lunes, 22 de febrero de 2010

LA IMPACIENCIA DEL CORAZÓN (1939), DE STEFAN ZWEIG. LA PIEDAD PELIGROSA.


Una nueva novela de Stefan Zweig, el autor más comentado por ahora en "El hogar de las palabras". Y con toda justicia, porque se trata ciertamente de uno de los grandes, aborde el género que aborde.

La novela nos ha encantado a todos los que la hemos leído en el club de lectura, en esta ocasión ha habido prácticamente unanimidad. Y es que el estilo de Zweig y la sencillez con la que aborda los asuntos más profundos hacen de él un autor único.

Aquí el artículo:


Stefan Zweig es uno de los grandes escritores europeos de todos los tiempos. Pacifista convencido, intuyó desde muy pronto el desastre que se avecinaba en Europa poco antes de que se iniciara la Primera Guerra Mundial y todo se torciera para el continente. En 1934 tuvo que salir de su Austria natal debido al clima favorable a los nazis en amplios sectores de la sociedad del país. Su condición de judío no le aconsejaba otro proceder.

Su sensibilidad no pudo resistir un nuevo conflicto, una guerra que parecían estar venciendo los enemigos de la civilización, cuando tuvo lugar su suicidio en Brasil, el país del futuro, como lo denominó en uno de sus últimos escritos.

En España, la fortuna de Stefan Zweig ha sido un poco extraña. Ampliamente difundido en los años sesenta y setenta gracias a los populares tomos de obras completas de la editorial Aguilar, fue olvidado durante casi treinta años hasta su triunfal regreso de la mano de la editorial Acantilado.
Su legado es imperecedero. Sus escritos son los de un sabio que gozaba de una rara combinación de saberes, sobre todo en el campo de la historia, mezclados con un don intuitivo que le hacía acertar casi siempre en las interpretaciones de los hechos históricos de los que se ocupara y una capacidad de conexión con el lector que no estaba reñida en ningún momento con su altísima calidad literaria.
Su vasta producción abarca tanto novelas -como "Carta de una desconocida" o "Novela de ajedrez"-, cuentos, ensayos históricos -como "María Antonieta"- o un famoso libro de memorias "El mundo de ayer", una de las mejores evocaciones del modo de vida en la Europa de hace un siglo.

"La impaciencia del corazón" es una de las grandes novelas de Zwieg. Y de las más gruesas también. Publicada cuando ya las sombras de guerra cubrían Europa, quizá el autor quiso subyugar estas preocupaciones a través de la escritura de una obra netamente literaria, en la que el concepto de piedad va a tener suma importancia:

"Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad solo es impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá".

El teniente Anton Hofmiller es un joven de origen humilde, oficial de caballería del ejército austriaco. Por azares del destino, un día es invitado a una velada en la mansión de una de las familias más ricas de la ciudad. Allí conocerá a Edith, una muchacha, casi una niña, que podría tenerlo todo, si no fuera porque es inválida: no puede andar si no es con muletas y sufre por su falta de libertad.
El muchacho, noble e ingenuo, cegado por el esplendor de los Kekesfalva, va haciéndose imprescindible para esa familia: para la hija porque sus sentimientos hacia el teniente son cada vez más intensos y para el anciano padre porque las visitas de éste resultan milagrosas para el estado de ánimo de su Edith.

Poco a poco las relaciones entre los personajes van edificando un conjunto de mentiras piadosas, sostenidas precariamente. Anton se debate entre su piedad por la situación de la muchacha y el horror que le produce el compromiso al que quieren someterle a través de un auténtico chantaje emocional que le provoca un verdadero tormento durante casi toda la narración.

Uno de los puntos fuertes de la novela es la soberbia descripción de personajes y de sus emociones. Nada escapa al ojo clínico de Zweig que expresa a través de sus criaturas los puntos de vista que suscitan los acontecimientos a los que se ve sometido el protagonista. El doctor Condor, un hombre sacrificado que incita al sacrificio personal para salvar al prójimo, el viejo Kekesfalva, de brumoso pasado, obsesionado por la curación de su hija o la misma Edith, niña mimada y sufriente que se debate entre la desesperación por su situación de invalidez y la esperanza en un pronto restablecimiento.

Novela magistral, con una narración fluida que atrapa al lector y no le suelta hasta el final, Zweig consigue un elaborado estudio psicológico acerca de la piedad, la honradez y la desesperación. La conclusión a la que se puede llegar es que, como dice el refrán, el infierno está empedrado de buenas intenciones.

domingo, 21 de febrero de 2010

ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA (1984), DE SERGIO LEONE. LAS MANOS QUE CONSTRUYERON AMÉRICA.


El testamento de un gran director como Sergio Leone, recordado sobre todo por sus películas del oeste, fue monumental. Después de una planificación de diez años y de diez horas rodadas de material, su montaje final llega casi a las cuatro. Aunque posteriormente mutilada en diversas ocasiones, la versión que puede verse en dvd es la original, por lo que el espectador puede apreciar toda la grandeza de la historia concebida por Leone.

La historia de Noodles abarca varios decenios del siglo XX, desde los años veinte a los ochenta. Hay quien opina que esta es la mejor película de mafiosos rodada nunca. Yo discrepo, la trilogía de El Padrino me parece netamente superior y mucho más redonda. La obra de Leone está llena de grandes momentos, como el asesinato del niño Dominic y la reacción de Noodles, un magnífico Robert de Niro en la época de sus mayores triunfos interpretativos, pero deja demasiados cabos sueltos y personajes apenas dibujados que no aportan nada a la trama general.

Hay que decir en favor del director que, siendo una película de cuatro horas, no se hace larga en ningún momento, uno de los mejores elogios que se le puede hacer a una producción de tal metraje. El uso del tiempo es una de las grandes bazas del film: Noodles recuerda desde la ancianidad su fracasada vida, su falta de grandes ambiciones, su conformismo en contraste con su amigo del alma Max, que pretende organizar un imperio criminal para amasar una fortuna. Algunos episodios importantes, como su paso por la cárcel, son obviados mediante grandes elipsis.

