miércoles, 30 de octubre de 2013

HISTORIA DE UNA ESCALERA (1949), DE ANTONIO BUERO VALLEJO. ESCENAS DE VIDA VECINAL.

A la hora de abordar una obra como Historia de una escalera, hay que tener en cuenta el momento histórico en el que se escribió: nos encontramos todavía en el periodo de nuestra larga postguerra. Buero Vallejo hizo la guerra en el bando republicano y en 1939, capturado, fue condenado a muerte. La pena se le conmutó, pero pasó largos años en prisión hasta que pudo salir en 1946. Por todo ello, parece milagroso que tres años después Historia de una escalera ganara el premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid y se estrenara con gran éxito, ya que su temática poco tiene que ver con los valores imperantes en la política oficial de aquella época. Pero dejemos que sea el propio autor el que nos hable acerca de las motivaciones de su obra:

"Creo que fueron dos preocupaciones simultáneas las que me llevaron a escribir la obra: desarrollar el panorama humano que siempre ofrece una escalera de vecinos y abordar las tentadoras dificultades de construcción teatral que un escenario como éste poseía."

Desde luego se trata de una obra con una estructura complicada, ya que el escenario siempre es el mismo y es en la escalera, a la puerta misma de sus viviendas, donde el espectador va a conocer la vida de sus vecinos a través de las relaciones, no siempre fáciles, que se establecen entre ellos. En realidad aquí la vida vecinal se presenta como algo muy sórdido, fuente de envidias, venganzas mezquinas y continuas habladurías. Los habitantes de la casa, casi todos pertenecientes a la clase social más humilde, se atreven a soñar con un futuro mejor, fabricado con esfuerzo, trabajo y tesón. Esto se simboliza en el personaje de Fernando (y después en su hijo), que es un procrastinador de manual: se propone estudiar y llegar a lo más alto. Pero nunca encuentra el momento de empezar. Lo pospone de un día para otro y llegamos a dudar si sus palabras son sinceras o las usa para embelesar al objeto de su deseo.

El otro gran tema de Historia de una escalera es el paso del tiempo. Pasan décadas de un acto a otro, pero la escalera sigue siendo la misma, quizá con algunos arreglos que apenan disimulan su deterioro y antigüedad. También los personajes y sus descendientes siguen siendo los mismos. No evolucionan. Se encuentran atrapados en el círculo vicioso que supone pertenecer a la clase social menos favorecida. Nadie adopta soluciones prácticas para salir de la situación, porque es posible que tampoco sea posible adoptarlas, que queden muy por encima de las posibilidades de estos personajes. Al final se respira un conformismo resignado. Cuando alguno de los vecinos como Urbano, el sindicalista concienciado, se enfada, se indigna, vocifera, amenaza y al final no hace nada. Quizá al final de la obra se atisba algún pequeño cambio, alguna pequeña esperanza, pero Buero Vallejo es pesimista. Parafraseando a Lampedusa, podríamos decir que si algo cambia, es para que todo siga igual.

martes, 29 de octubre de 2013

LA VENTANA INDISCRETA (1954), DE ALFRED HITCHCOCK. EL PLACER DE MIRAR.

"Todos somos voyeurs", decía Alfred Hitchcock a François Truffaut. "Le apuesto a que nueve de cada diez personas si contemplan al otro lado del patio a una mujer que se desnuda antes de irse a acostar, o simplemente a un hombre que ordena las cosas en su habitación, no podrán evitar mirarlo. Podrían apartar la mirada diciendo: «No me concierne», podrían echar las cortinas, pues bien, no lo harán, se entretendrán en mirar."

Y es de la curiosidad de lo que trata este film, quizá el mejor del director británico, o al menos el que mejor resume la filosofía de su cine, el morbo de observar sin ser visto, como lo hace un espectador en la oscuridad de la sala cinematográfica. James Stewart representa a ese espectador. Es un fotógrafo profesional que se ha partido una pierna trabajando. Es alguien a quien le gusta mirar la vida a través del objetivo de su cámara y se desespera por su inactividad. Pero detrás de sus ventanas la vida sigue y Jefferies pronto se interesa por las historias que transcurren en los distintos pisos de sus vecinos de enfrente, como si fuera el espectador de distintos fragmentos de películas que su imaginación debe completar. Está la pareja recién casada, que se pasa el día haciendo el amor, la vecina atractiva y conquistadora, la mujer que vive en un continuo desamor, la pareja madura que quiere a su perrito como si fuera un niño... y un presunto asesino.

Ante esta explosión de acontecimientos ante su ventana, Jefferies se olvida de su propia vida y se centra en vigilar permanentemente la de los demás. Ni siquiera duerme en una cama, sino que dormita de vez en cuando en el sillón o en la silla de ruedas. Su rostro está sudoroso y acalorado, por la temperatura y por la curiosidad. Su novia es nada menos que la esplendorosa Grace Kelly, pero ni siquiera le presta a ella la atención suficiente: no quiere casarse y los fragmentos de vida que atisba desde su posición le reiteran en su idea, así que ella debe ir haciéndose cómplice de sus morbosas actividades e ir abandonando su escepticismo inicial respecto a las sospechas de que se ha producido un asesinato para abrazar una fe más ferviente aún que la del propio Jefferies. El mismo proceso sucede con su enfermera. No es difícil. Somos animales muy curiosos y a veces lo arriesgamos todo por disipar una duda...

La ventana indiscreta es un prodigio técnico: un decorado que resume la vida misma por el que nos movemos al mismo ritmo que la mirada de Jefferies, un personaje que no sólo usa su cámara para trabajar y para espiar, sino también como medio de defensa, intentado cegar a su enemigo con el mismo instrumento que él usa para ver mejor. Hitchcock nos recuerda que no hay tanta distancia entre cine y vida, que la curiosidad y la mirada son dos de los instrumentos más poderosos de los que la evolución ha dotado al hombre. Usarlos le hará progresar, pero también, si no lo hace sabiamente, pueden perderle.

lunes, 28 de octubre de 2013

EL TRIUNFO DE LAS CIUDADES (2011), DE EDWARD GLAESER. LA METRÓPOLIS Y LA VIDA DEL ESPÍRITU.

Decía Aristóteles que el hombre es un animal social. Y esta condición humana es la que hace necesario que vivamos cerca unos de otros en ciudades cada vez más extensas. El siglo XX, junto a guerras y calamidades, vivió un asombroso incremento del tamaño de las ciudades, hasta el punto de que hoy día más de la mitad de la población del planeta habita en ellas. Esto plantea interrogantes muy interesantes: ¿Es más ecológica la vida rural que la urbana? ¿Son nocivas estas concentraciones de millones de personas, sería mejor tener una población más dispersa? ¿Qué va a suceder con China e India, dos de los países más pujantes en la actualidad, dentro de algunas décadas?

Desde siempre la base del éxito de las ciudades ha sido no tanto su arquitectura sino las personas que la habitan. La hoy convulsa Bagdad fue entre los siglos VIII y IX un foco de cultura, cuyos dirigentes, los califas abasíes procuraban atraer a la capital a las mejores mentes de su tiempo y terminaron fundando la Casa de la Sabiduría, una especie de instituto de investigación, que recopilaba el conocimiento universal y asumía la tarea de traducirlo a lengua árabe. Algo parecido sucedía en Córdoba por la misma época. A lo largo de la historia las urbes progresan, languidecen, decaen y resurgen. Todo depende de factores sociales y económicos. En los años setenta Nueva York era una ciudad con una profunda crisis, a punto de sucumbir por sus altos niveles de delincuencia. Cuarenta años después, vuelve a ser una de las concentraciones urbanas más pujantes del planeta, porque supo reiventarse y convertirse en el centro mundial de las finanzas. 

Detroit no corrió la misma suerte que Nueva York y hoy es una ciudad moribunda, víctima de la crisis de la automoción y de unas políticas municipales erróneas, que primaron el elemento arquitectónico sobre el humano. El error de Detroit fue basar su economía en una industria que no primaba el conocimiento de sus trabajadores, por lo que difícilmente pudieron reciclarse cuando llegó la crisis. Este es un peligro de las ciudades: que fracasen y que la gente las abandone buscando otras con mejores horizontes. Para Glaeser es un fenómeno lógico y estima que ayudar económicamente desde el gobierno a estas urbes es tiempo perdido: es mejor que la gente emigre a lugares más prósperos. En una de sus páginas más polémicas, critica que se dedicaran cuantiosos fondos a la reconstrucción de Nueva Orleans después de la catástrofe del Katrina, cuando ese dinero hubiera hecho mejor servicio siendo destinado directamente a los ciudadanos para ayudarles a que se buscaran la vida en otra parte. 

