sábado, 25 de julio de 2020

LA CONQUISTA DE PLASSANS (1874), DE ÉMILE ZOLA. EL SUEÑO FRANCÉS.

Marthe y François son primos y están casados. Tienen dos hijos sanos y una hija adolescente con mentalidad de niña. A pesar de esta adversidad entre su descendencia, constituyen un matrimonio razonablemente feliz. Se trata de dos personas que han dedicado su juventud a trabajar duro, a prosperar a través de un humilde negocio. En la madurez de su cuarentena, la familia Mouret-Rougon, puede decir modestamente que ha alcanzado el sueño francés: viven en una casa amplia con un precioso jardín y pueden dedicar muchas horas del día al ocio. Además, están integrados en la comunidad, aunque prefieren no participar demasiado de la vida social en Plassans, Marthe, porque es una persona tímida y François porque tiene una mirada demasiado irónica sobre la existencia. En cualquier caso, como ya he dicho, son felices aunque no sean del todo conscientes de ello.

La llegada de un nuevo inquilino a la planta alta de la vivienda, va a cambiarlo todo. El padre Faujas parece el vecino perfecto: llegado a Plassans junto a su madre, su principal afán parece ser pasar desapercibido y su único interés parece consistir en cumplir con sus deberes eclesiásticos y leer plácidamente su brevario encerrado en su habitación. Poco a poco, con el paso de los meses, Faujas irá mostrando su verdadero rostro. Sin actuar directamente, únicamente con su ejemplo de vida modesta y sacrificada, irá ganándose el fervor de Marthe y, junto a él, el de buena parte de la población de la villa francesa, hasta el punto de influir poderosamente en el rumbo político que va a tomar la ciudad. 

Así pues, el padre Faujas va a convertirse poco a poco en una especie de genio maligno al que todos obedecen inconscientemente y que provoca la desgracia en el matrimonio que le renta la habitación, hasta el punto de acabar siendo el auténtico dueño de la propiedad y luego, de todo Plassans, o al menos de su alma:

"Su triunfo era sentarse tal como era, con su gran cuerpo mal arreglado, su rudeza, sus ropas agujereadas, en medio de una Plassans conquistada. 

(...) Plassans, en efecto, tuvo que aceptarlo mal peinado. Del sacerdote flexible se desprendía una figura sombría, despótica, que doblegaba todas las voluntades. Su cara, de nuevo terrosa, tenía miradas de águila; sus gruesas manos se alzaban, llenas de amenazas y castigos. La ciudad quedó positivamente aterrorizada, al ver al amo que se había dado crecer así desmesuradamente, con los andrajos inmundos, el olor fuerte, el pelaje chamuscado de un diablo. El temor sordo de las mujeres consolidó aún más su poder. Fue cruel con sus penitentes, y ni una se atrevió a dejarlo; acudían a él con estremecimientos cuya fiebre saboreaban."

La religión aparece aquí como una terrible fuerza seductora que primero conquista voluntades y después abandona a su suerte a dichas almas cuando dejan de ser útiles. El sueño francés deviene entonces en pesadilla, al despertar los viejos fantasmas del catolicismo: Marthe, que se transforma en una beata entregada en cuerpo y alma a servir a Faujas, acabará hiriéndose a sí misma ante el desprecio que suscita en éste. François terminará ingresando en un siniestro manicomio, en una transición hacia la locura que, aunque no es descrita con detalle por Zola, contiene pasajes verdaderamente estremecedores. Aunque no sea una novela perfecta (esa fluctuación entre las intrigas políticas de la ciudad y la vida hogareña de los protagonistas no está bien equilibrada), La conquista de Plassans es una pieza maestra más de esa obra arquitectónica y literaria del siglo XIX que constituye la saga de los Rougon-Macquart. 

lunes, 20 de julio de 2020

PANDEMOCRACIA (2020), DE DANIEL INNERARITY. UNA FILOSOFÍA DE LA CRISIS DEL CORONAVIRUS.

Las imágenes del funeral de Estado del otro día me hicieron reflexionar acerca de las reacciones imprevisibles que suscitan los acontecimientos inesperados. El hecho de organizar un homenaje a las víctimas de una pandemia que está lejos de haber llegado a su final contiene una especie de revelación acerca de la necesidad prematura de dejar atrás un episodio que ha traumatizado al ciudadano a varios niveles y le ha creado nuevas categorías de miedos y ansiedades: a la pérdida de la salud suya o de sus seres queridos, al desmoronamiento económico, a los cambios radicales en las costumbres, al distanciamiento social o incluso a que la situación acabe volviéndose caótica. Aunque todos esperamos que dentro de un año, ya con la vacuna, podamos estar haciendo un balance sereno desde la tristeza por la pérdida de tantas vidas, nada garantiza que esto vaya a ser así. Y eso es lo que nos inquieta. El futuro incierto en el que nos sume esta especie de distopía que parece no acabarse nunca y que tantas realidades cotidianas altera. 