El espectador asiste a un gran fresco, a la historia de la evolución de una banda criminal a través de los años, asomándose más a su vida íntima y ordinaria que a sus grandes golpes. La perfecta ambientación de la ciudad de Nueva York le hace ser un personaje más, que evoluciona a la par que los protagonistas. Y es que la historia de Nueva York, como nos enseñó Scorsese, no puede ser entendida sin conocer la historia de sus bandas criminales.

LOS HERMOSOS AÑOS DEL CASTIGO (1989), DE FLEUR JAEGGY. LOS SILENCIOS DEL INTERNADO.


La protagonista de esta breve novela pasa casi toda su infancia y adolescencia en un internado femenino suizo, el mismo en el que, según cuenta "Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio. (...) Murió en la nieve". Un poco de esta locura va a impregnar su estancia en el internado: las tensiones sexuales entre las alumnas están presentes en todo momento. Ella misma va a caer perdidamente enamorada (o cabría decir mejor fascinada) por su compañera Frédérique, una muchacha con la entabla una extraña relación dominada por la incomunicación y los silencios.

Como bien me informaron en el club de lectura, la autora tenía escrito material para una novela diez veces más larga, pero su sentido de la precisión la fue menguando hasta dejarla en esta pequeña obra. Para mi gusto, armada sobre un discurso demasiado disperso, donde se le exige al lector completar demasiadas zonas brumosas. Eso no es algo malo en sí mismo, hay autores que consiguen verdaderas proezas a base de elipsis. Para mi gusto Jaeggy no se cuenta en este selecto grupo, y sin desmerecer de sus indudables cualidades literarias, sí que tengo que decir que al igual que para su protagonista "desde el día en que entramos en el Bausler Institut no hicimos más que pensar en el día en que saldríamos", en mi caso, desde que empecé la lectura no dejaba de pensar en el momento en el que por fín llegaría a su última página.

Con todo esto no quiero decir que desaconseje vivamente su lectura, ni mucho menos. En el club de lectura en el que se debatió el libro, era amplia mayoría el sector al que le había maravillado el estilo de esta autora. Y hay que reconocer que la voz perturbadora, a la vez que inocente y perversa de la protagonista es un elemento bien conseguido, aunque no es suficiente para armar una experiencia literaria sólida. Como es una novela que se lee en una tarde, quien quiera puede arriesgarse sin gastar mucho tiempo.

CABALLERO SIN ESPADA (1939), DE FRANK CAPRA. DON QUIJOTE EN EL SENADO.


Las fábulas de Frank Capra siempre levantan el ánimo del espectador, aunque apenas tengan cabida en el mundo real. James Stewart interpreta a un joven senador que es nombrado por el gobernador de su estado para ser utilizado en una votación corrupta. Confiados en su ingenuidad, sus valedores no van a contar con que se trata de una persona más inteligente y mucho más íntegra de lo que parece.

Capra construye una película entretenida y emocionante donde los políticos de su país no salen bien parados. Bajo la apariencia de solemnidad y educación de los senadores, algo huele a podrido. Aquí sucede un poco lo mismo, solo que en nuestro país los políticos ni siquiera son capaces de guardar las apariencias y a poco que se olviden de cerrar un micrófono se escuchará salir alguna palabra soez de sus labios o algún gesto feo cuando están siendo abucheados.

Hay una escena que me gusta particularmente de esta película: la llegada del Sr. Smith a Washington y la consiguiente excitación que sufre al llegar a un lugar soñado, en el que no puede dejar de asombrarse ante los monumentos que tantas veces habrá visto en el cine, en cuadros o en fotografías. La visita al monumento de Lincoln será parodiada en un episodio de Los Simpsons, cuando Lisa gana un premio por el que viaja a Washington con toda su familia. Posteriormente tendrá que enfrentarse a una trama de corrupción, como el Sr. Smith. Sin salir de la genial serie de dibujos animados, hay que recordar otro homenaje a esta película, en el episodio en el que Mel Gibson realiza un remake. Ayudado por Homer, le añadirá unas escenas al final en la que masacrará al senado y le cortará la cabeza al presidente de los Estados Unidos.

La película de Capra es muy digna de ser revisada en estos tiempos en los que los políticos son justamente vilipendiados todos los días. Aunque bien es cierto que si en nuestros días surgiera un político tan ingenuo como Jefferson Smith no se le daría ni siquiera la oportunidad de sentarse en la Cámara de Representantes.

viernes, 19 de febrero de 2010

THE ROAD (2009), DE JOHN HILLCOAT. RUTA SUICIDA.


El año pasado leí el magnífico libro de Cormac McCarthy en el que se basa esta película. No lo comenté por aquí, porque por aquellas fechas aún era un humilde muchacho sin blog, pero puedo decir que pocas lecturas son tan desasosegantes como el retrato apocalíptico que traza el autor norteamericano. A lo largo de sus páginas asistimos a la descripción de un mundo arruinado, de color gris ceniza por el que deambulan un padre y su hijo que ponen todas sus esperanzas de salvación en conseguir llegar al mar.

John Hillcoat, director hasta ahora desconocido para mí, ha realizado una perfecta adaptación del texto en imágenes. Para empezar ha escogido a dos actores solventes para interpretar a estos dos locos esperanzados en un mundo sin esperanzas. Viggo Mortensen, actor de probada solvencia, interpreta soberbiamente a un padre que sigue buscando la quimera de la salvación (más la de su hijo que la suya propia), pero que se encuentra a punto de dar el último paso que le falta hacia su total deshumanización. El hijo, el niño Kodi Smit-McPee, es un personaje que ha nacido con la llegada del desastre, por lo que solo conoce el mundo preapocalíptico por los relatos de su padre. Es un niño dominado por el terror, al que solo le sostiene la creencia en las palabras de esperanza de su progenitor.