La invención del automóvil ha sido determinante en la vida de las ciudades. Con la posesión de un vehículo que permitía el desplazamiento individual a gran velocidad, la gente pudo optar por no vivir en los centros urbanos, donde estaba el trabajo, sino hacerlo en la periferia, en casas individuales cercanas a la naturaleza y realizar cada día el trayecto de ida y vuelta, sumando los encantos de la vida rural a la cercanía de las ventajas urbanas. Con el tiempo se ha descubierto que quienes optan por esta opción acaban gastando mucha más energía y perjudicando al medio ambiente mucho más que quienes permanecen en las ciudades. Para Edward Glaeser, lo verdaderamente ecológico es construir hacia arriba, rascacielos que ocupen poco terreno, concentren los servicios urbanos y consigan que la gente, teniendo su necesaria parcela de intimidad, viva plenamente la socialización que implica el contacto con otros seres humanos. De estos contactos surgen a veces intercambios de conocimiento que son decisivos a la hora de innovar. Y los mejores contactos humanos, a pesar de la tecnología actual, siguen siendo los que se producen cara a cara. Vivir en la periferia está muy bien, pero los autodenominados ecologistas que se pasean todos los días en su todoterreno por la naturaleza deben saber que hacen un flaco favor al conservacionismo:

"Nuestra especie aprende sobre todo de las claves auditivas, visuales y olfativas que emiten nuestros congéneres. Internet es una herramienta maravillosa, pero cuando mejor funciona es cuando se combina con los conocimientos adquiridos cara a cara(...) Las comunicaciones más importantes siguen siendo interpersonales, y el acceso por vía electrónica no puede sustituir a la presencia física en el centro geográfico de un movimiento intelectual."

El triunfo de las ciudades aboga también por desarrollar las ciudades que cuentan con mejor clima, puesto que su gasto energético va a ser menor. Saca a colación Glaeser el ejemplo de las restricciones a la construcción en la bahía de San Francisco: al final eso encarece el precio de la vivienda y la gente se irá a buscar hogares más económicos en ciudades como Houston, que ha experimentado un gran crecimiento en los últimos años gracias a su política de libre construcción. Pero Houston padece unos veranos terribles y el gasto energético en aire acondicionado en esos meses hace que concentrar cada vez a más gente en una urbe con ese clima extremo no sea una buena idea. En cualquier caso la idea de Glaeser de que la nula restricción a la actividad constructiva baja automáticamente el precio de la vivienda tiene su contrapunto en la experiencia española de la última década. Esto podría ser cierto si la vivienda se usara únicamente para ser habitada, pero cuando se convierte en moneda de cambio para especuladores, su función económica se corrompe y se crea una burbuja artificial de precios que acaba estallando estrepitosamente.

Entre todas estas buenas y meditadas ideas, a veces encontramos cierta radicalidad en el profesor de Harvard. A veces muestra poca sensibilidad con la arquitectura popular de las ciudades, con el sentimiento de la gente que ha habitado en un determinado barrio y no quisiera verlo arrasado para dejar paso a construcciones más modernas. Conservar los edificios tradicionales es también conservar la esencia de las ciudades, que emana en gran parte de su pasado. Hubiera sido una barbaridad y no una virtud, como insinúa Glaeser, que el barrio de la Défense se construyera mucho más cerca del centro de París. La mejor solución para comunicar unas zonas con otras son transportes públicos eficaces, redes de carril bici y calles agradables para pasear. 

Pero el gran reto del futuro no está en nuestra manos, pues sigue siendo la decisión que tomen los dirigentes y los ciudadanos de China e India respecto a su forma de vida. Si se fijan en los estadounidenses y en sus enormes emisiones por habitante de CO2 estamos perdidos. Si apuestan por grandes ciudades repletas de enormes rascacielos, harán un gran favor al resto de la humanidad. En cualquier caso la tendencia general es la del crecimiento de la ciudades. Que estas ciudades sean  o no habitables en el futuro, depende del nivel de cooperación humana que se logre:   

"La verdad central que hay detrás del éxito de la civilización y el motivo primordial por el que existen las ciudades es la fuerza que emana de la colaboración humana. Para entender nuestras ciudades y comprender qué hacer con ellas, tenemos que aferrarnos a esas verdades y desprendernos de mitos nocivos. Tenemos que deshacernos del punto de vista según el cual ser ecológico significa vivir entre árboles y que los habitantes de las urbes siempre han de luchar para conservar el pasado físico de una ciudad. Tenemos que dejar de idolatrar la propiedad de la vivienda, que favorece las viviendas en serie a expensas de las torres de apartamentos, y tenemos que dejar de idealizar las aldeas rurales. Deberíamos descartar el punto de vista simplista según el cual unas mejores comunicaciones de largo recorrido reducirán nuestro deseo de estar cerca los unos de los otros. Para empezar, hemos de liberarnos de nuestra tendencia a ver en las ciudades ante todo sus edificios, y recordar que la ciudad verdadera está hecha de carne, no de hormigón."

viernes, 25 de octubre de 2013

LA DIVERSIDAD DE LA CIENCIA (2006), DE CARL SAGAN. UNA VISIÓN PERSONAL DE LA BÚSQUEDA DE DIOS.

En mi vida de lector y como estudiante que eligió la rama de letras, estoy particularmente agradecido de que existieran autores como Carl Sagan. Sagan era un científico que se enfrentaba día a día a cuestiones complejísimas pero a la vez poseía el don de saber transmitirlas al gran público con una claridad asombrosa. A mí me viene muy bien leer libros como éste para intentar desecar, al menos en parte, las enormes lagunas que arrastro en estas materias. El autor de Cosmos murió demasiado joven, a los sesenta y dos años, cuando todavía podía haber seguido aportando grandes títulos a la divulgación científica. Por eso es todo un regalo un volumen como éste, que recoge las intervenciones de Sagan cuando fue invitado a impartir las prestigiosas Conferencias Gifford, donde ya habían intervenido nombres tan importantes como William James o Hannah Arendt.

Como las conferencias están destinadas al estudio de la Teología Natural, Sagan eligió el siempre espinoso asunto de las relaciones entre ciencia y religión, aunque con una amplitud de miras que le hizo abarcar otros muchos temas. Lo primero que quiere dejar claro el ponente es que la búsqueda científica de Dios es mucho más honesta que la mera pasividad ante el mensaje religioso. Aplicar el método científico a las creencias religiosas puede parecer algo insólito, pero es la única manera de indagar su auténtica naturaleza y descubrir si hay algo detrás de las meras palabras. Hace unos cuantos siglos, la ciencia estaba totalmente subordinada a la religión. Cualquier mensaje contrario a la fe era peligroso para su promotor. Poco a poco, con muchos mártires en sus filas, el universo de la ciencia se fue ensanchando, empequeñeciendo a su vez al religioso. Cuando la Tierra dejó de ser el centro del Universo y se descubrió que ni siquiera nuestro Sistema Solar se halla en el centro de la galaxia, el hombre empezó a hacerse muchas preguntas acerca de Dios. Si somos el centro de la creación ¿por qué se nos ha colocado en este lugar perdido del Cosmos? Si Dios es bondadoso ¿por qué nos ha creado tan frágiles, sujetos al sufrimiento y mortales? Además, si existen otros mundos habitados ¿de verdad seremos los preferidos del Creador?

Las religiones tradicionales solo piden que se acepte a ciegas una determinada doctrina. No suelen estimular la investigación científica, puesto que puede poner patas arriba sus cimientos, como sucedió, por ejemplo, con la formulación de la teoría de la evolución por Darwin:

"En Occidente tenemos Diez Mandamientos. ¿Por qué ninguno de ellos exhorta a aprender? "Entenderás el mundo. Comprenderás las cosas." No hay ningún Mandamiento así. Y muy pocas religiones nos empujan a potenciar nuestra comprensión del mundo. Me parece asombroso que las religiones, en general, se hayan acomodado tan mal a las sorprendentes verdades que se han descubierto en los últimos siglos."

Una de las empresas por las que el autor de El mundo y sus demonios fue más conocido es la búsqueda de vida extraterrestre. Muy cercano al proyecto SETI, piensa que, de haber vida en otros lugares (algo no descartable, teniendo en cuenta que las leyes físicas y de la evolución de la vida son las mismas en todas partes) las enormes distancias que nos separan de ella hacen casi imposible el contacto. Algo que incluso podría ser una suerte para nosotros, si estos extraterrestres estuvieran mucho más avanzados que nosotros y tuvieran interés en explotar en su beneficio nuestros recursos naturales (algo muy parecido a lo que sucedió durante la conquista de América). En ese caso, de nada nos serviría nuestra religión, nuestra crencia de ser los preferidos de Dios. Todo se desmoronaría ante la presencia de unos seres superiores que pudieran aplastarnos como insectos, aun en el caso de que nos visitaran de forma pacífica.

Lo verdaderamente sagrado debería ser la búsqueda de la verdad, aunque esta nos disguste, ya que la tendencia natural humana es la esperanza en una vida eterna. La idea de que estamos aquí por una mera casualidad (una fabulosa casualidad) resulta demasiado absurda, pero es una hipótesis que no debe ser descartada, por ser la más factible. Si un dios omnipotente hubiera creado este Universo ¿por qué su creación es tan imperfecta? ¿por qué impera esta ley del más fuerte tan cruel, que extingue a los que no son capaces de adaptarse para sobrevivir? Son preguntas que precisan respuestas científicas sin cortapisas:

"Si existe un Dios Creador, ¿preferiría Él, Ella o Ello (cualquiera que sea el pronombre apropiado) un tipo de bruto atontado que lo adore sin entender nada? ¿O más bien que sus devotos admiren el Universo real en toda su complejidad? Yo diría que la ciencia, al menos en parte, es adoración informada. Y mi creencia más profunda es que, si existe algo parecido a un dios del tipo tradicional, nuestra curiosidad e inteligencia proceden de Él. Sería no valorar esos dones si sofocásemos nuestra pasión por explorar el Universo y a nosotros mismos. Por otro lado, si tal dios tradicional no existe, entonces la curiosidad y la inteligencia son herramientas esenciales para gestionar nuestra supervivencia en una época extremadamente peligrosa. En cualquier caso, la empresa del conocimiento está sin duda en concordancia con la ciencia; debería estarlo también con la religión, y es esencial para el bienestar de la especie humana."

