Una de las especialidades del cine de Martin Scorsese es la de retratar la otra cara de Estados Unidos, sus episodios más oscuros que al final también son los que acaban dando forma a una nación. Los asesinos de la Luna nos lleva al Oklahoma de los años veinte, en los comienzos de la fiebre del petróleo. El descubrimiento fortuito de que sus tierras esconden una gran reserva de oro negro hace rica a la nación Osage, unos indios que habían sido asignados a una comarca aparentemente improductiva. A partir de aquí empieza un juego avaricioso y criminal protagonizado por los miembros de una familia que pretenden conquistar toda esa riqueza. El cerebro es William King Hale, que se aprovecha de las pocas luces de un sobrino recién llegado de la Primera Guerra Mundial como peón de sus planes. El papel que desempeña Leonardo DiCaprio interpretando a este sobrino es complejo, porque debe compatibilizar la devoción a su tío con el amor a una esposa india con la que aparentemente se ha casado por conveniencia, mientras van siendo asesinados todos los miembros de la familia de ésta. Aunque la narración que nos propone Scorsese es fascinante su larga duración supone un lastre. La película empieza de una manera excelente, con un ritmo perfecto, pero hacia la mitad se vuelve lenta y tediosa, para retomar su fuerza en el último acto. A destacar la soberbia interpretación de la desconocida Lily Gladstone, en un papel repleto de matices y emociones ocultas que sabe transmitir magistralmente en una película que, si hubiera sabido explotar mejor sus posibilidades, se podría haber convertido en una obra maestra.
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