miércoles, 1 de noviembre de 2023

TODO, A TODAS HORAS EN TODAS PARTES (2021), DE STUART JEFFRIES. CÓMO NOS HICIMOS POSMODERNOS.

El término posmodernidad es una de esas palabras que pueden hacer referencia a un gran número de significados y movimientos de todo calado. Para Stuart Jeffries la posmodernidad y el neoliberalismo han ido de la mano desde que, a principios de los años setenta, se rompió ese contrato social que cimentaba el llamado Estado del bienestar. Los nuevos tiempos políticos capitaneados por Reagan y Thatcher fueron dedicados a rechazar el papel de lo público como algo cada vez más residual y establecer un discurso que fomentaba una presunta libertad del individuo como garante de su propio destino en una jungla ultracapitalista en la que solo los más avispados (que suelen ser los que provienen de las mejores familias) podrían aprovechar para hacerse cada vez más ricos, mientras el resto sudaba para llegar a fin de mes. De ciudadanos hemos pasado a consumidores y las opciones políticas son ahora productos que podemos elegir o rechazar, pero en las que apenas podemos influir, porque al final todas se dedican a mantener el status quo a través de uno u otro disfraz. Jeffries lo expresa con palabras tan duras como estas:

"Los humanos territorializados no son distintos de esas ovejas que se han habituado hasta tal punto a su prado que no hace falta que este esté acotado por muros para mantenerlas en él. A nosotros también se nos puede dar libertad porque no se espera que hagamos uso de ella."

Pero el posmodernismo se ha vendido sobre todo como un movimiento cultural de carácter liberador, que al final deriva en un deseo permanente de consumo que es aprovechado por el capitalismo para cautivar a unas masas que se creen que esa libertad de elegir en un amplio mercado constituye su auténtica libertad. El proyecto original de la modernidad, como recuerda Jünger Habermas, era el de transmitir de manera natural los valores de la ciencia, el arte y la moralidad al conjunto de los ciudadanos, para que esa ética basada en la alta cultura rigiera en las vidas de al menos un amplio número de éstos. Al final estas áreas que debían haberse democratizado para fomentar un sano debate ciudadano también se han privatizado y han quedado en manos de expertos. La ilustración para el pueblo se ha convertido en una materia restringida controlada por ciertos despachos universitarios y, como sucede con todo, por unos políticos consagrados a unos intereses que apenas tienen que ver con el bienestar de la mayoría.

La otra cara de todo esto fue el buen provecho que pudieron sacar ciertos artistas de esta nueva libertad creativa que ha dejado atrás todos los tabúes tradicionales para abrazar la cultura de lo hiperreal, en la que todo es posible. El artista puede abrazar diferentes identidades, jugar con ellas y estimular a través de sus creaciones los deseos más íntimos de sus seguidores. Todo esto es aprovechado por la industria publicitaria para ofrecer nuevos productos en alianza con internet y las redes sociales, un espacio de libertad que cada vez está más copado por una determinada visión del mundo que fomenta los valores de autoexplotación y consumo rápido de los más variados productos, mientras desaparece la idea tradicional de privacidad del individuo. 

El auge actual de las políticas de la identidad, frente a la división entre clases sociales que fomentaba la lucha obrera, es otro de esos lodos surgidos del polvo de la posmodernidad, un movimiento de múltiples prismas que ha conformado el mundo que habitamos hoy, un mundo que se mueve entre la rapacidad omnipresente del capitalismo, el desastre provocado por el cambio climático y el individualismo absoluto que provocan las nuevas tecnologías a través de unas aplicaciones que permiten conectar con todo el mundo a todas horas y en todas partes, mientras estamos aislados en nuestros hogares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario