jueves, 30 de marzo de 2017

EL MITO DEL ETERNO RETORNO (1951), DE MIRCEA ELIADE. ARQUETIPOS Y REPETICIÓN.

Los humanos hemos interiorizado el concepto de historia lineal, de progreso y retroceso histórico, solo desde hace unos cuantos siglos. Una tradición de milenios que aseguraba que la historia era circular nos precede. El hombre arcaico creía que sus gestos, que cualquier acción que pudiera emprenderse, había sido modelada ya anteriormente por otro que no era hombre. Y no solo eso: el mundo en el que habitamos no es más que una imitación imperfecta de otro mundo primigenio, creado antes que éste y que está situado en una especie de nivel cósmico superior. Pero cuando nos referimos a malas acciones o a regiones desérticas u hostiles a la vida, el arqutipo no es aquel mundo primigenio, sino el caos, que acaso es un fenómeno mucho más antiguo y que sigue presente en algunos aspectos de nuestra existencia. Especial importancia tiene la idea de ritual, porque en este caso la sacralidad viene de la evocación del modelo divino en el que se basa: por eso solo puede ser llevado a cabo por alguien cercano a los dioses, como el chamán de la tribu. 

En realidad todas las actividades importantes que regulan la vida humana - la caza, el nacimiento, la muerte... - estaban investidas por el halo de lo sacro, con lo cual contaban con modelos ejemplares instituidos por los dioses. La idea de la reversibilidad y de lo novedoso en la historia humana es bastante reciente. A los primitivos no se les hubiera ocurrido, porque toda su existencia se basaba en la repitición, en la regeneración del tiempo que se repetía simbólicamente cada año con el paso de las estaciones y las actividades que generaba cada una de ellas. La representación del tiempo se parece a esas ruedas de la fortuna que representaban los miniaturistas medievales: a la edad de oro que tan brillantemente evocó don Quijote le sucede una de plata y así sucesivamente, hasta la edad de hierro actual, en la que la vida del hombre supone solo un suspiro respecto a lo que duraban sus predecesores. Pero no obsta para que en algún momento pueda volver la edad de oro y que esa sucesión vuelva a comenzar, una esperanza que está presente en muchos de los escritos de los antiguos. 

Desde luego, nos quedan reminiscencias de estas creencias. Sin ir más lejos, el año litúrgico cristiano que todavía regula la vida una buena parte de la población en occidente:

"El año litúrgico cristiano está, por lo demás, fundado en una repetición periódica y real de la natividad, de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Jesús, con todo lo que ese drama místico implica para un cristiano; es decir, la regeneración personal y cósmica por la reactualización in concreto del nacimiento, de la muerte y la resurrección del Salvador."

Pero si bien esto es una realidad de las creencias cristianas, también es cierto que precisamente la presencia de Dios en la historia, convertido en un mero hombre hace que el ciclo de las repeticiones se torne absurdo: ahora la historia tiene un fin, que es la redención de la humanidad y la llegada del Reino: la muerte de Cristo por nuestros pecados solo sucede una vez y el cristiano solo tiene una oportunidad para salvarse y gozar de la vida eterna. Mircea Eliade, uno de los especialistas más reputados en historia de las religiones, con su prosa erudita a la vez que amena y comprensible, es el mejor guía para reflexionar acerca de las creencias de nuestros antepasados y hacernos ver que conceptos que creemos muy arraigados, como el de historia lineal, fueron desconocidos por muchos milenios por nuestros antepasados. 

lunes, 27 de marzo de 2017

UNA MIRADA A LA OSCURIDAD (1977), DE PHILIP K. DICK Y DE RICHARD LINKLATER (2006). MUERTE LENTA.

Lo primero que hay que decir acerca de una novela tan extraña como Una mirada a la oscuridad es que procede de la mente de uno de los escritores más peculiares del siglo XX, el autor de ciencia ficción Philip K. Dick, un hombre cuyas obsesiones y paranoias se veían estimuladas día a día por el uso y abuso de drogas. De hecho, a principios de los años setenta, después de una separación matrimonial, Dick se sometió a sí mismo a una espiral de consumo autodestructiva, hasta el punto de que abrió su casa a cualquier yonqui que quisiera acompañarle. Volver a la escritura solo fue posible después de una durísima estancia en un centro de desintoxicación.

En realidad, el hecho de que Una mirada a la oscuridad se inscriba en el género de la ciencia ficción es meramente anecdótico. La historia que se cuenta (que en el libro transcurre en el futurista 1994) podía haberse narrado en los años setenta sin perder ni un ápice de su esencia. Fundamentalmente la trama sigue a un grupo de drogadictos en un día a día que no lleva a ninguna parte. El protagonista, Bob Arctor, dueño de la casa que los acoge, es en realidad un policía infiltrado para detener a traficantes, aunque poco a poco su personalidad se diluye y empieza a tener problemas de identidad, hasta el punto de que a veces no está seguro de si en realidad está a un lado u otro de la ley, porque se ha convertido en un adicto como los demás de la sustancia de moda, la muerte lenta. De hecho, sabe que el suyo no es el primer caso similar:

"Mientras conducía, Arctor pensó en otras irónicas maniobras propias de agentes y traficantes especializados en narcóticos. Varios policías conocidos suyos se habían hecho pasar por traficantes en su trabajo clandestino, acabando por vender hachís e, incluso, hero. Era una buena coartada, pero el agente veía como sus ingresos iban superando cada vez más el salario que cobraba oficialmente y el dinero que obtenía al colaborar en la requisa de un buen lote de mercancía. Además, los agentes se acostumbraban a tomar sus propios productos; era algo inevitable, un elemento vital. Con el tiempo se convertían en adictos y traficantes de fortuna, mientras seguían desempeñando su trabajo para la policía y en defensa de la ley..."

Pero lo más importante de la novela de Dick no es la trama, ni los pequeños toques de ciencia ficción que salpican la misma, sino la descripción del mundo de la droga desde dentro, lo cual resulta ciertamente estremecedor, pues el lector lo visualiza como un laberinto sucio y falto de luz del cual no se puede salir, si no es ingresando en una de esas clínicas en las que el individuo queda totalmente despersonalizado y de las que tampoco podrá salir en el resto de su existencia si no quiere volver a experimentar el deseo de consumir. La versión cinematográfica de Richard Linklater abunda en ese ambiente como de pesadilla, acentuado por la decisión de realizar la película en animación a partir de la actuación de los actores, pero sin llegar al extremo de crear una obra desagradable a la vista. Se trata de una de las adaptaciones más fieles de Philip K. Dick, por lo que se mantiene la trama caótica e irracional a ratos, de la novela. El arte también debe estimular la fascinación por lo inquietante y esta es la principal sensación que se va a llevar quien se aproxime a Una mirada a la oscuridad en cualquiera de sus dos versiones.

sábado, 25 de marzo de 2017

CASA DE MUÑECAS (1879), DE HENRIK IBSEN. SECRETOS DE UN MATRIMONIO.

