martes, 14 de febrero de 2023

LA GUERRA CONTRA OCCIDENTE (2022), DE DOUGLAS MURRAY. CÓMO RESISTIR EN LA ERA DE LA SINRAZÓN.

En los últimos años el término guerra cultural describe la lucha ideológica que se ha establecido entre los defensores de una justicia social radical e intolerante y quienes quieren salvaguardar los valores de libertad y meritocracia de occidente. Lo malo de todo esto es que no se trata - al menos por parte de los primeros - de una lucha pacífica, racional y dotada de argumentos, aprovechando las instituciones democráticas, sino de una disputa emocional en la que se echa a la cara de Estados Unidos y los países europeos las partes más oscuras de su pasado y se pretende una reparación inmediata e ilimitada por ello. Ante este poderoso mensaje que, a primera vista, supone justicia y reparación de agravios del pasado que siguen vigentes en el presente, Occidente recula, se muestra comprensivo e intenta reservar un lugar de honor en su agenda a estas reivindicaciones, pero al final todas las iniciativas orientadas a la reparación son siempre insuficientes, puesto que se supone que el dolor provocado es infinito, por lo que la culpabilidad de los opresores y sus hijos es una mancha imborrable.

Es evidente que la historia de Occidente está repleta de injusticias, racismo, esclavismo, colonialismo y que en gran parte su prosperidad se ha basado en la explotación de tierras ajenas y otros seres humanos. Pero intentar juzgar los procesos históricos de hace siglos con los valores morales de hoy es, cuanto menos, discutible. Ni siquiera personajes históricos tradionalmente venerados y respetados como Voltaire, Hume, Jefferson o Colón son salvados de la quema. La nueva inquisición condena con criterios actuales incluso a gente que intentó progresar hacia un mundo mejor - a veces poniendo en riesgo su vida - en un contexto histórico muy distinto al actual. Tampoco se libra el mundo del arte, también definido como un instrumento de dominación patriarcal y racial. La destrucción de estatuas que ha sido moneda común en nuestras sociedades en los últimos años debe prevenirnos acerca del peligro que pueden correr nuestros museos si esa masa enfurecida llegara a radicalizarse en mayor grado.

En realidad el victimismo se ha convertido en los últimos años en toda una industria desde la que presionar para conseguir reconocimiento y privilegios de unos gobiernos cada vez más acomplejados. Ser víctima, aunque sea a través de los antepasados, provoca un deseo infinito de reparación que puede llegarse a convertir en una idea irracional:

"En las últimas décadas, Occidente ha sufrido un gran proyecto de deconstrucción y destrucción alimentado por el resentimiento y la venganza. En este proceso de búsqueda global de culpables, Occidente ha sido señalado como «el malo» de la película. Obviamente, a muchos occidentales les ha resultado muy cómodo instalarse en este marco mental. Los resentidos lo han tenido fácil para señalar las cosas que ha hecho Occidente, sus cuentas pendientes y los ultrajes olvidados o no expiados por completo. Han disfrutado reabriendo antiguas llagas y afirmando sentirse dolidos por heridas y agravios cometidos mucho antes de que nacieran. Se han refocilado abriendo esas viejas heridas y exigiéndole a la gente que los compadeciera como si ellos fueran las víctimas, porque al hacerlo se ponían en el centro de todas las cosas. Esperaban ser recompensados eternamente y no tener que mirarse a sí mismos para corregir nada, aunque fuera algo que solo ellos podían corregir.

Esas personas no tienen nada que decir sobre sí mismas ni sobre nada aparte de Occidente, porque si lo hicieran, podrían verse obligados a cambiar la dirección en la que se canaliza su resentimiento. Quizá entonces tendrían que mirarse a sí mismos. Si Occidente no fuera el responsable de todos los males del mundo —los de su pasado y los del pasado y el presente de los demás—, habría que responsabilizar a otros. Y entonces algunos tendrían que mirarse a sí mismos para explicar por qué han logrado tan pocas cosas. Tendrían que examinar las causas de su descontento y constatar que, en parte, se debe a ellos mismos. Resulta mucho más fácil seguir diciendo que el responsable de todos los males del mundo y de sus propias vidas es otro, un otro gigantesco y ancestral."

Lo peor de todo es que la discusión en la esfera pública con quienes sostienen ideas emocionales es prácticamente imposible. Quien cuestiona algunos de los postulados del último feminismo o del nuevo antirracismo es calificado inmediatamente como parte del problema, por lo que inmediatamente pasa a ser de interlocutor con ideas diferentes a enemigo. Un enemigo que es responsable de todos los males del pasado de Occidente y que debe humillarse ante las presuntas víctimas, pedir un perdón eterno y reparar infinitamente el daño causado. Al final la desigualdad de género es sustituida por otra desigualdad avalada por el Estado y el racismo tradicional es sustuído por otro que es aceptado por la instituciones. Se puede estar más o menos de acuerdo con las ideas expuestas por Douglas Murray, pero es indudable que su exposición es absolutamente racional y meditada y que su discurso es necesario frente a un fenómeno que está devorando las ideas democráticas y liberales tradionales de nuestros países para sustituirlas por reinvindicaciones de minorías que exigen reparación eterna a agravios infinitos sin explicar cómo debe llevarse a cabo dicho programa. Mientras tanto, otras sociedades que siguen hoy día siendo plenamente patriacarles, racistas y profundamente desigualitarias se suman con entusiasmo a este discurso contra la mota en el ojo de Occidente sin advertir la viga en el propio.

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