Uno de los logros más impresionantes de las memorias de Rushdie es que consigue en todo momento que el lector se ponga en su piel y comprenda perfectamente la montaña rusa de emociones a la que se vio sometido el autor desde aquel 14 de febrero de 1989. La fetua que lo condenaba fue entendida desde el primer momento como un pronunciamiento literal, no simbólico, por lo que el escritor tuvo que ser protegido desde el primer momento por la autoridades británicas. Rushdie cuenta la vorágine de aquellos primeros meses, con cambios constantes de domicilio, periodistas interesados en su vida privada y personajes públicos pronunciándose sobre su situación, algunos de ellos culpabilizándolo por haber ofendido al islam y criticando el gasto público que suponía su seguridad.
Mientras todo esto sucedía a su alrededor, el protagonista intentaba hacer llegar el mensaje de que él no tenía por qué renunciar a unos principios que eran lo que se había otorgado la civilización occidental en sus Constituciones democráticas. Aunque muchos no quisieran verlo, quizá por cobardía frente al fanatismo, en el caso Rushdie Occidente se jugaba mucho más que la vida de uno de sus ciudadanos más talentosos. Aquí lo que se imponía era la firmeza frente a las amenazas y un discurso claro y cristalino de defensa de las libertades frente a sus enemigos totalitarios. Bastaba con volver a leer a Voltaire. Sin embargo, en más de una ocasión, Rushdie se encontró solo y cuestionado por aquellos que debían haber estado a su lado con toda firmeza. Hasta el príncipe de Gales, en un acto de suprema arrogancia, criticó los, según él, enormes gastos que Gran Bretaña dedicaba a proteger al escritor:
"Los principios volvían a interpretarse como obstinación. Su empeño en mantenerse firme, en insistir en que él era la víctima, no el perpetrador, de una gran injusticia se recibía como arrogancia. Siendo tanto lo que se hacía por él, ¿por qué era tan inflexible? Aquello lo había iniciado él: también él debía ponerle fin."
Pero Joseph Anton - homenaje a Joseph Conrad y Anton Chejov, el nombre que Rushdie eligió como nueva identidad - no se limita a retratar las consecuencias públicas de la fetua, sino que pone su foco en las consecuencias para la vida privada de Rushdie de tan insólitos acontecimientos, un Rushdie que escribe de sí mismo en todo momento en tercera persona, quizá para poner algo de distancia frente a unos recuerdos en gran parte dolorosos. Es posible que si el protagonista hubiera llegado a saber que aquello se iba a alargar durante tantos años y que iba a terminar alcanzándole en 2022, no hubiera podido afrontar el asunto con tanta serenidad y sangre fría. Las páginas de estas memorias no ocultan sus problemas conyugales con sus parejas, la difícil relación con un hijo que vivió su infancia y adolescencia con su padre confinado.
La vida de Rushdie osciló desde aquel momento entre la esperanza y la desesperación, puesto que cualquier movimiento dependía de la autorización de las fuerzas policiales que lo custodiaban, una labor que también aprovecha para retratar fielmente en el libro. Un grupo numeroso de amigos escritores y artistas - Ian McEwan, Susan Sontag, Paul Auster, Bono, el cantante de U2...-, permaneció en todo momento a su lado y apoyó su causa con firmeza, frente a la tibieza de un Estado británico que no quería romper del todo sus relaciones comerciales con Irán y que evitaba condenas firmes y claras a la situación de uno de sus ciudadanos que no había cometido crimen alguno. Por supuesto, también hubo víctimas en esta situación deplorable: algunos traductores, editores y gente que murió en manifestaciones. Algo que el escritor lamenta profundamente pero en las que carece de responsabilidad. En todo caso, en la historia de Joseph Anton se reitera el poder de la literatura como garante de la libertad de expresión, un derecho humano que jamás debería ser puesto en cuestión:
"La literatura intentaba abrir el universo, aumentar, aunque fuera solo un poco, la suma total de lo que para los seres humanos era posible percibir, comprender y por tanto, en último extremo, ser. La gran literatura llegaba hasta los lindes de lo conocido y empujaba los límites del lenguaje, la forma y la posibilidad, para crear la sensación de que el mundo era más grande, más amplio que antes. Sin embargo en estos tiempos se arrastraba a los hombres y las mujeres hacia una definición cada vez más estrecha de sí mismos, se los alentaba a considerarse sólo una cosa, serbio o croata o israelí o palestino o hindú o musulmán o cristiano o bahaísta o judío, y cuanto más estrechas se volvían esas identidades, mayor era la probabilidad de conflicto entre ellas. La visión de la naturaleza humana presentada por la literatura inducía a la comprensión, la solidaridad y la identificación con personas distintas a uno mismo, pero el mundo empujaba a todos en la dirección opuesta, hacia la estrechez, el fanatismo, el tribalismo, el sectarismo y la guerra. Eran muchos quienes no querían un universo abierto, quienes, de hecho, preferían cerrarlo lo más posible, y por eso cuando los artistas se acercaban a la frontera y empujaban, a menudo se encontraban con la resistencia de poderosas fuerzas. Y aun así, hacían lo que tenían que hacer, incluso a costa de su propia tranquilidad, y a veces de su vida."
Excelente texto. Acá quisiera recordar que unos seudointelectuales europeos que se hacen llamar "progres" , ven con buenos ojos la islamización de Europa y llaman "cultura tradicional" a costumbres renidas contra los derechos humanos básicos, sobre todo de las mujeres. Ah... por cierto. La inmensa cantidad de grupos feministas furibundos que tanto supervisan todo lo que las sociedades democráticas dicen o escriben, para ver si en vez de colocar ellos colocaron "elles", NO HAN DICHO NI MEDIA PALABRA EN CONTRA DE ESTE PROCESO. Ya se ve que, o tienen miedo, o esos movimientos feministas son en realidad otro intento de implosionar las libertades individuales y por ende la democracia occidental.
ResponderEliminarEl precio de estas políticas se va a pagar con la llegada de grupos ultraderechistas a posiciones de poder en algunos países de Europa. Es muy difícil una buena estrategia de integración cuando hay un choque tan acusado entre culturas, aunque felizmente en muchas ocasiones se ha conseguido. Inquieta mucho, eso sí, lo de Suecia, que hasta ahora había sido el paraíso de la socialdemocracia, tendencia política con la que siempre me he identificado.
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