Pandemocracia es un libro escrito desde la urgencia de una situación no prevista. Redactado en los días más terribles de la pandemia, entre marzo y abril, el filósofo y politólogo Daniel Innerarity. Nuestra democracia - y buena parte de las de occidente - ha sido puesta a prueba frente a un enemigo invisible y demoledor, que ha hecho obligatorio recortarnos algunas libertades fundamentales al menos durante unos meses, mientras la capacidad de nuestro sistema sanitario era puesta a prueba de manera cruel. Y la gestión de toda esta situación inédita ha debido organizarse en cuestión de días, quizá también por una enorme imprevisión por parte de un gobierno que no consideró prudente tomar medidas, a pesar de los desesperados llamamientos lanzados desde una Italia que fue cabeza de puente en el ataque del virus al Viejo Continente.

Pero ahora no es tiempo de reproches ni lamentaciones, sino de gestionar una situación muy peligrosa de la mejor manera posible, impidiendo que se hunda más la economía sin poner en grave riesgo la salud pública. Se trata de gestionar una nueva normalidad concienciando a la gente de que sigue siendo necesario el distanciamiento social, mientras se trata de salvar la temporada turística. Lo lógico es que la gente acabe relajándose frente a la tensión y el miedo de hace solo tres meses, a pesar del peligro:

"Los seres humanos nos vemos obligados a pensar de otra manera el mundo cuando estábamos acostumbrados a concebirlo de un modo que ya no nos lo hace inteligible. Tenemos dificultades a la hora de enfrentarnos a este tipo de riesgos y ajustar nuestro comportamiento. Pensamos en términos de riesgo individual y se trata de riesgo colectivo; tendemos a pensar causalmente y no probabilísticamente; de un modo lineal cuando los acontecimientos de este estilo discurren de una manera no lineal."

No sabemos cómo va a acabar este episodio, que quedará como uno de los más tristes de la historia reciente de este país. El panorama de rebrotes en pleno verano ha constituido la más desagradable de las sorpresas de un virus imprevisible y cuyos efectos a nivel mundial causan estragos en estos mismos momentos, sobre todo en Sudamérica, Estados Unidos e India. Esperemos que el otoño traiga nuevas esperanzas, aunque sea en forma de mutación del virus en una cepa menos letal, con la que podamos convivir tomando todas las precauciones hasta que se pueda llegar a una solución definitiva. 

sábado, 11 de julio de 2020

ESTADOS NERVIOSOS (2018), DE WILLIAM DAVIES. CÓMO LAS EMOCIONES SE HAN ADUEÑADO DE LA SOCIEDAD.

Recuerdo los primeros tiempos de internet. Aquel era un maravilloso nuevo mundo repleto de posibilidades, en el que cada exploración azarosa reparaba una sorpresa, casi siempre positiva. Los expertos hablaban de internet como de un nuevo instrumento de democratización, con el que cada ciudadano podía ser preguntado regularmente acerca de las más importantes decisiones políticas que abordara el Parlamento. El periodismo también se regocijó cuando los móviles de última generación, con cámaras incorporadas, empezaron a proliferar. Cada ciudadano podía ser un periodista en potencia e informar de manera objetiva en tiempo real de hechos que estuvieran sucediendo en el entorno de su domicilio. Todo iban a ser ventajas, todos íbamos a ser un poco sabios, un poco más iguales...

Pero no. Casi veinte años después nos encontramos en la distopía de los hechos alternativos. Lo emocional ha arrinconado a lo racional y cualquier hecho debe ser interpretado al momento, siempre favorablemente ajustado a los intereses de quien lo describe. En realidad, el análisis científico y racional de las cosas  ha dejado paso a la urgencia de lo inmediato. Para muchos conspiracionistas, la clase científica y académica es una especie de élite cuyos intereses dan la espalda a los del ciudadano medio. Esto es de primero de populismo.

Hoy nos encontramos en la era de la velocidad, que no permite la profundización en ninguna novedad. Lo que ayer era importantísimo y causaba conmoción es olvidado al día siguiente a favor de una nueva noticia viral. Tanto es así, que al final la manipulación y el miedo campan a sus anchas entre unos ciudadanos sometidos a un empacho de información y opiniones. Cualquier movimiento sospechoso en una estación de metro puede ser un atentado terrorista, cualquier rumor sin fundamento puede ser tomada como la más sagrada de las verdades si se difunde con la suficiente rapidez: la realidad virtual puede convertirse en algo mucho más verosímil que la auténtica:

"En la era digital, el vacío de un conocimiento firme al instante se colma de rumores, fantasías y conjeturas, algunos de los cuales se retuercen y exageran con celeridad para adaptarse al relato que cada cual prefiera. El miedo a la violencia puede ser una fuerza tan disruptiva como la violencia real, y puede resultar difícil de apaciguar una vez que se ha extendido."