Cuando Sagan habla de una época extremadamente peligrosa, se está refiriendo a la posibilidad de una guerra nuclear, capaz de extinguir a la raza humana, muy presente en la década de los ochenta. También existe hoy, aunque se hable más de la amenaza terrorista, un factor que difícilmente pueden controlar los gobiernos. ¿Qué hubiera pensado Carl Sagan de nuestra época? Seguramente, a este respecto, seguiría defendiendo más o menos la misma postura que hace veinticinco años:

"En mi opinión, cuando se mira desde el espacio, (la Tierra) se ve enseguida que es un mundo frágil y pequeño, tremendamente sensible a la depredación de sus habitantes. Creo que es imposible ver este planeta y no pensar que lo que estamos haciendo es una insesatez. Estamos gastando un billón al año, en todo el mundo, en armamento. Un billón de dólares. Pensemos en lo que podríamos hacer con esa cantidad de dinero. Un visitante de otra parte - el legendario extraterrestre inteligente - que bajase a la Tierra y preguntase qué hacemos, que descubriese tantos prodigios de la mente humana y tanta parte de nuestra riqueza dedicada no solo a la guera sino a medios de destrucción global masiva... un ser así deduciría sin duda que nuestras perspectivas no son buenas y seguramente se iría en busca de otro mundo más prometedor."

miércoles, 23 de octubre de 2013

EL PAN A SECAS (1973), DE MOHAMED CHUKRI. LOS DEMONIOS DE TÁNGER.


El viajero que llega por primera vez a Tánger encontrará a primera vista una ciudad que se parece a algunas del sur de Andalucía, como Algeciras. Pero conforme vaya adentrándose en ella, empezará a respirar un clima muy especial, el de un lugar que ha hecho del cosmopolitismo un modo de vida mirando siempre hacia el mar, un lugar que ama los intercambios comerciales, donde los negocios pueden surgir del modo más inesperado. Además de todo esto, Tánger es una ciudad de grandes desigualdades sociales, con barrios sin asfaltar que son auténticos pozos de miseria, aunque me imagino que la situación habrá mejorado mucho respecto a la que describe Mohamed Chukri en El pan a secas.

El que está considerado uno de los más grandes escritores de Marruecos nació en su región más pobre, el Rif, durante los años del hambre. Su familia se vio obligada a emigrar a Tánger y después a Tetuán para volver más tarde (en solitario) a Tánger. Su infancia va a estar marcada por la figura de su padre, un hombre cruel y borracho que pegaba a su madre, pasaba largas temporadas en la cárcel y llegó a matar, en un arrebato de ira, a su hermano pequeño. Chukri creció en este ambiente sórdido y sin esperanzas, machista y a la vez ultrarreligioso (esa religión que se difunde entre los pobres para que se resignen a su suerte esperando una recompensa en el más allá). Cuando intentaba razonar con su madre acerca de todo esto, se producían entre ambos diálogos como éste:

"Rezaba mucho, imploraba la ayuda de Allah y encendía velas en los mausoleos. Acudía también a las adivinas.
- La libertad, el trabajo y la buena suerte; todo lo dispone Allah y su Profeta - se lamentaba mi madre.
- Pero ¿por qué no nos concede Allah la misma suerte que a los demás? - le preguntaba yo.
- Sólo él lo sabe. Nosotros lo desconocemos todo, y tampoco sabemos preguntar. Él está por encima de todas las cosas."

Así pues, Chukri acabó escapando de su hogar esperando que las cosas le fueran mejor estando solo. Se vio mendigando por un Tánger mísero, gobernado por unos españoles que esperaban terminar quedándose con la posesión de la ciudad internacional, unos españoles que desprecian a sus súbditos musulmanes y fomentan únicamente el miedo al amo colonial. Tánger es un foco de miseria y a la vez de violencia. Por sus calles se pasean proxenetas, prostitutas y pederastas ávidos de experiencias con niños de la calle, como el propio protagonista. No hay ni un atisbo de piedad o de cariño en los recuerdos del autor, solo una existencia en bruto vivida con una especie de neblina permanente en la percepción de la realidad, como si estuviera permanentemente aturdido por un deseo de seguir sobreviviendo, pero sin otras metas, otros objetivos.

La escritura de El pan a secas es árida, sin artificios, tan dura y directa como los acontecimientos que narra. No parece haber en la novela intención alguna de denuncia. La denuncia surge por sí sola ante el estupor del lector frente a una vida cotidiana que por momentos parece emparentarse más con la de un animal guiado meramente por sus instintos que con la de un ser humano. Las peleas son tan brutales como corrientes y las relaciones amorosas están marcadas por un machismo feroz e incuestionable: 

""Tafersiti ya empezaba a comportarse como un hombre con una mujer". 
- Tienes suerte - le dije.
- ¿Por qué?
- Porque tienes una mujer a tu entera disposición y le pegas cuando quieras.
Halagado, sonrió:
- Tú también tendrás una mujer.
- Puede ser."

A veces la fortuna sonríe a los hombres de la manera más sorprendente. Chukri, que seguramente estaba destinado a ser engullido para siempre por la miseria de Tánger, aprendió a leer y a escribir en prisión y aprovechó la oportunidad de acudir a la escuela primaria en la hermosa ciudad de Larache. La educación y los libros le abrieron un mundo nuevo y unos años después su amigo Paul Bowles dio a conocer, traduciéndola al inglés, la novela que le daría la fama El pan a secas, que los propios marroquíes no pudieron leer, al menos legalmente, hasta el año 2000. Sin duda, como suele suceder en los regímenes autoritarios, los dirigentes temían a la verdad, a la realidad de la existencia cotidiana de muchos de sus conciudadanos, algo que casi siempre confuden conscientemente con esa palabra tan cómica, la impiedad.

EL MAYORDOMO (2013), DE LEE DANIELS. LO QUE QUEDA DEL SIGLO.

La carrera cinematográfica de Lee Daniels parece estar marcada por la obsesión de ajustarse a los gustos de los académicos de Hollywood, aquellos que designan todos los años las producciones que van a ser candidatas a los premios Oscar. Ya la publicidad que podemos ver en nuestras calles de El mayordomo lo deja claro: esta es la primera película del año que va a ser candidata a los Oscar. Si en su anterior obra, Precious, Daniels se decantaba por el drama de una muchacha que parecía estar tocada por todas las desgracias, en esta ocasión la apuesta es todavía más segura si cabe: el repaso de la historia estadounidense de la segunda mitad del siglo XX a través de los discretos ojos de un mayordomo que pasa gran parte de su vida trabajando en la Casa Blanca.

El visionado de El mayordomo remite continuamente a otras obras anteriores de exploración del pasado inmediato de Estados Unidos: Forrest Gump, de Robert Zemeckis, El color púrpura, de Steven Spielberg o Malcolm X, de Spike Lee, estas dos últimas dedicadas también a tratar el problema racial que tantos conflictos suscitó en aquellas décadas, lo cual hace que el espectador este asaltado de continuo por una molesta sensación de dejá vu, de fórmula mil veces vista, aunque la mirada de El mayordomo pretenda ser original. El protagonista, Cecil Gaines, nace en una plantación de algodón. Aunque la esclavitud había sido abolida hacía décadas, los trabajadores negros eran tratados como tales. Gaines fue educado como negro doméstico y aprendió a servir al hombre blanco, a quien debía ver siempre como un ser superior y después un golpe de fortuna le llevó a comenzar a ejercer su profesión en la mismísima Casa Blanca.

El primer presidente al que tiene que servir este mayordomo es Eisenhower, personaje interpretado por un sobrio Robin Williams, cuya presencia es simplemente testimonial. Kennedy (James Marsden) es presentado como el presidente de la esperanza, pero también como un joven desconcertado ante los acontecimientos (siempre hablamos de la historia del racismo en los Estados Unidos) que suceden a su alrededor y él parece incapaz de controlar, a pesar de su poder. Johnson ( Liev Schreiber) cuenta con la escena más extraña y escatológica del film. Nixon (un John Cussack que poco se parece al personaje histórico) adquiere protagonismo desde antes de ser presidente, aprovechando cualquier ocasión para hacer campaña, pero después lo vemos, en los días de su caída, como un borracho aislado entre las paredes de la Casa Blanca. Ronald Reagan (Alan Rickman) y su mujer Nancy (Jane Fonda) son desde luego clavados a la pareja presidencial original. Reagan aparece como un hombre más preocupado por caer bien en las distancias cortas que por dar auténticas soluciones a los problemas de sus ciudadanos (el film no tiene empacho en recordar el penoso episodio del rechazo a condenar el aparheid en Sudáfrica). Un hombre peligroso este Reagan, si es verdad lo que dicen respecto a que muchas de sus decisiones estaban influidas por los astrólogos a los que consultaba con frecuencia.

