Hasta el siglo XIX la novela era considerada un género menor, que casi se practicaba siguiendo una serie de esquemas previos con los que el lector estaba previamente ya familiarizado. La irrupción del realismo, con autores como Balzac, Flaubert, Pérez Galdós o Zola va a prestigiar la narrativa como un espejo que es capaz de reflejar la realidad y profundizar en ella, llegando a desentrañar los misterios de la psicología humana. Una de las claves de la escritura de Flaubert es su objetividad: nunca juzga a sus personajes, sino que describe minuciosamente sus acciones y sus pensamientos y deja que sea el lector el que saque sus propias conclusiones, hasta el punto de que en una de las cartas que escribió a su amante Louise Colet, le confesaba aspirar a que en su libro no hubiera ni una sola reflexión de su autor.

La correspondencia del autor francés es una fuente fundamental para conocer el proceso de creación de la novela, sus dudas y sus fuentes de inspiración. También dan una idea de la terrible soledad del escritor ante el mundo que está creando, destinado a unos lectores que no sabe como reaccionarán ante su historia. Ante todo, Flaubert alimenta su relato con su propia realidad. Tras asistir al entierro de la mujer de un amigo médico, escribe:

"Sé que será muy triste, pero... espero encontrar material para mi Bovary y hacer llorar a los demás con las lágrimas de uno solo, pasadas por la química del estilo."

La novela de Flaubert comienza relatando la historia del futuro marido de Emma, pero bien pronto el protagonismo pasa a la famosa criatura que le da título. Al casarse con Charles Bovary, Emma cree estar haciendo lo correcto uniéndose a una persona buena, honesta y trabajadora, tal y como le ha transmitido su educación con las monjas. Pero pronto va ir dándose cuenta que su marido es lo que ella calificaría como un auténtico hombre. Su ideal está en esas novelas románticas que ha ido leyendo a lo largo de su vida y que han constituido para ella una educación sentimental paralela. Una conversación con el primero de sus amantes, Rodolphe, un rico propietario que sólo desea una aventura es muy reveladora del mundo de fantasía que se va construyendo Emma:

"- ¡Pues no! ¿Por qué predicar contra las pasiones? ¿No son la única cosa hermosa que hay sobre la tierra, la fuente del heroísmo, del entusiasmo, de la poesía, de la música, de las artes, en fin, de todo?
- Pero es preciso - dijo Emma - seguir un poco la opinión del mundo y obedecer su moral.
- ¡Ah!, es que hay dos - replicó él -. La pequeña, la convencional, la de los hombres, la que varía sin cesar y que chilla tan fuerte, se agita abajo a ras de tierra, como ese hato de imbéciles que usted ve. Pero la otra, la eterna, está alrededor y por encima, como el paisaje que nos rodea y el cielo azul que nos alumbra."

Realmente Charles Bovary es un ser un poco bobalicón, una de esas personas que no controlan su propia existencia, sino que deja que sea la confianza ciega e ingenua en los demás la que lo haga. Aunque contemplara con sus propios ojos la ignominia cotidiana a la que lo somete su mujer, seguiría negando sus engaños, simplemente porque no es capaz de concebir que su ángel sea capaz de tales arrebatos y antes creería que el cielo va a derrumbarse sobre su cabeza que sospechar la más mínima tachadura moral en su mujer. En realidad Charles y Emma tienen mucho de almas gemelas, pues se complementan muy bien cada uno en su mundo ilusorio y viviendo así en un estado muy parecido a la felicidad, aunque ésta sea de manera temporal.

Mario Vargas Llosa es uno de los grandes devotos de la novela de Flaubert, de quien siempre ha confesado que es una de las grandes influencias de su carrera literaria. Uno de los mejores estudios de Madame Bovary salió de su pluma bajo el título La orgía perpetúa (1975), donde se ocupa con maestría de la psicología de la protagonista, a la que define como una inconformista con los usos sociales de su tiempo, una mujer quijotesca que quiere hacer realidad el ideal de la novela sentimental, tan de moda en aquel tiempo, sin haber aprendido a distinguir entre ficción y realidad:

"La rebeldía, en el caso de Emma, no tiene el semblante épico que el de los héroes viriles de la novela decimonónica, pero no es menos heroíca. Se trata de una rebeldía individual y, en apariencia, egoísta: ella violenta los códigos del medio azuzada por problemas estrictamente suyos, no en nombre de la humanidad, de cierta ética o ideología. Es porque su fantasía y su cuerpo, sus sueños y sus apetitos, se sienten aherrojados por la sociedad, que Emma sufre, es adúltera, miente, roba y, finalmente, su suicida. (...) Esta derrota, fatidica por las condiciones en que se planteaba el combate, tiene ribetes de tragedia y de folletín, y ésa es una de las mezclas a las que yo, envenenado, como ella, por ciertas lecturas y espectáculos de adolescencia, soy más sensible."

Y es que la creación del escritor francés nunca ha dejado de fascinar a artistas de todos los ámbitos de la creación (una de las últimas grandes obras que ha inspirado es una adaptación libre de la novela por parte del cineasta mexicano Arturo Ripstein, titulada Las razones del corazón). Esta fascinación se acentúa con el suicidio de la protagonista, magistralmente descrito por Flaubert, quien no ahorra dosis de crueldad, la crueldad de la realidad, al lector:

"Enseguida su pecho empezó a jadear rápidamente. La lengua toda entera le salió por completo fuera de la boca; sus ojos, girando, palidecían como dos globos de lámpara que se apagan; se la creería ya muerta, si no fuera por la tremenda aceleración de sus costillas, sacudidas por un jadeo furioso, como si el alma diera botes para despegarse."

La novela no se acaba con la muerte de Emma. Su presencia ha sido tan fuerte que sigue influyendo en las emociones de quienes le rodean como una poderosa presencia que no se ha extinguido del todo después de la tremenda escena de su fallecimiento. Una presencia que ha trascendido las páginas del libro y sigue hoy tan viva, tan influyente y tan moderna como cuando Flaubert la publicó.