Hitler sigue siendo el gran misterio de la
historiografía de nuestro tiempo. Un hombre sin apenas estudios, pintor
fracasado, vagabundo en Viena (ciudad con la que quedaría resentido toda
su vida, según se desprende de estas conversaciones) y oscuro cabo en
la Primera Guerra Mundial, parecía ser la persona menos idónea para
llegar a ser un día el hombre más poderoso de Europa.
Impactado por la derrota alemana de 1918,
Hitler
se acercó paulatinamente a los grupos nacionalistas que predicaban que
Alemania no había sido derrotada en el campo de batalla, sino que había
sido traicionada por el
frente interno, convirtiéndose en 1921
en el líder del partido Nacionalsocialista, gracias a su gran habilidad
como orador y organizador. En 1933 y, nunca hay que olvidarlo, tras unas
elecciones democráticas, los nazis
subieron al poder, convirtiendo a Hitler en el líder supremo de Alemania.
Hitler
era un hombre consagrado al trabajo político y militar, sin apenas vida
privada. Sin familia, su pasatiempo favorito era reunirse con sus
colaboradores más cercanos y pasar largas horas conversando, aunque en
realidad en la mayoría de las ocasiones la velada se convertía en un
monólogo del Führer. En 1941, a iniciativa de Martín Bormann, su
secretario en aquella época, las palabras de Hitler comenzaron a ser
registradas, como la palabra del líder supremo que debía conservarse
como guía para las generaciones venideras.
La
mayoría de las conversaciones que han llegado hasta nosotros se
registraron entre los años 1941 y 1942, la época de mayor expansión del
ejército alemán, cuando parecía que iban a vencer definitivamente a la
Unión Soviética y dar así fin a la guerra. Los temas que trata Hitler en
sus peroratas son muy variados: la marcha de la guerra, sus años de
lucha por el poder, las razas superiores e inferiores, defectos y
virtudes de sus enemigos (muestra gran admiración por los ingleses), la
futura reordenación de Europa, sus gustos arquitectónicos, sus
gustos literarios y, ante todo, la justificación continua de sus
atroces actos.
Lo que sí que es cierto es que las palabras de Hitler denotan una gran
seguridad en sí mismo y un enorme convencimiento de estar en posesión de
la verdad absoluta.
No es un secreto que Hitler era un
lector voraz,
aunque muy especial, porque interpretaba las lecturas que le
interesaban para ajustarlas a su ideario. Su visión del mundo era
absolutamente darwinista: la vida era una continua lucha donde deben
prevalecer los más fuertes:
"El más fuerte se impone: es la ley de la naturaleza. El mundo no cambia. Sus leyes son eternas" (23 de septiembre de 1941).
"(...)
He aprendido que la vida es una lucha cruel y que no tiene más fin que
la conservación de la especie. El individuo puede desaparecer con tal de
que haya otros hombres para sustituirlo" (26 de septiembre de 1941).
En
este contexto no es de extrañar su obsesión por clasificar a los
distintos pueblos y razas y otorgarles unos atributos que las
transforman a sus ojos en superiores o inferiores. Respecto a la
religión, sobre todo la católica, manifiesta una mezcla de desprecio y
lucidez, pues si bien critica su doctrina de igualdad entre todos los
seres humanos, es capaz de desvelar su hipocresía:
"La Iglesia
(...) afirma que los pobres de espíritu - así como los otros pobres -
irán al cielo, mientras que los ricos pagarán con eternos sufrimientos
las ventajas de su existencia terrenal. A la Iglesia le lleva a decir
esto el acuerdo tácito entre sacerdotes y propietarios, que dan con
gusto a la Iglesia un poco de dinero para que puedan seguir animando a
los pobres a someterse." (28 de septiembre de 1941).
