"Tuve la impresión de que había sido por aquello por lo que había ido allí; para despertar al amanecer en una ladera y contemplar un mundo para el que no tenía palabras, para empezar desde el principio, sin palabras y sin ningún plan previsto, en un sitio que aún no contenía para mí ningún recuerdo."
En su vagabundeo de norte a sur Lee tuvo la oportunidad de conocer un país que, pese a hallarse en pleno régimen republicano, acusaba todavía un primitivismo propio de tiempos muy remotos, sobre todo en los lugares más apartados. Pronto comprobó el éxito que tenía en esos lugares como violista aficionado. La llegada de un poco de música a través de un instrumento tan sofisticado podía resultar una especie de ensalmo que los llevaba por unos instantes a un mundo desconocido pleno de belleza. Algunos intentaban acompañar la música a través de sus propios bailes:
"La chica enderezó el cuerpo, los muchachos cogieron unas cucharas y empezaron a golpearse con ellas las rodillas, y la mujer se levantó e inició un zapateado que levantó grandes nubes de polvo a mi alrededor. El anciano, que no quería ser menos, abandonó las sombras, se puso en posición y miró a la mujer. Doña María toda carne, él delgado como una paja, iniciaron juntos un baile de lucha implacable, mientras los muchachos aporreaban con las cucharas, la mujer gritaba "¡Ja!" y las gallinas se escondían cacareando debajo de la mesa."
Poco a poco el autor se va enamorando de nuestro país, de sus contrastes, de la vida tan diferente que se da en pueblos y en ciudades y de la geografía tan abrupta y tan difícil para la supervivencia que se da en amplias zonas del mismo, una nación en la que, para salir adelante tienes que "luchar como un león" en el día a día, tal y como le comenta un labrador que encuentra en su camino. Después de unos meses, Lee llega a la Costa del Sol, un lugar que describe como "olvidado del mundo" y habitada por "gente flaca, que odiaba el mar y que maldecía el lugar que ocupaba al sol". El contraste con lo que sucedería allí tres décadas después es absolutamente brutal. También tiene tiempo de pasear unos días por mi ciudad natal:
"Yo esperaba, por su nombre, que Málaga fuese una especie de bastión torreado, mitad sarraceno, mitad pirata-corsario. En vez de eso me encontré con una ciudad desordenada sobre las riberas de un río seco, con un puerto comercial moderno, las calles llenas de cafés y bares míseros y cuyo mejor edificio era la oficina de correos."
Al final el escritor encontró un sitio ideal donde establecerse, Almuñécar, que en aquellos días ofrecía un aspecto irreconocible como mísera aldea de pescadores. Allí Lee pudo constatar, en su auténtica dimensión, las tensiones políticas que llegaban hasta el último rincón del país y que acabarían derivando en un violento conflicto. A pesar de ser evacuado en el último momento por un buque británico, el poeta quiso volver: la guerra que acababa de estallar en un territorio que ya consideraba suyo le tocaba la fibra más íntima. Y lo hizo en diciembre del año siguiente, cuando cometió la locura de cruzar a pie los Pirineos para unirse al ejército republicano.
Sus peripecias bélicas no empezaron con buen pie, puesto que fue considerado un espía del bando contrario y a punto estuvo de ser fusilado en dos ocasiones. Luego se encontró con que la guerra es ante todo una larga espera, primero en Figueras, luego en Albacete y finalmente en Tarazona. Junto a otros voluntarios extranjeros que ansiaban entrar en combate, descubrió la falta de organización de los republicanos, sus conflictos internos y la poca profesionalidad que abundaba en los mandos, guiados más por consignas políticas que por doctrinas militares modernas. Lee pudo estar bajo el fuego durante algunos días en las últimas fases de la batalla de Teruel, después de una experiencia un tanto surrealista en Madrid. Aunque algunos de los episodios que cuenta resultan un tanto novelescos, Un instante en la guerra sigue siendo un valioso testimonio por la visión que ofrece de la vida cotidiana de los miembros del ejército republicano. En cualquier caso, la obra de Laurie Lee, un auténtico enamorado de España, sirve ante todo como retrato de un país de historia desgraciada y de acusados contrastes:
"España era un país desaprovechado de tierra abandonada, gran parte de ella propiedad de un puñado de hombres, algunas de cuyas enormes fincas apenas se habían reducido desde los tiempos del Imperio Romano. Los campesinos podían trabajar aquella tierra por un chelín al día, tal vez durante un tercio del año, luego pasaban hambre. Era esa simple incongruencia lo que ellos tenían la esperanza de corregir; eso y despejar un poco el aire, tal vez recuperar la dignidad, derribar las barreras de la ignorancia que aún se alzaban tan altas como los Pirineos.
(...) Los hombres tenían la esperanza de que sus esposas pudiesen verse libres de las tres rutinas de la Iglesia: credulidad, sentimiento de culpa y confesión; que sus hijos pudiesen ser artesanos en vez de siervos, sus hijas ciudadanas en vez de putas domésticas y que pudiesen oír a sus hijos regresar a casa al final del día de escuelas de nueva construcción para asombrarles con nuevas pruebas de conocimiento.
Todo ello se podía llevar a cabo entonces por la acción del gobierno y por el proceso pacífico de la ley. No había nada que lo impidiera. Salvo aquella minoría poderosa que prefería que antes de eso el país muriera desangrado."
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