Las escenas relacionadas con la profesión de Cecil Gaines comparten protagonismo con la historia de su familia, sobre todo la de su hijo mayor, que representa el activismo y la lucha de la gente de color estadounidense en pos de sus derechos civiles. Gaines, aislado en su burbuja de servidumbre y relativo bienestar, tarda en comprender el sentido de esta lucha y condena la actitud de su hijo, que pasa, como muchos hicieron, del pacifismo de Luther King al activismo violento de los Panteras Negras, después del asesinato de éste. Desde luego lo mejor del film de Daniels es la denuncia de la impunidad con la que se seguía maltratando a los ciudadanos negros en fechas tan próximas a nuestro tiempo como los años sesenta y setenta. La escena de la cafetería es muy representativa a este respecto: la dignidad de unos ciudadanos que solo quieren tener los mismos derechos a ser atendidos en cualquier zona del establecimiento y el embrutecimiento de quienes se oponen a ello, alegando su superioridad racial. 

Respecto a la ya comentada actitud de Gaines ante los acontecimientos que suceden a su alrededor y de cuya interpretación en las más altas esferas es testigo privilegiado, su lema es siempre el mismo: ver, oír y callar. Esta profesionalidad casi inhumana de Gaines le emparenta con otro famoso mayordomo cinematográfico: el Stevens de Lo que queda del día, de James Ivory. El mayordomo británico era casi como un accesorio más de la mansión en la que habitaba y escuchaba las declaraciones de su amo de apoyo al nazismo sin inmutarse. Finalmente Gaines despierta y todo termina con una exaltación de la llegada de Barack Obama al poder, en una apología con la que estará encantado el actual presidente de los Estados Unidos. El mayordomo es una película entretenida, pero tópica, pues no aporta demasiadas novedades al panorama cinematográfico: al final todo acaba en una deificación del modo de vida americano. Si bien la nación tropieza repetidas veces, al final su fuerza es tal que la justicia acaba prevaleciendo. Y los señores que otorgan los Oscar no pueden ser insensibles a un mensaje tan grandioso. 

sábado, 19 de octubre de 2013

EL OLVIDO QUE SEREMOS (2005), DE HÉCTOR ABAD FACIOLINCE. CARTA AL PADRE.

Miren la foto. Un instante feliz inmortalizado en el tiempo. Héctor Abad, el escritor, junto a Héctor Abad, el médico. Su venerado padre. Este es precisamente el pasado que el autor colombiano quiere evocar en El olvido que seremos: la vida pura de su progenitor, asesinado en 1987 en Medellín por grupos paramilitares patrocinados por el gobierno y su relación con este hombre que fue para él un ejemplo constante de humanitarismo y lucha valiente por la causa de los más pobres. Es un libro que ha impresionado a prácticamente todos los compañeros del club de lectura de Cristóbal Cuevas, ante todo porque el ejercicio de la memoria, siendo una actividad profundamente humana, no siempre se ejercita con la sinceridad de Héctor Abad. A mí particularmente es la segunda parte del libro la que me ha parecido inolvidable. La primera, siendo absolutamente necesaria, no es más que una preparación para que el lector comprenda la profundidad de la herida que sufre su protagonista con el asesinato de su progenitor.

Aquí el artículo:

http://asociacioncristobalcuevas.blogspot.com.es/2013/10/el-olvido-que-seremos-de-hector-abad.html

GRAVITY (2013), DE ALFONSO CUARÓN. LA MUJER QUE CAYÓ A LA TIERRA.

A veces me pongo a imaginar cómo se sentirán los astronautas del futuro que viajen cada vez más lejos de la Tierra. Debe ser una sensación impresionante ver el planeta-hogar cada vez más alejado, hasta que se transforme en ese punto azul pálido del que hablaba Carl Sagan. Supongo que será algo excitante, pero también solemne. El espacio es tan vasto que solo puede engendrar una inmensa impresión de soledad en quien lo atraviesa. Las hazañas de los futuros tripulantes de naves espaciales serán equiparables a las de los antiguos navegantes que salían a explorar el océano con un destino incierto. Muchos no volvían, pero otros descubrían nuevas tierras y, con ellas nuevos recursos para quienes les financiaban. En Gravity los astronautas están a unos cuantos kilómetros en órbita sobre la Tierra. Nunca la pierden de vista, aunque son conscientes de su belleza a un nivel del que estamos privados la gran mayoría de nosotros. Desde ahí arriba nuestro planeta se ve como una extensión inmensa, pero limitada. Lo verdaderamente infinito es lo que lo rodea, el firmamento repleto de estrellas que nos enseñó Stanley Kubrick en 2001, una odisea del espacio, película con la que Gravity tiene muchos puntos en común.

El film de Alfonso Cuarón está concebido como una catarata de emociones directamente dirigidas al espectador. Lo primero que llama la atención es la apabullante belleza de su fotografía, esas imágenes de la Tierra con colores tan vívidos que constituyen un espectáculo en sí mismas. Después está la vocación realista del film, que pretende (desconozco hasta que punto, pues no soy un experto en astronaútica) que el argumento sea creíble y que todas las acciones de sus protagonistas tengan justificación científica. En el silencio del cosmos, la música es un elemento perfectamente integrado en la acción, sustituyendo a los inexistentes sonidos. Pero tratándose de un producto comercial, Gravity no puede conformarse con ser una bella postal y ofrece unas buenas dosis de suspense, con claros homenajes a la ya mencionada 2001 y a Alien, de Ridley Scott. Otra referencia sería Apolo XIII, de Ron Howard, con la que comparte su ambición hiperrealista, pero donde aquella era lenta y algo farragosa (debido a su obligación de narrar un hecho histórico con verosimilitud) la de Cuarón no ofrece respiro al espectador, confirmando que el autor de Hijos de los hombres es uno de los directores más interesantes del panorama actual.

Pero me gustaría centrarme en el personaje de Sandra Bullock, una actriz justamente infravalorada por ceñirse casi siempre al mismo tipo de papeles. Aquí cambia radicalmente su registro habitual para encarnar a una astronauta que andaba espiritualmente perdida antes de extraviarse en el espacio. Bien es cierto que su personaje no está definido hasta el punto de que el espectador pueda identificarse plenamente con ella, pues la película juega a rizar el rizo y le otorga a la doctora Ryan Stone el papel de representante de la raza humana, de sus logros, de sus fracasos y, ante todo, de su ambición de supervivencia. Stone está a punto de tirar la toalla en más de una ocasión pero parece que la visión de la madre Tierra, tan próxima, tan hermosa, le otorga nuevas fuerzas. La de su renacimiento es una de las escenas más espléndidas de los últimos años: simple y a la vez de una simbología profunda. Gravity es cine puro, para disfrutar en pantalla grande de una historia en la que el espacio actúa como un personaje más.

jueves, 17 de octubre de 2013

EL AMOR DE ERIKA EWALD (1904), DE STEFAN ZWEIG. LA OSCURA TEMPESTAD DEL AMOR.

En 1904, cuando Zweig publicó esta obra, la tempestad de la guerra parecía algo muy lejano para Europa. Las ciudades como Viena parecían seguir un ritmo intemporal, con su división estricta entre clases sociales y sus tradiciones inamovibles, personificadas en el emperador Francisco José. Pero bajo aquella apariencia de normalidad latían otras pulsiones mucho más íntimas, las que empezó a estudiar Sigmund Freud en aquella misma ciudad varias décadas antes. Stefan Zweig fue admirador del doctor Freud y mantuvo una copiosa correspondencia con él (y también le dedicó parte de su ensayo La curación por el espíritu), por lo que estaba al tanto de los nuevos descubrimientos de la hoy tan denostada ciencia del psicoánalisis.

El personaje principal de El amor de Erika Ewald es una muchacha muy discreta, pianista sin apenas vida social, cuya existencia familiar es un pozo de incomunicación. Su vida da un vuelco cuando se enamora de un violinista con quien ensaya frecuentemente. Quizá es algo tan etéreo como la música lo que consigue despertar sus adormecidos sentidos. Esta emoción es algo insólito para Erika y su espíritu parece desbordarse por una tentación desconocida y constante, día y noche. Sin duda su educación no la ha preparado para esto y se siente desorientada y sola, bajo la influencia cada vez mayor del ser amado. Pero el amor no es algo tan puro como ella debía imaginarse. Provoca angustia, porque contiene zonas oscuras que atraen y repelen al mismo tiempo. Es sin duda algo muy tentador. Y por tanto pecaminoso. Y entonces Erika recuerda el caso de aquella compañera de colegio que acabó entregándose a un hombre:

"Erika siempre se estremecía cuando pensaba en aquella muchacha por cuya vida había pasado el amor como una oscura tempestad; y la violenta resistencia de su interior era algo más que la prístina vergüenza de una muchacha inmaculada, que recelaba de algo desconocido, era la hermosa debilidad de un alma tierna y débil y tímida, que teme la vida sin más y su brutal fealdad."

Bajo el relato de Zweig late un constante tono amargo. Su protagonista no está programada para ser feliz, sino para cumplir la función asignada a las muchachas de su clase social: ser esposas sumisas y madres ejemplares. La pasión es algo reprobable, y ceder ante ella es una bajeza incalificable. Por eso termina cayendo en aquello que en su tiempo se denominaba histeria femenina y que Raquel Maines en La tecnología del orgasmo define como la simple expresión de una sexualidad femenina sujeta a represión y, por tanto insatisfecha. La única cura posible, por supuesto, es caer en la tentación, un Rubicón que la muchacha se decide a empezar a cruzar, aunque nunca sabremos si sería capaz de llegar a la otra orilla. Resulta curioso que en esa época ya estuvieran generalizados los vibradores femeninos (hay abundantes anuncios en la prensa de finales del XIX y principios del XX) y el tratamiento de la histeria mediante masajes vaginales. Pero eso es otra historia. Porque la de Erika Ewald es la de un amor frustrado por impuro.

miércoles, 16 de octubre de 2013

MÁS LIBROS LIBRES EN INNOVACIONG.