Nada más comenzar la historia, los dos personajes rebuscan entre las ruinas de lo que antaño fue una próspera ciudad. La imagen del dinero, tirado en la calle y al que nadie presta atención, nos da idea del derrumbe social al que vamos a asistir: ya solo importa la supervivencia. La sociedad se ha adherido al darwinismo más cruel: solo van a sobrevivir los que sean capaces de adaptarse a la cruda realidad y, si es necesario, adoptando el canibalismo como forma de vida. El padre intenta que él y su hijo no tengan que llegar nunca a esos extremos y por eso divide ante su retoño a la humanidad entre buenos y malos. Una división absurda en un mundo en el que la moral simplemente ya no existe y los hombres se asemejan cada vez más al resto de animales irracionales, pero que sirve al personaje para aferrarse a los recuerdos del pasado, alimentarse de ellos y seguir adelante llevando a su hijo de la mano hacia un futuro oscuro.

Los flashbacks de pocos minutos a los que asiste el espectador de vez en cuando están muy bien traidos. Aportan más horror si cabe a la situación del protagonista: su mujer, quizá más lúcida ante la falta de esperanzas de la humanidad discute con él acerca de la imposible solución a su drama. Él es más testarudo y se aferra a la esperanza absurda de llegar al mar, como si allí hubiera sobrevivido algo del espíritu del viejo mundo. La ruta por la que transcurre el caminar de padre e hijo resulta francamente desoladora: bosques petrificados en los que los árboles se derrumban, incendios de proporciones bíblicas que devastan áreas extensas, perturbadores terremotos y bandas de humanoides buscando carne humana para sobrevivir: como si la madre tierra hubiera dado la espalda a su hijo díscolo, el hombre. Todo ambientado perfectamente, dando una sensación de realidad que incomoda al espectador en su confortable asiento.

Porque nuestro subconsciente nos avisa de que no somos totalmente ajenos a lo que vemos en la pantalla. Los avisos sobre el cambio climático, las catástrofes naturales, las guerras interminables, la amenaza nuclear, el hiperterrorismo o la depresión económica son hechos nombrados cotidianamente en el telediario y se han instalado en nuestras vidas para quedarse. Aunque no lo digamos abiertamente, un secreto temor a que un día todo se derrumbe se ha instalado en nuestras vidas y nos acompaña a cada paso. "The road" nos parece real porque no descartamos la posibilidad de que estos hechos puedan suceder. En la película no se nos aclara el motivo del apocalipsis. Pero a nosotros se nos ocurren tantos...

UN FUNERAL DE MUERTE (2007), DE FRANK OZ. MUERTOS DE RISA.


En la más pura tradición de la comedia británica que se rie de temas tabues como la muerte, la homosexualidad o las drogas, se situa esta realización de Frank Oz, recordado por los aficionados por la muy divertida "In & Out".

Tres años después de su estreno se vuelve a poner de actualidad esta película por el anuncio de la intención de alguna productora de realizar un remake. Así andan las cosas en Hollywood. La imaginación de muchos directivos anda bajo mínimos y, entre proyectos estimables, las más destacadas noticias se refieren a los ilusionantes futuros estrenos: una película sobre el juguete "Mr. Músculo", una ¿adaptación? del popular juego "Monopoly" (¿por qué no de "La ruta del tesoro") y nuevos comienzos para sagas como Spiderman o Los cuatro fantásticos. ¿No hay nadie con más talento entre gente tan bien pagada? Tampoco creo que haya que ponerse tan apocalíptico, pues el año no está siendo tan malo. "The road" es una maravillosa película. Y tengo pendiente por ver "Up in the air" y "En tierra hostil", de las que tengo magníficas referencias.

Ah, pero yo hablaba de "Un funeral de muerte". Una película simpática de la que apenas me van a quedar recuerdos, más allá de un par de escenas, durante los próximos años. Y es una lástima, porque no carece de un buen guión, aunque sí de unos actores más carismáticos que arriesguen un poco más a la hora de llevarlo a buen puerto. Así que creo que lo de el remake resulta doblemente absurdo. Chistes sobre muertos, personas serias alteradas por la droga y ceremonias frustradas los hemos visto a cientos. Aunque con un Peter Sellers que paseara por allí la cosa hubiera cambiado mucho.

miércoles, 17 de febrero de 2010

LA FORTUNA DE LOS ROUGON (1871), DE EMILIO ZOLA. NATURALISMO LITERARIO.


Como el realismo del siglo XIX es mi gran pasión literaria y "La taberna", de Emilio Zola uno de mis libros favoritos, pretendo ir leyéndome poco a poco la apasionante saga de los Rougon-Macquart. Aquí un artículo sobre el primero de los libros:

El siglo XIX constituye una revolución para la novela. Si hasta entonces, salvo notables excepciones, la narrativa había tenido mera intención de entretener o de instruir, los novelistas decimonónicos se proponen, nada menos, que reflejar la realidad en sus creaciones, describir la realidad de su momento, las convulsiones sociales e introducirse en el interior de sus criaturas para que el lector tome conciencia directa de las contradicciones del ser humano.

Autores como Balzac, Zola, Flaubert, Tolstoi o Pérez Galdós serán maestros en este tipo de narrativa, que pretende empapar al lector de realidad, para que conozca mejor el mundo en el que vive. Los historiadores cuentan en estas novelas con una fuente fiable e inagotable para sus estudios.

Emilio Zola es el principal impulsor de la corriente del naturalismo literario, que en España contó con ilustres seguidores, como el ya nombrado Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán. El naturalismo pretende plasmar la vida con la máxima fidelidad posible en todos sus aspectos, no dejando espacio a la fantasía.

"Quiero explicar cómo una familia, un pequeño grupo de seres, se comporta en una sociedad desarrollándose para engendrar, diez, veinte individuos que parecen, a un primer vistazo, profundamente disímiles, pero que el análisis muestra íntimamente ligados unos con otros. La herencia tiene sus leyes, como la gravedad"

Con estas palabras comienza Zola su ciclo de los Rougon-Macquart, la historia de una familia francesa durante las dos décadas que dura el reinado de Napoleón III (1852-1871). El autor da una gran importancia a las leyes de la herencia genética entre padres e hijos, llegando a instaurar prácticamente en los actos de sus personajes un determinismo social que deja poco espacio a la libertad individual. El nacimiento y la sociedad determinan la actuación del individuo, que poco puede hacer para nadar contra la corriente de su destino. Una concepción darwinista de la existencia en la que los fuertes devoran a los débiles.