Nora Helmer es una mujer todavía joven y atractiva. En apariencia, está felizmente casada y es madre de tres hijos. En los años de matrimonio, siempre se ha comportado como una esposa devota y madre ejemplar de sus tres hijos. En el primer acto de Casa de muñecas aparece como alguien siempre dispuesto a sacrificarse por el bien de su familia, una virtud de la hizo uso en el pasado, lo cual hace que se vea obligada a mantener un secreto frente a su marido. Aunque Torvaldo, su esposo, la califica como una muchacha encantadora, pero bastante frívola, con la cual solo se pueden mantener conversaciones banales, algo se mueve en el interior de Nora y una vocecita le dice tímidamente que quizá el lugar que ocupa en el mundo no le proporciona más que una felicidad ilusoria.

Pues bien, el secreto, que se ha mantenido bien oculto durante años, corre peligro de salir a la luz. Nora cometió una imprudencia, si bien con unas intenciones absolutamente nobles, puesto que corría peligro la vida de su marido. Esto hace que se desencadenen rápidamente los acontecimientos. A la vez que Torvaldo está a punto de ocupar un puesto de prestigio como director de un banco, lo cual barrerá de un plumazo todos los problemas económicos que han sufrido en los últimos tiempos, el chantaje de Krogstad, personaje que prestó dinero a Nora en su momento, puede materializarse en cualquier momento. Aunque al principio Krogstad aparece como un personaje negativo, Ibsen pronto lo humaniza y podemos apreciar que sus motivaciones tienen sentido, puesto que su desesperación es tan comprensible como la de Nora. Mientras tanto, aparece un drama, secundario en la trama, pero mucho más grave que el principal: el del doctor Rank. Amigo íntimo de Torvaldo y enamorado secretamente de Nora, está viviendo las últimas fases de una enfermedad terminal. Estremece un poco el trato tan frío que otorga el matrimonio a un personaje que vive unos momentos tan desesperados.

Pero pasamos al tema principal de la obra, el del despertar de Nora, cuando la protagonista se da cuenta de que toda la vida ha sido tratada como una niña, como alguien sin responsabilidad, a quien se le puede perdonar un grave error simplemente con un beso. Desde mi punto de vista el tercer acto es un poco forzado, la reacción de la heroína demasiado sorpresiva, pero aun así la escena cuenta con una indudable fuerza dramática, como si un terremoto repentino se abatiera sobre la vida familiar y una falla enorme se abriera entre los dos miembros que han sido considerados hasta la fecha por la sociedad como un matrimonio ejemplar. Las palabras de Nora son contundentes:

"Creo ante todo que soy un ser humano igual que tú... o, al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que dicen los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y hacer el esfuerzo por comprenderlo."

Pensar por sí misma. Precisamente lo que se le ha negado a la mujer durante tanto tiempo es el único anhelo de Nora. No le importa abandonar la comodidad del hogar, a su marido y a sus hijos si se le permite pensar con tranquilidad. Reflexionar acerca de por qué ha sido un juguete a manos de su padre y de su esposo y acerca del hecho de que jamás ha podido tomar una decisión libre a lo largo de su vida y, cuando por fin lo hizo, tuvo que ocultarla como algo vergonzoso. Si Casa de muñecas es calificada por muchos como una obra feminista es precisamente por esto, por la valentía de un personaje que quiere replantearse de un modo radical su entera existencia. Si la sociedad decimonónica en la que transcurre la obra se lo va a permitir o no, es algo que queda a la libre decisión del lector-espectador.

viernes, 24 de marzo de 2017

PATRIA (2016), DE FERNANDO ARAMBURU. EL PAÍS DE LOS CALLADOS.

El reciente anuncio por parte de ETA de su desarme unilateral y definitivo ha vuelto a despertar los viejos fantasmas de la sociedad vasca. Durante décadas la banda terrorista fue una presencia constante que perturbó de modo grave el funcionamiento de la democracia. La presión era particularmente intensa en los pueblos pequeños, donde todos sus habitantes se conocían y nadie debía salirse del guión establecido por el entramado de la izquierda abertzale si no quería sufrir graves consecuencias. El escenario principal de Patria es precisamente una pequeña población cercana a San Sebastián, de la que nunca conocemos su nombre, que se expone ante el lector como un microcosmos de la vida en Euskadi en los peores tiempos del terrorismo. Por aquellos días el principal motivador de la vida y decisiones de la mayoría de las personas era el miedo.

Patria cuenta la historia de dos familias, en principio amigas y poco después separadas por la muerte en atentado terrorista de uno de sus miembros. El Txato, la futura víctima, ha construido una próspera empresa de transportes desde la nada. Cuando ETA se fije en él y le exija el pago del impuesto revolucionario, su negativa a hacerlo (no una negativa firme, sino un intento de aplazamiento), va ser su perdición. La otra familia va a acoger en su seno a un futuro terrorista, Joxe Mari, cuya huida a Francia para unirse a ETA va a cambiar radicalmente las convicciones de su madre, Miren (que en su día lloró la muerte de Franco), hasta el punto de convertirse en una seguidora radical de la izquierda vasca. Mientras tanto, el resto de miembros de ambas familias reaccionan como pueden al aislamiento del Txato (que de un día para otro se convierte en persona non grata en el pueblo) y a su posterior asesinato. Algunos sacan la nobleza que llevan dentro y otros sus demonios. Mientras tanto, la viuda, Bittori, trata de sobreponerse a tanto dolor y, con el tiempo, cuando la banda terrorista anuncie el fin de la violencia, tratará de comprender lo que ha sucedido y recabar el punto de vista de las demás partes implicadas, teniendo siempre presente la necesidad de que los responsables, cuanto menos, sean capaces de pedirle perdón.

