Estas palabras, con las que se puede estar más o menos de acuerdo, se han intentado enmarcar en un determinado discurso político, como sucede con todo en este país, apelando a la lógica de que las personas que abogan por anhelar una familia tradicional son sin duda de derechas. Que ninguno de los partidos que nos ha gobernado hasta ahora haya sido capaz de abordar con eficacia el problema del paro juvenil, de los bajos sueldos, de la subida incesante de los precios de la vivienda y de la inestabilidad laboral, parece no tener importancia. Lo verdaderamente relevante es ser fiel a unas siglas y tomar posición en las lamentables guerras culturales que desde hace años monopolizan la batalla política frente a los problemas cotidianos de la gente común. Así se expresa al respecto la autora en una entrevista recientemente publicada en El Cultural:
"Yo creo que hay verdades que están más allá del paquete ideológico que se supone que uno ha de comprar si es de izquierdas o de derechas, y eso no tiene que ver con posicionarse en el centro o ser equidistante, sino con comprometerte tanto con la realidad como para cuestionarte incluso tus propias ideas. Lo que sucede es que tenemos una derecha y una izquierda política y mediática del todo despegadas de lo que pasa en la calle."
A pesar de su potente comienzo, tan reivindicativo, al final Feria no toma ese camino, sino que se dedica a evocar tiempos pasados - los de la infancia y juventud de la autora, sobre los años noventa - y a narrar anécdotas familiares a través de una novela costumbrista, bien escrita pero, después de todo, poco original respecto a los temas más tratados de nuestra literatura actual. Feria se lee con agrado, pero cuando uno la termina siente que es mucho más interesante la faceta periodística y polemista, siempre nadando contra la corriente de lo políticamente correcto y la lectura de esos artículos que actualmente publica en El País, tan provocadores y libres.
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