viernes, 30 de noviembre de 2012
DESOBEDIENCIA CIVIL Y OTROS ESCRITOS (1849), DE HENRY DAVID THOREAU. UN TEMA DE NUESTRO TIEMPO
En el magnífico retrato literario que le dedicó, Emerson describía el caracter de Thoreau con las siguientes palabras:
"Permaneció siempre soltero; vivía solo; jamás asistió a la Iglesia; no votó nunca; rehusó pagar impuestos al Estado; no comía carne ni bebía vino; ignoró siempre el uso del tabaco, y aunque era naturalista, no recurrió al lazo ni al fusil. Había decidido, sin duda sabiamente para su temperamento, permanecer soltero, célibe del pensamiento y de la naturaleza. Carecía de aptitudes para adquirir riqueza; sabía ser pobre sin el mínimo gesto de lamentación o inelegancia. Escogió tal género de vida sin mayor esfuerzo, sin preverlo, y concluyó por adaptarse a conciencia."
Henry Thoreau fue una especie de santo laico de su tiempo. Amante de la libertad humana sobre todas las cosas, y ejerció dicho pensamiento sobre sí mismo. Famoso es su retiro a la cabaña Walden, de cuyas experiencias surgió un libro clásico. Precisamente fue durante esta estancia en los bosques cuando escribió su Desobediencia civil, un texto cuya influencia llega hasta nuestros días. Para el pensador norteamericano, el Estado debía estar al servicio de los ciudadanos, no por encima de estos. Su definición de Estado ideal la encontramos al final del ensayo:
"Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como a un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad y le trate en consecuencia. Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo."
Tratar al individuo con el respeto de un amigo ¿es esto lo que apreciamos en el comportamiento de los Estados en la actualidad? Cualquier oposición a lo que consideran leyes injustas (desahucios, reformas laborales...) es reprimida con el uso de la fuerza. Además, la participación ciudadana en los comicios, la única ocasión, cada cuatro años, en la que se nos pide opinión, es puesta en entredicho, puesto que el partido en el poder hace todo lo contrario de lo que proponía en su programa electoral, rompiendo así el pacto social establecido.
Me llama la atención el hecho de que el autor corrió el riesgo de ir a prisión (de hecho pasó una noche en la misma, hasta que pagaron el impuesto por él) por no querer pagar unos impuestos que sufragaban dos de los mayores males fomentados por el gobierno estadounidense de su tiempo: la guerra contra México y, sobre todo, el esclavismo (a John Brown, luchador antiesclavista, le dedicó un hermoso texto). Pero ante todo proponía con su ejemplo una resistencia pasiva y no violenta a las injusticias de los gobernantes, postura que influiría decisivamente en otros grandes hombres posteriores, como Gandhi o Martin Luther King.
Thoreau es uno de los autores más citados, puesto que su escritura posee un gran sentido moral. Dejo aquí una frase para la reflexión. No sé si será muy conocida, pero a mí me ha parecido sublime como máxima suprema de un Estado que esté al servicio de sus ciudadanos:
"La ley nunca hará libre a los hombres, son los hombres los que deben hacer libre a la ley".
EL CABO DEL MIEDO (1991), DE MARTIN SCORSESE. LA LEY DEL SALVAJE.
Por fin he podido visionar una de las pocas películas de Martin Scorsese que me quedaban pendientes. Y no por falta de ganas, sino porque hasta ahora, la edición en dvd existente en el mercado carecía de subtítulos en español y yo me negaba a adquirir un producto defectuoso. Ahora, en la edición en blue ray por fin se ha subsanado este error. Me ha sucedido algo muy curioso con El cabo del miedo (adaptación de un clásico de 1962), y es que me parecía recordar muchas de sus escenas. Al principio pensé que esa sensación sería debida a que habría visto el trailer en alguna ocasión, pero en seguida caí en la cuenta: existe un episodio de Los Simpsons que parodia esta película de principio a fin. Así que ha sido muy curioso: he visto la parodia mucho antes que el original.
Aunque en principio El cabo del miedo parezca concebida como una lucha entre el bien y el mal, entre el abogado padre de familia de vida intachable y el loco psicópata recién salido de la cárcel, poco a poco el espectador va descubriendo que, aunque el personaje de Robert de Niro se muestra desde el principio con total transparencia, el de Nick Nolte tiene algunas cosas que ocultar, empezando por su adicción a las relaciones extramatrimoniales. Sam Bowden, el abogado, se contempla a sí mismo como un hombre amante de las leyes, cuya vida jamás podrá salirse ni un ápice de sus márgenes. Pero, en su ejercicio profesional, cometió un desliz en el que seguramente consideró que la justicia estaba por encima del derecho: ocultó una prueba que podía haber favorecido a un defendido suyo en un caso brutal de violación. Y este reo, catorce años después, sale de la cárcel sediento de venganza.
Robert de Niro realiza una de sus interpretaciones magistrales que brillan por su ausencia en la actualidad. Su Max Cady es realmente una presencia temible. Sólo falla un poco su credibilidad en sus escenas de seducción, sobre todo cuando lo hace con la hija del abogado, quizá porque la interpretación de Juliette Lewis no está a su altura. Se da la paradoja de que Cady ha descubierto en la cárcel que es un ser inteligente: ha estudiado derecho, ha leído mucho y se ha fabricado una visión del mundo a medida de sus planes de venganza. También ha descubierto a Nietzsche y se ve a sí mismo como un superhombre por encima de las leyes humanas. Y realmente, algo de sobrehumano tiene Cady, cuando algunas de sus acciones parecen realizadas desde una improbable omnisciencia: parece saberlo todo sobre sus víctimas y adivinar cuales van a ser sus próximos movimientos.
Lo más interesante de la película es la deriva de Sam Bowden desde su vida burguesa y civilizada al fango al que lo arrastra Cady: al final él también es una bestia herida sedienta de sangre. Su pequeña transgresión de catorce años atrás parece haber crecido lentamente hasta devorar su alma. Aunque el guión tiene algunos fallos, el virtuosismo de Scorsese como director consigue que esta sea una cinta de calidad. Si el espectador la visiona sin prejuicios, se encontrará con una magnífica obra de suspense, con numerosos toques del maestro Hitchcock.
Etiquetas:
cine,
cine años noventa,
cine estadounidense,
martin scorsese
lunes, 26 de noviembre de 2012
LO IMPOSIBLE (2012), DE JUAN ANTONIO BAYONA. EN EL CORAZÓN DE LA TRAGEDIA.