En estos días hemos participado en Innovaciong, un encuentro, patrocinado por el Ayuntamiento de Málaga, de asociaciones y organizaciones sociales. Más Libros Libres se ha presentado como lo que es: una librería que fomenta la cultura gratuíta y que está despertando un gran entusiasmo en grandes sectores de la ciudad. Dejo aquí el texto que se me encargó como base de la ponencia presentada como presentación de un proyecto que ya lleva muchos meses siendo realidad. Desde aquí les invito a que visiten la página web de la librería (http://maslibroslibres.wordpress.com/) y a que contribuyan con esta labor cultural y solidaria participando como socios del mismo. Aquí el texto:


“Erase una vez una librería…” Así comienzan la mayoría de los cuentos de hadas, esos que los abuelos todavía cuentan a los niños. Cuentos  que un su concepción original solían ser crueles, pero que nuestra sociedad ha ido edulcorando, para adaptarlos a nuestra sensibilidad. Pero nosotros no traemos a este foro un cuento de hadas, sino un relato realista, el relato de algo que al principio fue un sueño y que el esfuerzo de un grupo de personas ha convertido en una espléndida realidad. 

Más libros libres parte de una sencilla idea de Alberto Medina, que se hizo realidad gracias a sus esfuerzos combinados con los de la Asociación de Vecinos de Cruz de Humilladero y unos pocos voluntarios: fundar un espacio donde los libros estuvieran tan cercanos a la gente, que ésta podría entrar en un local acogedor, pasear entre ellos y llevarlos a casa gratuitamente. ¿En serio, gratuitamente? Sí, y sin compromisos de devolución.  Si existe un flechazo entre un futuro lector y un libro, lo mejor es que ambos prueben a convivir juntos en una relación sin fecha de caducidad. No estoy diciendo con esto que Más libros libres se asemeje a una agencia matrimonial, más bien se acercaría a la acertada definición de Ramón Gómez de la Serna: “Una librería es un andamiaje que se adquiere para edificar el futuro.”


Y es del futuro de lo que estamos hablando, sí, en una ciudad con unas aterradoras carencias culturales. Y es bueno que se diga en un foro como éste, de manera contundente y a la vez serena: Málaga necesita urgentemente que las administraciones se impliquen en la vida cultural de los barrios, que apoyen iniciativas como ésta, que hablan de tú a tú al ciudadano e intentan estimular su entusiasmo en el que quizá sea el más extraordinario invento del ser humano: la lectura. Pero Jorge Luis Borges lo expresó mucho mejor hace algunas décadas: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.”


Extender la imaginación y la memoria. ¿Pueden ustedes concebir una ocupación más apasionante? También nuestras maravillosas bibliotecas se ocupan de esta labor desde hace muchos años claro. Pero, como hemos apuntado nosotros favorecemos una relación más duradera entre libro y lector, estimulando en éste un vago sentimiento fetichista de posesión. Porque es bueno que en todos los hogares exista un pequeño espacio dedicado a una humilde biblioteca. Tampoco pretendemos que nadie llegue a los extremos de un visir persa del siglo X, que con el fin de no separarse de su colección de 117.000 volúmenes cuando viajaba, hacía que se los transportaran  en una caravana de cuatrocientos camellos adiestrados para marchar en orden alfabético.


 “Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma”, dejó dicho hace siglos el romano Cicerón. Que los niños crezcan rodeados de libros y se acostumbren desde pequeños a su presencia, estimulando de manera natural su curiosidad, que es la madre del conocimiento. Decía Juan Carlos Onetti, haciendo uso de una fina ironía: “Mala cosa fomentar la afición a la lectura entre los niños. Cuando los jóvenes lectores sean mayores estarán indefensos ante la vida, que es ágrafa, analfabeta  y audiovisual.”


Cuánta razón tenía el viejo Onetti. A los voluntarios nos gusta especialmente observar a los niños que entran en la librería tímidamente, de la mano de sus padres y miran fascinados hacia las estanterías dedicadas a la literatura infantil. Contemplar la forja de futuros lectores es la mejor remuneración a nuestro trabajo voluntario. Quien se aficiona desde pequeño a los libros se convertirá luego en un ciudadano crítico, capaz de pensamientos complejos, que no atenderá solo a los seductores requerimientos de los medios audiovisuales, impidiendo así lo que Javier Marías denomina, en un reciente artículo publicado en el diario El País, aletargamiento de las sociedades. La persona que lee habitualmente, difícilmente va a ser engañada por el poder.


En Más libros libres nos mueve el altruismo, pero también la pasión secreta de pasar tardes rodeados de libros, acogiendo la llegada de nuevos volúmenes, despidiendo a otros, a los que el azar ha otorgado un nuevo lector, con el que quizá inicie una relación larga y fructífera. Hablamos aquí de democracia local ¿qué puede ser más democrático que poner los libros a disposición del ciudadano? Colaboramos con bibliotecas, con librerías, con instituciones y con ciudadanos anónimos en esta misión que creemos imprescindible en la sociedad actual. Hacemos un humilde llamamiento a aquellas personas que quieran incorporarse como voluntarios, a aquellos que quieran donar libros (cualquier libro vale, ya que nosotros seguimos a rajatabla esa máxima del sabio Cervantes que dice que “no hay libro tan malo que no contenga algo bueno”), a aquellos que tengan algún local libre y quieran cedérnoslo por un precio simbólico…  Pero sobre todo queremos que nos visiten, que nos conozcan, que hablen de nosotros a sus amigos y familiares y estos a su vez también vengan a vernos.


Porque, y esto también es importante decirlo, Más libros libres no se conforma con ser una librería. Es también una asociación cultural que fomenta el contacto entre personas amantes de la letra impresa a través de la organización de clubes de lectura, de talleres de escritura, de conferencias, haciendo acto de presencia en todo tipo de actos, en mercadillos… Llevando los libros a la calle, en suma y haciendo trizas la idea de que la lectura es únicamente un acto individual. Que Málaga se llene de nuevos lectores, que gocen de la experiencia de vivir otras vidas, que sean por unas horas Alonso Quijano, Robinson Crusoe o Madame Bovary. Y al vivir otras vidas y sentir nuevas emociones, que se desarrolle su sentimiento de empatía, algo que es imprescindible para mejorar la cohesión social. Que los libros amortigüen la crisis que estamos padeciendo. Como decía Stendhal: “No hay desgracia en el mundo, por grande que sea, que un libro no ayude a soportar”.


Érase una vez una librería. Se llamaba Más libros libres. Y de este relato, surgieron infinitas historias.

lunes, 14 de octubre de 2013

LA INVENCIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS (2007), DE LYNN HUNT. EMPATÍA Y HUMANITARISMO.


Hoy día, afortunadamente, se habla mucho de derechos humanos y de su transcripción en las distintas constituciones nacionales como derechos fundamentales. Hay organizaciones internacionales muy populares, como Amnistía Internacional, que dedican sus esfuerzos a que la Declaración Universal de Derechos Humanos no sea únicamente una declaración de intenciones, sino un texto directamente aplicable a todos los habitantes de este planeta. Después de todo, la mayoría de nosotros podemos considerarnos afortunados de haber nacido en un país occidental en esta época en la que al menos la pena de muerte está en franco retroceso, no se tortura públicamente a los individuos y no existe la esclavitud. Al menos formalmente. Bien es cierto que queda mucho por hacer, pero si viajamos al siglo XVIII, donde comienza el libro de Hunt, podremos asomarnos a una sociedad con unos valores muy distintos a los actuales. En aquellos años todavía era habitual que se torturara al reo de un delito para que confesara (torturas que estaban perfectamente reglamentadas) y que, una vez condenado, se le ejecutara en público de la forma más atroz. La gente asistía a estas ejecuciones con un espíritu festivo, celebrando la contundencia de la justicia del rey y burlándose del prisionero. Solo intelectuales como Voltaire protestaban de manera contundente contra la tortura a través de escritos como Tratado sobre la tolerancia, que denunciaban una situación sobre la que había empezado a reflexionar el pueblo en la década de 1760. 

Pero la concienciación de las clases más bajas llegaría de una manera insospechada. Según la brillante tesis de Hunt, fueron novelas epistolares como Julia o la moderna Eloísa, de Jean Jacques Rousseau o Pamela, de Samuel Richardson las que hiceron el pequeño milagro de que la gente común comenzara a experimentar un sentimiento que hasta entonces solo se circunscribía al ámbito de las relaciones más cercanas: la empatía. La experiencia de la lectura de estas cartas ficticias tenía un efecto conmocionador en los sentimientos de los lectores: se producía una plena identificación con las protagonistas de las desgracias que se narraban en ellas y este sentimiento se extendía al resto del género humano. Poco a poco se iba comprendiendo que todo el mundo tiene unas aspiraciones a la felicidad parecidas. Este humanitarismo en ciernes se extendió también hacia la crueldad de la tortura judicial, pues lo que hasta ese momento era celebrado como justo poco a poco se va transformando en algo intolerable, porque el testigo había adquirido la capacidad de ponerse en el lugar del otro y se imaginaba sintiendo los mismos tormentos en sus propias carnes, utilizando la misma imaginación con la que se había compadecido de los personajes de las novelas antes citadas. Todo esto coincidía con una época de refinamiento social, de una mayor atención al conocimiento, en lo que había ido trabajando poco a poco el movimiento ilustrado: 

"Podría parecer exagerado asociar el hecho de sonarse la nariz con un pañuelo, encargar un retrato, escuchar música o leer una novela a la abolición de la tortura y la moderación del castigo cruel. Sin embargo, la tortura legalizada no desapareció simplemente porque los jueces renunciaran a ella o los escritores de la Ilustración se posicionasen en contra. La tortura desapareció porque el marco tradicional del dolor y la individualidad se deshizo y, poco a poco, dio paso a un nuevo marco en el que los individuos eran dueños de sus cuerpos, tenían derecho a su independiencia y a la inviolabilidad corporal, y reconocían en otras personas las mismas pasiones, sentimientos y compasión que ellos mismos albergaran."

