La película de Von Stroheim fue la más cara producida hasta el momento, más de un millón de dólares de la época, incluyendo unos fastuosos decorados que reproducían el centro de Montecarlo. Después de algunos éxitos cinematográficos, el director y actor podía permitirse esas exigencias a su estudio, aunque no se le permitió estrenar el montaje que él quería de ocho horas, quedándose la película en algo más de dos. La trama es muy folletinesca, con un falso conde ruso seduciendo a la esposa del embajador americano. El mismo Von Stroheim interpreta con solvencia al embaucador, un personaje que todavía tiene modos decimonónicos y que apela constantemente a su sentido del honor para conseguir sus objetivos. Quizá la película quiere mostrar la decadencia de la sociedad europea postbélica y cómo la solidez antigua de los matrimonios se iba desvaneciendo con facilidad en el aire. Con todo esto, la película ha envejecido bastante y no es de tan interés para el público actual como otras de la misma época, como las que hacía el cine alemán o las de Griffith.
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