Hay tragedias que marcan épocas. El tsunami que arrasó las costas del Pacífico en 2004 y que acabó con miles de vidas es comparable, por su impacto, al terromoto de Lisboa, que en pleno siglo XVIII hizo dudar a Voltaire y a otros filósofos de la existencia de un Dios compasivo.
Existe un problema con las películas que muestran catástrofes contemporáneas: el espectador ya las ha visto con todo detalle en los distintos telediarios. Hoy día, que casi todo el mundo lleva cámaras en el bolsillo es casi imposible que un acontecimiento importante escape a la mirada de esta tecnología que se difunde en minutos por todo el mundo. Del tsunami existen numerosas imágenes impresionantes (en el siglo XVIII se divulgaban grabados con imágenes de una Lisboa en plena devastación), por lo que intentar impresionar al espectador por este lado resulta muy complicado. No obstante, Bayona ha reconstruido muy bien la catástrofe (como ya hizo Clint Eastwood en su día) y logra un punto de vista inédito: el de la víctima que es engullida por una ola gigantesca que lleva en su interior todo tipo de objetos y desperdicios, tan peligrosos como la misma fuerza del agua.
Lo imposible comienza mostrándonos las vacaciones de una familia ejemplar, sin fisuras, donde todo es armonía, quizá para conseguir desde el primer minuto la complicidad del espectador, que no va a tener más remedio que sentirse identificado con ellos, por supuesto para sufrir más intensamente con su desgracia. Es curioso que, cuando me senté en mi butaca, escuché a más de un espectador comentar que se iba a hinchar de llorar. Quizá esa sea una de las claves del desmesurado éxito que está teniendo esta película en nuestro país. La gente anhela emociones, cuanto más primarias mejor. En una época en la que las familias están atravesando una dura crisis, muchos ven en esta historia el mensaje de que la unidad familiar puede hacer frente a las peores dificultades.
Y es precisamente este punto el que hace naufragar la historia (nunca mejor dicho) desde que termina la escena de tsunami. El cine es, por definición, un medio manipulador, que en muchas ocasiones necesita la total complicidad del espectador para funcionar. Otras veces (y ese es el cine que yo prefiero, aunque con matices) lo que consigue es hacerte pensar, plantearte cuestiones acerca de lo que has visto. No es el caso de Lo imposible, cuya vocación manipuladora es tan evidente que termina molestando: esa música estridente, esos abrazos interminables, esas continúas lágrimas, esos gritos de los personajes llamándose unos a otros... Todo eso podría mostrarse con menos desgarro y más sutileza y el mensaje llegaría igualmente al espectador, pero no de forma tan directa y descarada. Puede parecer exagerado, pero algunas escenas me recordaban a un episodio de los Teletubbies, buscando continuamente abrazos fuertes.
Y que no se me tilde de insensible, que yo busco en el cine tantas emociones como cualquiera, pero no me gusta que me las muestren de manera tan obscena. En cualquier caso, la puesta en escena y la perfecta ambientación compensan en parte este defecto: Lo imposible posee una impecable factura técnica al servicio de una historia que hubiera ganado mucho con unos personajes mucho más complejos. Además (y esto no es una crítica) no hubiera estado mal echar una mirada a los efectos del tsunami entre la población local, que fue la gran afectada de todo aquello. Eso sí, en descargo de Bayona, hay que decir que su retrato es muy respetuoso: aparecen como héroes desinteresados que lo dan todo por ayudar a sus huéspedes, pero nada sabemos de sus pérdidas personales.
En cualquier caso, hay un gran efecto positivo en este fenómeno: esta película ha devuelto a la gente al cine como hacía tiempo que no sucedía. Sólo por eso, merece la pena echarle un vistazo y tratar de comprender con qué fórmula se ha conseguido tal hazaña.
Etiquetas:
cine,
cine actual,
cine español,
juan antonio bayona
domingo, 25 de noviembre de 2012
SE ESCAPÓ LA SUERTE (1947), DE JACQUES BECKER. EL AZAR Y LA NECESIDAD.
Se escapó la suerte comienza como un relato costumbrista, donde se muestra al espectador la vida en la Francia de la postguerra: un París, que tras la pesadilla de la ocupación alemana va recuperando poco a poco la alegría de vivir. Becker muestra el mundo del trabajo de los más humildes: un medio para alcanzar pasito a pasito una vida mejor. Pero existen otras posibilidades: las posibilidades que ofrece el azar. Un simple billete de lotería puede ser el pasaporte inmediato a un cambio radical, al cumplimiento de los sueños más inalcanzables.
A partir de que el protagonista descubre (a la mitad del relato) que el billete de lotería de su mujer está premiado, su ansiedad se transmite al espectador. Todos hemos pensado alguna vez cómo actuaríamos en caso de vernos en esa tesitura: de pronto un simple trozo de papel se convierte en el elemento más importante de nuestra existencia y protegerlo hasta que esté en manos seguras, la más sagrada de las misiones. Perder la fortuna que tan caprichosamente ha llegado a nuestras manos es la peor de las pesadillas: precisamente lo que le sucede a Antoine.
Si bien hasta entonces su existencia ha sido feliz en sus humildes expectativas junto a su mujer, la pérdida del billete de lotería premiado le sume en la más absoluta desesperación: como si el destino quisiera reírse de él, le ofrece la fortuna para inmediatamente quitársela. Un suceso así puede marcar una vida que hasta entonces creía saber donde estaba su sitio. La lotería no era más que un pequeño aliciente que no se tomaba demasiado en serio. Antoinette, que era quien había comprado el décimo, lo había olvidado por completo y ni siquiera se había molestado en mirar si estaba premiado. El azar hace que su marido lo compruebe para distraer la atención de una pequeña disputa entre los dos. De pronto, el mundo en el que vivían sufre una convulsión: llegan los planes y la ilusión parece convertirse por una vez en realidad. Que escriban sus deseos en un espejo es muy significativo, puesto que corren el peligro de transformarse en un mero espejismo...
La película de Becker anticipa algunas de las técnicas de la nouvelle vague: algunas de sus imágenes parecen sacadas de un documental, como si no estuvieran planificadas previamente, quizá para conseguir que el espectador se identifique más plenamente con la pareja protagonista. Sí que es cierto que, desde mi punto de vista, la película abusa de la presentación de personajes, abusa de anécdotas intrascendentes y tarda en entrar en materia, pero todo eso no empaña el resultado final de un film excelentemente dirigido y con un azaroso mensaje.