Aunque todavía no con la maestría de obras posteriores como "La taberna", el libro que nos ocupa es un dignísimo comienzo de una saga que iba a reportar a su autor fama y grandes beneficios económicos. Zola fue lo que podriamos denominar hoy como un autor de best sellers, pero de una calidad considerablemente mayor que los de hoy día.

En "La fortuna de los Rougon", se nos describe la vida de una ciudad de provincias, Plassans, descrita por Zola como un ente vivo que influye en la vida de sus ciudadanos, dependiendo del barrio en el que hayan nacido. Las barriadas definen las clases sociales y algunos habitantes de Plassans, incluido el fundador de la saga de los Rougon, gran oportunista e hipócrita, intentan adivinar por donde sopla el viento de los cambios políticos para intentar ascender socialmente.

La descripción del clima político, visto desde la periferia, resulta magistral. Los acontecimentos suceden en París y sus coletazos repercuten en Plassans, aunque las noticias verdaderas llegan con cuentagotas y hacen vivir con el corazón en un puño a quienes optan públicamente por una determinada posición: absolutismo, bonapartismo o república. Finalmente las vidas de unos personajes que nos han sido presentados por separado van a confluir en los decisivos acontecimentos que darán lugar al comienzo del Segundo Imperio: el ascenso al poder de Napoleón III.

Siendo el comienzo de un ciclo de novelas que pueden leerse de forma independiente, el autor fija magistralmente las raices familiares que van a marcar la pauta de la actuación de los descendientes que protagonizarán las narraciones posteriores. De cualquier modo, la manera más fascinante de advertir las intenciones científicas de Zola es leer el ciclo completo desde el principio. Tarea difícil en España, donde algunas de sus novelas, salvo las más célebres, son difícilmente encontrables, aunque una oportuna reedición por parte de Alianza Editorial está cubriendo poco a poco estas lagunas.

domingo, 14 de febrero de 2010

LA DOLCE VITA (1960), DE FEDERICO FELLINI. LA FERIA DE LAS VANIDADES.

Mi relación personal con el cine de Fellini es contradictoria. Siempre he pensado que está sobrevalorado y que es algo superficial, pero después me encuentro disfrutando de sus películas y me dejan un grato sabor de boca.

Ahora se cumplen cincuenta años de una de sus más famosas producciones, esta que es recordada sobre todo por la imagen de la hiperpechugona Anita Ekberg bañándose en la Fontana de Trevi, una imagen hermosa, pero tan banal como el personaje que lo representa: una actriz cuya principal virtud es su frivolidad, algo que se espera de ella como protagonista de la incipiente prensa del corazón.

¡Ah, la prensa del corazón! ¿Qué se puede decir de bueno de algo tan abominable? Si bien en la época en la que fue rodada esta película aún se encontraba en gestación y se puede advertir cierta inocencia en sus protagonistas, en la actualidad se trata de un circo concebido para manipular y atontar al telespectador, que es consciente de todo esto, pero que no puede evitar pedir más, indignarse ante los descarados montajes que se le preparan diariamente como menú y gozar con las zafiedades de los personajillos que se ganan la vida de esta manera indigna.

Esto es solo mi opinión, por cierto. Habrá quien sostenga que la prensa del corazón también es periodismo, que la gente necesita saber y tal y cual. A mí más bien me parece el antiperiodismo. Ciertamente, antes, cuando esta prensa se dedicaba a enseñar la nueva casa de Isabel Pantoja o la boda de la hija de la duquesa de Alba podía tener algún sentido para alguna gente, interesada en asomarse a una vida mejor que nunca va a poder gozar en carne propia. Ahora parece ser que todo eso ha ido dando paso a insultos continuos, peleas y profundización en las peores miserias humanas, todo bien mezclado y servido de la manera más hedionda, para que su fragancia envuelva al telespectador, éste quede fascinado ante la visión de la más pura basura y siga pidiendo más día tras día, hora tras hora, porque estos programas invaden ya cualquier franja horaria.

Pero alejémonos de la fetidez para hablar de lo que nos ocupa, la película de Fellini. Aquí se nos retrata una Roma alegre y despreocupada, cuyo epicentro se encuentra en la elegante Vía Véneto, cuyas terrazas son punto de encuentro entre famosos y periodistas del corazón (por cierto, las escenas no están rodadas en exteriores, sino en una reproducción de la avenida construida en Cinecittá). Lo mejor de esta historia es el personaje de Marcello, un experto relaciones públicas, insatisfecho del mundo banal en el que se mueve y sobre el que escribe, al que le gustaría dedicarse a temas más elevados a través de la escritura de una novela, pero que no puede hacerlo, pues en realidad no sabe vivir de otro modo, su forma de vida es su droga. Su búsqueda de la escritura pura, lo que se traduciría en una vida más auténtica está abocada al fracaso.

El tema de la incomunicación está presente en todo el metraje. Los personajes hablan entre sí, pero no se entienden, no son capaces de entender las intenciones del otro y apenas se conocen más allá de los gustos alcohólicos de cada cual. En este sentido resulta interesantísima la aparición de Steiner, hombre de vida a primera vista perfecta, con mujer, hijos y casa aparentemente perfectas, pero cuya existencia está marcada por el pensamiento en la irrupción de una fatalidad inminente que acabará provocando él mismo.

