Los papeles de Aspern está narrada en primera persona por un crítico literario que viaja a Venecia con la esperanza de apoderarse de unas cartas que el poeta Jeffrey Aspern escribió a su amante y que permitirían aclarar muchos puntos oscuros de su biografía. El protagonista sabe que la antigua amante, una mujer ya muy anciana, se niega a que nadie pueda leer los documentos, así que consigue quedarse unos meses como huésped en el decadente palacio que ella habita junto a su sobrina con la esperanza de que al menos los papeles no sean destruídos. La seducción de la sobrina será otra de sus estrategias, pero transcurren varios meses sin que su campaña consiga avance alguna, más allá de las vagas promesas de ayuda de la sobrina. Dicha mujer es un personaje muy interesante, pues ha pasado los mejores años de su vida alejada del mundo, consagrada a los cuidados de su tía, de quien al menos espera heredar una cantidad de dinero que le permita mantenerse. La llegada del protagonista al palacio es como un rayo de luz que le da esperanzas de mejorar su situación, pero su absoluta inocencia y falta de picardía en las relaciones sociales le impiden mostrar abiertamente lo enamorada que está.
Los papeles de Aspern representan para el protagonista la escurridiza culminación de su vida intelectual, un tesoro de valor incalculable que se encuentra a pocos metros de donde duerme todas las noches, pero respecto a los cuales debe armarse de paciencia para tener esperanza de conseguirlos. Como lector no puedo sino sentirme identicado con los anhelos del personaje, que es una especie de explorador en busca de un tesoro que promete riquezas inconmensurables, ya que la cultura tiene valor por sí misma. Llega al punto de declarar que para él Aspern es una especie de Dios y que cualquier texto suyo alberga la categoría de lo divino, por lo que está dispuesto a cualquier sacrificio con tal de obtenerlos. Cualquier sacrificio menos el que le es ofrecido a la muerte de la señora Bordereau.
Adaptar la maravillosa novela de James al medio cinematográfico es posible: Venecia, los palacios, la intriga de los papeles, la relación del protagonista con la sobrina... Todo ello puede tener una buena plasmación en imágenes y la película de Landais, sin ser precisamente una obra maestra, lo consigue con bastante solvencia, ahondando también fantasiosamente en el pasado del poeta Aspern. La película está rodada en los escenarios adecuados y posee la marca de las películas de época del estilo James Ivory. Se contempla con bastante interés, sobre todo cuando una acaba de terminar la novela.
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