Etiquetas:
cine,
cine años cuarenta,
cine francés,
jacques becker
sábado, 17 de noviembre de 2012
COSMOPOLIS (2003), DE DON DELILLO Y DE DAVID CRONENBERG (2012). EL CAPITALISMO FUNERAL.
Un hombre muy joven, impecablemente trajeado está en actitud de espera en una acera de Nueva York. Se trata de Eric Packer, un alumno aventajado de esa escuela de amos del Universo que tan bien describió Tom Wolfe en La hoguera de la vanidades y Oliver Stone en Wall Street. Pero Eric, como irá descubriendo poco a poco el lector, también tiene afinidades con Patrick Bateman, el protagonista de la novela American Psycho, de Bret Easton Ellis. Es un hijo del capitalismo salvaje, al que la posesión de abundantes bienes materiales no le basta como aliciente de su existencia y busca algo más profundo y destructivo.
La fortuna de Eric no proviene de ninguna actividad productiva que cree riqueza en su país. Él es un mero especulador, alguien que sabe manejar muy bien diversas informaciones para ganar millones apostando a favor o en contra de divisas soberanas, alguien capaz de provocar crisis económicas en países remotos con tal de lograr beneficios a su selecta clientela. ¿Y qué sucede con un joven de veintiocho años cuando ha amasado una fortuna incalculable? Por una parte, ser tan odiado como envidiado. Eric no carece de enemigos y por su eso su vida está blindada: cada movimiento que decide debe ser consultado con su equipo de seguridad, que le informa cada día de nuevas amenazas. Cosmopolis describe una jornada de Eric, que ha decidido volver a su antiguo barrio, concretamente a su antigua barbería, para cortarse el pelo. Y ha elegido un día especialmente complicado: cuando la presencia del presidente de los Estados Unidos y de varias manifestaciones anticapitalistas tienen colapsada la ciudad.
El protagonista se mueve en una limusina insonorizada equipada con todos los lujos que es una especie de parábola de su aislamiento del mundo real. Eric puede observar el exterior, la vida cotidiana de la gente normal, la de los miserables, las manifestaciones contra los de su estirpe, sin que nada le afecte. Su visión del mundo es solo aparentemente inconmovible ya que, después de todo, el viaje que emprende hacia su pasado va a ser transformador. La novela de DeLillo, escrita hace una década, fue profética, y no es casualidad que Cronenberg haya aprovechado este material para rodar una adaptación que habla mucho de la crisis actual de un sistema que se resiste a transformarse, a aceptar controles, a hacerse más humano. Eric Packer es un triunfador, pero también una víctima de un sistema que le ha otorgado un papel protagonista del que ya no se puede desprender. A lo largo de la narración se abunda en esta falta de control, en esta locura económica que en realidad no produce bienes, sino que invita más bien a apostar como si de un casino se tratara:
"Que quiere hacerte creer que hay tendencias y fuerzas previsibles. Cuando en realidad todo son fenómenos que obedecen al azar. Aplica las matemáticas y otras disciplinas, desde luego. Pero al final te las ves con un sistema que escapa a todo control. Histeria a muy altas velocidades, día a día y un minuto tras otro. Los habitantes de las ciudades libres no tienen por qué temer la patología del Estado. Generamos nuestros propios frenesíes, nuestra propia convulsión en masa, impulsados por máquinas pensantes sobre las cuales no tenemos en definitiva ninguna autoridad. El frenesí apenas es perceptible durante la mayor parte del tiempo. Es sencillamente nuestra manera de vivir."
Una manera de vivir que exige estar en guardia las veinticuatro horas, puesto que los mercados no descansan nunca, y son amantes muy exigentes. Tras haber descrito la vida y pensamientos de Eric, la segunda parte de la novela es una especie de descenso a los infiernos del protagonista, que ya ha entrevisto a través de los cristales blindados de su limusina que ese día no es un día cualquiera, sino una jornada de cambios, pero en un sentido muy distinto al que predican los apologistas de la crisis.
La adaptación de David Cronenberg ha dejado casi intacto el material original. Se trata de una película de difícil digestión para quien no haya disfrutado la novela, ya que sus diálogos resultan muy artificiales al ser llevados a la pantalla. Lo mejor del film es el ambiente que crea el realizador canadiense, de una Nueva York monstruosa y casi apocalíptica, como si en sus calles se estuviera librando una batalla silenciosa entre el bien y el mal. La gran sorpresa es Robert Pattinson, perfecto en el papel de Eric Packer, quizá porque, por primera vez en su carrera, interpreta a un vampiro auténtico, un ser que da miedo de verdad.
miércoles, 14 de noviembre de 2012
LA MUERTE DE UN VIAJANTE (1949), DE ARTHUR MILLER. ANATOMÍA DEL FRACASO.
Después de leer una obra maestra de la envergadura de Muerte de un viajante, la sensación principal que queda es el deseo de verla representada en teatro al menos una vez. La historia de Willy Loman es una poderosa representación de los dramas de nuestro tiempo, en el que una vida mediocre se considera socialmente un fracaso. Uno de los momentos que más llaman la atención de la obra se produce cuando Willy visita a su jefe y este está entretenido con el i-pad de la época: una grabadora, a la que dedica un desmesurado entusiasmo, hasta el punto de asegurar que grabar su voz y la de su familia se va a convertir en su nuevo hobby. Qué poco hemos cambiado... Aquí el artículo:
Nacido en
una familia de inmigrantes judíos del Este de Europa, a cuyos negocios afectó
seriamente la depresión de 1929, los primeros años de Arthur Miller
(1915-2005), que fue un estudiante mediocre, no presagiaban que llegara a ser
uno de los grandes dramaturgos de la historia. Después de haber trabajado
durante algunos años en todo tipo de empleos para ayudar a la familia
(experiencia que sería decisiva para su obra posterior), fue en la Universidad,
donde se licenció en Literatura inglesa, donde estalló su vocación creativa.
Arthur Miller, un intelectual icónico americano
A pesar de
que sus primeras obras teatrales pasaron sin pena ni gloria, el estreno de La
muerte de un viajante (1949) y su enome e inmediato éxito de crítica y
público le otorgó un prestigio que ya nunca le abandonaría. La figura de Arthur
Miller, alto,
delgado y con gruesas gafas, se convertiría en sinónimo de intelectual. El
escritor no sólo fue famoso por su obra, sino que se hizo enormemente popular a
raiz de su idilio con la actriz Marilyn
Monroe, uno de
los más famosos del siglo XX.
