martes, 31 de mayo de 2016

UN DÍA EN LA VIDA DE IVÁN DENISOVICH (1962), DE ALEKSANDR SOLZHENITSYN. EN EL INFIERNO HELADO.

El comienzo del siglo XX fue un momento de gran optimismo en Occidente, pues muchos pensaban que empezaba un tiempo de progreso, que prolongaría los logros científicos y tecnológicos de la centuria precedente, profundizando en la igualdad y en la libertad de los individuos. Dichas ilusiones fueron frustradas en buena parte con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, que prendió una mecha de consecuencias indeseadas - totalitarismo, ultranacionalismo, racismo, regímenes comunistas o fascistas - cuyas consecuencias se prolongan hasta nuestros días. A partir de un determinado momento, Europa se transformó en un gran campo de concentración. Con la caída del nazismo, la Unión Soviética de Stalin siguió reprimiendo a su propia población y a la de los países ocupados. De hecho, la historia de Iván Denisovich es la de un hombre humilde, del pueblo, que tiene la mala suerte de ser capturado por el enemigo alemán, durante la invasión de la Unión Soviética y contar a sus propios mandos que ha podido escapar: un insólito crimen de alta traición que conlleva su inmediata condena al Gulag, la red de campos de trabajo y de castigo que, bajo la bota de Stalin, constituía una amenaza constante para cualquier ciudadano soviético, culpable o inocente, como bien se refleja en la magistral novela de Anatoli Ribakov, Los hijos del Arbat.  

La novela de Solzhenitsyn es una de esas obras que trascienden lo meramente literario, para convertirse en uno de esos iconos que definen una época. En un tiempo en el que muchos intelectuales del occidente europeo todavía defendían el sistema soviético como la materialización de un Estado utópico, la narración desde dentro, de un preso común del Gulag fue recibido con un interés inusitado, tanto en la Unión Soviética (que gobernaba Kruschev cuando fue publicado), como en buena parte del resto del mundo. Según Mario Vargas Llosa, Un día en la vida de Iván Denisovich "es un libro que está más cerca de la historia que de la literatura", un libro altamente influyente, pues fue el primero que se atrevió a denunciar, con conocimiento de causa, la realidad de la URRS de Stalin. Como dice Vargas Llosa en La verdad en las mentiras:

"El efecto del libro fue explosivo. ¿Quién podía, ahora, negar la evidencia? El hombre que testimoniaba lo hacía en la propia Unión Soviética y a partir de la experiencia , pues el universo concentracionario que describía lo había padecido en persona y por causas tan crueles y estúpidas como las que sepultan en el Gulag al oscuro campesino Iván Denisovich Shujov de la novela"

Lo mejor de la narración de Solzhenitsyn es que sigue la jornada de un hombre común enfrentado a una situación límite. condenado por un hecho absurdo, pero que no puede permitirse el lujo de lamentarse, pues todos sus esfuerzos han de estar consagrados a la supervivencia, cada día, cada hora. Aunque existe un Reglamento, los presos del campo están sujetos a la arbitrariedad de sus guardianes y, como es lógico, la tarea de salir adelante incluye grandes dosis de suerte, ingenio y corrupción. Con el duro régimen de trabajo bajo cero y las escasas calorías que aportan las raciones del campo, es necesario procurarse energías adicionales trapicheando con lo que se puede, haciendo favores a los presos que reciben paquetes del exterior o sobornando a los guardianes y a las autoridades. Todo por llegar a las siguientes horas de sueño o a la siguiente comida, el ritual más importante del día, que debe ser celebrado metódicamente:
"Removió la, por tantos motivos, desvirtuada sopa y se aseguró con rapidez de lo que le habían echado en el plato. Regular. No le habían servido de los bordes de la marmita, pero tampoco del fondo. De Fetiukov era de suponer que mientras le había guardado los dos platos, le habría pescado una patata."

El alimento, por magro que sea, adquiere en estas condiciones vitales un sentido casi místico, la razón de ser del prisionero:

"A la segunda cuenta de la noche, cuando el preso vuelve a entrar por la puerta del campo, se siente más sacudido por el viento, helado y hambriento, que en todo el resto del día, y el cucharón de sopa de coles ardientes y acuosa no es para él sino una gota de agua sobre una piedra al rojo: absorbida en un segundo. Pero esa sopa es más valiosa para él que la libertad, más que toda la vida anterior y toda la vida por venir juntas."

