Al poco de publicarse la novela de Stevenson, las versiones teatrales de la misma la hicieron aún más popular. Con el nacimiento del cine, el doctor Jekyll fue uno de esos personajes literarios pioneros en asomarse al nuevo medio, hasta el punto de que cuando fue estrenada esta magnífica versión firmada por John S. Robertson, en años precedentes ya se habían rodado un par de obras homónimas.
Una de las características más insólitas de la narración del escritor escocés es que apenas aparecen mujeres en toda la acción y, cuando lo hacen, son irrelevantes para la trama. El cine no podía admitir esta carencia, por lo que en ésta y en posteriores obras la aparición de mujeres como protagonistas será la norma. Así también se explora una de las lagunas de la novela: cuáles eran los vicios reprimidos de Jekyll que Hyde practica por las noches. En El hombre y la bestia, la debilidad de Hyde son las mujeres de las llamadas de mala vida. Pero también hay otra mujer en la trama: la prometida del doctor, hija de un hombre presentado como de carácter libertino. De manera insólita es él quien incita a Jekyll indirectamente a probar su poción, puesto que lo tilda de mojigato y le invita a probar los placeres prohibidos de la existencia.
Uno de los mayores atractivos de la cinta es la interpretación de John Barrymore, que, sin efectos especiales de por medio, se vale solo de un poco de maquillaje para sus contundentes transformaciones de un atildado doctor Jekyll a un Mister Hyde que parece gozar de su instinto animal, de haber podido suprimir las barreras morales que nos impiden lanzarnos fervientemente a lo que más podamos desear en ese instante. Si el doctor Jekyll es un filántropo que dedica sus jornadas a la ayuda desinteresada a los demás, Hyde es puro instinto que usa las noches para procurarse placeres inmediatos. Todo puede resumirse en esa terrible escena, realizada con escasos medios y mucha imaginación en la que una araña con rostro humano avanza lentamente por la cama de Jekyll. En cualquier caso, El hombre y la bestia, dista mucho de ser la mejor versión cinematográfica de la novela de Stevenson, honor que le corresponde, a mi parecer, a Rouben Mamoulian. En el caso de Robertson, la gran interpretación de Barrymore y las buenas ideas visuales se ven algo lastradas por un montaje un tanto teatral, falto del dinamismo exigible a una historia como ésta. El aficionado al cine puede perdonar este pequeño lastre: nos hallamos en la edad heroica del séptimo arte y al parecer Robertson no era un director como Griffith o Murnau, que arriesgaban en cada producción experimentando con nuevos elementos. El impacto de film de Robertson está en la historia misma y el acierto de mostrar las dos caras de un mismo hombre marcado por sus tentaciones, un hombre que puede ser cualquiera de nosotros.
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