El concepto de derechos del hombre procede de algo tan difuso como el derecho natural, un término que popularizó Hugo Grocio en 1625 entre los pensadores de la época. El derecho natural es algo que existe antes del derecho positivo, una especie de normativa perfecta que debería aplicarse como fundamento de la existencia de todos los hombres. De ahí derivó la expresión derechos del hombre, como un intento de que estos derechos naturales derivaran en algo tangible, unas normas universales que se basarían en la empatía y la compasión humanas, desterrando las relaciones de poder y los usos judiciales imperantes hasta entonces. La primera consecuencia moderna de todo esto fue la Declaración de Independencia de Estados Unidos, que pone énfasis en la igualdad, en la libertad y en la felicidad del género humano. Resulta paradójico que la monarquía francesa se endeudara para financiar la rebelión norteamericana contra el enemigo inglés y después este endeudamiento fuera una de las causas principales del malestar que derivó en la revolución francesa, de la que surgió casi de inmediato la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Después de la derrota de la Napoleón se produjo una reacción generalizada contra el concepto de derechos humanos, marcada por el auge del nacionalismo. El nacionalismo solía ser una doctrina excluyente, que sacrificaba los derechos individuales en pos del concepto de patria, una especie de madre por la que cada ciudadano tenía el deber de sacrificarse. Al dividirse Europa en una serie de Estados-nación surgieron nuevos conflictos, en parte derivados de las minorías étnicas que quedaban formando parte de estas nuevas entidades y que en muchas ocasiones eran discriminadas. Los nuevos Estados se cerraban sobre sí mismos, surgían las primeras leyes contra la inmigración y, lo que es peor, el racismo y la xenofobia adquirían un prestigio científico, surgiendo en su seno cientos de obras y panfletos que pretendían demostrar la preponderancia de unas naciones sobre otras, la superioridad de la raza blanca y la del hombre sobre la mujer:

 "El epítome del género racial se encuentra en la obra de Arthur de Gobineau "Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas" (1853-1855). Utilizando una mezcla de argumentos sacados de la arqueología, la etnología, la lingüistica y la historia, el diplomático y hombre de letras francés argumentó que la historia del género humano estaba determinada por una jerarquía racial de base biológica. En el nivel más bajo se hallaban las razas de piel oscura, que eran más animalescas, nada intelectuales e intensamente sensuales.; a continuación venían las razas amarillas, que eran apáticas y mediocres pero prácticas; y en lo más alto estaban los pueblos de raza blanca, que eran perseverantes, intelectualmente enérgicos e intrépidos y compaginaban "un instinto extraordinario del orden" con un "pronunciado gusto por la libertad". Dentro de la raza blanca imperaba la rama aria. "Todo lo grande, noble y fructífero de los trabajos del hombre en esta tierra, en la ciencia, el arte y la civilización, procede de los arios", fue la conclusión de Gobineau."

A través de toda esta basura teórica, que hacía fortuna en demasiados círculos intelectuales, se justificaba la esclavitud, el colonialismo y sembraba la semilla de nuevos conflictos. El pensamiento de Hitler, por ejemplo, es hijo de este clima intelectual, de estas apelaciones a la raza superior. Bien es cierto que estas ideas fueron en parte contrarrestradas por la pujanza de movimientos como el del abolicionismo, que acabó triunfando en casi todo el mundo en la segunda mitad del siglo XIX. Todo ello derivó en las dos guerras mundiales: la primera, provocada por las tensiones nacionalistas en Europa y la rivalidad imperialista en África. La segunda, como una especie de revancha de la primera, fundamentada en la superioridad de la raza aria que debía, según doctrina de Hitler, expandirse hacia el este aplastando a los eslavos inferiores y exterminar a los judíos, a los que no se consideraba seres humanos, sino parásitos. No es extraño que después de tanto espanto, el fin de la guerra coincidiera con un nuevo auge del movimiento por los derechos humanos, que derivó en la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que durante las últimas décadas se ha invocado repetidamente cada vez que una nación ha abusado de sus propios ciudadanos.

Aunque es evidente que, en las circunstancias actuales, el ideal de 1948 está todavía muy lejos de realizarse, sí que es cierto que se ha avanzado muchísimo. Desgraciadamente sigue habiendo guerras, abusos y limpieza étnica pero, como asegura Steven Pinker en el libro Los ángeles que llevamos dentro, el ser humano lleva siglos experimentando un descenso en la cultura de la violencia, aunque en ocasiones ésta vuelva a brotar de una manera brutal (después de unos siglos XVIII y XIX relativamente pacíficos en comparación con los anteriores, el siglo XX fue devastador en este sentido), algo muy esperanzador que se asocia al desarrollo de la empatía.

La invención de los derechos humanos es un ensayo lleno de ideas originales y muy bien desarrolladas. Personalmente, la que más me fascina es la capacidad de la literatura para realizar nada menos que la tarea de cambiar el cerebro humano y hacer germinar en él la idea de la compasión por el otro, por el diferente, por aquel que creíamos que nada tenía que ver con nosotros. Se trata de uno de los más hermosos ejemplos acerca de la misión de los libros de emancipar al género humano de dos formidables enemigos: la intolerancia y la superstición. 

domingo, 13 de octubre de 2013

EL HOMBRE Y LA BESTIA (1920), DE JOHN S. ROBERTSON. LAS TENTACIONES DE JEKYLL.

Al poco de publicarse la novela de Stevenson, las versiones teatrales de la misma la hicieron aún más popular. Con el nacimiento del cine, el doctor Jekyll fue uno de esos personajes literarios pioneros en asomarse al nuevo medio, hasta el punto de que cuando fue estrenada esta magnífica versión firmada por John S. Robertson, en años precedentes ya se habían rodado un par de obras homónimas.

Una de las características más insólitas de la narración del escritor escocés es que apenas aparecen mujeres en toda la acción y, cuando lo hacen, son irrelevantes para la trama. El cine no podía admitir esta carencia, por lo que en ésta y en posteriores obras la aparición de mujeres como protagonistas será la norma. Así también se explora una de las lagunas de la novela: cuáles eran los vicios reprimidos de Jekyll que Hyde practica por las noches. En El hombre y la bestia, la debilidad de Hyde son las mujeres de las llamadas de mala vida. Pero también hay otra mujer en la trama: la prometida del doctor, hija de un hombre presentado como de carácter libertino. De manera insólita es él quien incita a Jekyll indirectamente a probar su poción, puesto que lo tilda de mojigato y le invita a probar los placeres prohibidos de la existencia.

Uno de los mayores atractivos de la cinta es la interpretación de John Barrymore, que, sin efectos especiales de por medio, se vale solo de un poco de maquillaje para sus contundentes transformaciones de un atildado doctor Jekyll a un Mister Hyde que parece gozar de su instinto animal, de haber podido suprimir las barreras morales que nos impiden lanzarnos fervientemente a lo que más podamos desear en ese instante. Si el doctor Jekyll es un filántropo que dedica sus jornadas a la ayuda desinteresada a los demás, Hyde es puro instinto que usa las noches para procurarse placeres inmediatos. Todo puede resumirse en esa terrible escena, realizada con escasos medios y mucha imaginación en la que una araña con rostro humano avanza lentamente por la cama de Jekyll. En cualquier caso, El hombre y la bestia, dista mucho de ser la mejor versión cinematográfica de la novela de Stevenson, honor que le corresponde, a mi parecer, a Rouben Mamoulian. En el caso de Robertson, la gran interpretación de Barrymore y las buenas ideas visuales se ven algo lastradas por un montaje un tanto teatral, falto del dinamismo exigible a una historia como ésta. El aficionado al cine puede perdonar este pequeño lastre: nos hallamos en la edad heroica del séptimo arte y al parecer Robertson no era un director como Griffith o Murnau, que arriesgaban en cada producción experimentando con nuevos elementos. El impacto de film de Robertson está en la historia misma y el acierto de mostrar las dos caras de un mismo hombre marcado por sus tentaciones, un hombre que puede ser cualquiera de nosotros.

jueves, 10 de octubre de 2013

EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MISTER HYDE (1886), DE ROBERT LOUIS STEVENSON. DE LA PROFUNDA DUPLICIDAD DE LA VIDA.

