viernes, 24 de marzo de 2017

PATRIA (2016), DE FERNANDO ARAMBURU. EL PAÍS DE LOS CALLADOS.

El reciente anuncio por parte de ETA de su desarme unilateral y definitivo ha vuelto a despertar los viejos fantasmas de la sociedad vasca. Durante décadas la banda terrorista fue una presencia constante que perturbó de modo grave el funcionamiento de la democracia. La presión era particularmente intensa en los pueblos pequeños, donde todos sus habitantes se conocían y nadie debía salirse del guión establecido por el entramado de la izquierda abertzale si no quería sufrir graves consecuencias. El escenario principal de Patria es precisamente una pequeña población cercana a San Sebastián, de la que nunca conocemos su nombre, que se expone ante el lector como un microcosmos de la vida en Euskadi en los peores tiempos del terrorismo. Por aquellos días el principal motivador de la vida y decisiones de la mayoría de las personas era el miedo.

Patria cuenta la historia de dos familias, en principio amigas y poco después separadas por la muerte en atentado terrorista de uno de sus miembros. El Txato, la futura víctima, ha construido una próspera empresa de transportes desde la nada. Cuando ETA se fije en él y le exija el pago del impuesto revolucionario, su negativa a hacerlo (no una negativa firme, sino un intento de aplazamiento), va ser su perdición. La otra familia va a acoger en su seno a un futuro terrorista, Joxe Mari, cuya huida a Francia para unirse a ETA va a cambiar radicalmente las convicciones de su madre, Miren (que en su día lloró la muerte de Franco), hasta el punto de convertirse en una seguidora radical de la izquierda vasca. Mientras tanto, el resto de miembros de ambas familias reaccionan como pueden al aislamiento del Txato (que de un día para otro se convierte en persona non grata en el pueblo) y a su posterior asesinato. Algunos sacan la nobleza que llevan dentro y otros sus demonios. Mientras tanto, la viuda, Bittori, trata de sobreponerse a tanto dolor y, con el tiempo, cuando la banda terrorista anuncie el fin de la violencia, tratará de comprender lo que ha sucedido y recabar el punto de vista de las demás partes implicadas, teniendo siempre presente la necesidad de que los responsables, cuanto menos, sean capaces de pedirle perdón.

Quizá el mayor logro de la novela de Aramburu sea la descripción del ambiente asfixiante de la vida en un pequeño pueblo vasco durante los años ochenta y noventa, en el que la militancia abertzale es obligatoria y debe demostrarse todos los días. El nacionalismo radical ahoga cualquier otro conato de idea o debate e inunda la localidad de cartelería, de pintadas, de manifestaciones y de apoyo incondicional a los gudaris que se sacrifican por la libertad del pueblo vasco. El ambiente se parece más al descrito por Orwell en 1984 que a la pretendida sociedad que busca sus raíces y su identidad en contra de los opresores españoles. Como es sabido, las ideas más simples e irracionales son las que mejor calan en un mayor número de personas, que se sienten pertenecientes a un ámbito superior por el único mérito de haber nacido en un determinado lugar. En este microcosmos destacan dos personajes que se mueven en la penumbra, sin exponerse jamás a ser molestados por la justicia, pero que manejan los hilos de la presencia abertzale en la localidad, controlando a todo el mundo y denunciando a los posibles disidentes: el cura y el dueño de la Herriko Taberna.

Mientras tanto, una parte estimable de la juventud admira a ETA y unos pocos de éstos se atreven a unirse a la organización, después de haber efectuado con éxito prácticas en la lucha callejera. ETA aparece aquí como una organización monstruosa que devora a sus propios hijos, como una mafia que controla las mentes y los corazones de buena parte del pueblo vasco y que ni siquiera de un trato adecuado a sus nuevos militantes, que pronto son víctimas de un caos organizativo que terminará exponiendo a muchos de ellos a una fácil captura por parte de la Guardia Civil. Como dice uno de los personajes: 

"ETA debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha caído en el automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño, no es, no existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es solo aparente. En ningún caso pueden no tomarlas porque la máquina del terror, una vez que ha cogido velocidad, no se puede detener."

Pero Patria no es solo una novela sobre ETA y su influencia en la sociedad vasca. Contiene también un espléndido retrato de personajes que hacen que el contexto en el que desarrolla la narración sea mucho más creíble. Además, no todo queda en una crítica a la izquierda abertzale. Tampoco el Estado y la Guardia Civil salen muy bien parados, cuando se describen las torturas sistemáticas a las que sometían a los presuntos terroristas detenidos. Un círculo vicioso que se retroalimentaba y del que, afortunadamente, ya prácticamente se ha salido. Ahora queda mirar al futuro sin perder de vista jamás un pasado cuyos errores no deben volver a repetirse. Quizá la fórmula adecuada sea la que propone el propio Aramburu en una entrevista concedida al suplemento cultural Babelia:

"Ahora se está dando en Euskadi (aunque cuantitativamente los crímenes no se pueden comparar con los de Hitler) un proceso parecido al que se dio en Alemania, cuando a la guerra siguió un periodo de deseo de olvido. En Euskadi, la gente quiere mirar hacia delante, se dice. O se dice que hay que pasar página, que no podemos estar continuamente pensando en los muertos, en el charco de sangre y tal… Yo me opongo. Aunque no llego al extremo de Hannah Arendt, que postulaba el relato constante, soy partidario de que se cree un espacio de la memoria. Un lugar al que los ciudadanos puedan acudir para encontrar respuesta a sus preguntas. ¿Qué pasó? ¿Quién lo hizo? ¿Quién lo padeció? Y esa tarea concierne a los escritores también. Es lo que yo pretendo. Si no he estado a la altura, hay papeleras para tirar mis libros."

3 comentarios:

  1. Una diferencia entre la Alemania de después de la derrota de Hitler y el País Vasco de después de derrota de ETA es que el gobierno vasco sigue empeñado en equiparar a las "víctimas" de un bando y de otro. ¿Se imagina alguien al gobierno alemán reclamando que no solo se recuerde a las víctimas judías y polacas de los nazis sino también a las víctimas nazis de los judíos y polacos?
    http://www.jrbooksonline.com/polish_atrocities.htm

    Por lo demás, el personaje de "El Txato", la victima de esta novela que retrata un enfrentamiento entre vascos-vascos que hablan euskera de toda la vida, no es muy representativa de las víctimas de ETA. El asesinato tiene lugar, en la novela, en la década de 1990, en un pueblecito muy nacionalista. Mirando en la lista de víctimas, solo aparece uno que podria asemejarse.

    https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Asesinatos_cometidos_por_ETA_desde_la_muerte_de_Francisco_Franco

    En 1996 se asesinó a un empresario en Ordizia que podría ser lo más parecido al caso que se relata...

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    1. De hecho se habla del asesinato de Yoyes, como José Mari, de Ordizia... Es la única referencia expresa al pueblo de la novela

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  2. Otra de las diferencias con la derrota del nazismo es que muchos seguidores de ETA no se sienten derrotados, al menos no desde el punto de vista de sus ideas, sino que en su delirio han escogido "otra vía" (como si la derrota de los métodos violentos no le hubieran obligado a ello. En cualquier caso el proyecto totalitario-nacionalista sigue en pie, aunque por suerte parece que ETA no va a resurgir de unas cenizas que todavía tienen a su alrededor algún ascua caliente.

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