Hay otros episodios, que siguen la pauta de Fellini de tomar la vida como un gran circo, como un gran espectáculo digno de ser mostrado: el milagro del que dicen ser testigos dos niños y que provoca la llegada al lugar de masas de gentes esperanzadas que no son capaces de advertir que asisten al más burdo de los engaños, el padre de Marcello, que quiere mostrarse todavía como un hombre joven y dinámico pero fracasa miserablemente en su intento, el club nocturno instalado en las termas de Caracalla o las diversiones infantiles de la decadente nobleza. Un conjunto variado que siempre nos habla del error del ser humano de preferir mostrarse hacia el exterior con una sofisticada máscara con la que aparenta la felicidad más perfecta. Una pequeña mirada al interior puede revelarnos que los auténticos deseos se encuentran en las antípodas de lo que impuesto por las esclavitudes sociales.

martes, 9 de febrero de 2010

LOS JUSTOS (1949), DE ALBERT CAMUS. TERRORISMO Y HUMANISMO.


No hay que leer a Albert Camus porque se cumplan cincuenta años de su muerte ni nada parecido, hay que leerlo porque es uno de los pocos autores que siguen dándonos continuamente las claves más lúcidas acerca de nuestra propia actualidad. En "Los justos" realiza una severa reflexión acerca del terrorismo y sus presuntos fines. Aquí el artículo de Suite 101:

Si echamos un vistazo al panteón de escritores del siglo XX, Camus sería uno de los grandes santos, uno de los observadores más lúcidos de las realidades de su tiempo, un escritor valiente que se atrevía a denunciar las injusticias vinieran de donde vinieran.

Este año se conmemoran los cincuenta años de la muerte del escritor, que falleció con cuarenta y seis, en pleno apogeo de sus facultades intelectuales. Un auténtico mito de la cultura, un escritor de ideas lúcidas profundamente comprometidas con el humanismo, un filósofo que es capaz de exponer sus ideas a través de sus personajes literarios:

"Un filósofo artista. Un filósofo que toma de todas partes las armas que necesita. Un filósofo que, además, nunca ha separado su vida de su aventura intelectual y, por tanto, siempre ha ejercido el doble juego de una vida escrita y unos libros intensamente vividos. Este tipo de filósofo inventa una actitud al mismo tiempo que produce una obra. Es autor de un estilo antes que de un sistema".
(Bernard- Henry Lévy, "Los dos siglos de Camus". Reportaje publicado en el suplemento "Babelia" de "El País". Enero de 2010.)

Nos encontramos en la Rusia prerrevolucionaria. Un grupo de socialistas, después de una larga planificación, esperan el momento de atentar contra el gran Duque Sergio. El encargado de llevar a cabo la ejecución, Iván Kaliayev, está emocionado ante la perspectiva de ser protagonista de una acción liberadora para su pueblo. Su compañero Fedorov, endurecido después de una estancia de tres años en prisión y destilando un odio destructivo, duda de la idoneidad de Kaliayev para tal cometido.
Kaliayev, a pesar de ser partidario de la violencia como último recurso, se guía por un intenso amor a la humanidad que tiene como objetivo su liberación y la felicidad universal. Según él:

"¡Nosotros matamos para construir un mundo en el que nadie vuelva a matar nunca! Aceptamos ser criminales para que la tierra se cubra al fín de inocentes."

El amor de Kaliayev le lleva a su propia deshumanización al servicio de la utopía, pero no a cualquier precio. Su caracter eminentemente noble queda al descubierto cuando no arroja la bomba contra el Duque al advertir en el último instante que éste se encuentra acompañado por niños. La muerte es un mal necesario, pero no la de los inocentes.

Encontramos en esta obra ecos de la famosa ruptura de Camus con Sartre. A pesar de ser los dos izquierdistas, Sartre pensaba que el fín justifica los medios y entendía la violencia como algo legítimo para construir una nueva sociedad. Camus era radicalmente contrario a estos argumentos. Para él "la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarismos sino sobre las faltas de los demócratas".

Ante la suspensión de la operación y la perspectiva de tener que empezar de nuevo los preparativos, la reacción de Fedorov-Sartre es de una profunda decepción con su compañero, que no ha sabido anteponer su deber con la causa de la "liberación de los trabajadores" a su "necio" humanismo. Unos niños para él no significan nada en comparación con la importancia de los fines buscados:

"No hay límites. La verdad es que vosotros no creéis en la revolución. No creéis en ella Si creyeseis total, completamente, si estuviseis seguros de que, con nuestros sacrificios y nuestras victorias conseguiremos construir una Rusia liberada del despotismo, una tierra de libertad que acabará por abarcar al mundo entero, si no dudaseis de que, entonces, el hombre, liberado de sus amos y de sus prejuicios, alzará hacia el cielo la faz de los verdaderos dioses, ¿qué pesaría la muerte de dos niños? Reconoceriaís que tenéis todos los derechos, todos, ¿me oís? Y si esa muerte os detiene es porque no estáis seguros de estar en vuestro derecho. No creéis en la revolución."

Pero, ¿puede justificarse el terrorismo en algún caso?, ¿es lícito vengar afrentas reales o imaginarias mediante tiros en la nuca, coches bomba o aviones lanzados contra edificios? El terror es tema de triste actualidad. Los debates sobre su naturaleza no tienen fín. Solo que, a veces, se olvida que los Estados también pueden ejercer el terror para el logro de sus fines, aunque escudados por un formidable aparato de propaganda que utiliza el miedo de los ciudadanos para cargar contra presuntos enemigos a los que se presenta como el rostro del mal sin que aquellos reflexionen demasiado al respecto.

Kaliayev va a terminar consiguiendo su objetivo: matar al opresor sin que se produzcan víctimas colaterales, una acción de terrorismo puro y sin mácula que le hará morir feliz en la horca, estimando que ha contribuido a la liberación de su pueblo sin causar más daños de los necesarios.

Partiendo de la base de que ninguna muerte es justificable en nombre de ninguna causa, sí que es cierto que el terrorismo que conocemos en la actualidad no ha seguido el ejemplo de Kaliayev, y es capaz de matar indiscriminadamente con el mayor de los cinismos. Se vuelan trenes repletos de trabajadores, se bombardean paises en la búsqueda de un solo hombre... Sería necesaria hoy día una conciencia moral como la de Camus que volviera a recordar a gobernantes en guerra e iluminados de toda condición que el fín no justifica los medios y que el respeto al ser humano está por encima de todas las ideologías.

domingo, 7 de febrero de 2010

INVICTUS (2009), DE CLINT EASTWOOD. EL RUGBY COMO POLÍTICA.