La historia sobre la concepción de El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde es muy conocida. Según contaba el propio Stevenson, una de sus más importantes fuentes de inspiración eran una especie de duencillos nocturnos que intervenían en sus sueños. Una noche estaba teniendo una pesadilla y su mujer lo despertó. Él se enfadó muchísimo, porque estaba viviendo una historia muy interesante, digna de un gran relato de terror:

"...hacía mucho tiempo que estaba intentando escribir un cuento sobre el sentido profundo del doble ser del hombre. (...) Por dos días estuve exprimiéndome el cerebro para dar con alguna suerte de trama; y a la segunda noche soñé la escena de la ventana y la escena, posteriormente escindida en dos, en la que Hyde, perseguido por algún crimen, bebe la pócima..."

No obstante, con este par de imágenes que retuvo del sueño, empezó a hilvanar la novela que nos ocupa, mientras estaba enfermo en la cama. La primera versión del texto fue quemada por el propio Stevenson ante las críticas de su mujer, que echaba de menos el elemento simbólico en el mismo. La segunda versión, la que todos conocemos, fue escrita en tres días y obtuvo el visto bueno de su esposa. Aunque en las primeras semanas no tuvo éxito, una crítica muy favorable en el Times disparó las ventas y la fama de Stevenson acabó llegando a Estados Unidos, donde incluso se montó una versión teatral de la novela. Este fue el inicio de los cientos de versiones, tanto teatrales como cinematográficas que se han realizado de la obra y que tanto han ayudado a divulgarla a la vez que la despojaban, en más de una ocasión, de su auténtico espíritu.

Lo mejor es comenzar a leer El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde sin ideas preconcebidas, como si fuera la primera vez que tenemos noticia de estos personajes. Los primeros capítulos de la novela nos introducen de forma magistral en un misterio, para, una vez que éste se ha resuelto, dedicar los dos últimos a sendas crónicas subjetivas: la del doctor Lanyon y la del propio doctor Jekyll, en un tono mucho más reflexivo y filosófico. Entre las muchas interpretaciones que ha tenido la novela de Stevenson la más evidente - avalada por el propio autor - es que se trata de una metáfora del dualismo humano, un elemento siempre presente en nuestra naturaleza. El doctor Jekyll es un médico reconocido, de conducta intachable, pero que tiene deseos ocultos y reprimidos. A través de sus investigaciones consigue fabricar un compuesto químico que le permite transformarse en una versión amoral de sí mismo: Hyde. Hyde, mucho más pequeño que Jekyll es un ser de aspecto repulsivo a través del cual, el doctor da rienda suelta a esos placeres inconfesables sin tener luego remordimientos por haber experimentado lo prohibido. No obstante, en un determinado momento, llegará a no controlar su dualidad y tendrá que elegir entre la existencia como uno u otro ser. Stevenson refleja ese instante magistralmente: 

"Me percaté de que tenía que elegir entre uno y otro. Mis dos naturalezas tenían la memoria en común, pero todas las demás facultades estaban en su mayoría desigualmente repartidas entre ambas. Jeckyll (que era un compuesto), ora con la más exquisita aprehensión, ora con voraz deleite, proyectaba y compartía los placeres y aventuras de Hyde; pero a Hyde le era Jekyll indiferente, o sólo se acordaba de él como recuerda el bandido del monte la caverna en que se oculta de sus perseguidores. El interés de Jekyll era más grande que el de un padre; la indiferencia de Hyde era más grande que la de un hijo."

¿Es el doctor Jekyll un ser moral y bondadoso que se deja arrastrar por la tentación? Veamos lo que opina Vladimir Nabokov al respecto en su Curso de literatura europea:

"¿Es bueno Jekyll? No; es un ser compuesto, una mezcla del bien y del mal, un preparado consistente en un noventa y nueve por ciento de "jekyllina" y en uno por ciento de Hyde (...) así, en cierto modo, Mr. Hyde sería un parásito del doctor Jekyll... (...) La moral de Jekyll es escasa desde el punto de vista victoriano. Se trata de un ser hipócrita que oculta con esmero sus pequeños pecados. Es vengativo, pues no perdona al doctor Lanyon, con quien discrepa en cuestiones científicas. Es temerario. Tiene a Hyde mezclado con él, dentro de él. De este doctor Jekyll, mezcla de bien y de mal, el mal puede ser separado en forma de Hyde, que es un precipitado de mal puro, precipitado en el sentido químico, dado que algo del componente Jekyll permanece en estado latente, para horrorizarse de Hyde cuando Hyde entra en acción."

Así pues, Jekyll es un ser tan imperfecto como todos nosotros. Tiene una parte de naturaleza maligna - mínima - que logra concentrar en un solo ser, Hyde que, este sí, es mal puro. Se me ocurren muchos ejemplos semejantes de vidas intachables que ocultan el mal puro: santos religiosos que por las noches abusan de niños, políticos intachables con cuentas bancarias en Suiza, perfectos padres de familia que maltratan a sus mujeres... Es ideal que el relato de Stevenson se enmarque en la sociedad victoriana, dominada por unos valores puritanos a los que solo hay que rascar la superficie para descubrir su verdadera naturaleza. Esto nos puede remitir a interpretaciones un poco menos conocidas de la novela, que entroncan con el pensamiento marxista: Jekyll sería el representante de una clase burguesa que no se siente responsable del desamparo en el que viven las clases inferiores, representadas por un Hyde que es poco más que un animal, es decir un ser primitivo que no puede dominar sus instintos. Aunque Hyde es hijo de Jekyll, este niega que él tenga algo que ver en sus malas acciones, aunque lo utilice para procurarse una mejor vida sin mancharse personalmente las manos.

La novela de Stevenson tuvo grandes admiradores desde el mismo momento de su publicación: Gilbert K. Chesterton, Henry James, Vladimir Nabokov, Oscar Wilde... Puede rastraerse su influencia en numerosas obras posteriores, como en La metamorfosis, de Franz Kafka, cuyo comienzo nos remite a la escena en la que Jekyll se despierta en su cama y se horroriza cuando comprueba que sigue transformado en Hyde... Además en otros muchos aspectos El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde es hija de su época, una época en la que asistimos al nacimiento de la psicología como ciencia, en la que la lucha obrera está en plena ebullición, una época de luces y sombras, de grandes descubrimientos científicos y de enormes desigualdades sociales. Pero, sobre todo nos sirve como espejo de un tema que sigue de actualidad en nuestro tiempo: la doble moral.

LOS OVNIS ¡VAYA TIMO! (2005), DE RICARDO CAMPO. SOBRE COSAS QUE SE IMAGINAN EN EL CIELO.

Con la bendición del gran filósofo Mario Bunge, la colección ¡Vaya timo! de la editorial Laetoli es una de esas iniciativas que resultan imprescindibles en un país en el que los programas dedicados a la difusión de lo paranormal siguen contando con una importante audiencia. Aunque lleven décadas acercándose a los mismos temas sin aportar ni una sola prueba concluyente de la certeza de las afirmaciones que dejan caer de manera sensacionalista e irresponsable, sus patrocinadores nunca dan su brazo a torcer y siguen convenciendo a su audiencia de que hay que seguir creyendo en la magia de los temas relacionados con el misterio. Algo muy parecido sucede en nuestros kioskos de prensa, de los que soy visitante habitual. En la cada vez más menguada oferta de revistas de todo género, las que se dedican a los temas paranormales, siguen resistiendo, al parecer con buena salud.

Ricardo Campo, doctor en filosofía de la Universidad de La Laguna, es uno de esos pensadores racionales que creen que hay que combatir este tipo de supercherías con todos los medios disponibles. Y esta colección de libros divulgativos, orientados a un público adolescente, pero que pueden ser leídos por cualquier interesado en el estado de la cuestión, son un instrumento ideal para difundir un sano escepticismo, del que carece en general la sociedad. Y él es el autor ideal para hacerlo, ya que ha dedicado mucho tiempo a investigar que hay en realidad detrás de tantos testimonios acerca de presuntos visitantes del espacio.

Respecto a los ovnis, hay que empezar diciendo que ya no son lo que eran. Se trata de un tema que estuvo de plena actualidad en los años setenta y principios de los ochenta (los avistamientos eran prácticamente diarios en cualquier punto de la geografía) pero poco a poco su interés ha ido desinflándose, hasta hacerse acreedores de una atención marginal por parte de los medios de comunicación serios, aunque en internet (y en los kioskos, como ya he dicho más arriba) siga contando con numerosos seguidores o creyentes, como ellos mismos se denominan. No obstante, estos creyentes siguen reclamando atención y dando validez a cualquier testimonio que pueda avalar sus propias tesis, por muy disparatado que sea. Lo primero que hace Ricardo Campo en Los ovnis ¡Vaya timo! es poner en duda el valor de los testigos como pruebas acerca de la existencia de naves que llegan del espacio exterior a nuestro planeta. Casi la totalidad de estos avistamientos pueden ser explicados de manera racional: meteoritos, estrellas fugaces, el planeta Venus, pruebas de misiles u otros prototipos militares o simplemente bromistas, que no faltan en ningún lugar del mundo. Tampoco hay que descartar los falsos testimonios y las habituales exageraciones en las descripciones de hechos que suelen tener explicaciones muy prosaicas. No obstante, ante cualquier declaración insólita, venga de quien venga, aparecerá como por arte de magia el investigador de lo paranormal para hilvanar una historia fantástica a partir de la misma. No me resisto a reproducir un párrafo del libro, dedicado a la descripción del aspecto con el que suelen aparecer en televisión o en fotografías y a su estilo literario:

"El disfraz de investigador no se limita a la locuacidad paranormalista. Se complementa con detalles como un buen equipaje de campo, cuaderno de notas, cámara de fotos, brújula y el imprescindible chaleco sin mangas de dos mil bolsillos. No hay periodista ufológico o investigador paranormal que no se haya hecho una foto con él. Quien lo lleva parece un arqueólogo, aunque el universo intelectual de uno y otros se sitúe a años luz de distancia. También es conveniente adoptar un estilo de escritura ampuloso, poetizante, cursi hasta resultar repelente, para detallar un día de correrías por montes, cementerios e iglesias abandonadas, rellenar con invenciones lo que ignora, mezclar diversas historias o directamente plagiar fuentes que están como un cencerro."