Y es que el mundo se ha vuelto mucho más competitivo que nunca. Miles de páginas de noticias viven de llamar nuestra atención y necesitan hacerlo de modo inmediato, apelando no a nuestra necesidad de obtener una información fidedigna, sino directamente a nuestras emociones más básicas, por lo que si hay que apelar a la exageración, al insulto o a la mentira, así se hará. Todo sea por un clic. La sensación de leer tranquilamente un periódico lleno de noticias y opiniones rigurosas es algo casi perdido, en favor de un ansioso vistazo a los últimos titulares de nuestros medios favoritos, Lo mismo sucede con la publicidad, con el agravante de estudiar impunemente nuestros hábitos y costumbres (nada más fácil hoy día, vamos dejando un rastro diáfano de buena parte de nuestras actividades, muchas veces por nuestra propia voluntad) , para afinar cada vez más en nuestros gustos, personalizando los mensajes que nos hacen llegar. Algunos magnates, como Mark Zuckerberg, ya financia estudios del cerebro humano para aplicarlos al negocio publicitario. 

Ahora los auténticos expertos son los políticos y periodistas con más presencia en los medios. Se trata de gente que debe tener poco tiempo para leer textos complejos, de informarse debidamente de los temas acerca de los pontifica, pero que compensa esas carencias con una verborrea hábil y capaz de enfrentarse con opiniones aparentemente sólidas a cualquier asunto que se le ponga por delante. Los debates parlamentarios apenas son seguidos por casi nadie, a no ser que se produzcan insultos (tampoco el nivel de nuestros políticos invita a ello) y la verdadera confrontación política se ha trasladado a los platós de televisión, en los que están vetadas las ideas complejas, en los que los mensajes están altamente condicionados por un límite muy estrecho de tiempo, por lo que, para que lleguen al espectador deben apelar a sus emociones más básicas.

En este terrorífico panorama se han ido alimentado numerosos monstruos nacionalistas y populistas que olvidan el discurso del consenso y utilizan términos bélicos para referirse a sus adversarios:

"Lo preocupante asimismo es que, al menos en el plano retórico, es también un rechazo de la paz. Cuando el lenguaje de la política se vuelve más violento, y los ataques a las «élites» se tornan más clamorosos, la democracia empieza a acercarse a la violencia, ya que cada vez más instrumentos e instituciones se «convierten en armas». ¿Cómo podría ser esto deseable? ¿Qué clase de lógica emocional podría estar sustentando esto? Al  menos  en  el  imaginario  nacionalista,  la  guerra  también ofrece una forma de comunidad y empatía emocional que no se halla en el comercio ni en la política democrática. La guerra parece rendirle al dolor un reconocimiento, una justificación y un tributo que los expertos en políticas y los políticos profesionales parecen incapaces de procurar. Uno de los aspectos más curiosos del nacionalismo es que, a pesar de apelar a batallas y héroes célebres, a menudo se inflama más con los momentos de derrota y sufrimiento, que configuran una identidad de forma más efectiva que las victorias."

Así, el nacionalismo catalán tilda de fascista a un Estado democrático y perteneciente a la Unión Europea y describe los disturbios del 1 de octubre como una batalla épica y hasta como una especie de genocidio desatado contra el pueblo catalán, los británicos compran el discurso de unos políticos demagogos que aseguran que la Unión Europea, el mayor espacio de paz y prosperidad creado nunca en el viejo continente, tan imperfecto como necesario, roba miles de millones de euros al país todos los años, mientras que los discursos racionales y analíticos que se les oponen apenan captan la atención de nadie. En Estados Unidos la gente elige como presidente al pseudofascista Trump para que cierre el país sobre sí mismo y lance una sombra de sospecha a todo inmigrante. Lo mismo sucede en lugares tan distantes como Brasil o México. Y a todo esto la izquierda reacciona con un discurso aún más victimista y emocional, saliendo a la calle a derribar estatuas, cometiendo el infantil error de evaluar el pasado con la óptica del presente y tildando de fascista a todo aquel que no comulgue con sus acciones de protesta. 

Mientras tanto, el mundo se enfrenta al mayor reto de los últimos años, a un problema real que no están preparados para afrontar quienes inventan todos los días problemas imaginarios. Los problemas que ha traído esta crisis son enormes: se afronta después de importantes recortes sanitarios y científicos derivados de la crisis económica anterior, sin una coordinación real entre países, que sería fundamental para tratar de parar los contagios y con dirigentes acogiéndose al discurso de la pseudociencia, asegurando al ciudadano, pocos días antes de la llegada de la pandemia al propio territorio, que el coronavirus no es más que una gripe que apenas va a afectar a los nacionales, como si la experiencia inmediata de chinos, iraníes o italianos fuera algo que está sucediendo en un mundo aparte. Sí que es cierto que estos inesperados acontecimientos pueden ser la puntilla que acabe definitivamente con nuestro derecho a la intimidad y otras libertades básicas. Todo dependerá de hacia dónde derive una crisis que ha desatado de manera incontrolada la más básica de nuestras emociones: el miedo.