El título de esta película no podía ser más acertado, puesto que todos los que la protagonizan son siervos de algo, ya sea del papa, de la iglesia que se alineaba con el Estado comunista en la Checoslovaquia de los ochenta o del propio Estado, todo el mundo tenía que pronunciarse a través de sus acciones. En el seminario que retrata Siervos, la mayoría de sus jóvenes estudiantes se mantiene fiel al papa y organizan pequeños actos de protesta clandestina, casi testimoniales, pero muy graves desde el punto de vista de un Estado totalitario que dicta lo que deben pensar sus ciudadanos, sobre todo los religiosos. La fotografía en blanco y negro, fría y siniestra, refleja mejor que cualquier discurso el espíritu de una época oscura en la que la Iglesia, totalitaria cuando gozó del poder en siglos precedentes, es ahora una dignísima víctima resistente frente a un poder que acabaría desmoronándose tan rápida como inesperadamente pocos años más tarde. Sorprende gratamente la temática elegida para esta obra, aunque no tanto la elección de sus formas narrativas, que quiere dar más énfasis a lo descriptivo y a lo reflexivo que a un lenguaje cinematográfico más clásico. Quizá dicha contención es lo que buscaba el director para esta historia de héroes anónimos. El que resiste, gana.
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