"Todo novelista ha sentido escribiendo una novela que, si desarrollara los cabos sueltos de la historia que está contando, ésta se prolongaría sin término: sería la novela de las novelas, todas las historias estarían imbricadas unas en otras hasta el infinito. Porque en una novela que concluye hay una supresión brutal de algo que, continuado hasta la extenuación, sería la novela de las novelas, una historia que abarcaría todas las historias. Balzac es el escritor del siglo XIX que más se acercó a la tentación de esa locura sin término, y, en España, sin ninguna duda, Benito Pérez Galdós."
Bien es cierto que, después de un brillante prólogo en el que Vargas Llosa fija, según su criterio, el verdadero valor de Galdós como escritor, el resto del ensayo se compone del análisis de la entera producción de novelas y obras de teatro del autor canario. Esto puede hacerse pesado para algunos lectores, sobre todo a los que no se hayan acercado todavía a la narrativa de Galdós, puesto que Vargas Llosa no tiene reparo en destripar el argumento de cada una de ellas a la hora de valorarlas. Resulta interesante, eso sí, que tenga reparos a la hora de emitir sus juicios: cuando una obra no le gusta expone sus razonamientos de experto para justificarse. Mejor es la parte dedicada al análisis de los Episodios Nacionales, ya que que aquí habla de ellos como un conjunto bien planificado de narraciones que estudian el devenir histórico de la España contemporánea a Galdós.
Después de leer La mirada quieta, a uno se le queda un regusto amargo, pues esperaba encontrar algo parecido a lo que el autor de La ciudad y los perros hizo con Flaubert en La orgía perpetua, pero se queda en un mero resumen bien escrito de la vida y obra de Pérez Galdós, pero muy descafeinado, quizá porque su publicación ha podido ser algo precipitada.
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