Después de todo, el día de Iván Denisovich que se describe, no es el peor de todos. El preso logra tomar una ración extra, e incluso termina la jornada probando una loncha de salchichón. Pequeños triunfos que marcan la diferencia entre la vida y la muerte, junto a la esperanza de una pronta liberación, aunque pueda verse truncada. El personaje se convierte así en el símbolo de todos los aplastados por la arbitrariedad de un régimen tiránico que necesitaba mantener un terror constante en sus ciudadanos para conservar su poder absoluto. El mejor resumen de la novela es la pregunta que se hace el prisionero en un determinado momento de la jornada:

"¿Entenderá alguna vez, aquel que está sentado en un lugar caliente al que se hiela de frío?"

sábado, 28 de mayo de 2016

X-MEN: APOCALIPSIS (2016), DE BRYAN SINGER. LA DISTOPÍA MUTANTE.

A partir del enorme éxito que supuso, en plenos años ochenta, la saga Secret Wars, la editorial Marvel encontró la gallina de los huevos de oro en la idea de unir a los principales personajes de su universo en una gran aventura anual que se prolongara por varios números de diversas colecciones. Era todo un regalo para los seguidores, pero también un castigo para el bolsillo de quienes querían seguir las historias completas. Una de las que más éxito tuvo, ya en los noventa, fue La era del Apocalipsis, que nos transportaba a un futuro alternativo en el que el profesor Xavier había sido asesinado y el mundo había sido conquistado por el villano del mismo nombre, un mutante inmortal que tenía las manos libres para crear su utopía de un mundo sin humanos. Lo cierto es que recuerdo haber sido impactado en aquellos años por la originalidad del planteamiento y por las versiones alternativas de los personajes. Recientemente se ha editado un enorme tomo recopilatorio. Casi prefiero no volver a leerlo, para evitar llevarme una decepción frente a la grata memoria.

La saga X-Men siempre ha sido la más filosófica de los cómics Marvel. En realidad el eterno conflicto entre Xavier y Magneto es una lucha de ideas: por un lado la convivencia entre el hombre y su versión evolucionada, los mutantes, también llamados homo superior y por otro la idea de Magneto de someter a la Humanidad, de acuerdo a las leyes de la evolución, de la inexorable victoria de los más fuertes sobre los más débiles, que siempre ha imperado, implacablemente, en la naturaleza. La mejor virtud de la saga cinematográfica filmada por Bryan Singer ha sido preservar la esencia de este planteamiento y adaptarlo para el público en general, evitando las complejas tramas y subtramas que caracterizan la versión dibujada de los personajes. 

Después de la magnífica Días del futuro pasado, se produjo una especie de reinicio para la saga, una oportunidad para renovar a los actores que interpretan a los mutantes y rejuvenecerlos. Hay que decir que este aspecto de X-Men Apocalipsis, ha sido todo un acierto, pues los nuevos personajes ofrecen frescura y hay buena química entre ellos, aunque habrá que esperar a futuras películas para saber con más certeza qué pueden dar de sí. El que sí se consolida como uno de los grandes descubrimientos es Mercurio, que esta entrega vuelve a ofrecer humor y espectáculo a partes iguales y se lleva otra vez la mejor escena, aquella en la que salva a sus compañeros de morir en la explosión de la mansión de Xavier. Bien es cierto que dicha escena no resulta demasiado original, en comparación con la del Pentágono en la entrega anterior, pero en cualquier caso su contemplación es un goce, un ejemplo magnífico de cómo mostrar los poderes de un personaje emblemático en la gran pantalla.

Pero X-Men Apocalipsis no es ni mucho menos una película redonda. A pesar de sus dos horas y media, su técnica narrativa no está nada depurada, informándonos en exceso acerca de algunas de sus circunstancias y dejándonos casi en completa oscuridad respecto a otras muchas. Además, un elemento tan importante como los efectos especiales ha sido tan descuidado que resulta un hecho insólito en una película de estas características. Algunas escenas parecen haber sido concebidas por el programador de un mal videojuego, lo que les resta grandes dosis de verosimilitud, algo fundamental para que el espectador acepte la "realidad" de lo que está sucediendo en la pantalla. También hay grandes personajes desaprovechados, siendo el caso más sangrante el de Magneto. Michael Fassbender hace lo que puede para salvarlo del naufragio, pero su actuación está lastrada por un guión simplón, que necesitaba ser pulido. Pero lo peor, con mucho, de la película, es el villano. Apocalipsis, un Oscar Isaac bajo capas inmensas de maquillaje azul, aparece como una amenaza poco intimidante e inexpresiva, que en una escena muestra poderes propios de un dios, para verse derrotado en la siguiente de manera poco creíble. 