También es recordado su paso por la Comisión
de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy, donde se negó a dar nombres de
supuestos compañeros con simpatías comunistas. Su vinculación a nuestra país,
que visitaba asiduamente, se consolidó con la concesión del Premio Príncipe de
Asturias en 2002.
Willy Loman, sueño y angustia en la tierra de las
oportunidades
A la hora de
acercarse a La muerte de un viajante, es conveniente situarla en su
contexto histórico. A mediados del siglo XX, superadas las pruebas de la Gran
Depresión y la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se había consolidado como
una gran potencia económica. Se fomentaba la idea del país como la tierra de la
oportunidades y de los hombres hechos a sí mismos, ideas que obsesionarán a Willy
Loman, el
protagonista de la obra. Willy es un hombre que está entrando en la vejez. Toda
su vida ha trabajado como viajante de comercio. Ha vendido lo suficiente para
vivir, pero nunca ha destacado en su trabajo. Últimamente parece atacado por
una crisis vital a la que no sabe como enfrentarse: a la vez que desciende su
capacidad de vender, intuye que no ha conseguido cumplir sus grandes sueños.
Todo ello le produce una angustia (algo muy habitual en la labor del comercial)
que le está destruyendo por dentro:
"A
veces me siento muy solo, sobre todo cuando las ventas no han ido bien y no
tengo con quien hablar. Es como si nunca más fuera a vender nada., como si ya
no fuera a ser capaz de mantener a mi familia, como si ese negocio con el que
sueño para que mis hijos lo hereden jamás fuera a hacerse realidad. (...) Hay
tantas cosas que quiero conseguir..." (Arthur Miller, La muerte de un viajante.
Editorial Cátedra, pag. 212).
La decepción de los hijos, Biff y Happy
Ya la puesta
en escena que acota Miller respecto al hogar de los Loman es muy significativa:
se trata de una casa tradicional rodeada de amenazantes rascacielos; como si
los Loman se hubieran quedado atrás en la evolución natural de la economía capitalista. En realidad el protagonista se
presenta muy pronto al espectador como todo un experto en engañarse a sí mismo
e intentar hacerlo con los que le rodean. A pesar de no tener suficiente dinero
para pagar las facturas, intenta ofrecer una imagen optimista de sí mismo para
borrar la realidad de su fracaso. Además, sus hijos Biff y Happy, en los que
tenía depositadas desmesuradas expectativas, siendo ya unos treintañeros, no
han conseguido nada demasiado relevante en la vida, lo cual no quiere decir que
no puedan trabajar y vivir dignamente.
Precisamente,
ya que él no lo ha conseguido, Willy sigue esperando que sus hijos consigan
hacer realidad el sueño americano, ese tan escurridizo, del que él conoce toda
la teoría, pero no la práctica. En realidad, la educación que les ha ofrecido
era totalmente errada para esos objetivos: ha inculcado a Biff y a Happy que lo
más importante en los negocios es el aspecto físico y la simpatía personal,
dejando el esfuerzo y los estudios en un segundo plano. Los ha ensalzado tanto
que lo único que ha conseguido es que carezcan de la más mínima disciplina
laboral, porque no están dispuestos a recibir órdenes. Aún así sigue
fantaseando con que su hijo Biff va a conseguir un crédito de un antiguo jefe,
que precisamente lo despidió por robar, y va a montar una empresa de material
deportivo que se va a convertir, como por arte de magia, en líder en su sector.
"No
tiene un centavo que lo avale, pero hay tres universidades importantes
peleándose por él, y de ahí al cielo, porque no es lo que hagas, sino a quien
conozcas, es saber sonreír cuando hay que hacerlo. Contactos, Ben, contactos.
Toda la riqueza de Alaska se puede estar dirimiendo en un restaurante del hotel
Commodore, y eso es lo maravilloso, eso es lo maravilloso de este país, que un
hombre pueda termirar cubierto de diamantes solo porque ha conseguido caer
bien. (...) Cuando entre en una empresa su nombre va a resonar con fuerza y se
le van a abrir todas las puertas. He visto cómo ocurría. Lo he visto miles de
veces. Sí, no es madera que puedas tocar con las manos pero está ahí". (Arthur Miller, o.p, pag. 264).
Una obra innovadora y que pretende transformar al espectador
La
muerte de un viajante, es una obra muy innovadora en recursos escénicos. Entre los más
destacados están las llamadas escenas subjetivas, en las que los
delirios del protagonista interactúan con la realidad, algo imprescindible para
entender la complejidad de los pensamientos de Willy. A pesar de que la obra no
es el desmesurado ataque al capitalismo que muchos ven ella (es más bien una llamada
de atención sobre sus perdedores), el autor de Las
brujas de Salem quiso que su
teatro fuera un instrumento de denuncia y transformación social:
"(...)
existe en la forma dramática la posibilidad última de elevar el grado de
compromiso con la verdad del ser humano hasta el punto de poder transformar la
vida de quienes contemplan la obra." (Arthur
Miller citado en The Theater Essays of Arthur Miller, Ed. Robert A. Martin. Viking. Pag. 84).
Al final el
drama de Willy Loman es el drama del hombre que se resiste a ser mediocre, a
ser uno más, cuyos desmedidos planes de futuro acaban aplastándolo. Su hijo
Biff tomará buena nota: su misión en la vida, una vez libre de la sombra de su
padre, va a ser encontrarse a sí mismo: su gran triunfo va a ser saber quien es
realmente y actuar en consecuencia.
Etiquetas:
arthur miller,
literatura,
literatura estadounidense,
literatura siglo XX,
teatro
EN LA CASA (2012), DE FRANÇOIS OZON. LOS PELIGROS DE LA FICCIÓN.
Basada en la obra teatral de Juan Mayorga El chico de la última fila, la última película de François Ozon es una lúcida reflexión acerca de los escurridizos límites entre realidad y ficción. La película comienza como la típica historia del profesor desencantando de unos alumnos cada vez más mediocres, pues precisamente Germain intenta enseñar literatura a jóvenes que no muestran ningún interés por los clásicos franceses. Cuando les manda escribir una redacción los resultados son desalentadores. Únicamente un escrito se salva de la vulgaridad imperante: el de un alumno que relata su encuentro con un compañero en la casa de éste, motivado sobre todo por la curiosidad de conocer de primera mano como es la vida de una familia burguesa feliz.