Quizá el mayor logro de la novela de Aramburu sea la descripción del ambiente asfixiante de la vida en un pequeño pueblo vasco durante los años ochenta y noventa, en el que la militancia abertzale es obligatoria y debe demostrarse todos los días. El nacionalismo radical ahoga cualquier otro conato de idea o debate e inunda la localidad de cartelería, de pintadas, de manifestaciones y de apoyo incondicional a los gudaris que se sacrifican por la libertad del pueblo vasco. El ambiente se parece más al descrito por Orwell en 1984 que a la pretendida sociedad que busca sus raíces y su identidad en contra de los opresores españoles. Como es sabido, las ideas más simples e irracionales son las que mejor calan en un mayor número de personas, que se sienten pertenecientes a un ámbito superior por el único mérito de haber nacido en un determinado lugar. En este microcosmos destacan dos personajes que se mueven en la penumbra, sin exponerse jamás a ser molestados por la justicia, pero que manejan los hilos de la presencia abertzale en la localidad, controlando a todo el mundo y denunciando a los posibles disidentes: el cura y el dueño de la Herriko Taberna.

Mientras tanto, una parte estimable de la juventud admira a ETA y unos pocos de éstos se atreven a unirse a la organización, después de haber efectuado con éxito prácticas en la lucha callejera. ETA aparece aquí como una organización monstruosa que devora a sus propios hijos, como una mafia que controla las mentes y los corazones de buena parte del pueblo vasco y que ni siquiera de un trato adecuado a sus nuevos militantes, que pronto son víctimas de un caos organizativo que terminará exponiendo a muchos de ellos a una fácil captura por parte de la Guardia Civil. Como dice uno de los personajes: 

"ETA debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha caído en el automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño, no es, no existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es solo aparente. En ningún caso pueden no tomarlas porque la máquina del terror, una vez que ha cogido velocidad, no se puede detener."

Pero Patria no es solo una novela sobre ETA y su influencia en la sociedad vasca. Contiene también un espléndido retrato de personajes que hacen que el contexto en el que desarrolla la narración sea mucho más creíble. Además, no todo queda en una crítica a la izquierda abertzale. Tampoco el Estado y la Guardia Civil salen muy bien parados, cuando se describen las torturas sistemáticas a las que sometían a los presuntos terroristas detenidos. Un círculo vicioso que se retroalimentaba y del que, afortunadamente, ya prácticamente se ha salido. Ahora queda mirar al futuro sin perder de vista jamás un pasado cuyos errores no deben volver a repetirse. Quizá la fórmula adecuada sea la que propone el propio Aramburu en una entrevista concedida al suplemento cultural Babelia:

"Ahora se está dando en Euskadi (aunque cuantitativamente los crímenes no se pueden comparar con los de Hitler) un proceso parecido al que se dio en Alemania, cuando a la guerra siguió un periodo de deseo de olvido. En Euskadi, la gente quiere mirar hacia delante, se dice. O se dice que hay que pasar página, que no podemos estar continuamente pensando en los muertos, en el charco de sangre y tal… Yo me opongo. Aunque no llego al extremo de Hannah Arendt, que postulaba el relato constante, soy partidario de que se cree un espacio de la memoria. Un lugar al que los ciudadanos puedan acudir para encontrar respuesta a sus preguntas. ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Quién lo padeció? Y esa tarea concierne a los escritores también. Es lo que yo pretendo. Si no he estado a la altura, hay papeleras para tirar mis libros."

jueves, 23 de marzo de 2017

HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE (2016), DE MEL GIBSON. PACIFISMO DE GUERRA.

La Segunda Guerra Mundial movilizó a tantos millones de hombres que las hazañas de la mayor parte de sus mayores héroes (o carniceros, según el punto de vista desde el que se mire), se han ido olvidando en el gran río de la historia. Solo un medio de masas como el cine es capaz de resucitar a determinados personajes y mostrar al gran público sus hazañas y su moral, como recordatorio, como homenaje y a veces también, como es este caso, como vehículo ideológico y religioso. Que la batalla saca lo peor y lo mejor de los hombres es algo ya sabido. Lo que no habíamos experimentado todavía es la reacción de un santo laico como Desmond Doss cuando se sumerge en uno de los combates más violentos de la Guerra del Pacífico: la batalla por el control de Okinawa. Porque Doss era un hombre profundamente religioso y, por lo tanto, un objetor de conciencia que llevó sus convicciones hasta las últimas consencuencias y se negó a portar armas en combate.

Cómo se llegó a esta extraña situación, la de un soldado sin armas en primera línea, es algo que la película solo resuelve a medias, a través de la precipitada escena de un Consejo de guerra contra Doss - por negarse a cumplir la orden de tomar un fúsil - con una tópica resolución a su favor de última hora. Resumamos: a Doss se le deja entrar en el Ejército, con la condición, impuesta por él mismo, de no tocar un arma. El Ejército parece que acepta, pero después, el día que se va a licenciar - y a casarse, para más inri - se le encarcela por desobediente. Después de haber pasado meses de instrucción y de haber soportado agresiones por parte de muchos compañeros. Muy dramático todo, pero poco creíble. Después, con todo resuelto, se le dejará ir a la guerra, a realizar toda clase de heroicidades. Pero yo me pregunto: ¿no existían miles de puestos en la retaguardia, de intendencia, de comunicaciones... que podían ser compatibles con el no uso de armamento? ¿por qué tiene que ir este hombre a primera línea? En cualquier caso pronto demostrará que no es un hombre, sino un ángel y en una serie de acciones temerarias e increíbles, pasando por delante de las líneas japonesas en repetidas ocasiones, entrando en solitario en sus túneles, como Pedro por su casa, conseguirá rescatar a setenta y cinco compañeros heridos, a los que salva de una muerte segura.

Nadie pone en duda los méritos de Desmond Doss en la Guerra del Pacífico. La medalla del Congreso no es para cualquiera. Lo que sí es cuestionable es la manera de Mel Gibson de plasmarlos en la pantalla, apareciendo el protagonista prácticamente como un enviado de Cristo en la Tierra dedicado a rescatar almas del fondo del peor de los infiernos. Tampoco ayuda demasiado el retrato que se hace de Desmond, como alguien demasiado perfecto, sin matices y sin la más mínima arista, un hombre íntegro y con las ideas tan claras que nadie es capaz de removerlas en lo más mínimo, se den las circunstancias cómo se den. Andrew Garfield realiza una interpretación solvente - que recuerda mucho al también sufriente y desprendido personaje cristiano de Silencio, de Martin Scorsese - pero limitada por lo ya dicho, por la imposibilidad de explorar algún aspecto contradictorio - todo el mundo lo tiene - en el armazón religioso que regula su existencia.

