Una de las características más destacadas de la Segunda Guerra Mundial es que se trató del primer conflicto (con la salvedad de la Guerra Civil española, auténtico campo de pruebas en este sentido), en el que el arma aérea adquirió plena autonomía y empezó a ser capaz de golpear el territorio enemigo de manera continuada. Si bien fueron los alemanes los primeros en bombardear ciudades en el sur de Inglaterra, preferentemente Londres, con la llegada de los primeros aviones estadounidenses, en el año 1942, se empezó a planificar la ofensiva contra territorio alemán, en busca de una supremacía aérea que ofreciera a los Aliados el necesario control de los cielos para un futuro desembarco en suelo europeo.
A diferencia de los británicos, que no tenían problema en utilizar la táctica del bombardeo indiscriminado sobre ciudades, preferentemente de noche, los americanos - que poseían instrumentos de precisión en sus aviones - optaron por el bombardeo diurno de objetivos estratégicos muy concretos: industria, emplazamientos militares, aeródromos o bases de submarinos. Las primeras actuaciones fueron desalentadoras, perdiéndose una cantidad inasumible de bombarderos y pilotos. La defensa alemana estaba planteada como una barrera formidable de cañones antiáreos en apoyo de unos cazas cuyos pilotos estaban mucho más experimentados en el combate aéreo real que sus contendientes. Harían falta muchos meses de ensayo y error en una terrible guerra de desgaste para que la balanza fuera decantándose del lado de los Aliados, ya que muchas de las primeras misiones fueron empresas casi suicidas en las que se perdían terribles porcentajes de pilotos.
Los amos del aire no se centra solo en la historia militar, sino que describe de manera muy realista la experiencia de unos pilotos que se enfrentaban a una muerte casi cierta cada vez que ponían rumbo a territorio alemán, dado que el número de misiones necesarias para volver a casa solo era alcanzado por una mínima parte de los tripulantes, sobre todo en los primeros años. El servicio en las fortalezas era muy singular, puesto que se pasaban unas horas de extremo peligro a cambio de tener disponibles las comodidades de la base y las escapadas a Londres, frente al soldado de infantería que tiene que adaptarse todo el tiempo al terreno de batalla. Poco a poco fueron abandonándose los principios morales en pos de quebrar la resistencia de los alemanes y ya en la última parte de 1944 y 1945 los ataques se hicieron más indiscriminados si cabe, importando poco las bajas civiles:
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