En cualquier caso, lo bueno es que esta película sienta las bases de un nuevo universo mutante que puede desarrollarse de manera muy interesante en el futuro. No estaría mal que se terminara llegando a un acuerdo y pudiéramos ver a los X-Men junto a los Vengadores y Spiderman en próximas entregas. Por el momento, esta ha sido una de las entregas más flojas de una saga que ha sido capaz de entregar pequeñas joyas como X-Men 2, First Class y Días del futuro pasado. Esperemos que próximamente se rectifiquen los evidentes fallos de que adolece X-Men Apocalipsis y se mantengan sus virtudes.

martes, 24 de mayo de 2016

EL ARTE DE LA VIDA (2008), DE ZYGMUNT BAUMAN. SOBRE VIVIR EN UN MUNDO LÍQUIDO.

El témino mundo líquido ha hecho fortuna como descripción de nuestro mundo y nuestra sociedad como algo en permanente cambio, sin demasiadas bases sólidas. Lo que antes eran certezas absolutas, ahora pueden ser discutidas. Incluso el sentido de permanencia a una nación o a una religión determinadas pierde importancia a pasos agigantados. Las fronteras, al menos las virtuales, han desaparecido gracias a la omnipresencia de la red de redes, que regula cada vez más aspectos de la existencia. Los aparatos que nos conectan a internet ya no representan solo algo tremendamente útil, sino una especie de amuleto que siempre ha de estar junto a su usuario, llegando a consultarse cientos de veces al día, en la mayoría de las ocasiones para asuntos banales o de manera inconsciente.

El ciudadano es tratado cada vez más como un consumidor. Las grandes empresas, las verdaderas diseñadoras del mundo líquido, refinan cada vez más sus técnicas de venta, incluso llegando a personalizar su oferta, esperando que cada individuo se sienta como alguien especial, como receptor de un estatus diferenciado, aunque al final todos queramos más o menos lo mismo. Uno de los últimos inventos son los productos exclusivos, aquellos que solo pueden llegar a ciertas personas con un nivel adquisitivo alto. Los productores, en el colmo del cinismo, organizan listas de espera para acceder a dichos productos, para que la fidelización del cliente sea absoluta, por la satisfacción de sentirse especial y agradecido a quien le distingue con la confianza de venderle un vehículo, una ropa o un ordenador con características únicas, aunque en el fondo su utilidad sea la misma que la de los productos más convencionales. El concepto de love marks, puesto de moda hace algunos años, acerca a las multinacionales a una especie de devoción religiosa por parte de unos consumidores fieles que necesitan nuevas dosis del efímero placer que proporciona pasar la tarjeta para ser poseedor de un producto Apple, BMW o Lacoste.

Frente a este panorama, ser libre se vuelve una tarea más difícil que nunca. Aunque las tendencias sociales del momento aboguen por el individualismo, por la idea de personas hechas a sí mismas y autosuficientes, al final, si se rasca un poco la superficie, nos daremos cuenta de que la mayoría de la gente tiene unos gustos y una forma de pensar bastante similares. Si uno es diferente, lo advertirá en el hecho de que se sentirá bastante perdido en ciertas reuniones sociales:

"Como anotó en su diario Max Frisch, el gran novelista y no menor filósofo de la vida, el arte de «ser tú mismo», con seguridad una de las artes más exigentes, consiste en rechazar y repeler con decisión definiciones e «identidades» impuestas o insinuadas por otros; en resistirse a lo actual, escapar a la sujeción incapacitadora del impersonal das Man de Heidegger, nacido de la multitud y poderoso a través de ella,(...); en resumen, en «ser alguien distinto» y no lo que las presiones externas obligan a todo el mundo a ser."

En cualquier caso - ¡estamos en un mundo líquido! - encontrar puntos de referencia verdaderamente fiable es tarea harto complicada. Habría que reformular los conceptos de términos como individualismo y cooperación, para hacerlos compatibles. Como bien dice Bauman, es hora de que el mundo se vuelva menos economicista, que el PIB no solo mida una serie de cifras que apenas dan idea del bienestar y la felicidad de la gente. La creación de cierta solidez empieza por abandonar paulatinamente el culto a la satisfacción inmediata y efímera y empezar a valorar y sacar todo su jugo a un consumo mucho más responsable.

lunes, 16 de mayo de 2016

EL LIBRO DE LA SELVA (1894), DE RUDYARD KIPLING Y DE JON FAVREAU (2016). EL PEQUEÑO SALVAJE.

