Una de las películas más recordadas y míticas de los ochenta, que todavía se deja ver hoy día y además, insospechadamente, ha dado lugar a una secuela altamente exitosa en nuestros días. Top Gun es ante todo un elogio de la camaradería en el estamento militar en tiempos de Ronald Reagan, cuando Estados Unidos buscaba curarse definitivamente las enormes cicatrices de la guerra de Vietnam y volver a aparecer ante el mundo como el garante de las libertades de Occidente. Está claro que en Top Gun se busca en todo momento hacer del Ejército del Aire estadounidense una institución altamente atractiva donde va a parar la gente más molona: quien logre superar las pruebas de acceso se convertirá en una criatura irresistible para cualquier mujer y formará parte de una Hermandad de gente superior. Todo esto puede parecer horrible para cualquiera que no se haya acercado a la cinta de Tony Scott, pero este cineasta consigue el milagro de ofrecer una película endiabladamente entretenida en la que no importa demasiado la lógica de los acontecimientos que narra. Las batallas aéreas son francamente espectaculares y el abuso de la fotografía preciosista no molesta demasiado al espectador, pues aquí confluyen una ética muy particular con una estética hija de la época de los primeros videoclips. El personaje de Maverick ha quedado como uno de los grandes mitos del cine de los ochenta: un tipo que se comporta como le da la gana en la Academia (prefiere poner en peligro su carrera e incluso su vida antes que dejar de molar durante un solo segundo), pero termina triunfando gracias a su arrolladora personalidad. Películas como ésta ayudarían pocos años después a George Bush padre a emprender operaciones como Tormenta del desierto con un apoyo popular sin precedentes.
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