"Cuando
uno considera de cerca la religión católica, no puede dejar de
percatarse de que se trata de una combinación de hipocresía y agudeza en
los negocios increíblemente taimada, que manipula con habilidad
consumada la arraigada afición de la humanidad a las creencias y
supersticiones que sostiene. Es inconcebible que un cura con estudios
crea verdaderamente en todos los absurdos emitidos por la Iglesia. (...)
Es de lo más evidente que si la Iglesia solamente siguiera las leyes
del amor y sólo predicase el amor como medio de inculcar sus preceptos
morales, no hubiera sobrevivido mucho tiempo". (9 de abril de 1942).
Como
se ha indicado, en la época de estas conversaciones, la guerra era la
principal ocupación del Führer, una actividad muy saludable, a tenor de
sus palabras:
"Hay que desear al pueblo alemán, por su bien,
una guerra cada quince o veinte años. Un ejército cuyo único fin es
conservar la paz, solo conduce a jugar a ser soldado". (19 de agosto de 1941).
En cualquier caso, su obsesión y principal objetivo, ya anunciado en
Mein Kampf
era conquistar los inmensos territorios de la Rusia Soviética para ser
colonizados por el pueblo alemán, llegando hábilmente a justificar su
expansión con las necesidades vitales de Alemania, al igual que sucedió
durante el siglo XIX en el episodio histórico de la conquista del Oeste
Americano, que dio lugar a la formación de los Estados Unidos:
"La
lucha que sostenemos aquí con los partisanos se puede comparar a la que
se libraban con los indios en América del Norte. La raza más fuerte
será la que triunfe: nosotros." (8 de agosto de 1942).
Respecto
a España, sus sentimientos eran contradictorios. Por un lado veía a un
país ingrato, con un dirigente (Franco) que nunca hubiera ganado la
guerra civil sin la ayuda alemana, dominado por la Iglesia. Por otro
reconocía la bravura del soldado español, demostrada por la actuación de
la División Azul en el frente ruso:
"Considerados como tropa,
los españoles son una banda de andrajosos. Para ellos el fusil es un
instrumento que no debe limpiarse bajo ningún pretexto. (...) Pero los
españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de
seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían a la muerte. Lo que sé
es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles
como vecinos de sector." (5 de enero de 1942).
El
lector que se adentre en estas páginas, no siempre de fácil lectura, ya
que el dictador alemán podía ser a menudo repetitivo y plomizo,
encontrará a un Hitler alejado de la imagen a la que comúnmente se le
asocia, un Hitler un poco más humano, que por eso mismo resulta más
aterrador, cuando expone sus planes de sometimiento a razas inferiores
con tamaña frialdad e indiferencia por la vida humana.
Un Hitler que puede ser una persona inteligente a su manera, e incluso tener buenas ideas para organizar el
Estado
y la vida cotidiana de sus ciudadanos, un ser contradictorio, amante de
la arquitectura y promotor a la vez de una guerra destructiva y de
exterminio, que dista mucho de ser un genio. Resulta curiosa la
expresión de sus más íntimos deseos para cuando acabe la guerra:
"Me
dediqué a la política contrariando mis aficiones. Por lo demás sólo veo
en ella un medio que conduce a un fín. Hay gentes que creen que me
sería duro quedarme sin la actividad que tengo ahora. Se engañan
enormemente, ya que el día más hermoso de mi vida será aquel que deje
atrás la política con sus disgustos y su esclavitud. Cuando concluya la
guerra tendré la sensación de haber cumplido con mi deber y me
retiraré." (26 de enero de 1942).
¿Cuál era la auténtica
personalidad de Hitler? ¿Era tan seguro de sí mismo como se muestra en
estas conversaciones? ¿Era un gran fabulador que sabía seducir a su
público? Sus conversaciones íntimas nos dan pistas, pero no son capaces
de resolver el enigma acerca de las pulsiones que llevaron a un pueblo
avanzado y culto a vender su alma colectivamente a los deseos de un
individuo que pretendía construir la presunta grandeza de Alemania a
costa del exterminio de otros seres humanos.