Cuando se visiona una película inmediatamente después de haber leído el libro en el que se basa, los sentimientos pueden ser contradictorios. Por una parte, partimos con ventaja respecto a otros espectadores, pues sabemos más o menos lo que vamos a ver y podemos completar posibles lagunas del guión y comprender mejor que nadie las motivaciones de los personajes, ya que hemos profundizado previamente acerca de ellos.

Por otro lado, y en un alto porcentaje de las ocasiones, no solemos ver en pantalla lo que esperábamos ver, es decir, nuestra particular interpretación de la letra escrita. Esto es evidente y particularmente, como aficionado a leer cuando puedo los libros en los que se basan las películas que voy a ver, trato de no decepcionarme, pues es imposible que dos personas coincidan plenamente en este punto. Quienes asisten regularmente a clubes de lectura me darán la razón cuando, a veces, los demás participantes parecen haber leído un libro absolutamente diferente al nuestro.


Digo esto porque, después de haber leído un libro-reportaje magnífico como "El factor humano", de John Carlin, esperaba otro tipo de aprovechamiento de tan buen material. Pero Clint Eastwood (un poco improvisadamente a mi humilde parecer) ha rodado una visión simplicadora del trabajo de Carlin.

La película es, ante todo, un vehículo para el lucimiento de Morgan Freeman, interpretando un papel para el que parece haberse estado preparando toda la vida. Ningún otro hubiera podido interpretar con esa convinción a un santo laico como Nelson Mandela, y no solo por su parecido casi clónico con el dirigente sudafricano, sino por la admiración que le profesa, aunque mi sentimiento en ocasiones era el de estar viendo en pantalla, no a Nelson Mandela, sino a Morgan Freeman interpretando a Nelson Mandela, algo un poco difícil de explicar y que seguramente hubiera corregido la versión original.

Y es que pocos dirigentes han sido tan venerados a nivel mundial como Mandela. Salir de prisión tras veintisiete duros años y mostrar cierta comprensión y tolerancia con tus verdugos con el fín de construir una nueva nación no está al alcance de cualquiera. En este sentido puede sorprender al espectador encontrarse ante un personaje tan puro y de sentimientos tan nobles pero, en este caso la película se está ajustando estrictamente a la realidad.

El principal fallo del guión, a mi entender, es presentar unos hechos históricos tan trascendentes desde una perspectiva minimalista y simplificadora, en la que se nos escapan muchos elementos importantes de los mismos. Hubiera sido necesario introducir algunos episodios del pasado de Mandela, narrarnos la desesperación de un hombre que es arrojado vergonzosamente a una diminuta celda mientras el resto del mundo clama por su libertad, lo que nos haría comprender mejor la grandeza del comportamiento del protagonista. La escena de la visita del equipo de rugby a la isla donde estuvo tantos años cautivo no es suficiente en este sentido. La visión por parte de Pienaar de un fantasmal Mandela picando piedra carece de la fuerza necesaria. Por cierto, la interpretación de Damon es plana y sin apenas matices. El capitán de la selección parece un desconcertado Bourne que pasaba por allí.

Dicho todo esto, hay que reconocer que también el film no está exento de aciertos: la escena primera que resume la división creada por el apartheid o las secuencias de rugby, bien rodadas y comprensibles incluso para los legos de este deporte, aunque hay que decir que resulta mucho más impresionante la danza maorí de los rivales de los Springboks visionándola en you tube que en su versión cinematográfica, lo cual nos dice mucho del peligro de rodar acerca de hechos perfectamente documentados previamente por las cámaras televisivas. A veces parece más una reiteración que otra cosa.

El acercamiento progresivo entre negros y blancos intenta resumirse en el microcosmos que forma la escolta de Mandela. No es mala idea, aunque un tanto elemental. Hubiera hecho falta mostrar un poco de la verdadera cara del apartheid, un régimen que trataba como al ganado a la mayoría de la población sudafricana, lo que haría más comprensibles los aspavientos iniciales de los colaboradores de Mandela ante las intenciones de éste, absolutamente delirantes a primera vista, aunque absolutamente acertadas en suma si se quería salvar al país de una tremenda guerra civil.

En resumen, una película interesante, aunque carente de pulso en ocasiones, pensada sobre todo para Morgan Freeman, que desaprovecha el estupendo material en el que se basa, por simplificarlo en exceso y que ciertamente es mejor ver en su versión original. Quizá mi decepción haya venido porque tenía muchas expectativas puestas en esta película, que no ha sabido hacer buena mezcla de sus magníficos ingredientes.

EL GAFE (1959), DE PEDRO LUIS RAMÍREZ. UN TIPO SERIO.


La de la existencia de personas gafes, que causan la desgracia a su alrededor, es una creencia popularmente muy extendida en nuestro país. Hay quien opina que nuestro presidente del gobierno pertenece a este colectivo.

Sin querer entrar en política, yo voy a dedicar unas líneas a una película del periodo más denostado del cine español: el franquista. Bien es cierto que era un cine sometido a censura, lleno de costumbrismo y alejado de la penosa realidad cotidiana del ciudadano medio, pero no por ello es preciso renegar de él por completo, pues existen ejemplos de películas interesantes y bien hechas, incluso un poco subversivas a su manera.

En este caso a José Luis Ozores se le regala un papel a su medida: el de un gafe de primera categoría, al que todos rehuyen y del que su mejor amigo aprovecha sus superpoderes para sacar tajada. El humor que destila el film es negro, negrísimo, comparable a ratos con las producciones inglesas de la Ealing. Claro que en este caso la crítica social es prácticamente nula (Madrid aparece como un lugar paradisiaco para vivir y trabajar) y el final feliz es obligado, pero en medio de todo esto hay catástrofes e incluso alguna muerte provocada por el gafe en interés del negocio de su amigo.

