Preciado llama a este sistema capitalismo petrosexorracial, un régimen que otorga privilegios por nacimiento y que aplasta y explota al diferente:
"En este régimen, el cuerpo reconocido como humano, al que se le ha asignado el sexo o género masculino al nacer y marcado como blanco, válido y nacional, tiene el monopolio del uso de las técnicas de violencia. La especificidad de esta violencia es que se despliega al mismo tiempo como poder y placer, como fuerza (Gewalt) y deseo (Wunt) sobre el cuerpo del otro. Extracción, combustión, penetración, apropiación, posesión: destrucción. El patriarcado y la colonialidad no son épocas históricas que hayamos dejado atrás, sino epistemologías, infraestructuras cognitivas, regímenes de representación, técnicas del cuerpo, tecnologías del poder, discursos y aparatos de verificación, narrativas e imágenes que siguen operando en el presente."
Respecto al coronavirus escribe sus páginas más autobiográficas, puesto que fue víctima del virus, que le afectó en pleno confinamiento y vivió prácticamente aislado la angustia de la enfermedad. El virus fue un elemento igualador, puesto que confinó a todo el mundo en sus hogares y a la vez puso de manifiesto que los que ejercen los peores trabajos, los que no pueden teletrabajar y quienes tienen los hogares más pequeños y más precarios sufrieron la situación con mucha más intensidad. Ese tiempo suspendido que todos experimentamos de un modo u otro resultó ser un tiempo de pesadilla para muchos, de incertidumbre absoluta respecto a la inminente supervivencia. Esto sirvió en muchas ocasiones como elemento de reflexión para algunos, que advirtieron que su vida entera es una absoluta servidumbre a distintos amos. En cualquier caso, seguramente esto es algo pasajero ya que, si la situación vuelve a normalizarse alguna vez - entre catástrofes naturales, guerra y tensión entre potencias nucleares - todo volverá a funcionar más o menos igual, o eso creo.
Dysphoria mundi se lee con mucho interés, a pesar de la tendencia de su autor a victimizarse frente a una sociedad que, después de todo, es la única del mundo que le ha permitido cambiar su cuerpo de mujer a hombre y hacerlo legalmente y además es la única que está legislando al respecto, por mucho que se haga de forma imperfecta y sin poder satisfacer a todas las sensibilidades y opiniones - no en vano es algo que está provocando una especie de guerra civil en el movimiento feminista -. Al final, el autor no puede sino mostrarse razonablemente esperanzado en el futuro. Frente a todas las dificultades, la sociedad experimenta indudables avances morales que acaban favoreciendo a las personas tradicionalmente más discriminadas, por mucho que los peligros de retroceso sean reales.
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