miércoles, 22 de noviembre de 2023

PATTY HEARTS (1988), DE PAUL SCHRADER.

La proliferación de grupos terroristas radicales de izquierda por prácticamente todos los países occidentales durante los años setenta es un tema fascinante, entre otras cosas porque muchos de sus miembros eran gente con formación universitaria que habían llevado demasiado lejos las ensoñaciones del 68. Uno de los golpes más sonados en Estados Unidos fue el secuestro de Patty Hearts, descendiente del magnate que inspiró a Orson Welles su obra maestra Ciudadano Kane. Y lo más interesante del caso es el brutal síndrome de Estocolmo al que se vio sometida la víctima, que finalmente aceptó plenamente la ideología de sus captores y se incorporó a sus actividades, convirtiéndose desde entonces en Tania y cometiendo varios delitos graves por los que tendría que responder ante la justicia. Schrader toma una historia tan cinematográfica como ésta y acierta a medias en su planteamiento. El ambiente interno del piso franco en el que Patty permaneció secuestrada está muy bien reflejado, ese fanatismo de consignas repetidas mil veces y esa creencia fanática de que sus actuaciones iban a acabar con el capitalismo se describe perfectamente en el retrato de unos personajes que practican el amor libre, e incorporan a Patty a dichas costumbres contra su voluntad. Pero el ritmo de la película deja bastante que desear y deja aspectos imprescindibles de estos hechos sin desarrollar. En cualquier caso, la pregunta sigue flotando en la mente del espectador durante toda la cinta: ¿Patty estaba convencida de lo que estaba haciendo o disimulaba para sobrevivir a las amenazas de sus secuestradores?

P: 7

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