Las películas mudas del periodo de Weimar, una de las fuentes seminales del cine, tienen un aire especial, una expresividad en sus protagonistas que cobra singular importancia, ya que no pueden hablar y a veces los carteles explicativos no bastan para mostrar en pantalla todos los matices de un sentimiento o de una acción. Pero igualmente importante es el ambiente en el que se desarrollan las historias, en esta ocasión en un pueblo de aspecto siniestro que es visitado por un personaje serio y de mirada profunda. Se trata de la mismísima Muerte, que necesita un terreno junto al cementerio municipal para ampliar sus actividades. La Muerte encuentra a una pareja de recién casados y se lleva al joven. La mujer no puede aceptar el fin repentino de una felicidad que acaba de comenzar (la muerte ataca a todos, a veces en el momento en el que menos se la espera) y el siniestro personaje, que declara estar cansado de su misión de traer malas noticias a la humanidad, ofrece una oportunidad a la joven: debe evitar al menos uno de tres fallecimientos que están inevitablemente previstos, vidas simbólicamente representadas en la luz de tres frágiles velas.
Las misiones de la protagonista se van a dar en tres épocas y ámbitos distintos: Oriente Medio, Venecia y China. Tan variados escenarios sirven para mostrar lugares exóticos que sin duda estimularían la imaginación del público de la época, un mundo lleno de luces y sombras, pero también de colorido, buscando ofrecer ante todo una de las primeras muestras de la belleza que puede conseguir el arte cinematográfico, con un uso muy meritorio de los efectos especiales.
Acercarse a Las tres luces hoy en día no constituye solo un ejercicio de curiosidad cinematográfica para contemplar los comienzos de uno de los directores más importantes de la historia del cine. La película posee valores propios, hace un uso magistral de los elementos simbólicos e intenta hacer llegar al espectador el mensaje de que el amor es más fuerte que la muerte. Además, el filme contribuyó a la vocación de un joven Luis Buñuel, tal y como cuenta en sus memorias:
"Fue al ver Der müde Tod cuando comprendí sin la menor duda que yo quería hacer cine. No me interesaron las tres historias en sí, sino el episodio central, la llegada del hombre del sombrero negro —en seguida supe que se trataba de la Muerte— a un pueblo flamenco, y la escena del cementerio. Algo que había en aquella película me conmovió profundamente, iluminando mi vida."
No puedo dejar pasar la ocasión de incluir el famoso poema de Quevedo, Amor más poderoso que la muerte:
. Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,y podrá desatar esta alma míahora a su afán ansioso lisonjera:mas no, de esa otra parte, en la ribera,dejará la memoria, en donde ardía:nadar sabe mi alma el agua fría,y perder el respeto a ley severa.Alma, a quien todo un dios prisión ha sido,venas, que humor a tanto fuego han dado,medulas, que han gloriosamente ardido,su cuerpo dejará, no su cuidado;serán ceniza, mas tendrán sentido;polvo serán, mas polvo enamorado.
Ha de estar muy interesante, tomo nota. Un abrazo
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