Como bien sabemos, la curiosidad es uno de los grandes motores de la literatura y este sentimiento es el que va a impulsar a Germain a conocer un poco mejor al escritor aficionado y a animarle a continuar su relato. No sabe donde se está metiendo, porque Claude, el alumno, aprovechará la oportunidad para introducir a su profesor en un juego en el que realidad y ficción se confunden. Sus descripciones de la familia de su amigo, inocentes al principio, se van haciendo cada vez más detalladas. Claude se convierte en un voyeur que espía la vida de esta familia y es testigo de sus alegrías y sus miserias, que plasma puntualmente cada semana en el papel. El profesor (y su mujer, a la que hace partícipe de sus lecturas) no puede escapar a la fascinación que le producen estos relatos, una fascinación que pronto se trocará en horror ante una situación que escapa a su control y que puede derivar incluso en un escándalo donde él estaría implicado.
En la casa viene a decir que vivimos rodeados de historias (la última imagen de la película es un buen recordatorio) y el hombre siente la necesidad innata de relatar lo que ve. Para Claude la escritura se convierte casi en un instrumento de poder, una lección que el profesor, al que se supone mucha más experiencia observando el mundo, va a aprender por las malas, sobre todo porque no puede evitar implicarse en una historia que le queda demasiado cerca. Es curioso como la película recuerda en algunos aspectos al cine de Woody Allen: cuando algún personaje aparece de pronto comentando una escena aunque no se encuentre allí en realidad. Las historias suceden, se narran, nos mantienen vivos, nos transforman o son capaces de destruirnos. Tal es el poder y la grandeza de la literatura.
Etiquetas:
cine,
cine actual,
cine francés,
françois ozon
sábado, 10 de noviembre de 2012
MIDDLESEX (2002), DE JEFFREY EUGENIDES. SOBRE LA IDENTIDAD.
Ganadora del premio Pulitzer, Middlesex tiene una de las características principales de lo que se ha dado en llamar gran novela americana: una saga familiar muy ambiciosa, en este caso de emigrantes griegos que recorre todo el siglo XX. Pero además es una novela sobre la identidad: sobre la identidad de una familia, los Stephanides, que se adaptan rápidamente a su nuevo país sin dejar por ello de mirar a sus orígenes (algo que inevitablemente se va perdiendo en las sucesivas generaciones) y, sobre todo, acerca de la identidad de Caliópe, la protagonista, un hermafrodita que lucha por conocer quién es realmente. Aquí el artículo:
http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2012/11/middlesex-de-jeffrey-eugenides-y-la.html
miércoles, 7 de noviembre de 2012
URDANGARÍN, UN CONSEGUIDOR EN LA CORTE DEL REY JUAN CARLOS (2012), DE EDUARDO INDA Y ESTEBAN URREIZTIETA. EL REY DEL TIMO.
Viviendo en España, uno ya no se sorprende de casi nada, sobre todo porque en este país los casos de corrupción son el pan nuestro de cada día. Obviando las comisiones que muchos políticos han cobrado por favores de diferente índole, ya sea a título personal o para financiar a su partido, los años dorados de la especulación inmobiliaria han llevado a que casi ningún ayuntamiento ni ninguna institución estén a salvo, a poco que se investigue, de haber favorecido negocios turbios al calor del dinero fácil de una burbuja que ha acabado estallando, provocando no pocas víctimas.
Pero el caso de Iñaki Urdangarín es especial, dado que su boda con la infanta le otorgó una posición privilegiada, que él utilizó para dar impulso a unos negocios muy particulares, que él presentaba bajo el paraguas de la Zarzuela. Y esta es una de las grandes desazones que me provoca la lectura de este libro: ¿la pertenencia a la familia real otorga carta blanca para cualquier cosa? Urdangarín y su socio, Diego Torres estuvieron moviéndose durante años por diferentes administraciones (ayuntamientos, empresas públicas, comunidades autónomas...) como peces en el agua vendiéndoles humo: unos carísimos informes repletos de perogrulladas y parrafadas presuntamente técnicas y absolutamente vacías de contenido, pero que todos pagaban religiosamente, sin oponer la más mínima resistencia. De todas maneras, se trataba de dinero público y el Instituto Noos venía avalado nada menos que por la infanta Cristina y un asesor de la Casa Real. Este párrafo es especialmente descorazonador, porque confirma que seguimos viviendo en un país caciquil:
"En aquella época, además, decir no a un miembro de la Casa del Rey era complicadísimo, un riesgo que pocos querían correr, un acto de audacia suprema. Había que echarle muchos redaños a la cosa para dejar con un palmo de narices a Urdangarín o cualquier otro integrante de la primera familia de este país."
También hubo excepciones. Pascual Maragall supo decir no a la oferta del Instituto Noos y Jorge Valdano, director deportivo del Real Madrid en aquella época, declinó amablemente el delirante ofrecimiento de Urdangarín y su socio de llevar personalmente los fichajes del Real Madrid. Pero, como digo, eran excepciones. Al parecer, era difícil resistirse y si ello sucedía era por el temor de contrariar a la más alta institución del Estado, que, por cierto, ayudó a Urdangarín, por mucho que ahora se quieran olvidar estos episodios, facilitándole contactos, como la entrevista en Zarzuela con Camps y Barberá, que derivaría en uno de los grandes negocios de Noos: la celebración de unas conferencias en Valencia sobre deporte y patrocinio, cuyas facturas se abultaron hasta unos límites realmente pasmosos. Los detalles fueron publicados por todos los periódicos del país y analizados en todas las televisiones.
El modus operandi del Instituto Noos era sencillísimo: como se suponía que era una entidad sin ánimo de lucro, Urdangarín y Torres crearon una serie de sociedades cuyo único objetivo era emitir facturas con el fin de que los beneficios de Noos se convirtieran en presuntos gastos. Todo muy básico, nada de sofisticación: el yerno del Rey se creía intocable. Y en cierto modo lo era, puesto que nadie se atrevió a denunciar sus prácticas y sólo fue imputado cuando el juez Castro creó una pieza separada dentro del caso Palma Arena y fue tirando del hilo hasta desbaratar toda la trama (lo cual no fue excesivamente difícil, dado que al duque de Palma ni siquiera se le ocurrió destruir los documentos más comprometedores).