Obviando la suspensión en la credibilidad que se produce en demasiados momentos de la trama, Hasta el último hombre, está realizada en un estilo clásico que es agradable para cualquier espectador. Abunda en tópicos, pero la dirección solvente de Gibson sabe cómo mostrarlos para que parezcan algo novedoso. Respecto a las escenas de batalla, son muy espectaculares al principio, pero se van desinflando en cuanto van transcurriendo los minutos. El problema es que, a pesar de la violencia y la brutalidad mostradas, el director es incapaz de ofrecer algo que verdaderamente estremezca, como si logró Spielberg en su celebérrima Salvar al soldado Ryan. Sobran algunos momentos ridículos - pocos - , más propios de una película de Chuck Norris que de una representación hiperrealista de una de las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial. Quizá el principal lastre de la película de Gibson sea el querer honrar en demasía a su país y a cierta manera de entender la religión y por el camino se deje por el camino la necesaria mirada crítica y desapasionada al verdadero significado de una batalla para el soldado de a pie: una matanza horrible, cruel y sin sentido que ahoga en minutos cualquier atisbo de idealismo.

miércoles, 22 de marzo de 2017

AFORISMOS SOBRE EL ARTE DE SABER VIVIR (1851), DE ARTHUR SCHOPENHAUER. LA SOLEDAD Y LO SOCIAL.

Una de las máximas del pensamiento de Schopenhauer, que siempre tenía presente para sus lectores, es que el ser humano debe olvidar la idea de que existe para ser feliz. Más bien uno debe pasar por la vida evitando el dolor pero, como buen pesimista, esperando siempre que las circunstancias sean adversas, para que los malos momentos puedan atravesarse con el mismo estoicismo que los buenos, porque la dicha y la desgracia no vienen dadas por lo que nos acontece, sino por el ánimo con el que acogemos dichos acontecimientos.

Lo mejor de leer al filósofo alemán, es que sus frases establecen un diálogo directo con el lector, al que trata como amigo y confidente. Lo primero que hay que decir es que Schopenhauer no odia al género humano, pero sí que establece categorias en el mismo. Para él la mayoría de los hombres son vulgares y necios y, por lo tanto, seres más sociales que una minoría silenciosa a la que le gusta la soledad. Aunque parezca lo contrario, el primer tipo humano tiende más al aburrimiento, a la repitición de gestos sociales que al final se descubren vacíos de todo significado. Quizá este sea uno de los motivos por lo que el nacionalismo cala tan deprisa en los individuos más simples. Sentirse identificados por algo que los trasciende, que se supone que forma parte de ellos sin tener que esforzarse, resulta tan atractivo como engañoso:

"Sin embargo la especie más vana de orgullo es la vanidad nacional. En efecto, ésta denota en quien la sufre la carencia de cualidades individuales de las que pudiese sentirse orgulloso, puesto que de ser así no recurriría a aferrarse a otras que tiene que compartir con millones de individuos. Antes bien, quien tiene cualidades personales reconocerá con mayor claridad los errores de su propia nación, puesto que constantemente los tiene a la vista."

El hombre sabio es el que sabe disponer de su tiempo libre y aprovecharlo para fines elevados. Quien es capaz de pasar una tarde enfrascado en la lectura de un libro o en conversación profunda con personas escogidas, quizá no consiga beneficios materiales inmediatos, pero los tendrá de índole espiritual, mucho más valiosos:

"Alguien que posee tal riqueza interior no necesita de fuera más que un regalo negativo, es decir, tiempo libre, ocio, a fin de poder ejercitar y desarrollar sus capacidades espirituales y poder disfrutar de su riqueza interior; únicamente, pues, el permiso para ser enteramente él mismo cada día y cada hora durante el resto de su vida."

Schopenhauer no propone un apartamiento radical de la sociedad, pero si guardar las distancias y ser siempre observadores y críticos con el comportamiento de la mayoría. Lo mejor es que las pretensiones propias sean limitadas y realistas. Nada de castillos en el aire. Y que las deudas y las servidumbres sean las mínimas posibles:

"Cuanto más limitados sean nuestro horizonte y nuestro círculo de acción, más felices seremos; cuanto más extensos sean, más a menudo nos sentiremos inquietos o atemorizados. Pues la preocupación por los límites también se extiende a las preocupaciones, los deseos o los temores."

Sin embargo, la tendencia humana es hacia la movilidad, hacia el crecimiento. La vida sedentaria, lo rutinario, nos deja insatisfechos. Es bueno tener metas, superar obstáculos, siempre que estos sean apropiados a nuestras capacidades. Lo contrario produciría grandes dosis de frustación. Es mejor vivir más hacia el interior que hacia el exterior (sin ser excesivamente radicales en este aspecto), consejo muy valioso en un tiempo en el postureo en las redes sociales y el culto a la propia imagen arrasan con todo. El viejo concepto de honor, que tanto critica Schopenhauer ha sido sustituido en gran medida por el de reputación. Pero esta reputación tiene más que ver con lo banal que con lo verdaderamente importante. Poseer y ser bello son hoy la medida del éxito y cualquier frustración en este sentido (menos likes de los previstos en una foto, por ejemplo), crean un malestar absurdo. En este mundo volcado a lo inmediato, el pensamiento del autor de El mundo como voluntad y representación, - obviando algunos comentarios misóginos e incluso racistas - supone una vía de escape y una sólida roca donde asentar las propias convicciones. Los aforismos de Schopenhauer siguen siendo una escuela de vida.

viernes, 17 de marzo de 2017

SULLY (2016), DE CLINT EASTWOOD. EL FACTOR HUMANO.

Los estadounidenses están más que nunca necesitados de héroes, ahora que les está empezando a costar mantener su papel preponderante en un mundo cada vez más pequeño y que su presidente parece una caricatura salida de la más retorcida de las mentes. Pero llevan tiempo necesitándolo, porque lo que sucedió en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 no supuso solo una masacre retransmitida en directo, sino una enorme conmoción y la certeza de que la seguridad absoluta no existe en este turbulento mundo del siglo XXI. Por mucho que Donald Trump intente enseñar músculo incrementando sus presupuestos militares, hoy más que nunca un pequeño grupo de hombres decididos pueden causar daños enormes. Casi podría decirse que las guerras ya no las libran los ejércitos, sino los equipos de inteligencia y que las decisiones individuales, muchas veces fruto de la intuición más que de otra cosa, han pasado a ser lo más importante. En este contexto, lo que sucedió el 15 de enero de 2009, el milagro del Hudson, puede valorarse casi como la contrapartida del ataque a las Torres gemelas. En esta ocasión, y para alivio de propios y extraños, todo lo que podía salir bien, salió y el capitán Sully consiguió, contra todo pronóstico, salvar de manera impecable una situación desesperada.