Pocos escritores representan el espíritu - ideológico e histórico - de una época con tanta claridad como Rudyard Kipling. Ganador del Premio Nobel en 1907, la escritura de Kipling es la esencia del imperialismo británico, la justificación del paternalismo del hombre blanco que invade las tierras de las razas inferiores para gobernarlas sabiamente. No en vano, Christopher Hitchens lo calificó como un hombre de contradicciones permanentes, porque también en las novelas y relatos del autor de Kim encontramos una indudable simpatía por la gente humilde, por los que tienen que ganarse el pan honradamente con el sudor de su frente. Se acusa comúnmente a Kipling de escritor fascista, y es cierto que la ideología que se percibe en sus escritos inspiró a muchos fascistas. Sin ir más lejos, el famoso poema If, era el favorito de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange. 

Acerca de la fama que adquirió en su tiempo, que hizo del escritor casi una institución del Imperio Británico, escribió George Orwell en sus Ensayos:  

"Rudyard Kipling fue el único escritor inglés popular de su siglo que no era al mismo tiempo un escritor rematadamente malo. Su popularidad, por descontado, era básicamente de clase media. En la típica familia de clase media de antes de la guerra, en particular en las familias anglo-indias, tenía un prestigio al que ningún autor de nuestros días ni siquiera se acerca. Era una especie de divinidad familiar con la que uno crecía y que uno aceptaba sin cuestionársela, tanto si le gustaba como si no."

A revitalizar la popularidad de El libro de la selva contribuyó poderosamente la película de Disney de 1967, que aprovechó la abundancia de poemas que contienen los cuentos para componer una serie de canciones hoy día muy famosas. En realidad la versión recién estrenada es una versión de ésta, más que del libro. Lo que está edulcorado en sus versiones cinematográficas, para reducirlo a una historia más asequible para los más pequeños, es la constante lucha por la supervivencia y la permanente presencia de la muerte de los relatos de Kipling. Por mucho que en esta selva imaginada existan leyes que todos deben respetar, los animales siguen matándose unos a otros para sobrevivir. Mowgli, el bebé perdido y criado por lobos, se convierte en un ser superior, porque en su naturaleza coexiste lo mejor del instinto animal con la racionalidad propia del ser humano. No importa que otros animales, como su enemigo, el tigre Shere Khan sea más fuerte y más ágil que él. El humano podrá vencerlo gracias a su paciencia y su astucia. 

Bien pudiera ser Mowgli un representante de la raza superior que acaba gobernando a los habitantes de la tierra que lo acoge, por poseer un sentido común y una sabiduría a la que los animales no pueden aspirar. Pero Mowgli también representa el permanente conflicto entre sus dos naturalezas. Aunque se siente a gusto en la selva, que es un medio al que se ha adaptado a la perfección, no puede sino sentir curiosidad por la civilización en la que nació. También hay que apuntar que Kipling no pierde oportunidad de lanzar un ataque directo contra las costumbres de la India profunda, en el episodio en el que los padres de Mowgli están a punto de ser quemados en la hoguera, acusados de brujos. Y justifica la presencia imperial con estas palabras irónicas:

"Los ingleses (...) eran gente de tan poco seso que no querían permitir que honrados labradores mataran en paz a sus brujos."

Es mejor leer El libro de la selva sin prejuicios ideológicos, disfrutando tan solo de la prosa de Kipling y de la originalidad de sus historias. Respecto a la adaptación cinematográfica de Favreau, a pesar de su escasa originalidad, merece la pena por el buen espectáculo que ofrece, por su perfecta integración de una selva virtual alrededor de un actor real, un Neel Sethi que se convierte en la auténtica estrella de la función.     

jueves, 12 de mayo de 2016

TECHO Y COMIDA (2015), DE JUAN MIGUEL DEL CASTILLO. EL HOGAR DE LOS DESHEREDADOS.

Hace una década, la construcción tiraba del carro de la economía con un vigor tal, que al final, por exceso de fuerza, se salió del camino y se estrelló. Mientras duró la época de vacas gordas, todo el mundo se beneficiaba de un modo u otro del dinero fácil que generaba la venta de pisos, cada vez más caros, pero, paradójicamente, más accesibles gracias a la masiva concesión de hipotecas que duraban toda una vida. Cuando la burbuja estalló, el mal llamado Estado del bienestar empezó a colapsar. Fueron cientos de miles los que quedaron al borde del camino, en situación lamentable. Juan Miguel del Castillo cuenta en Techo y comida la crónica de una de ellas, Rocío, una madre soltera que debe muchos meses de alquiler y vive, junto a su hijo de ocho años, una situación de auténtica pesadilla ya que, aunque ella no quiera ser muy consciente de ello, la cuenta atrás para su desahucio ha comenzado.

