En mayo de 1945 se consumó una de las derrotas militares más devastadoras de todos los tiempos, no solo porque el Ejército alemán fue aplastado por los esfuerzos combinados de soviéticos, americanos y británicos, sino porque las ciudades germanas fueron reducidas a cenizas y la población civil, que había confiado ciegamente su destino a un líder carismático, contempló como sus más sólidas creencias en la superioridad alemana se hacían añicos. Pero ¿cómo fue posible que no de los países más cultos de Europa provocara un conflicto tan inhumano que se cebó no solo en sus presuntos enemigos, sino también en buena parte de su propia población?
La respuesta está en la manipulación de la historia y los acontecimientos presentes a manos de unas clases dirigentes sin escrúpulos. El mito de la puñalada por la espalda, asestada a Alemania por la izquierda y los judíos en 1918, cuando presuntamente estaba a punto de vencer en la Primera Guerra Mundial, estuvo muy presente en el nazismo, hasta el punto de que una de las obsesiones de Hitler y su camarilla durante la guerra fue que la población mantuviera su fe en la victoria final y no justificara rebelión alguna en su menguante bienestar material. Desde 1939 las restricciones de bienes básicos para los civiles fueron notables, puesto que los esfuerzos de la nación se centraban en equipar y alimentar al Ejército. Los éxitos iniciales en el campo de batalla pronto compensaron dichas privaciones. La caída de Francia fue el punto culminante de la tendencia de la gente común a identificarse con sus dirigentes. Hasta los más críticos con el régimen tuvieron que reconocer entonces que quizá el genio militar del Führer, del que tanto se hablaba, no fuera un mito. Las celebraciones fueron generalizadas y la alegría de la gente, espontánea. Muchos olvidaron, al menos momentáneamente, asuntos muy inquietantes, como la eutanasia generalizada que llevaba años aplicándose a los enfermos mentales o el destino de los judíos, cuyas familias iban desapareciendo paulatinamente de las poblaciones alemanas.
Quizá una de las explicaciones más plausibles del éxito del nazismo es la tendencia de la gente a pensar igual que la mayoría, en una mezcla de presunto sentido común (quizá lo que opine la mayoría de mis vecinos sea lo correcto) y de deseo personal de no verse mezclado en polémicas, sobre todo frente a un régimen que tomaba al disidente como a un enemigo:
"(...) el temor al aislamiento y a la sanción social tiende a silenciar a los individuos que sienten que están en minoría, reduciendo su número potencial; entretanto, la transmisión por parte de la prensa del punto de vista de la "mayoría" aumenta y estabiliza su posición moral. Su argumento ilumina también una importante intersección entre las esferas pública y privada de la sociedad, con gran parte de la presión a favor de la conformidad ejercida de manera privada, en el seno de grupos formados por personas de ideas parecidas. A través de la vergüenza, incluso de la humillación, las relaciones laborales y familiares contribuyen a conformar la opinión y a desplazarla silenciosamente a posiciones morales. Al contrastar estas ideas con el concepto de "tendencia popular" que se centra en el conformismo general, Noelle-Neumann dirigió la atención hacia la importancia psicológica de las presiones privadas para fomentar el terror de los individuos al aislamiento."
Bien pronto los muchachos más jóvenes pudieron disipar sus temores de no poder participar en la guerra. El gran estratégico de Hitler fue no saber parar a tiempo y estirar el esfuerzo de los alemanes hasta límites inconcebibles. Las cartas, que tan abundantemente ilustran el relato de Stargardt, testimonian una gran confianza en las primeras fases de la guerra que fue desmoronándose progresivamente conforme pasaban los meses y la situación empeoraba. La gente empezaba a expresar tímidamente algunas dudas acerca de la dirección de la guerra, pero cuando, a partir de 1943, se generalizaron los ataques aéreos a las grandes ciudades alemanas, que causaron cientos de miles de víctimas, las críticas se volvieron mucho más directas, hasta el punto de que la policía no tenía más remedio que dejar pasar muchas de ellas. Mucha gente comentaba, en voz cada vez más alta, que los bombardeos terroristas eran una justa represalia por "lo que le hemos hecho a los judíos", lo cual denota que el conocimiento del Holocausto, con mayor o menor grado de precisión, era un fenómeno generalizado.
Lo verdaderamente chocante es comprobar cómo, después de todo, la población resistió hasta el final mientras sus hogares eran destruídos y sus seres queridos desaparecían en ese inmenso caos que era el frente del Este. En realidad la hazaña más notable del nazismo fue que a principios de 1945 todavía funcionara un Estado en Alemania y que el caos absoluto solo llegara a muchas zonas en las últimas semanas antes de la rendición. Cuando esta llegó, un sentimiento de incredulidad embargó a muchos alemanes, que se resistían a creer que todas las culpas pudieran derivar de su nación. Pero esa es otra historia. El ensayo de Nicholas Stargardt, nos sirve para recordar lo fácil que es manipular a una nación y hacerle creer a sus habitantes que están luchando y sacrificándose por su propia supervivencia, cuando era evidente para cualquiera que quisiera detenerse a pensar, que habían elegido como dirigentes a una banda de criminales de la peor especie que iba a llevarlos a un desastre de dimensiones nunca vistas.
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