No existe un testimonio más lúcido, sereno y a la vez
terrible acerca del Holocausto que el de Primo Levi. A veces se habla
con suma ligereza de lecturas imprescindibles. Esta lo es a todas luces.
Es un resumen de la condición humana, de lo que puede llegar a ser un
hombre para otro y para sí mismo. Nuestra especie no queda en muy buen
lugar en esta narración.
A finales de
1943, la situación de Italia era prácticamente de guerra civil. El sur,
liberado por los aliados, luchaba contra el norte, ocupado por los
alemanes con el apoyo del gobierno mussoliniano de la República del
Saló. Primo Levi, formando parte de un grupo de inexpertos partisanos,
fue capturado por soldados fascistas durante una redada en las montañas.
Era el comienzo de su infierno personal.
Después de un breve paso por un campo de prisioneros, Levi fue trasladado al campo de trabajo y exterminio de
Auschwitz,
que se convertirá en tristemente famoso por alcanzar las más altas
cotas de producción en la industria de la muerte. El traslado se hacía
comúnmente por ferrocarril, en vagones destinados al ganado, en cuyo
interior los judíos se amontonaban en un pequeño espacio. La mayoría
pasaba el largo viaje de pie durante varios días, sin poder apenas
moverse, sin agua ni comida y debiendo hacer sus necesidades en el
sitio. Muchos sucumbían antes de alcanzar el destino.
Los momentos
más terribles del relato se dan con la llegada de los prisioneros al
campo de exterminio. La incertidumbre y el miedo se apoderan de ellos,
aunque no saben que lo que les espera es mucho más siniestro que sus
peores pesadillas. La espera en una sala vacía para conocer el propio
destino se hace eterna:
"Esto es el infierno. Hoy, en nuestro
tiempo, el infierno debe de ser así, una sala grande y vacía y nosotros
cansados teniendo que estar de pie, y hay un grifo que gotea y el agua
no se puede beber, y esperamos algo realmente terrible y no sucede nada y
sigue sin suceder nada. ¿Cómo vamos a pensar? No se puede pensar ya, es
como estar ya muertos. Algunos se sientan en el suelo. El tiempo
transcurre gota a gota".
Primo Levi y sus compañeros no son
más que insignificantes granos de arena en el inmenso sistema de trabajo
y exterminio fabricado por la bestia nazi. Es bien conocido el
vegetarianismo de
Hitler, quizá no tanto las leyes pioneras que lanzó para proteger a los animales. Para la ideología
nacionalsocialista
los judíos no llegaban siquiera a la categoría de animales. Eran una
especie de virus que debía ser exterminado, bien directamente en el caso
de ancianos, enfermos y niños, bien por agotamiento a través del
trabajo esclavo.
No todos son capaces
de adaptarse a la vida en el campo de exterminio. Quien seguía las
estrictas reglas y comía solo el insulso potaje insustancial servido en
el campo no duraba más de tres meses. Impera el más estricto darwinismo.
Las gentes nobles y altruistas son las primeras en sucumbir. Para
sobrevivir se necesita una mezcla de suerte, inteligencia y pocos
escrúpulos. Aunque los primeros meses a punto están de acabar con él,
Primo Levi conseguirá hacerlo gracias a sus estudios de química.
Los
nazis organizaban el campo de tal manera que era una casta de
prisioneros, los kapos, elegidos comúnmente entre antiguos delincuentes,
los que mantenían la disciplina a base de terror y maltrato. Ni
siquiera querían mancharse las manos cometiendo asesinatos masivos.
La
tarea de llevar a los condenados a las cámaras de gas y llevar sus
cadáveres a los hornos crematorios correspondía a grupos de judíos con
ciertos privilegios, que eran reemplazados cada pocos meses. Se trataba
de personas cuya conciencia se encontraba en la llamada zona gris, donde
la supervivencia personal dependía de aniquilar a cientos de personas
diariamente.
El autor
clasifica a los prisioneros en dos grupos, los hundidos, aquellos que
han perdido todo rasgo de humanidad y se pasean como muertos en vida y
los salvados, aquellos que sacan fuerzas para sobrevivir a este
despiadado experimento de selección natural. Aún así, la experiencia del
campo les va a perseguir toda la vida. Muchos no podrán soportarlo en
los años posteriores a su liberación y se suicidarán.
"Imagínaos
ahora a un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le
quiten la casa, las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo
que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la
necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido
todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal punto que se
podría decidir sin remordimiento su vida o su muerte prescindiendo de
cualquier sentimiento de afinidad humana (...)".
Primo
Levi, como el resto de prisioneros, solía tener los mismos sueños en
las atormentadoras noches del campo. Además de soñar con comida, el
prisionero lo hacía con la necesidad de contar, de narrar la experiencia
vivida a familiares y amigos buscando compresión a su sufrimiento. El
resultado era siempre el mismo, los oyentes se hacían los sordos y se
levantaban.
La realidad del superviviente fue parecida. Finalizada la inmensa
tragedia mundial
nadie estaba dispuesto a escuchar los relatos de Auschwitz. Todo el
mundo había sufrido de un modo u otro durante los años de la guerra y la
tendencia fue la de olvidar y reconstruir.
La primera edición de
este libro, que Levi entregó en 1947, no gozó de éxito alguno. Tuvieron
que pasar varios años antes de que su voz fuera escuchada y
reconocida y sus escritos, nacidos de la necesidad compulsiva de dar a conocer su infierno y el de muchos otros, convertidos en clásicos.
Si esto es un hombre sigue siendo la narración más exacta, y por ello la más espeluznante, del
genocidio judío en Europa.