Lo cierto es que se trata de una película de visión muy agradable. Quizá hubiera sido bueno que se ahondara más en la tragedia personal del protagonista, pero eso hubiera sido pedir demasiado.

LA ESCALERA DE CARACOL (1945), DE ROBERT SIODMAK. AL FINAL DE LA ESCALERA.


Robert Siodmak fue el director de películas tan estupendas como "Forajidos"o "El abrazo de la muerte". Semiolvidado a día de hoy, como tantos directores clásicos, hay que reivindicarlo como un maestro en los juegos de luces y sombras.

Heredera directa de la estética expresionista es esta película de misterio, que en la más pura tradición de Hitchcock, juega con el espectador, lo enreda, le da falsas pistas llevándole hasta un final tan sorprendente como espectacular. Entre tanto se ha conseguido crear un ambiente de perfecta inquietud en la mansión donde transcurre la mayor parte del metraje, que casi es un personaje más de la trama. No es una película perfecta, pero está a años luz del noventa por ciento de lo que se estrena hoy día.

viernes, 5 de febrero de 2010

CLUBES DE LECTURA DE MÁLAGA EN FEBRERO: EL REGRESO DE STEFAN ZWEIG.


Febrero viene cargado de novedades en el pequeño mundo de los clubes de lectura malagueños. En la Biblioteca Provincial, después de haber leido y comentado "El lector", de Bernhard Schlink, comenzamos la semana que viene con Stefan Zweig y una de sus grandes novelas "La impaciencia del corazón", que trata acerca de los límites entre amor y compasión en una pareja. Y en esta misma biblioteca inicia su andadura los viernes un nuevo club. Van a comenzar (¡otra vez!) con "La soledad de los números primos", de Paolo Giordano.

En el club de lectura de Cincoechegaray, en su sección de literatura se va a comentar "Los hermosos años del castigo", de Fleur Jaeggy, acerca de un internado femenino en Suiza. En su sección de ensayo se discutirá acerca del libro "El lado oscuro de la democracia", del sociológo con nombre de director de cine Michael Mann. Se trata de un estudio sobre la limpieza étnica.

En el club de lectura de la Sociedad de Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga llega el turno para el último premio Planeta, "Contra el viento", de Ángeles Caso.

Y el desaparecido hace unos meses club de lectura de la Fnac de Málaga resurge de sus cenizas en la Casa del Libro malagueña. Se reanudará con el libro que quedó pendiente antes de su desaparición, "El coloso de Nueva York", de Colson Whitehead.

Anímense y participen los que puedan. Los lugares y horarios están en la columna de la derecha.

miércoles, 3 de febrero de 2010

LAS HURDES, TIERRA SIN PAN (1933), DE LUIS BUÑUEL. VIAJE A LA ESPAÑA MÁS PROFUNDA.


Recién comenzada la República, Buñuel pudo rodar este magnífico documental acerca de las duras condiciones de vida en la apartada región de Las Hurdes (Extremadura). Fue un amigo anarquista, Ramón Acín, quien financió el proyecto. Había prometido a Buñuel que si le tocaba la lotería le pagaría los gastos de financiación de una película. Pues resultó que ganó cien mil pesetas de la época y le dio a su amigo veinte mil.

El panorama que va a encontrar el director en Las Hurdes va a ser de pesadilla: los pueblos sufren un atraso medieval, apenas hay comida y las enfermedades campan a sus anchas. Las imágenes, ya deterioradas por el paso de los años, en blanco y negro acentuan aún más el horror de lo que estamos viendo: mujeres treintañeras que parecen viejas, niños que miran a la cámara con ojos de resignación y hordas de hombres afectados de cretinismo, enfermedad muy común en la región debido a la extensión de las relaciones sexuales entre miembros de una misma familia. La asistencia de los niños a la escuela parece muy poco en medio de tanta miseria, pero pone un rayo de esperanza para el futuro que en cualquier caso no va a ser generoso con Las Hurdes, como se sabrá más tarde.

Se le ha reprochado a Buñuel la manipulación de algunas imágenes, como la de la cabra que supuestamente cae por un barranco por accidente, cuando claramente se ve en la imagen el disparo que la abate, pero la idea del director era mostrar, denunciar y herir las sensibilidades y a tal fín sometió su trabajo. En cualquier caso los treinta minutos de documental contienen la cruda realidad de Las Hurdes y Buñuel consiguió que la sociedad de su tiempo pusiera la mirada en tan castigadas tierras, aunque la República poco pudo hacer para ayudar a las clases más desfavorecidas, a pesar de sus buenas intenciones.

En cualquier caso, a los ojos del espectador de hoy, "Las Hurdes, tierra sin pan" sigue constituyendo un formidable documento en el que Buñuel no ha de recurrir al surrealismo para conseguir imágenes de pesadilla. Esos hombres prácticamente animalizados son mucho más inquietantes que cualquier cuadro de su amigo Dalí.

martes, 2 de febrero de 2010

LA CINTA BLANCA (2009), DE MICHAEL HANEKE. LOS DEMONIOS FAMILIARES DE EUROPA.


Todos los que fuimos a ver "La cinta blanca" el sábado pasado salimos más o menos con la misma idea: acabábamos de visionar una gran película, pero son necesarios algunos días para asimilarla e interpretar su mensaje. Ahí van mis opiniones:

Hay películas, en la actualidad son pocas, que quedan en la mente del espectador durante días. Hay que rumiarlas, pensarlas, asimilarlas e incluso soñarlas. Pero aun así sus mensajes son tan infinitos como un juego de espejos. Hasta que nos damos cuenta de que todo está en nuestro interior. Todos hemos sido niños, algunos padres. Todos hemos realizado crueldades y las hemos de soportar alguna vez.

Michael Haneke es el director de la crueldad, es decir, el retratista de las verdades más dolorosas de nuestra existencia, el que saca a la luz los secretos más inconfesables de las personas presuntamente decentes.