Está bien que Iñaki Urdangarín sea procesado como un ciudadano cualquiera, pero hay detalles en este caso muy representativos de como funcionan las cosas en este país. Por un lado, como se ha dicho, que este individuo se moviera durante años por todas las administraciones enseñando sus credenciales reales para llevarse cuanta más cantidad de dinero público, mejor, es algo lamentable. Pero esto sólo fue posible por ese miedo endémico a contrariar al monarca, que debía saber más o menos lo que traía entre manos el marido de su hija y dejó hacer. Cuando las cosas fueron demasiado lejos, se mandó a Urdangarín a un exilio dorado a Estados Unidos como alto ejecutivo de Telefónica. Otra cacicada más, que le ha salido bastante cara a la compañía, pues la presencia de este personaje en su organigrama ha tenido como resultado la pérdida de muchos clientes, lógicamente indignados por este hecho. Además, la infanta, implicada hasta la médula en las actividades de su marido, ni siquiera va a declarar como testigo, por lo que eso de que todos somos iguales ante la ley sólo llega hasta la familia política del monarca. A los familiares directos, hay que dejarlos en paz. Y eso que la infanta ha renunciado a divorciarse, a pesar de las presiones recibidas en este sentido. Quiere estar con su marido hasta las últimas consecuencias y apoya el discurso de éste cuando proclama su más absoluta inocencia contra todas las evidencias.
Desde luego, la historia que cuenta este libro, tan de plena actualidad que las últimas informaciones que comenta tienen pocas semanas de antigüedad, no ha acabado todavía. Podría decirse que falta el colofón final, el juicio, lo más interesante. ¿Se atreverán a meter en la cárcel a Urdangarín? ¿Habrá indulto si esto sucede? Desde luego la vida de este personaje daría para una buena novela, modelo de un género picaresco que nunca ha muerto del todo en España. El libro de Indra y Urreiztieta constituye una lectura apasionante (a pesar de que desde un punto de vista estrictamente literario sea mejorable) puesto que realiza una radiografía detallada de que cómo han funcionado las cosas en este país durante algunos años, cuando el dinero fluía alegremente y quien no se enriquecía rápidamente era porque tenía que espabilar. La desmesurada ambición de Urdangarín en realidad es el reflejo amplificado de los sueños de no pocos ciudadanos de este país, eso es lo más triste.
EL JUSTICIERO (1947), DE ELIA KAZAN. JUICIOS PARALELOS.
Aunque es una obra menor dentro de la filmografía de Elia Kazan, El justiciero es una de esas películas que siempre están de plena actualidad, ya que la situación que presenta se repite periódicamente en muchos lugares y, por desgracia, se seguirá repitiendo.
Aquí en España estamos acostumbrados a que se legisle a golpe de actualidad. Cuando un padre mata a sus hijos, los políticos prometen endurecer el Código Penal, cuando hay cuatro jóvenes muertas en un evento nocturno organizado por un ayuntamiento, el ayuntamiento promete no organizar más eventos similares, si los políticos son cada vez más impopulares, se promete una ley de transparencia (cuyo contenido es lo menos transparente del mundo, pero esa es otra historia). Lo mismo sucede cuando hay un caso que por cualquier motivo (normalmente lo morboso de los hechos, cuando hay implicados menores) se convierte en tema prioritario de telediarios y tertulias, el Estado emplea todos los medios de que dispone, sin reparar en gastos, en su investigación, algo que no sucede en casos menos mediáticos, pero cuyos sumarios no están tan expuestos a la luz pública.
Esto es lo que sucede en la pequeña ciudad donde transcurre El justiciero. Uno de sus ciudadanos más queridos, un sacerdote, es asesinado en plena vía pública, a la vista de numerosos testigos, que ven a un hombre con gabardina y sombrero salir corriendo del lugar del crimen. Con estos antecedentes, la resolución del caso no se presenta muy prometedora, pero la presión popular y los intereses políticos fuerzan a la policía a encontrar al asesino como sea. Y de esta manera, con la necesidad de buscar un culpable para calmar las ansias de venganza del pueblo, detienen a un sospechoso (después de investigar a decenas de personas) cuya presunta culpabilidad se sostiene sobre unos indicios muy débiles, pero cuyo sacrificio como chivo expiatorio parece inevitable en esa tesitura...
En mi primer año de carrera, en la farragosa asignatura de derecho natural me explicaban que la ley, al ser una creación de los hombres, es necesariamente imperfecta, por lo que existía una justicia perfecta que trascendía el pensamiento humano y a la que el Estado debía tender. En demasiadas ocasiones creemos poder acogernos a este engañoso concepto de derecho natural para justificar ciertas acciones inadmisibles, sobre todo esos juicios paralelos que se montan, en los que todos creen tener derecho a opinar, aunque sus conocimientos de derecho sean nulos: el sentido de la justicia (que muchas veces se confunde por un primario deseo de venganza) está por encima de la ley escrita para muchos. En esta película el pueblo está a punto de linchar a un acusado que, a la postre, será declarado inocente, porque, una vez calmados los ánimos e investigados los hechos en un proceso con garantías, se prueba que su detención fue precipitada, motivada por una presión insoportable, que necesitaba poner un rostro al asesino. Que reflexionen aquellos admiradores de los métodos bárbaros, de la tortura y de las intuiciones geniales: el derecho, por suerte, es algo distinto, un instrumento que debe tender siempre a juzgar a las personas con las máximas garantías y total independencia.
Etiquetas:
cine,
cine años cuarenta,
cine estadounidense,
cine negro,
elia kazan
domingo, 4 de noviembre de 2012
SKYFALL (2012), DE SAM MENDES. BOND, LA LEYENDA RENACE.
La muy esperada nueva entrega del agente 007 es una película muy irregular: impecablemente dirigida por el prestigioso Sam Mendes, su excesiva ambición hace que su metraje no camine con paso firme hacia lo que quiere narrar, como sí ocurría en la excelente Casino Royale. No obstante, el personaje de Bond sigue creciendo en complejidades. Aquí el artículo:
Que un personaje literario haya sido continuamente
adaptado a la pantalla casi ininterrumpidamente durante cincuenta años y
llegue a estas cifras con plenas facultades y con su popularidad
intacta es una realidad que está al alcance de muy pocos. James Bond, la
creación de Ian Fleming conoció su primera versión cinematográfica allá
por el año 1962 como una rutinaria cinta de espías con algunos
elementos novedosos que fueron perfeccionándose en las entregas
posteriores. Si hay una constante en la serie Bond es la capacidad de
adaptación a los tiempos que corren.
