La historia de la Biblioteca de Alejandría, tantas veces contada, no deja de producir asombro. Esa idea de reunir todos los escritos procedentes de los más lejanos rincones del mundo conocido y que a la vez el edificio fuera un centro de conocimiento donde vivían sabios mantenidos por la dinastía de los Ptolomeos y que desde allí se copiaran libros para otras bibliotecas estimula cualquier imaginación. ¿Cuántos escritos valiosos se perdieron con su decadencia? Un papiro podía alcanzar, como mucho, la vida útil de unos doscientos años. Si no se copiaba en ese periodo de tiempo, su contenido se perdería, por lo que cuantas más copias se hicieran de un libro y mejor se guardaran estas, más posibilidades han tenido de llegar hasta nosotros. Muchos iban cayendo por el camino, sobre todo a partir de la caída de Roma y la destrucción de las bibliotecas públicas construidas en la mayoría de las ciudades. Solo a partir de la invención de la imprenta se contó con un método de multiplicación de los libros rápido y barato, lo cual contribuyó inmensamente a la difusión de nuevas ideas que desembocaron en la Ilustración y en la Revolucion francesa:
"Los libros nos han legado algunas ocurrencias de nuestros antepasados que no han envejecido del todo mal: la igualdad de los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, la intuición de que tal vez los niños estén mejor en la escuela que trabajando, la voluntad de usar —y mermar— el erario público para cuidar a los enfermos, los ancianos y los débiles. Todos estos inventos fueron hallazgos de los antiguos, esos que llamamos clásicos, y llegaron hasta nosotros por un camino incierto. Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido."
Como dijo en una ocasión Borges, el libro es un instrumento perfecto, que no necesita más modificaciones (aunque en cierto modo el invento del ebook también ha sido revolucionario en cuanto a cuestiones de espacio de almacenamiento) y es una extensión de nuestra memoria e imaginación. Si hoy es tan sencillo el acceso a prácticamente cualquier título, hay que imaginar lo que supondría hace siglos, cuando conseguir un determinado libro exigía tener contactos o mucho dinero. El infinito en un junco cuenta con delicadeza y maestría una historia muy humana, derivada de la curiosidad de nuestros ancestros y de la necesidad de guardar el conocimiento de los antepasados para que el frágil hilo de comunicación entre generaciones de escritores no se rompa nunca. Aunque se haya convertido en una actividad cotidiana, la lectura del ensayo de Irene Vallejo nos despierta el sentido de la maravilla respecto a esa conversación que establecemos con gente muy remota cada vez que abrimos un clásico.
De verdad que EL INFINITO EN UN JUNCO es un libro que hacía falta en unas condiciones como las que estamos viviendo, que nos recuerda que esas vetustas bibliotecas que ahora parecen un estorbo, fueron las que ayudaron a ser lo que hoy somos.
ResponderEliminarTengo pendiente la lectura de este gran ensayo que todos le debemos agradecer a La Vallejo.
Y a propósito de esto, te invito a leer un artículo que escribí en el 2008 acerca de un tema similar. Te advierto que ha pasado mucha agua bajo el puente desde que lo escribí
https://tigrero-literario.blogspot.com/2008/08/nos-enfrentamos-la-muerte-del-libro.html
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