La película transcurre en un pueblo alemán a principios del siglo XX. No nos engañemos, aunque los parámetros espacio-temporales nos puedan dar pistas del significado de lo que vamos a visionar en pantalla, el autor de este artículo es de los que opinan que la historia podría suceder en cualquier lugar y en cualquier tiempo.

Bien es cierto que el inicio de la Primera Guerra Mundial está a punto de suceder y que a esta le va a seguir una segunda mucho más inhumana, si cabe, en la que se llegará a acusar a Alemania de algo inédito hasta entonces: la responsabilidad colectiva de todo un país en el establecimiento de un régimen criminal que llevó el terror a toda Europa.

En el pueblo de "La cinta blanca" priman las, así llamadas, "buenas costumbres", al menos en apariencia. Los padres educan a sus hijos con un rigor prusiano. El terrateniente ejerce un liderazgo paternalista y un pastor, que parece salido de una película de Dreyer ,intenta ser ejemplo de máxima rectitud.

El pastor no duda en aplicar castigos severísimos a sus descendientes por las faltas más nimias. El discurso a su hijo adolescente reprochándole que se masturbe es una obra maestra del horror, un horror que sigue perviviendo bajo diversas formas, el horror de la irracionalidad convertida en ley respetable.

Nos encontramos en la civilizada Europa, en el corazón de la sociedad más avanzada de su tiempo. Pero lo que vemos en sus pobladores son sentimientos atávicos apenas reprimidos que se desbocan a la menor oportunidad. Los niños asimilan su rígida educación, las ideas puras y sin mácula que se les transmiten, observan la hipocresía de sus mayores y transforman este cóctel en crueldad pura.

Así Europa entera, guiada por el pueblo alemán, se prepara para echar por la borda los ideales ilustrados que culminaron en la Revolución Francesa, representados por el profesor-narrador, quizá, junto a su prometida, el único ser inocente de los que habitan el pueblo.

Él mismo es víctima de la represión al negársele sus deseos conyugales, comprobando así que el brutal régimen patriarcal en el que vive hace que las muchachas casaderas sean propiedad de los padres, aunque, al ser un adulto de sentimientos nobles en ningún momento tomará venganza por la afrenta. Poco después, va a ser engullido por la vorágine de la guerra, lo que sin duda hará de él una persona distinta a la que se nos muestra en la película.

La fotografía, en un blanco y negro frío y siniestro, no hace sino incentivar los sentimientos de inquietud y zozobra que embargan al espectador durante todo el metraje. Una historia que, para su director, habla sobre el comportamiento humano y sus consecuencias, entre otras cosas:

"Por un lado el film te muestra como se preparó el terreno para el surgimiento del fascismo y el nazismo. Pero mi intención no fue solamente mostrar como surgió el nazismo en Alemania, sino como surgen los totalitarismos, de derecha o de izquierda, en cualquier parte del mundo. Incluso intenta denunciar el fascismo religioso. En cualquier lugar donde encuentres represión, humillación, sufrimiento y agonía está preparado el terreno para que pueda desarrollarse el radicalismo. Hubo quien tras ver "La cinta blanca" pensó que se trataba de un film en contra del protestantismo, y eso no podía haber sido más erróneo. Hay que tener una mirada más amplia al ver esta película, porque lo que dice es que si uno tiene una idea, esa idea puede ser buena o mala, pero en el momento en que se institucionaliza se vuelve peligrosa porque se convierte en una ideología". (Entrevista a Michael Haneke recogida en la revista Dirigido, nº 396)

Una película inquietante, que es capaz de explorar que hay más allá de las máscaras sociales de los que conviven en entornos civilizados, mostrarnos todo el horror oculto que contienen los seres humanos y hurgar en la herida para que el espectador no pueda sustraerse a su obligación ciudadana de pensar.

lunes, 1 de febrero de 2010

LLÁMAME PETER (2004), DE STEPHEN HOPKINS. LA SOLEDAD DEL HISTRIÓN.


Se pueden contar con los dedos de una mano los cómicos que son capaces de suscitar la carcajada con su sola presencia en pantalla. Peter Sellers es uno de ellos, un superdotado para la comedia que dejó una profunda huella en la historia del cine.

La película de Stephen Hopkins escarba en la auténtica personalidad de Sellers... Y encuentra el vacío. Peter Sellers era un hombre atormentado, totalmente subyugado por la figura de una omnipresente madre y que no interpretaba a sus personajes, sino que se apoderaba de ellos, les daba vida y los hacía suyos, es decir, que existía a través de ellos por un tiempo.

La vida familiar del actor fue un desastre. Necesitado de amor y cariño e incapaz de amar demasiado tiempo solo encontraba consuelo en su sentido del humor, retorcido y genial. Narcisista hasta la naúsea, el biopic lo define muy bien en la escena en la que se mira al espejo y no ve nada. Aún así, Peter Sellers fue un hombre que hizo reir, es decir, hizo felices, a millones de personas y lo seguirá haciendo a lo largo de los años. Eso es lo que dio auténtico sentido a su existencia. Poco antes de morir, intentando cambiar de registro, dejó un extraño regalo a los espectadores, ese inclasificable personaje, Mr. Chance, que causa el asombro de todos sin proponérselo y llega a los más altos cargos de la nación sin esfuerzo alguno.

La película de Hopkins, concebida para la televisión es un entretenidísmo espectáculo, realizada con gran libertad e imaginación, no en vano está producida por la HBO, responsable de maravillas como "A dos metros bajo tierra" o "Los Soprano". Geoffrey Rush interpreta a un personaje que es el sueño de cualquier actor, por lo camaleónico y lo imprevisible de su carácter o de su falta de él. Poco a poco el espíritu de Peter Sellers parece apoderarse del actor y el parecido entre ambos es asombroso. Por momentos parece que el personaje devora al actor, tal y como le pasaba al propio Sellers, aunque en este caso es bueno que así sea. Ha sido una grata sorpresa ver esta película, dedicada a un hombre que ha hecho disfrutar ya a varias generaciones.