ocasiones su eliminación, hizo también su aparición antes de 1914 en Rusia y otros países del Este. Fue lo que Carmichael denomina la fase «pregenocida», que tuvo después un «efecto rebote» cuando las guerras en los Balcanes y la Primera Guerra Mundial abrieron las puertas a los «eliminacionistas» y a las condiciones propicias para la destrucción total de las minorías."

Con este panorama tan oscuro, muchos anhelaban la falsa seguridad que todavía imperaba en la primera década del siglo. Falsa, porque en el patio trasero de las naciones más civilizadas ya se venían produciendo injusticias y masacres en nombre del colonialismo, una de las piedras de toque del progreso y bienestar de las metrópolis europeas, los Balcanes se habían adelantado a la guerra en occidente y en Turquía se ponía en marcha un espantoso genocidio contra el pueblo armenio mientras el resto del mundo miraba hacia otro lado. Por desgracia, como bien señala Casanova, la violencia en suelo europeo y en sus colonias no se limitó a los periodos oficiales de guerra, sino que antes y después siguieron produciéndose matanzas y desplazamientos de población, sobre todo en el Este, en nombre de una idea de pureza étnica en el propio territorio que no se limitó a las prácticas de los nazis, aunque éstas hayan quedado como paradigma del mal absoluto.

Todas estas injusticias, de las que quedaba bastante al margen occidente, tuvieron una importancia relativa con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se había derrotado al fascismo, pero el comunismo imponía su sistema de gobierno en los países que había conquistado con la fuerza de las armas mientras se castigaba a la población alemana, primero mediante violaciones masivas de sus mujeres y después mediante desplazamientos de población forzosos con tal de homogeneizar étnicamente diversos territorios. Acerca de los campos de exterminio nazis que acababan de ser descubiertos tampoco se llamó demasiado la atención a la opinión pública, al menos en estos primeros momentos. Lo importante era la victoria que se había conseguido y la reconstrucción que habría de venir después. 

Quizá fue una suerte - muy paradójica, eso sí - que la existencia de armas nucleares en las dos potencias que surgieron vencedoras del conflicto evitara un enfrentamiento entre ellas. Eso no evitó que Estados Unidos y la Unión Soviética disputaran sus diferencias en campos de batalla secundarios, como Corea o Vietnam. Aunque se suele decir que la segunda mitad del siglo XX fue una época dorada de despegue económico y desarrollo del Estado del bienestar, esto no fue así para una gran parte de la población del mundo. La Guerra Fría se disputaba a nivel mundial y el proceso de descolonización que dio lugar a tanta violencia en el Tercer Mundo no fue ajeno a ella. Además, en un periodo tan reciente como los años noventa, los fantasmas, que se creían felizmente superados, de la guerra civil y la limpieza étnica resurgieron en la antigua Yugoeslavia. Los europeos, que se creían libres de guerras para siempre, tuvieron que contemplar un penoso regreso a la edad oscura en el corazón del continente, a la que solo pudo ponerse fin a través de una decidida y polémica intervención internacional.

Una violencia indómita, cumple así con su función de airear la idea de un siglo XX mucho más violento de lo que tradicionalmente han descrito los historiadores, posando la mirada de un modo más intenso en los castigados territorios de Europa del Este y sacando a la luz ese pasado tan incómodo que a veces choca con la historia oficial o las mitologías nacionales. La enseñanza fundamental es que jamás puede descartarse el regreso de los días oscuros del pasado y que los rescoldos de los conflictos que se acabaron hace décadas siempre pueden volver a encenderse.

sábado, 6 de febrero de 2021

LA TAPADERA (1976), DE MARTIN RITT. PRINCE, OTRO PACIENTE DE LA INQUISICIÓN.

La presidencia de Donald Trump, felizmente terminada este año, ha sido uno de los puntos más oscuros de la democracia estadounidense en cuanto a la puesta en peligro de derechos y libertades ciudadanas, pero no ha sido ni mucho menos la única crisis que ha sufrido en su larga historia. Uno de los episodios más siniestros se produjo en el punto más álgido de la Guerra Fría, cuando el senador Joseph McCarthy auspició, durante la primera mitad de los años cincuenta, la persecución de cualquier disidente de izquierdas en el ámbito artístico, particularmente en el cine. Cualquier persona señalada por el Comité de actividades antiestadounidenses se convertía de inmediato en un apestado para los estudios y dejaba de recibir encargos por parte de éstos. Los guionistas al menos podían sortear este veto enviando sus trabajos bajo seudónimo o a través de terceras personas. Este fue el caso del genial Dalton Trumbo y es el argumento principal de esta película.

