sábado, 6 de febrero de 2021

LA TAPADERA (1976), DE MARTIN RITT. PRINCE, OTRO PACIENTE DE LA INQUISICIÓN.

La presidencia de Donald Trump, felizmente terminada este año, ha sido uno de los puntos más oscuros de la democracia estadounidense en cuanto a la puesta en peligro de derechos y libertades ciudadanas, pero no ha sido ni mucho menos la única crisis que ha sufrido en su larga historia. Uno de los episodios más siniestros se produjo en el punto más álgido de la Guerra Fría, cuando el senador Joseph McCarthy auspició, durante la primera mitad de los años cincuenta, la persecución de cualquier disidente de izquierdas en el ámbito artístico, particularmente en el cine. Cualquier persona señalada por el Comité de actividades antiestadounidenses se convertía de inmediato en un apestado para los estudios y dejaba de recibir encargos por parte de éstos. Los guionistas al menos podían sortear este veto enviando sus trabajos bajo seudónimo o a través de terceras personas. Este fue el caso del genial Dalton Trumbo y es el argumento principal de esta película.

Howard Prince, el protagonista, es un perdedor que sobrevive trabajando como cajero en una cafetería. Un día recibe la visita de su amigo Alfred Miller, un exitoso guionista de izquierdas que se encuentra vetado por sospechoso de comunismo. Propone a Howard hacerse pasar por guionista y vender sus trabajos a varios estudios de televisión. Éste acepta rápidamente, entre otras cosas porque ve en esta situación la oportunidad de convertirse en el hombre prestigioso que no es, la de transformarse en alguien mucho mejor que él mismo. Pronto su nuevo estatus va a ser como una droga e incorporará a varios escritores más a sus servicios. Aquí el talento de Woody Allen es aprovechado muy bien en un papel que le va como anillo al dedo: el de pícaro simpático que es capaz de convencer a los responsables de los estudios de que él es el autor de textos que ni siquiera ha leído y comenzar una relación amorosa aprovechando su nueva posición. Howard se convierte en un experto en contestar con evasivas a cualquier cuestión referente a sus guiones y sus interlocutores no llegan a sospechar de él, más bien tachan a Prince de excéntrico.

Aunque a primera vista tenga un tono ligero, La tapadera es una de las más contundentes críticas realizadas desde el cine a un sistema que arruinó muchas carreras arremetiendo directamente contra la más básicas libertades de expresión y pensamiento. Uno de sus personajes más interesantes es Zero Mostel, un humorista de mucho éxito al que se le descubre cierto pasado izquierdista y al que se le insinúa que su única posibilidad de redimir su carrera consiste en desvelar a otros simpatizantes comunistas, para probar que es un buen ciudadano. Algo muy propio de los sistemas inquisitoriales, que no se conforman con hundir la vida de un individuo, sino que se sienten obligados a sacar todo su jugo a sus prisioneros obligándoles que delaten a otras personas. Todo sea por el bien de la religión o de su propia idea de nación. El final de la película es tan emocionante como lo que nos desvelan los créditos finales: buena parte de los profesionales que participaron en el film fueron reprimidos en su momento por la infame caza de brujas.

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