Nos encontramos en 1945, Estados Unidos acaba de ganar la Segunda Guerra Mundial y tres soldados regresan a casa. Son hombres que anhelan el reencuentro con sus seres queridos a la vez que lo temen. Los tres están heridos psíquicamente y uno de ellos ha perdido las manos y le han sido sustituidas por unos ganchos que el joven ha aprendido a utilizar con destreza. Lo peculiar de este último personaje es que está interpretado por un auténtico soldado que sufrió esa mutilación en la contienda. Harold Russell acabó ganando el Oscar por su inolvidable actuación. Los mejores años de nuestra vida carece del glamour de otras producciones del Hollywood de la época. Lo que pretende Wyler, que también vivió personalmente la experiencia de la vuelta al hogar tras la guerra, es un retrato de gente normal que fue obligada a viajar al corazón de uno de los acontecimientos más terribles de la historia. Los tres protagonistas, por diferentes circunstancias, se van a enfrentar al reencuentro de una manera muy distinta a a que habían soñado: la readaptación no es proceso fácil, sobre todo para Homer, el soldado mutilado que cree que ahora la relación con su familia y con su prometida se basa solo en la inmensa compasión que despierta su situación y no puede soportar esa idea. Respecto a los otros dos protagonistas, Al, el más acomodado de los tres empieza a ver como algo absurdo su posición como ejecutivo en uno de los grandes bancos de la ciudad y Fred, quizá el que más se adaptó en su momento a la vida militar, es incapaz de conservar sus empleos en la vida civil. No obstante, el mensaje de la película de Wyler es antibelicista pero no pesimista, de ahí el inmenso éxito del que gozó en su momento. Una película única y una auténtica obra maestra del cine.
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