Todavía conmocionado por lo que acababa de vivir, el protagonista fue tratado en las primeras horas como un auténtico héroe, para verse casi de inmediato cuestionado por los especialistas, que insistían en que el piloto podría haber aterrizado sin problemas en el aeropuerto de La Guardia. Si bien Sully abunda en algunos aspectos técnicos relativos a navegación aérea, lo que verdaderamente le interesa a Clint Eastwood es mostrar la soledad del protagonista al atravesar el momento más crítico de su existencia, aquel en el que una impecable carrera profesional de cuatro décadas pende de un hilo por su actuación en este incidente. Sully se siente abrumado por su repentina fama y ni siquiera encuentra apoyo en su mujer, a la que le preocupan ante todo los aspectos financieros que pudieran derivarse del asunto y tarda en darse cuenta de que lo verdaderamente importante resulta ser el hecho milagroso de que su marido siga vivo. 

Eastwood ha entregado en esta ocasión un filme muy sobrio, que es más realista que espectacular en las escenas del accidente aéreo. Lo más interesante es que contiene una reflexión acerca de aquellos profesionales que pronto empezarán a quedarse anticuados y serán reemplazados por máquinas. Precisamente el principal escollo que encuentra el testimonio del piloto es una simulación realizada por ordenador... que no tiene en cuenta el factor humano y emocional del incidente. Es posible que las máquinas terminen realizando muchos trabajos insospechados de forma más precisa y eficaz que el ser humano, pero jamás podrán sustituir nuestra capacidad de improvisación ante lo inesperado, eso tan inexplicable que llamamos intuición.

jueves, 16 de marzo de 2017

EL CONFORMISTA (1951), DE ALBERTO MORAVIA Y DE BERNARDO BERTOLUCCI (1970). LA NORMALIDAD SEGÚN MARCELLO CLERICI.

Desde muy joven a Marcello se ha visto sorprendido por unos impulsos vitales tendentes a cierto sadismo: los descubre cuando obtiene placer destrozando plantas y matando lagartijas en el jardín de sus padres. Estos impulsos le llevarán a protagonizar una sórdida historia que marcará su niñez: el intento de violación por parte de un hombre que, mediante engaños, intenta violarlo y su asesinato por parte de Marcello. Este episodio va a marcarle, por supuesto, pero de una manera muy singular: intentando por todos los medios superarlo a través de una apuesta personal por la normalidad, por fundirse con las ideas y las costumbres de la masa para poder ser uno más. Por eso se casa con una mujer de la que no está enamorado: fundar una familia convencional le parece la mejor manera de llegar a su meta. Pero ser normal en unas circunstancias históricas como las de la Italia fascista requería un precio, requería hacer cualquier cosa por el bien del Estado: la nación, como le dice en un determinado momento un personaje, está por encima de la propia individualidad, incluso de la propia familia.

Para demostrar su adaptación plena a una sociedad que le exige ante todo obediencia, Marcello acepta realizar una misión, que habrá de culminar con el asesinato de un disidente, en plena luna de miel. Para ello deberá visitar a un antiguo profesor en París y señalar su presencia en la capital francesa para que unos sicarios se encarguen de matarlo. La extrema inmoralidad de esta actuación no debe plantearse. Pertenecer a un Estado totalitario significa que la individualidad está subordinada a un fin superior. Así pues, tomar parte de un asesinato que va a - presuntamente - favorecer al propio país es una buena manera de asegurarse una vida tan confortable como ordinaria: un piso de una zona de clase media para criar a cuantos hijos tengan que venir, la existencia gris propia de un funcionario de la época.

Pero los remordimientos se acentúan con la caída del fascimo. De pronto la masa empieza a adorar a nuevos ídolos. Los que veneraban a Mussolini de pronto escupen sobre sus esculturas con la misma naturalidad. La posición de Marcello, sus modestos logros de normalización social y económica, están comprometidos:

"Para él se necesitaba un éxito completo del gobierno, de aquella sociedad y de aquella nación; y no sólo un éxito exterior, sino también íntimo y preciso. Sólo de este modo, lo que normalmente estaba considerado como un delito común, se convertiría, en cambio, en un paso positivo en una dirección necesaria. En otros términos, gracias a fuerzas que no dependían de él, tenía que operarse una transmutación completa de los valores: lo injusto tenía que volverse justo; la traición, heroísmo; la muerte, vida. En este punto sintió la necesidad de expresar con palabras llanas y sarcásticas su propia situación y pensó con frialdad: "En conclusión, si el fascismo fracasa, si todos los canallas, los incompetentes y los imbéciles que están en Roma llevan la nación italiana a la ruina, entonces yo no soy más que un asesino." Pero de inmediato corrigió mentalmente: "Y, sin embargo, estando como están las cosas, no podía actuar de otro modo"."

Pero El conformista no es solo una novela moral, sino también psicológica. Aunque el protagonista absoluto es Marcello y prácticamente todo lo vemos a través del filtro de sus pensamientos, los personajes secundarios adquieren gran importancia en la trama, sobre todo el triángulo tan frustante que llega a formarse entre él, su mujer y la del profesor Quadri, el hombre que debe ser aseinado, algo que se refleja también en la adaptación cinematográfica filmada por Bertolucci. El director italiano intenta realizar una obra que refleje los ecos morales de la novela de Moravia, pero también aprovecha para entregar un producto estéticamente fascinante: cada encuadre, cada escenario (con gran importancia de la arquitectura fascista en la primera parte del filme) está primorosamente llevado a cabo y la fotografía de Vittorio Storaro, con esa preponderancia de los tonos azules y rojos, es realmente llamativa, hasta el punto de que Coppola lo llamaría unos años más tarde para Apocalypse Now. Para quien acaba de leer la novela, empaparse de su complejidad psicológica, la película resulta un complemento muy estimulante, una visión muy personal del mundo creado por uno de los mejores escritores europeos del siglo XX.

miércoles, 15 de marzo de 2017

DOCTOR STRANGE (2016), DE SCOTT DERRICKSON. LOS MUNDOS OCULTOS.