En realidad Techo y comida puede ser vista como una denuncia social o como una película de terror muy peculiar, pues narra las consecuencias del miedo lanzado por el colapso económico que, con epicentro en Estados Unidos, alcanzó a todo occidente, con gravísimas consecuencias en el Sur de España. Rocío aparece como la víctima perfecta, un ser absolutamente desamparado y desbordado por una situación que no comprende bien. Su única defensa - pobre defensa - son los leves rezos a un Dios que no va a escucharla. Alrededor de ella se va desatando un proceso imparable, del que difícilmente va a lograr salir. Ha sido sentenciada como pobre, con el agravante de no tener estudios y de criar un hijo en solitario. La sociedad, paralizada también por el pánico, poco puede hacer por ella (es loable que exista gente como su vecina de arriba, que la socorre siempre que puede sin pedir nada a cambio), pero es que tampoco el Estado es capaz de responder ante una situación de emergencia, más allá de regar a los bancos de dinero público. Cuando Rocío acude a Servicios Sociales, la respuesta a sus demandas es muy tibia: una escueta paga que llegará (o no) en más de un año y se acabará en seis meses. También puede acudir al comedor de Cáritas, pero debe sufrir la humillación, mientras espera una cola junto a decenas de personas, de que una monja les recite el Padrenuestro (una escena un tanto irreal, por otra parte).

A pesar de tratarse de una obra muy bien filmada, que no engaña al espectador respecto a sus intenciones, la película de Del Castillo adolece de un gran defecto: aunque conocemos las tremendas circunstancias a las que se enfrenta la protagonista, nunca llegamos a saber nada de las razones últimas que le han llevado a tal situación límite, cómo es que no cuenta con familia a la que acudir, qué sucedió con el padre del niño... El director se limita a exponer la peor de las realidades posibles, con la que el espectador no puede sino solidarizarse, pero a la vez el guión no deja de ser la exposición de un cúmulo de desgracias con trágico final, a las cuales la protagonista asiste cada vez más pasivamente, reaccionando solo con repentinos ataques de rabia, algo bastante lógico, por otra parte, respecto a alguien que no cuenta con guía ni modelo alguno en el que apoyarse.

Hay escenas en Techo y comida (y quien no haya visto la película que no siga leyendo este párrafo) muy logradas, como el contraste brutal entre la gente celebrando la victoria de España en la Eurocopa de 2012 mientras Rocío y su hijo lloran porque a la mañana siguiente deben abandonar su hogar. Junto a ellas hay otras un poco más absurdas, como aquella en la que la protagonista rebusca en la basura y encuentra enseguida en una bolsa comida embasada y lista para consumir (quizá recién caducada). He visto a gente rebuscando en los bidones de basura y esos no son hallazgos habituales... Lo que sí es realmente brutal es el contraste de cómo se moviliza el Estado cuando tiene que ejecutar un desahucio - policía, agentes y secretario judicial... - y la indiferencia casi absoluta que ha mostrado para remediar la situación que lo ha provocado. También da para reflexionar el hecho de que en nuestro país algunos derechos básicos, como la Sanidad, estén garantizados - a pesar de los brutales recortes en este ámbito - y otros, como los que recoge el título de la película, sean auténtico papel mojado para el sector más débil de la población. 

En fin, aunque imperfecto, Techo y comida es un retrato de la espeluznante España de la crisis de la que muchos, como Rocío, han sido víctimas sin comprender muy bien por qué. 

miércoles, 11 de mayo de 2016

DIOSES ÚTILES (2016), DE JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO. NACIONES Y NACIONALISMOS.