Howard Prince, el protagonista, es un perdedor que sobrevive trabajando como cajero en una cafetería. Un día recibe la visita de su amigo Alfred Miller, un exitoso guionista de izquierdas que se encuentra vetado por sospechoso de comunismo. Propone a Howard hacerse pasar por guionista y vender sus trabajos a varios estudios de televisión. Éste acepta rápidamente, entre otras cosas porque ve en esta situación la oportunidad de convertirse en el hombre prestigioso que no es, la de transformarse en alguien mucho mejor que él mismo. Pronto su nuevo estatus va a ser como una droga e incorporará a varios escritores más a sus servicios. Aquí el talento de Woody Allen es aprovechado muy bien en un papel que le va como anillo al dedo: el de pícaro simpático que es capaz de convencer a los responsables de los estudios de que él es el autor de textos que ni siquiera ha leído y comenzar una relación amorosa aprovechando su nueva posición. Howard se convierte en un experto en contestar con evasivas a cualquier cuestión referente a sus guiones y sus interlocutores no llegan a sospechar de él, más bien tachan a Prince de excéntrico.

Aunque a primera vista tenga un tono ligero, La tapadera es una de las más contundentes críticas realizadas desde el cine a un sistema que arruinó muchas carreras arremetiendo directamente contra la más básicas libertades de expresión y pensamiento. Uno de sus personajes más interesantes es Zero Mostel, un humorista de mucho éxito al que se le descubre cierto pasado izquierdista y al que se le insinúa que su única posibilidad de redimir su carrera consiste en desvelar a otros simpatizantes comunistas, para probar que es un buen ciudadano. Algo muy propio de los sistemas inquisitoriales, que no se conforman con hundir la vida de un individuo, sino que se sienten obligados a sacar todo su jugo a sus prisioneros obligándoles que delaten a otras personas. Todo sea por el bien de la religión o de su propia idea de nación. El final de la película es tan emocionante como lo que nos desvelan los créditos finales: buena parte de los profesionales que participaron en el film fueron reprimidos en su momento por la infame caza de brujas.

jueves, 4 de febrero de 2021

AGUIRRE, LA CÓLERA DE DIOS (1972), DE WERNER HERZOG. LA FIEBRE DE ELDORADO.

No importa que tenga rasgos nórdicos y que no hable en castellano, para cualquier cinéfilo la figura de Lope de Aguirre siempre tendrá el rostro de Klaus Kinski. Un rostro de mirada alucinada y feroz que persigue un sueño creando una pesadilla para la expedición que comanda después de haberse rebelado contra su rey y contra su religión. El personaje, cuya mejor interpretación literaria se encuentra en la obra de Ramón J. Sender, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, resume en cierto modo la esencia de los conquistadores españoles que se extendieron por las nuevas tierras de América durante el siglo XVI: gente que podía estar bien educada, con un particular sentido del honor, pero que, a la hora de la verdad, eran capaces de las más abyectas bajezas con tal de conseguir sus objetivos. 

El caso de Aguirre es especialmente llamativo, porque traicionó abiertamente a su rey y consiguió que un puñado de hombres lo siguiera en sus locos sueños de riqueza y de conquista: pretendía nada menos que fundar un Estado independiente y declarar la guerra al Imperio español. Con una mezcla de terror y estímulo de la codicia de sus soldados, estuvo más de un año explorando la selva peruana y saqueando cuanto encontraba a su paso. Como es previsible, al final fue asesinado por sus propios fieles. La película de Werner Herzog es capaz de representar con fidelidad, más que la verdad histórica de aquellos hechos remotos, el ambiente que debió vivirse en una expedición tan arriesgada y peculiar como aquella, dominada por completo por la personalidad imprevisible del loco Aguirre. 

La leyenda de la filmación de Aguirre, la cólera de Dios, cuenta que Herzog hacía enfadar deliberadamente a Kinski antes de filmar cada escena, para que sus expresiones de continua cólera contenida fueran reales. También es cierto que sería fácil enfadar al actor si tenemos en cuenta las condiciones en las que se desarrolló el rodaje: con el poco presupuesto con el contaban, tuvo que realizarse de manera enteramente artesanal, sin efectos especiales y moviendo al equipo de un lugar a otro de la selva en unas condiciones muy difíciles. El resultado mereció la pena, puesto que el director consigue filmar, como pocos lo han hecho, la belleza amenazante de la selva amazónica dentro de un guión muy equilibrado que se mueve entre lo aventurero y lo reflexivo. Es probable que esta película tuviera influencia en la posterior Apocalyse Now.