El protagonista trabaja como traductor para organismos internacionales. Proviene de una familia muy acomodada que hizo su fortuna en el franquismo y aprovecha esos réditos en democracia. El padre, al que extrañamente llama por su nombre de pila, Ranz, es un hombre ya muy maduro, pero ha sido todo un personaje, uno de esos hombres que saben moverse al margen de las leyes para ganar enormes cantidades de dinero sabiendo que sus acciones jamás tendrán consecuencias penales. Ranz se ha enriquecido gracias a su posición como experto en arte, asesorando a compradores y vendedores y alterando los precios de las obras en su beneficio. Su hijo no le hace ascos a su futura herencia y no se plantea la ética de su procedencia, aunque la circunstancias van a hacer que finalmente conozca el auténtico rostro de su padre.
Como ya he adelantado, Corazón tan blanco no es un libro concebido para todo tipo de lectores. Se trata de una novela que ha de ser leída con mucha atención puesto que sus enormes párrafos contienen mucho más de lo que parece a primera vista, varias capas de lectura que otorgan un sentido profundo a lo anecdótico y acaban transformándolo en un relato acerca de cómo los hechos del pasado siguen teniendo eco en el presente, aunque casi siempre prefiramos ignorar esa realidad. Aquí se trata de un oscuro secreto familiar que ha estado oculto a los ojos del hijo y a éste jamás se le ha ocurrido indagar en el mismo, quizá porque a veces vivir en la ignorancia es mejor que saberlo todo, como bien nos ha explicado la literatura desde la creación del mito de Edipo. Es su mujer quien actúa por él y a través de quien involuntariamente llega a conocer lo que hasta ese momento no quiso saber.
Pero en cualquier caso existe un constante hilo de pensamiento en el protagonista que parece relativizarlo todo, no dar demasiado pábulo a los hechos de un pasado ya remoto, seguir con su existencia mediocre de días iguales que se suceden unos a otros y continuar esta existencia absurda al menos con la propia conciencia razonablemente serena, a pesar de la continua sensación de desastre inminente con la que tiene que convivir habitualmente:
"A veces tengo la sensación de que nada de lo que sucede sucede, de que todo ocurrió y a la vez no ha ocurrido, porque nada sucede sin interrupción, nada perdura ni persevera ni se recuerda incesantemente, y hasta la más monótona y rutinaria de las existencias se va anulando y negando a sí misma en su aparente repetición hasta que nada es nada ni nadie es nadie que fueran antes, y la débil rueda del mundo es empujada por desmemoriados que oyen y ven y saben lo que no se dice ni tiene lugar ni es cognoscible ni comprobable."
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