Una visión cronológica de la saga permite al espectador ir advirtiendo los sutiles cambios que se van sucediendo de una película a otra: desde tramas de espionaje ambientadas en la Guerra Fría al enfrentamiento con enemigos surgidos de la nada que pretenden dominar el mundo. De la seriedad al disparate y de nuevo a la seriedad. El tono de las aventuras de Bond ha estado también marcado por el actor que lo interpretara en todo momento. Si con Sean Connery se buscaba ante todo la calidad del producto, con Roger Moore (obviando el interesante paréntesis de George Lazenby) las tramas se hacían menos serias y lo primordial era un espectáculo de naturaleza cada vez más inverosímil. Con la llegada de Timothy Dalton se intentó un regreso a las esencias literarias del personaje que fue rechazado por el público. Con su sustituto, Pierce Brosnan, en la serie se impusieron de nuevo las fórmulas más comerciales, pero sin descuidar la profundización en el personaje, como en la modélica primera mitad de El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997).
A pesar de haber sido interpretado por tantos actores, que aportaron sus propios matices al protagonista, la esencia de James Bond nunca se ha perdido: un personaje mujeriego y cínico, un asesino que sabe bromear acerca de su trabajo. Daniel Craig ha sabido recoger toda esta tradición del personaje y profundizar en ella, componiendo un Bond mucho más profundo y humano. En manos de Craig el agente secreto ya no es un mero estereotipo, sino un tipo mucho más complejo y reflexivo. Si en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) se presentaba como un hombre egocéntrico y seguro de sí mismo (aptitudes que le hacían tropezar constantemente en su misión), en Skyfall (Sam Mendes, 2012) el personaje ha evolucionado y se ha vuelto mucho más reflexivo, pues ha interiorizado el aprendizaje de las dos películas anteriores. Casino Royale era una historia de amor y traición, y en la fallida Quantum of solace (Marc Foster, 2008) primaban la venganza y la destrucción. Skyfall intenta ser una nueva y definitiva vuelta de tuerca en la definición del personaje, a la vez que se homenajean sus cincuenta años de existencia cinematográfica.
La película comienza con un Bond surgiendo de las sombras para ayudar a un compañero que ha quedado malherido en una misión. 007 pretende estabilizarlo para salvar su vida, aún a riesgo de que se escape el objetivo: un adversario que ha conseguido el listado de agentes inflitrados en organizaciones terroristas de todo el planeta. Su jefa M (Judi Dench), le recuerda cual es su cometido y él obedece a regañadientes, hastiado de la estela de muerte y destrucción que conlleva su trabajo. Y este va a ser el tema principal del film: la relación materno-filial de Bond con M, a la que le surge del pasado un hijo díscolo, el agente Silva (Javier Bardem), que pretende vengarse por haber sido utilizado y abandonado por el gobierno británico como si de una pieza de recambio se tratara.
No hay que olvidar que, como ya se apuntó en el Casino Royale cinematográfico, James Bond es huérfano. Así lo transcribe el M (masculino) de las novelas de Ian Fleming en el obituario que le dedica en Solo se vive dos veces (1964), en el episodio de la presunta muerte de Bond que es rememorado en Skyfall:
"James Bond nació de padre escocés, Andrew Bond, de Glencoe y de madre suiza, Monique Delacroix, natural del catón de Vaud. (...) Cuando tenía once años sus progenitores murieron en un accidente de alpinismo en las Aiguilles Rouges (...) La naturaleza de los deberes del capitán de navío Bond debe seguir siendo confidencial (...), pero sus colegas del ministerio quieren reconocer que los cumpía con un valor y una distinción sobresalientes, aunque ocasionalmente, debido a un rasgo impetuoso de su naturaleza, con una vena temeraria que lo ponía en conflicto con las autoridades superiores." (Solo se vive dos veces, de Ian Fleming, Editorial RBA, pag. 197).
Precisamente ese déficit de amor que conlleva la orfandad es lo que aprovecha el M16 a la hora de reclutarlo como agente: un conflicto no resuelto para el personaje que le lleva a no encontrar su lugar en el mundo, y más aún después del dolorosísimo episodio del amor frustado por Vesper Lynd, que fue su última posibilidad de redención de la realidad violenta en la que se mueve habitualmente. Silva más que huérfano se siente rechazado por su madre adoptiva y así se lo manifiesta a Bond en el perturbador primer encuentro que mantienen, en el que incluso se le llega a insinuar sexualmente, no sabemos si realmente o más bien como juego para descolocar a 007.
Hasta la escena de la captura de Silva la película ha sido impecable: se nos ha mostrado a un Bond más débil y confundido que nunca y a un oponente a su altura, que sabe utilizar la fragilidad de su estado en su contra. Pero una vez establecidas estas bases, la historia gira hacia terrenos demasiado conocidos, aunque no necesariamente dentro de la serie de James Bond. El mismo Sam Mendes ha declarado en varias entrevistas su admiración por la trilogía de Batman de Christopher Nolan, una influencia muy evidente, puesto que el personaje de Silva es demasiado deudor del Joker de El caballero oscuro y el origen de 007 tiene muchos puntos en común con el del hombre murciélago.
La segunda mitad del film es demasiado ambiciosa y tiene problemas a la hora de definirse. Mendes intenta volver a las esencias del personaje, montando un continuo homenaje a la saga Bond, para que 007 regrese a sus orígenes (tanto familiares como cinematográficos) y tome nuevas energías de cara a sus futuras aventuras, tomando como base un enfrentamiento entre tradición y modernidad. Pero además, para no despegarse de la realidad, de los miedos del mundo moderno, se muestra una insólita escena que remite a los dolorosos atentados del metro de Londres de julio de 2005: una herida en el corazón de la capital inglesa, que es como una herida en el alma de Bond.
El del director de Jarhead es un planteamiento muy interesante, pero parcialmente fallido por querer abarcar demasiado. Hubiera sido mejor utilizar imágenes del pasado de los personajes (tanto de Bond como de Silva) para potenciar los aspectos dramáticos del presente, que llegan lastrados al espectador. En cualquier caso, la originalidad del enfoque y el trabajo de definición del personaje hacen que el resultado final sea meramente positivo, sobre todo porque se ha disipado el antiguo miedo a buscar nuevos caminos para un 007 que llega a la cincuentena rebosante de salud en su tarea de seguir siendo un icono en el siglo XXI, como lo fue en el XX.