De hecho, los comienzos del tema ovni no pueden ser más reveladores: uno de los primeros testimonios de avistamiento fue el de Keneth Arnold, que describió lo que contempló mientras volaba con su avioneta. Arnold se refirió a unos objetos voladores con forma de luna creciente que volaban erráticamente "como platos lanzados al agua". El periodista debió confundirse y escribió su crónica describiendo los objetos como "platillos volantes". La descripción hizo fortuna y a partir de entonces se produjeron miles de avistamientos de naves con esa forma geométrica. Otra prueba del efecto contagio que producen estos testimonios es la que recoge James Randi en Fraudes paranormales, cuando cuenta que acudió a un programa de radio y testimonió que la noche antes había presenciado un ovni en aquella misma ciudad, dando una pormenorizada descripción de lo que había visto. Al momento comenzaron a llegar llamadas de gente que aseguraba haber sido testigo de lo mismo que describía Randi. Sobran las palabras.

Uno de los personajes que más llama la atención en este circo que es el tema ovni es la figura del contactado. Como muchas personas viven la creencia en seres extraterrestres como una religión, no es extraño que surjan figuras que aseguren estar en contacto con seres de otros planetas y se inventen sorprendentes revelaciones por parte de éstos (hay que ver que métodos utilizan los sofisticados extraterrestres para comunicarse con nosotros) como que nuestro planeta está en peligro por la proliferación nuclear y que tenemos que querernos más unos a otros. Además, se organizan alertas ovni, una especie de actos sociales en los que se reunen los creyentes en un escenario esperando que aparezca alguna nave, como las fans que esperan horas que Justin Bieber se asome por la ventana de su hotel... Todo muy ridículo, pero capaz de movilizar a miles de personas en pos de una quimera que para muchos da sentido a sus vidas:  

"El mito de los ovnis reconforta, ofrece un sentido a la vida de sus creyentes, toda vez que las religiones tradicionales aparecen como un conjunto monolítico con poco espacio para las imaginaciones personales de sus devotos. Los contactados nos hablan del destino cósmico de nuestra especie, que compartimos con seres inteligentes originarios de otras galaxias."

Está en la naturaleza del ser humano, aferrarse a lo sobrenatural, a lo inexplicable buscando respuestas fáciles al sentido de nuestra existencia. Que lo de los ovnis es un mito lo demuestra el hecho de que, después de décadas de testimonios e investigaciones, no existe ni una sola prueba que avale su existencia. Pero hay que aferrarse a algo: a la religión, a las apariciones de la Virgen, a las caras Bélmez... La ciencia auténtica, que es lo único en lo que debemos creer es mucho más fascinante. Su paso suele ser lento, pero seguro y sus métodos son tan exigentes que, cuando asume una certeza, las pruebas de esa información están disponibles para cualquiera. En cualquier caso, es fascinante acercarse al mundo de la ufología, no desde un punto de vista científico, sino antropológico, como una más de esas creencias a las que a muchos les cuesta renunciar. 

martes, 8 de octubre de 2013

STASILAND (2003), DE ANNA FUNDER. LA VIDA DE LOS OTROS.

Ahí lo tienen. Kilómetros y kilómetros de expedientes dedicados a recoger la intimidad de los ciudadanos de la RDA. Durante cuarenta años la Stasi actuó como el Gran Hermano de la novela de Orwell. Anna Funder escribe este ensayo imprescindible acudiendo a archivos, a museos y a lugares históricos pero, sobre todo, hablando con la gente, con personas que acababan de vivir situaciones tan surrealistas como terribles gracias a un sistema cuya principal misión parecía ser la de proteger a sus ciudadanos contra las tentaciones del imperialismo occidental.

Aquí el artículo:



En 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Alemania quedó dividida en dos zonas. En el este se fundó la República Democrática Alemana, un Estado de ideología comunista patrocinado por la Unión Soviética. Berlín también quedó dividida y en 1961 el gobierno del este erigió un muro para impedir el paso de personas entre las dos áreas. Durante cuarenta años, la RDA dirigió el destino de dieciséis millones de alemanes a través de un sistema férreamente totalitario e intolerante con el disidente. El brazo ejecutor de esta política de represión era la tristemente famosa Stasi, el servicio de inteligencia que se ocupaba de la seguridad interior y exterior del país. Conocemos esta parte de la historia, pero asomarse a la intrahistoria del país, indagar en las vidas de los ciudadanos a los que le tocó padecer este régimen es la mejor manera conocer la auténtica esencia de la RDA. Y este es el propósito de Stasiland.

La técnica que utiliza Anna Funder a la hora de abordar su libro es la del reportaje. Ella viaja a Berlín y a Leipzig en 1996, siete años después de la caída del muro y se dedica a indagar qué ha quedado del régimen comunista. Y pronto advierte que la mejor fuente de información no son los archivos ni los libros de historia, sino las personas, una buena parte de las cuales arrastran historias dolorosas, provocadas por un Estado que dedicaba ingentes medios al espionaje de sus propios ciudadanos.

Aunque es imposible efectuar un cálculo exacto, se estima que en la RDA había un empleado o confidente de la Stasi por cada cincuenta ciudadanos. Otros estudios elevan esa proporción a un confidente cada siete ciudadanos. Las relaciones personales eran difíciles, puesto que existía la permanente sospecha de que cualquiera podía ser uno de ellos, por lo que siempre había tener sumo cuidado en la conversaciones con extraños e incluso con personas conocidas. La Stasi tenía tendencia a reclutar gente en todos los ámbitos sociales para hacer realidad su ambición orwelliana de controlar todos los detalles de la vida cotidiana de todos sus ciudadanos. Lo único que no fue capaz de averiguar fue precisamente el fin del comunismo, por lo que su extenso aparato fue derribado estrepitosamente en pocas semanas.

En Stasiland, Anna Funder recoge testimonios estremecedores: jóvenes a las que se reprimía y se les impedía trabajar por tener relaciones sentimentales con un extranjero, otros que iban a parar a la terrible prisión de Hohenschönhausen por sus intenciones de emigrar al extranjero y, lo más pavoroso de todo, las declaraciones de antiguos miembros de la Stasi que no se arrepienten de nada y siguen arremetiendo contra sus propios compatriotas, a los que aseguran haber protegido del imperialismo. Como sucede con el franquismo en España, la transición alemana apenas depuró a los elementos más criminales del antiguo régimen. Quizá porque, en este caso, la lista de implicados hubiera abarcado la mitad del país. Sí se condenó al anciano Erich Mielke, que durante décadas fue el máximo responsable de la Stasi. También a Erich Honecker, máximo responsable de los destinos de la RDA, protagonista de anécdotas tan surrealistas como la que cuenta uno de los entrevistados:

“Íbamos a ciudades donde los edificios de la calle principal estaban pintados solo hasta la mitad. La parte de arriba era hormigón a pelo. (…) Era porque cuando venía Honecker, esa era la altura hasta donde veía desde el asiento trasero de su limusina. ¡La pintura no les llegaba para pintar hasta arriba!” 

La existencia de tantos confidentes hacía que la Stasi a veces se viera desbordada por el volumen de la información que manejaba y el número de confidentes que trabajaban para ella. En una nota de 1989, un joven teniente alertaba a sus superiores del hecho de que había tantos confidentes infiltrados en los grupos eclesiásticos opositores que cuando se manifestaban hacían parecer estos grupos mucho más fuertes de lo que en realidad eran. Una hermosa paradoja en una sociedad llena de ellas: cuando, también en 1989, un gran grupo de ciudadanos asaltó el edificio de la Stasi, los guardias de la entrada les requirieron su identificación a los manifestantes. Estos sacaron obedientemente sus documentos de identidad, los enseñaron y, seguidamente, tomaron pacíficamente el edificio. Resulta fácil imaginar que, rizando el rizo, el propio Mielke estuviera siendo espiado por sus propios subordinados y al final le llegaran informes de su propia vida, en una situación que hubiera hecho las delicias de escritores como Joseph Conrad o Gilbert K. Chesterton:

“Creo que al final la Stasi tenía tanta información (…) que pensaba que todo el mundo era enemigo porque todo el mundo estaba vigilado. No creo que supiesen quién estaba con ellos, contra ellos o si todo el mundo callaba sin más. (…) Cuando me encuentro ante un expediente sobre una familia a la que estuvieron vigilando en el salón de su casa durante veinte años, no me queda más que preguntarme: ¿qué clase de gente puede querer poseer tantos conocimientos?”

Con Stasiland, Anna Funder ha realizado un trabajo fascinante de evocación de una memoria que muchos quisieran dejar atrás. Un trabajo que no solo tiene valor histórico, sino también literario y que se hizo justamente acreedor de numerosos premios.