Una de las premisas de las historias de editorial Marvel desde su creación fue estimular el sentido de la maravilla de sus jóvenes lectores mostrando siempre personajes, situaciones y escenarios a cual más sorprendente. Dicha característica se acentuó al principio en su cabecera estrella, Los cuatro fantásticos, esencialmente una familia de superhéroes exploradores de lo desconocido que, en un determinado momento, se daban cuenta de que existen incontables mundos dentro de otros mundos, tendiendo hacia lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño sin obviar, por supuesto, la presencia de otras dimensiones. En este contexto nació el Doctor Extraño, un superhéroe un poco aparte, puesto que su función no era tan llamativa como la de sus colegas, ya que debía pelear con amenazas ocultas en otras dimensiones y usando la magia como su arma más poderosa, por lo que el resto de la humanidad normalmente ni siquiera era consciente de esas batallas. El dibujante Steve Ditko (el mismo que plasmó sobre el papel por primera vez a Spiderman) fue el encargado, junto al imprescindible Stan Lee, de dar vida a estas historias "cuyo grafismo surrealista , alucinógeno, anticipó la fascinación de la contracultura por el misticismo oriental y la psicodelia", en palabras del escritor Bradford Wright.

Algo de esto queda en la adaptación cinematográfica de Scott Derrickson: las primeras dudas del doctor Stephen cuando su cerebro racional se enfrenta a la pura magia, el concepto de universos paralelos o de control del tiempo al que se puede acceder a través de esa misma magia o la divertida escena del auténtico creador, Stan Lee, leyendo a Aldous Huxley, nada menos que Las puertas de la percepción. Pero, aparte de estas pinceladas, Doctor Strange no pasa de ser un ejercicio convencional de cine de superhéroes que depende en exceso de unos efectos especiales muy trabajados, pero nada originales (a la mente de cualquier espectador acudirá la película Origen, de Christopher Nolan), y de una trama un poco confusa cuyo final es más que esperado, a pesar de que la forma de ganar al villano sí que se sale de lo convencional.

El director de la interesantísima El exorcismo de Emily Rose parece haber puesto el piloto automático a la hora de filmar las aventuras del doctor Strange. Tampoco la presencia de grandes actores como Benedict Cumberbatch, al que parece que no le dejan ser todo lo divertido e irónico que quisiera, o Mads Mikkelsen, animan demasiado la función, quizá porque plasmar esas peleas místicas resulta mucho más difícil que sus equivalentes físicas. Doctor Strange es simplemente una obra correcta, pero absolutamente olvidable. Veremos si al menos aporta algo en el futuro al cada más rico universo Marvel cinematográfico. La escena post créditos parece apuntar hacia esa dirección.

martes, 14 de marzo de 2017

CAPTAIN FANTASTIC (2016), DE MATT ROSS. EL DÍA DE NOAM CHOMSKY.

Dejo aquí el último artículo que he publicado en Astoria 21, un comentario acerca de una de las películas más interesantes del año pasado y que suscitó un intenso debate ayer en nuestro club de cine:

http://astoria21.es/critica-captain-fantastic/

PUERCA TIERRA (1979), DE JOHN BERGER. DE SUS FATIGAS.

"La tierra muestra a quienes valen y a quienes no sirven para nada", dijo una vez un campesino muy lúcido. Los que hemos habitado casi toda la vida en grandes ciudades, apenas conocemos nada sobre la vida rural. Hay quienes la idealizan, imaginando lo benéfico que debe ser respirar a todas horas el aire puro del campo y la mayoría ni siquiera se plantean la dureza y la ansiedad que producen una labor que, para salir adelante, no solo depende la constancia del trabajador, sino de que los factores meteorológicos - entre otras muchas cosas - acompañen. Bien es cierto, como bien apuntaba Berger hace cuarenta años, que el campesinado es una clase social que tiende a su desaparición absorbida también por la tendencia a la mecanización de todos los trabajos y al abandono de tierras consideradas improductivas, por lo que muchas zonas rurales (solo hay que asomarse a esa España vacía, de la que habla Sergio del Molino), se encuentran en la actualidad prácticamente despobladas.

Los campesinos que retrata el recientemente desaparecido John Berger en sus relatos son gente muy peculiar, que vive para la tierra y no concibe otra forma de existencia, testarudos, conservadores y un poco supersticiosos, pero también guardianes de las esencias de un conocimiento tan antiguo como la propia humanidad que confían en transmitir a su descendencia para que la cadena, el eterno retorno del ciclo de las estaciones, no termine nunca. Como dice uno de los personajes, preocupado por la tendencia de la juventud a emigrar a las ciudades en busca de una vida más cómoda:

"(...) este trabajo es una manera de preservar el saber que mis hijos están perdiendo. Cavo los hoyos, espero a la luna nueva para plantar los arbolitos porque quiero dar ejemplo a mis hijos, si es que están interesados en seguirlo, y, si no lo están, para demostrar a mi padre y al padre de mi padre que el conocimiento que ellos transmitieron todavía no ha sido abandonado. Sin ese saber no soy nada."

Lo mejor de Puerca tierra, libro con el que el autor británico inicia su famosa trilogía, es que se nota que el autor se ha empapado de la vida campesina antes de escribirlo. Se nota por los detalles que describe, por la apelación a las preocupaciones y los miedos de los protagonistas de los relatos. Precisamente el volumen decae cuando Berger - en el último relato, el titulado Las tres vidas de Lucie Cabrol - se aleja del estricto realismo para caer en el realismo mágico. A pesar de este detalle, Puerca tierra es una lectura fundamental para quien quiera conocer de primera mano las duras condiciones de vida de los trabajadores rurales de hace solo unas décadas, que supongo que en muchos aspectos no distarán mucho de las actuales. 

lunes, 13 de marzo de 2017

LA GUERRA ALEMANA (2016), DE NICHOLAS STARGARDT. UNA NACIÓN EN ARMAS, 1939-1945.

En mayo de 1945 se consumó una de las derrotas militares más devastadoras de todos los tiempos, no solo porque el Ejército alemán fue aplastado por los esfuerzos combinados de soviéticos, americanos y británicos, sino porque las ciudades germanas fueron reducidas a cenizas y la población civil, que había confiado ciegamente su destino a un líder carismático, contempló como sus más sólidas creencias en la superioridad alemana se hacían añicos. Pero ¿cómo fue posible que no de los países más cultos de Europa provocara un conflicto tan inhumano que se cebó no solo en sus presuntos enemigos, sino también en buena parte de su propia población?