Una visión cronológica de la saga permite al espectador ir advirtiendo los sutiles cambios que se van sucediendo de una película a otra: desde tramas de espionaje ambientadas en la Guerra Fría al enfrentamiento con enemigos surgidos de la nada que pretenden dominar el mundo. De la seriedad al disparate y de nuevo a la seriedad. El tono de las aventuras de Bond ha estado también marcado por el actor que lo interpretara en todo momento. Si con Sean Connery se buscaba ante todo la calidad del producto, con Roger Moore (obviando el interesante paréntesis de George Lazenby) las tramas se hacían menos serias y lo primordial era un espectáculo de naturaleza cada vez más inverosímil. Con la llegada de Timothy Dalton se intentó un regreso a las esencias literarias del personaje que fue rechazado por el público. Con su sustituto, Pierce Brosnan, en la serie se impusieron de nuevo las fórmulas más comerciales, pero sin descuidar la profundización en el personaje, como en la modélica primera mitad de El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997).
A pesar de haber sido interpretado por tantos actores, que aportaron sus propios matices al protagonista, la esencia de James Bond nunca se ha perdido: un personaje mujeriego y cínico, un asesino que sabe bromear acerca de su trabajo. Daniel Craig ha sabido recoger toda esta tradición del personaje y profundizar en ella, componiendo un Bond mucho más profundo y humano. En manos de Craig el agente secreto ya no es un mero estereotipo, sino un tipo mucho más complejo y reflexivo. Si en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) se presentaba como un hombre egocéntrico y seguro de sí mismo (aptitudes que le hacían tropezar constantemente en su misión), en Skyfall (Sam Mendes, 2012) el personaje ha evolucionado y se ha vuelto mucho más reflexivo, pues ha interiorizado el aprendizaje de las dos películas anteriores. Casino Royale era una historia de amor y traición, y en la fallida Quantum of solace (Marc Foster, 2008) primaban la venganza y la destrucción. Skyfall intenta ser una nueva y definitiva vuelta de tuerca en la definición del personaje, a la vez que se homenajean sus cincuenta años de existencia cinematográfica.
La película comienza con un Bond surgiendo de las sombras para ayudar a un compañero que ha quedado malherido en una misión. 007 pretende estabilizarlo para salvar su vida, aún a riesgo de que se escape el objetivo: un adversario que ha conseguido el listado de agentes inflitrados en organizaciones terroristas de todo el planeta. Su jefa M (Judi Dench), le recuerda cual es su cometido y él obedece a regañadientes, hastiado de la estela de muerte y destrucción que conlleva su trabajo. Y este va a ser el tema principal del film: la relación materno-filial de Bond con M, a la que le surge del pasado un hijo díscolo, el agente Silva (Javier Bardem), que pretende vengarse por haber sido utilizado y abandonado por el gobierno británico como si de una pieza de recambio se tratara.
No hay que olvidar que, como ya se apuntó en el Casino Royale cinematográfico, James Bond es huérfano. Así lo transcribe el M (masculino) de las novelas de Ian Fleming en el obituario que le dedica en Solo se vive dos veces (1964), en el episodio de la presunta muerte de Bond que es rememorado en Skyfall:
"James Bond nació de padre escocés, Andrew Bond, de Glencoe y de madre suiza, Monique Delacroix, natural del catón de Vaud. (...) Cuando tenía once años sus progenitores murieron en un accidente de alpinismo en las Aiguilles Rouges (...) La naturaleza de los deberes del capitán de navío Bond debe seguir siendo confidencial (...), pero sus colegas del ministerio quieren reconocer que los cumpía con un valor y una distinción sobresalientes, aunque ocasionalmente, debido a un rasgo impetuoso de su naturaleza, con una vena temeraria que lo ponía en conflicto con las autoridades superiores." (Solo se vive dos veces, de Ian Fleming, Editorial RBA, pag. 197).
Precisamente ese déficit de amor que conlleva la orfandad es lo que aprovecha el M16 a la hora de reclutarlo como agente: un conflicto no resuelto para el personaje que le lleva a no encontrar su lugar en el mundo, y más aún después del dolorosísimo episodio del amor frustado por Vesper Lynd, que fue su última posibilidad de redención de la realidad violenta en la que se mueve habitualmente. Silva más que huérfano se siente rechazado por su madre adoptiva y así se lo manifiesta a Bond en el perturbador primer encuentro que mantienen, en el que incluso se le llega a insinuar sexualmente, no sabemos si realmente o más bien como juego para descolocar a 007.
Hasta la escena de la captura de Silva la película ha sido impecable: se nos ha mostrado a un Bond más débil y confundido que nunca y a un oponente a su altura, que sabe utilizar la fragilidad de su estado en su contra. Pero una vez establecidas estas bases, la historia gira hacia terrenos demasiado conocidos, aunque no necesariamente dentro de la serie de James Bond. El mismo Sam Mendes ha declarado en varias entrevistas su admiración por la trilogía de Batman de Christopher Nolan, una influencia muy evidente, puesto que el personaje de Silva es demasiado deudor del Joker de El caballero oscuro y el origen de 007 tiene muchos puntos en común con el del hombre murciélago.
La segunda mitad del film es demasiado ambiciosa y tiene problemas a la hora de definirse. Mendes intenta volver a las esencias del personaje, montando un continuo homenaje a la saga Bond, para que 007 regrese a sus orígenes (tanto familiares como cinematográficos) y tome nuevas energías de cara a sus futuras aventuras, tomando como base un enfrentamiento entre tradición y modernidad. Pero además, para no despegarse de la realidad, de los miedos del mundo moderno, se muestra una insólita escena que remite a los dolorosos atentados del metro de Londres de julio de 2005: una herida en el corazón de la capital inglesa, que es como una herida en el alma de Bond.
El del director de Jarhead es un planteamiento muy interesante, pero parcialmente fallido por querer abarcar demasiado. Hubiera sido mejor utilizar imágenes del pasado de los personajes (tanto de Bond como de Silva) para potenciar los aspectos dramáticos del presente, que llegan lastrados al espectador. En cualquier caso, la originalidad del enfoque y el trabajo de definición del personaje hacen que el resultado final sea meramente positivo, sobre todo porque se ha disipado el antiguo miedo a buscar nuevos caminos para un 007 que llega a la cincuentena rebosante de salud en su tarea de seguir siendo un icono en el siglo XXI, como lo fue en el XX.
Etiquetas:
cine,
cine actual,
cine ingles,
ian fleming,
james bond,
sam mendes
Suscribirse a:
Entradas (Atom)