La carrera literaria de mi amigo Daniel sigue progresando a gran velocidad. Hace unos días me envió su última publicación, una novela que ha ganado el Premio Andalucía Joven de Narrativa. Si su "Oda a la miseria", me pareció una mirada muy original a la horrible cotidianidad de los elementos urbanos que nos rodean, en "El viaje a Budapest", la prosa de Barredo me atrapa desde la primera página y, como lector, oscilo entre el escándalo, la admiración y la sincera carcajada.
Se nota que el autor ha bebido hasta emborracharse de las fuentes de autores que siempre quisieron retratar la fealdad del mundo, como Bukowski, Céline o Fante, pero él se ha fabricado su propio lenguaje, original, exclusivo e hipnotizante. La peripecia vital del protagonista, un alter ego del propio autor, resulta tan patética como fascinante: es un ser autodestructivo que a la vez busca disfrutar de la vida aprovechándose de los demás. Un ser que se muscula en el gimnasio y toma toda clase de anabolizantes para tener un buen aspecto físico con el que seducir a mujeres de toda condición, incluyendo damas muy maduras a las que poder sacar dinero después de ofrecerles el polvo de su vida. Si bien Daniel Barredo ostenta un inmejorable presencia física, su interior es muy distinto, tanto en lo material como en lo espiritual. Su íntima espiral autodestructiva le lleva a beber con desenfreno en los periodos que él mismo se impone como vacacionales, con lo que no espera vivir más allá de los cuarenta años. Respecto a sus sentimientos por los demás, hay que decir que sólo se muestran cuando él puede sacar tajada del otro, habilidad que luce con una facilidad insultante. Por lo demás, el protagonista no tiene reparos en confesar al lector que los lujos que se permite en su sórdida existencia se los procura robando en grandes superficies, disciplina en la que es un auténtico experto. También es cierto que este nihilista sabe como justificar sus acciones ante el lector, dejando claro que en realidad lo que opine el mismo le importa una mierda:
"A fuerza de jodiendas me había acostumbrado a sobrevivir, a defender mis sueños con toda la violencia de una perra acojonada. Mi hambre aullaba con la rabia de una camada de hijos famélicos. La necesidad me armaba de valor y me había vaciado los escrúpulos y extirpado la moral. Esta operación quirúrgica, ejecutada por la mano precisa de la miseria, tenía sus contrapartidas; me había vuelto malo. No, no hay moral posible cuando hay hambre, hay hambre, es decir: no hay nada más. Vivía como un pez en los fondos marinos: desconfiaba del resto de los seres porque desconfiaba de mis intenciones. En las calles solo había cabrones que intentaban adueñarse de mis escamas. A la mierda con ellos. Gracias al hambre me habían crecido unos colmillos capaces de triturar hasta los caparazones de las tortugas."
Con este párrafo, ya puede hacerse uno la idea de la fuerza de una escritura joven, fresca y sin escrúpulos. Valiente, diría yo, puesto que describe lo escabroso con una naturalidad pasmosa, como una forma de vida elegida por el protagonista como la única posible para librarse de las servidumbres del capitalismo. Muchas felicidades Daniel, y gracias por el regalo de una novela que he leído casi de un tirón, corroborando que puedes llegar lejos en el complicado mundo de las letras. Como te escribí el otro día, tenemos pendiente un café. Y quizá, si te parece bien, organizar un encuentro en torno a tu libro, en alguno de los clubes de aquí de Málaga. Espero que mis compañeros y compañeras no se escandalicen demasiado con la novela propuesta...
¡Gracias por esa maravillosa reseña, Miguel! Me la llevo a mi muro de facebook. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarOtro abrazo fuerte para ti. Nos veremos por Granada.
ResponderEliminarDaniel Barredo: Una prosa que nos rebasa renglón por renglón. Muy buena!Desenfadada . Libre! Que te cunda !
ResponderEliminarCordiales saludos.
Suscribo tus palabras al cien por cien, Beatriz. Besos.
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