La respuesta está en la manipulación de la historia y los acontecimientos presentes a manos de unas clases dirigentes sin escrúpulos. El mito de la puñalada por la espalda, asestada a Alemania por la izquierda y los judíos en 1918, cuando presuntamente estaba a punto de vencer en la Primera Guerra Mundial, estuvo muy presente en el nazismo, hasta el punto de que una de las obsesiones de Hitler y su camarilla durante la guerra fue que la población mantuviera su fe en la victoria final y no justificara rebelión alguna en su menguante bienestar material. Desde 1939 las restricciones de bienes básicos para los civiles fueron notables, puesto que los esfuerzos de la nación se centraban en equipar y alimentar al Ejército. Los éxitos iniciales en el campo de batalla pronto compensaron dichas privaciones. La caída de Francia fue el punto culminante de la tendencia de la gente común a identificarse con sus dirigentes. Hasta los más críticos con el régimen tuvieron que reconocer entonces que quizá el genio militar del Führer, del que tanto se hablaba, no fuera un mito. Las celebraciones fueron generalizadas y la alegría de la gente, espontánea. Muchos olvidaron, al menos momentáneamente, asuntos muy inquietantes, como la eutanasia generalizada que llevaba años aplicándose a los enfermos mentales o el destino de los judíos, cuyas familias iban desapareciendo paulatinamente de las poblaciones alemanas.

Quizá una de las explicaciones más plausibles del éxito del nazismo es la tendencia de la gente a pensar igual que la mayoría, en una mezcla de presunto sentido común (quizá lo que opine la mayoría de mis vecinos sea lo correcto) y de deseo personal de no verse mezclado en polémicas, sobre todo frente a un régimen que tomaba al disidente como a un enemigo:

"(...) el temor al aislamiento y a la sanción social tiende a silenciar a los individuos que sienten que están en minoría, reduciendo su número potencial; entretanto, la transmisión por parte de la prensa del punto de vista de la "mayoría" aumenta y estabiliza su posición moral. Su argumento ilumina también una importante intersección entre las esferas pública y privada de la sociedad, con gran parte de la presión a favor de la conformidad ejercida de manera privada, en el seno de grupos formados por personas de ideas parecidas. A través de la vergüenza, incluso de la humillación, las relaciones laborales y familiares contribuyen a conformar la opinión y a desplazarla silenciosamente a posiciones morales. Al contrastar estas ideas con el concepto de "tendencia popular" que se centra en el conformismo general, Noelle-Neumann dirigió la atención hacia la importancia psicológica de las presiones privadas para fomentar el terror de los individuos al aislamiento."

Bien pronto los muchachos más jóvenes pudieron disipar sus temores de no poder participar en la guerra. El gran estratégico de Hitler fue no saber parar a tiempo y estirar el esfuerzo de los alemanes hasta límites inconcebibles. Las cartas, que tan abundantemente ilustran el relato de Stargardt, testimonian una gran confianza en las primeras fases de la guerra que fue desmoronándose progresivamente conforme pasaban los meses y la situación empeoraba. La gente empezaba a expresar tímidamente algunas dudas acerca de la dirección de la guerra, pero cuando, a partir de 1943, se generalizaron los ataques aéreos a las grandes ciudades alemanas, que causaron cientos de miles de víctimas, las críticas se volvieron mucho más directas, hasta el punto de que la policía no tenía más remedio que dejar pasar muchas de ellas. Mucha gente comentaba, en voz cada vez más alta, que los bombardeos terroristas eran una justa represalia por "lo que le hemos hecho a los judíos", lo cual denota que el conocimiento del Holocausto, con mayor o menor grado de precisión, era un fenómeno generalizado.

Lo verdaderamente chocante es comprobar cómo, después de todo, la población resistió hasta el final mientras sus hogares eran destruídos y sus seres queridos desaparecían en ese inmenso caos que era el frente del Este. En realidad la hazaña más notable del nazismo fue que a principios de 1945 todavía funcionara un Estado en Alemania y que el caos absoluto solo llegara a muchas zonas en las últimas semanas antes de la rendición. Cuando esta llegó, un sentimiento de incredulidad embargó a muchos alemanes, que se resistían a creer que todas las culpas pudieran derivar de su nación. Pero esa es otra historia. El ensayo de Nicholas Stargardt, nos sirve para recordar lo fácil que es manipular a una nación y hacerle creer a sus habitantes que están luchando y sacrificándose por su propia supervivencia, cuando era evidente para cualquiera que quisiera detenerse a pensar, que habían elegido como dirigentes a una banda de criminales de la peor especie que iba a llevarlos a un desastre de dimensiones nunca vistas.

martes, 7 de marzo de 2017

TRISTANA (1892), DE BENITO PÉREZ GALDÓS Y DE LUIS BUÑUEL (1970). LA PIERNA QUEBRADA.

En la España del siglo XIX - y también en buena parte de la del siglo XX, hasta muy tarde, por obra y gracia de Francisco Franco - la mujer era un ser secundario en la sociedad, subordinado siempre al varón, cuyo único fin en la vida era encontrar marido y tener descendencia. La mujer podía soñar con una vida feliz, pero las circunstancias con demasiada frecuencia la vinculaban a hombres indeseables, que podían llegar a tratarla como si de una propiedad privada se tratara. Pero Galdós fue un maestro a la hora de explorar la vida interior de todos los tipos sociales de su tiempo, especialmente de la mujer. Así lo expresa María Zambrano en su libro La España de Galdós:

"Galdós es el primer escritor español que introduce a todo riesgo las mujeres en su mundo. Las mujeres, múltiples y diversas; las mujeres reales y distintas, "ontológicamente" iguales al varón. Y ésta es la novedad, ésa es la deslumbrante conquista. Existen como el hombre, tienen el mismo género de realidad."

El caso de Tristana, la protagonista de esta magnífica novela de Galdós, tiene un componente especial: huérfana desde muy joven, no tiene más remedio para sobrevivir con decencia que verse acogida por un amigo de la familia, don Lope, un hombre maduro con una sólida carrera de conquistador a sus espaldas y que se niega a aceptar que sus tiempos de seductor han pasado, tanto es así que al poco de tener a Tristana bajo su techo, la seducirá y la hará suya, como se decía en la época. Al principio la protagonista acepta la situación casi como algo natural, pero pronto se rebelará contra ella. Y la mejor manera de hacerlo es enamorándose perdidamente de un joven pintor, que le hará recuperar la ilusión por el futuro. 

Pero la relación que la joven va a establecer con Horacio no será convencional. Se trata más bien de tardes de convivencia que ellos viven de espaldas al mundo. La búsqueda de libertad, de emancipación se manifiesta en Tristana a través de un singular interés por la cultura, de una enorme curiosidad por la vida que existe más allá de los muros de la casa de don Lope. Ella aborrece el destino tradicional de la mujer en su tiempo y evalúa con su Saturna, la criada y a la vez su confidente, las posibilidades de esquivar ese futuro, el que se supone que debería preparse para afrontar:

"Pero fíjese , sólo tres carreras pueden seguir las que visten faldas: o casarse, que carrera es, o el teatro..., vamos, ser cómica, que es buen modo de vivir, o... no quiero nombrar lo otro. Figúreselo." 

