Cuando pasen alguna décadas y algún espectador contemple casualmente las imágenes de una película como ésta, la datará como de nuestra época, la época del Mee Too y del triunfo del feminismo como movimiento central en el debate social. El comienzo de la película es ciertamente brillante. Se nos presenta a una heroína que se dedica a hacerse la borracha en clubes nocturnos para terminar dando lecciones a aquellos hombres que pretenden aprovecharse de su presunta indefensión. Desde el principio Fennell quiere que historia sea didáctica y de denuncia y no le importa que su herramienta sea un guion maniqueo en el que no deja títere - masculino - con cabeza. Tampoco se libran los hombres presuntamente buenos y apacibles, aquellos que se muestran comprensivos con las mujeres e intentan ser aliados en su lucha por la igualdad: estos son los peores, puesto que su instinto predatorio permanece latente y será activado a la menor oportunidad, sobre todo si se siente impune actuando en grupo. A todo esto hay que decir que la protagonista ha renunciado a su prometedora carrera como doctora - era de las alumnas más brillantes de su facultad - en pos de su cruzada. Su motivación es la venganza por lo que le sucedió a su mejor amiga. La película va subiendo la apuesta progresivamente hasta llegar a un final desmesurado y poco creíble, aunque ciertamente perturbador. Una joven prometedora muestra sus cartas desde el primer momento y se mantiene fiel a sí misma contra viento y marea, por mucho que el resultado final se vea lastrado por evidentes excesos en una trama que pretende ser realista y acaba transformándose en pura reivindicación y denuncia social sin filtro alguno.
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