Los primeros segundos de Vidas pasadas interpelan directamente al espectador, puesto que nos presenta a sus tres protagonistas - una mujer y un hombre coreanos y uno estadounidense - sentados de madrugada en la barra de un bar y una voz en off especula acerca de la relación entre ellos. Pronto vamos a descubrir que los dos coreanos comparten un pasado tan romántico como tormentoso. Fueron a la misma clase de niños y pudieron vivir una intensa historia de amor que quedó en suspenso cuando ella emigró con su familia a Canadá, terminando en Estados Unidos cuando empezó a desarrollar una carrera como dramaturga de cierto éxito. Allí conoce a su actual marido (el norteamericano que se ve al principio), aunque la relación invisible con Heung jamás la abandonará. Bien es cierto de que antes de que conozca a su esposo americano Nora (la protagonista) ha mantenido una relación virtual con Heung, pero eso no ha sido suficiente para compensar la distancia entre Corea y Estados Unidos. Una visita a Nueva York, ya cuando ambos son treintañeros y ella está casada, se convertirá en un encuentro agridulce, una evocación de lo que podría haber sido y no fue a través de la creencia coreana en el In-Yun, un término budista que apela al destino y a las vidas pasadas de personas que se encuentran de modo circunstancial. Vidas pasadas, película de gran éxito de público y crítica intenta ser profunda, aunque al final el desarrollo de las relaciones entre el trío protagonista no deja de ser superficial y su mensaje muy simple. A destacar la preciosa fotografía con la que se nos deleita durante todo su metraje.
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