Además, Tristana establece, casi sin saberlo, un discurso feminista, muy revolucionario para la época:

"Ya sé, ya sé que es difícil eso de ser libre... y honrada. ¿Y de qué vive una mujer no poseyendo rentas? Si nos hiciéramos médicas, abogadas, siquiera boticarias o escribanas, ya que no ministras o senadoras, vamos, podríamos... (...) Yo quiero vivir, ver mundo y enterarme de por qué y para qué nos han traído a esta tierra en que estamos. Yo quiero vivir y ser libre."

Y también:

"Protesto, me da la gana de protestar contra los hombres, que han cogido todo el mundo por suyo, y no nos han dejado a nosotras más que las veredas estrechitas por donde ellos no saben andar."

Mientras tanto, don Lope, el viejo galán, se huele la aventura y siente como un asunto de honor el regreso de Tristana a su posición de sumisión a su persona. Don Lope es un personaje muy interesante, puesto que tiene una visión del mundo muy personal y adaptada a sus intereses. Cree también en el disfrute sensual, pero exclusivamente reservado para los hombres que saben ganárselo. Aborrece del matrimonio y jamás se ha planteado casarse, pero en los años de senectud va tomando conciencia de que sus pretensiones de seductor van resultando decididamente ridículas. No obstante, jamás se rinde: se siente superior a cualquier jovenzuelo y sería capaz de retar a cualquiera a duelo para demostrarlo. A pesar de su existencia pecaminosa, don Lope también es un hombre capaz de gestos nobles: cuando Tristana enferma, se vuelca en su recuperación y sacrifica su patrimonio y su bienestar físico y mental con tal de lograr que la joven vuelva a ser la que era. Ya la protagonista había descrito acertadamente al anciano en unas palabras que dirige a Horacio:

"A veces paréceme que le aborrezco, que siento hacia él un odio tan grande como el mal que me hizo; a veces... todo te lo confieso, todo... siento hacia él cierto cariño, como de hija, y me parece que si él me tratara como debe, como un padre, yo le querría... Porque no es malo, no vayas a creer que él es muy malo, muy malo... No; allí hay de todo: es una combinación monstruosa de cualidades buenas y de defectos horribles."

La adaptación llevada a cabo por Luis Buñuel es más bien una versión muy personal de la novela puesto que, tomando los elementos fundamentales de la misma, se construye una trama que poco tiene que ver con las intenciones del original galdosiano. A Buñuel le interesa ante todo el personaje de don Lope - hasta el punto de identificarse con él - y desarrollar las posibilidades eróticas del personaje de Tristana. Para eso otorga gran importancia a Saturno, un joven sordomudo con un deseo animal por la joven y relativiza la de Horacio, que aquí es un chulo sin mucha personalidad, que sirve sobre todo para darle una lección de dominio físico a don Lope. Lo inolvidable de esta Tristana es la interpretación magistral de Fernando Rey, que hace suyo el personaje y le otorga una humanidad que ni siquiera alcanza el original literario. El énfasis surrealista que domina todo el relato se remata con un final del todo alejado al de la novela, mucho más sórdido y menos apegado a lo que Galdós hubiera considerado lo más acorde a las circunstancias reales de la trama.

miércoles, 1 de marzo de 2017

SUMISIÓN (2015), DE MICHEL HOUELLEBECQ. ADAPTARSE A LA MAREA.

Que el miedo al islam, a la presunta avalancha de refugiados sirios y de otros países asiáticos y africanos está estimulando los nacionalismos en la Europa del presente es una innegable realidad. Vivimos actualmente en un mundo distópico, en el que un personaje como Donald Trump, que parece directamente sacado de un cómic satírico de Frank Miller, gobierna el país más poderoso del mundo. Leer una novela como Sumisión a la luz de los más recientes acontecimientos produce una sensación extraña, como si el escritor se hubiera convertido en profeta y un lúcido Houellebecq estuviera enseñándonos el futuro más inmediato, un escenario político impensable hace algunos años pero que hoy día podría convertirse en plausible (espero equivocarme de plano).

En Sumisión el protagonista, un profesor universitario cuarentón y un poco de vuelta de todo, nos cuenta en primera persona la llegada a Francia, elecciones mediante, de un régimen islámico. Antes los ciudadanos franceses han debido enfrentarse a una elección imposible entre dos males: el Frente Nacional, que instauraría el fascismo en el país o el gobierno del partido musulmán, que va a dinamitar la tradición de una Francia laica. Es muy significativo, que en su alianza con un desesperado Partido Socialista, Ben Abbes, el líder islámico desee controlar ante todo la política educativa, base fundamental para el profundo cambio social que está en la base de su programa. El protagonista nos contará sus miedos ante el posible estallido de una guerra civil en Francia, aunque pronto estos miedos quedarán casi totalmente disipados: la siguiente fase de la nueva e increíble realidad consiste en adaptarse o morir, examinar los pros y los contras de abrazar la fe islámica - tratándose de Houellebecq hay un divertido análisis del fenómeno de la poligamia - y acercarse al calor de los vencedores, cuyo deseo más ferviente es convertir a su fe a cuantos miembros de las élites francesas sea posible.

Como le explica un reciente converso al protagonista, que juguetea también con la idea de abrazarse a la fe de los vencedores, la clave del éxito del islam está en el deseo oculto de sumisión del ser humano, de la facilidad con la que éste es capaz de entregar la propia libertad a quienes le ofrecen una explicación completa del mundo, la integración en una comunidad sólida y esperanzas para el futuro si es obediente y un buen creyente:

"- Es la sumisión (...) La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta. Es una idea que no me atrevería a exponer ante mis correligionarios, que quizá la juzgarían blasfema, pero para mí hay una relación entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre, tal como la describe Historia de O, y la sumisión del hombre a Dios, tal como la entiende el islam. (...) ¿Qué es en el fondo el Corán sino un inmenso poema místico de alabanza? De alabanza al Creador y de sumisión a sus leyes."

A pesar de no tratarse de una de las mejores novelas del autor francés, Sumisión es una lectura imprescindible en nuestro tiempo, porque es indudable que Houellebecq es un provocador nato, alguien que no duda en ser políticamente incorrecto para exponer un análisis mucho más riguroso de lo que parece acerca de los males que acechan a occidente en la actualidad. Si llegara a darse el caso, ¿qué eligirían ustedes como mal menor, fascismo o islamismo?