Con la bendición del gran filósofo Mario Bunge, la colección ¡Vaya timo! de la editorial Laetoli es una de esas iniciativas que resultan imprescindibles en un país en el que los programas dedicados a la difusión de lo paranormal siguen contando con una importante audiencia. Aunque lleven décadas acercándose a los mismos temas sin aportar ni una sola prueba concluyente de la certeza de las afirmaciones que dejan caer de manera sensacionalista e irresponsable, sus patrocinadores nunca dan su brazo a torcer y siguen convenciendo a su audiencia de que hay que seguir creyendo en la magia de los temas relacionados con el misterio. Algo muy parecido sucede en nuestros kioskos de prensa, de los que soy visitante habitual. En la cada vez más menguada oferta de revistas de todo género, las que se dedican a los temas paranormales, siguen resistiendo, al parecer con buena salud.
Ricardo Campo, doctor en filosofía de la Universidad de La Laguna,
es uno de esos pensadores racionales que creen que hay que combatir este
tipo de supercherías con todos los medios disponibles. Y esta colección
de libros divulgativos, orientados a un público adolescente, pero que
pueden ser leídos por cualquier interesado en el estado de la cuestión,
son un instrumento ideal para difundir un sano escepticismo, del que
carece en general la sociedad. Y él es el autor ideal para hacerlo, ya que ha dedicado mucho tiempo a investigar que hay en realidad detrás de tantos testimonios acerca de presuntos visitantes del espacio.
Respecto a los ovnis, hay que empezar diciendo que ya no son lo que eran. Se trata de un tema que estuvo de plena actualidad en los años setenta y principios de los ochenta (los avistamientos eran prácticamente diarios en cualquier punto de la geografía) pero poco a poco su interés ha ido desinflándose, hasta hacerse acreedores de una atención marginal por parte de los medios de comunicación serios, aunque en internet (y en los kioskos, como ya he dicho más arriba) siga contando con numerosos seguidores o creyentes, como ellos mismos se denominan. No obstante, estos creyentes siguen reclamando atención y dando validez a cualquier testimonio que pueda avalar sus propias tesis, por muy disparatado que sea. Lo primero que hace Ricardo Campo en Los ovnis ¡Vaya timo! es poner en duda el valor de los testigos como pruebas acerca de la existencia de naves que llegan del espacio exterior a nuestro planeta. Casi la totalidad de estos avistamientos pueden ser explicados de manera racional: meteoritos, estrellas fugaces, el planeta Venus, pruebas de misiles u otros prototipos militares o simplemente bromistas, que no faltan en ningún lugar del mundo. Tampoco hay que descartar los falsos testimonios y las habituales exageraciones en las descripciones de hechos que suelen tener explicaciones muy prosaicas. No obstante, ante cualquier declaración insólita, venga de quien venga, aparecerá como por arte de magia el investigador de lo paranormal para hilvanar una historia fantástica a partir de la misma. No me resisto a reproducir un párrafo del libro, dedicado a la descripción del aspecto con el que suelen aparecer en televisión o en fotografías y a su estilo literario:
"El disfraz de investigador no se limita a la locuacidad paranormalista. Se complementa con detalles como un buen equipaje de campo, cuaderno de notas, cámara de fotos, brújula y el imprescindible chaleco sin mangas de dos mil bolsillos. No hay periodista ufológico o investigador paranormal que no se haya hecho una foto con él. Quien lo lleva parece un arqueólogo, aunque el universo intelectual de uno y otros se sitúe a años luz de distancia. También es conveniente adoptar un estilo de escritura ampuloso, poetizante, cursi hasta resultar repelente, para detallar un día de correrías por montes, cementerios e iglesias abandonadas, rellenar con invenciones lo que ignora, mezclar diversas historias o directamente plagiar fuentes que están como un cencerro."
De hecho, los comienzos del tema ovni no pueden ser más reveladores: uno de los primeros testimonios de avistamiento fue el de Keneth Arnold, que describió lo que contempló mientras volaba con su avioneta. Arnold se refirió a unos objetos voladores con forma de luna creciente que volaban erráticamente "como platos lanzados al agua". El periodista debió confundirse y escribió su crónica describiendo los objetos como "platillos volantes". La descripción hizo fortuna y a partir de entonces se produjeron miles de avistamientos de naves con esa forma geométrica. Otra prueba del efecto contagio que producen estos testimonios es la que recoge James Randi en Fraudes paranormales, cuando cuenta que acudió a un programa de radio y testimonió que la noche antes había presenciado un ovni en aquella misma ciudad, dando una pormenorizada descripción de lo que había visto. Al momento comenzaron a llegar llamadas de gente que aseguraba haber sido testigo de lo mismo que describía Randi. Sobran las palabras.
Uno de los personajes que más llama la atención en este circo que es el tema ovni es la figura del contactado. Como muchas personas viven la creencia en seres extraterrestres como una religión, no es extraño que surjan figuras que aseguren estar en contacto con seres de otros planetas y se inventen sorprendentes revelaciones por parte de éstos (hay que ver que métodos utilizan los sofisticados extraterrestres para comunicarse con nosotros) como que nuestro planeta está en peligro por la proliferación nuclear y que tenemos que querernos más unos a otros. Además, se organizan alertas ovni, una especie de actos sociales en los que se reunen los creyentes en un escenario esperando que aparezca alguna nave, como las fans que esperan horas que Justin Bieber se asome por la ventana de su hotel... Todo muy ridículo, pero capaz de movilizar a miles de personas en pos de una quimera que para muchos da sentido a sus vidas:
"El mito de los ovnis reconforta, ofrece un sentido a la vida de sus creyentes, toda vez que las religiones tradicionales aparecen como un conjunto monolítico con poco espacio para las imaginaciones personales de sus devotos. Los contactados nos hablan del destino cósmico de nuestra especie, que compartimos con seres inteligentes originarios de otras galaxias."
Está en la naturaleza del ser humano, aferrarse a lo sobrenatural, a lo inexplicable buscando respuestas fáciles al sentido de nuestra existencia. Que lo de los ovnis es un mito lo demuestra el hecho de que, después de décadas de testimonios e investigaciones, no existe ni una sola prueba que avale su existencia. Pero hay que aferrarse a algo: a la religión, a las apariciones de la Virgen, a las caras Bélmez... La ciencia auténtica, que es lo único en lo que debemos creer es mucho más fascinante. Su paso suele ser lento, pero seguro y sus métodos son tan exigentes que, cuando asume una certeza, las pruebas de esa información están disponibles para cualquiera. En cualquier caso, es fascinante acercarse al mundo de la ufología, no desde un punto de vista científico, sino antropológico, como una más de esas creencias a las que a muchos les cuesta renunciar.
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