La historia no es una ciencia exacta, más bien es una disciplina maleable, de la que se usa y abusa con el fin de defender las posturas más variadas. Junto a las religiones, el nacionalismo es un fenómeno que depende en gran medida de la interpretación del pasado, narrado casi siempre como un paraíso idílico conformado por la esencia de la nación, una esencia que hay que recuperar. Lo peor de estos temas es que son altamente emocionales. Discutir con un nacionalista convencido (y hablo de nacionalismo español, catalán o serbio) es cómo intentar desentrañar las razones por las que alguien es seguidor de un equipo de fútbol y se alegra intensamente con las victorias y sufre con las derrotas de su equipo: un asunto que está más allá de lo racional. Por eso, el mejor intérprete del fenómeno nacionalista siempre será el historiador imparcial, el que está alejado de los distintos intereses políticos, cuyo único aliciente es la búsqueda de la interpretación de los hechos pretéritos que más se acerque a la verdad, eliminando la tendencia - inevitable, por otra parte - de explicarlos a la luz del presente, en vez de indagar en las formas de vida y de gobierno de nuestros antepasados, que en demasiados aspectos poco tenían que ver con las nuestras.

El propio Álvarez Junco explica su posición ante un asunto que suscita tantas sensibilidades:

"Evitar la emoción es justamente lo que intento hacer aquí: racionalizar un problema que es presa habitual de la emocionalidad; someter los sentimientos a la razón, en lugar de, como tantas veces ocurre, poner la razón al servicio de los sentimientos. (...) Aunque sé bien que jamás se equivoca tanto el ser humano como cuando opina sobre sí mismo, tengo la firme creencia de no ser nacionalista (...) Mi única lealtad, cuando escribo, es hacia el conocimiento riguroso, y si la nación se opone a la ciencia, me alineo desde luego con la ciencia y no con la nación; es decir, que si una verdad histórica es antipatriótica, lo lamento, pero no lo oculto."

Como se demuestra en Dioses útiles, el surgimiento del nacionalismo ha seguido muy diferentes caminos en distintas partes del mundo. Lo que está claro es que el Estado-nación es una construcción del siglo XIX. En la Edad Media y Moderna, aunque ya existía en algunas partes la idea de Estado, en realidad era algo que usaban los señores que se iban haciendo más poderosos, hasta el punto de proclamarse reyes. La representación del sacrificio por un ideal que ofrece la patria, es un caldo de cultivo inigualable para consolidar el poder político.

No importa que la construcción nacional se base en gran medida en patrañas - en el País Vasco se empezó justificando la pureza de la raza porque su fundador fue uno de los nietos de Noé - y manipulaciones descaradas de la historia. Lo importante es el sentimiento, el amor a la patria sin más razones que el patriotismo mismo, y el rechazo del enemigo, ya sea éste interior o exterior. Además, es fácil crear, muchas veces de la nada, símbolos sagrados y aleccionar a la población a respetarlos a través de la idea de honor: la bandera, el escudo, la tumba del soldado desconocido... Elementos abstractos si se analizan fríamente, pero por los que el patriota debe estar dispuesto a matar y morir. Es preciso también tener en cuenta que no siempre los fenómenos nacionales siguen los mismos rumbos o tienen las mismas finalidades:

"(...) los nacionalismos son construcciones culturales, "comunidades imaginadas", que pueden servir para los objetivos políticos más diversos: la modernización y la economía y la sociedad o, por el contrario, el mantenimiento de tradiciones heredadas; la formación de espacios políticos más grandes o, al revés, la fragmentación de imperios multiétnicos en unidades más pequeñas y homogéneas; la ampliación territorial del Estado frente a sus vecinos o rivales o la expansión interna por la asunción de áreas o competencias que previamente le eran ajenas."

El caso español tiene particularidades muy interesantes, puesto que, a diferencia de Francia, la construcción identitaria nacional no parte de un hecho tan rupturista con el pasado como una Revolución. Si la bandera española es rechazada, o al menos le es indiferente, a buena parte de la sociedad es porque se identifica con un régimen dictatorial, que se apropió durante cuarenta años de los símbolos nacionales y los identificó con una determinada ideología, mientras que destruía otra manera de ser patriota, la visión republicana. Nuestra mitología incluye al Cid, a los Reyes Católicos, a Don Pelayo, a Santiago Matamoros e incluso a Viriato (la mayoría son personajes históricos, pero sus acciones se interpretan de manera interesada en la construcción nacional), pero en realidad el auténtico despertar nacional tuvo lugar durante la Guerra de la Independencia, concretamente con la redacción de la Constitución de Cádiz, en la que por primera vez se expresa la soberanía como algo que procede de la voluntad del pueblo, y no de la del rey o de Dios. Estas dos visiones de España se enfrentaron durante todo el siglo XIX, culminando en la Guerra Civil de 1936. Si bien la Constitución actual ha vuelto a otorgar la soberanía al pueblo, en nuestro país persisten algunos usos más propios del Antiguo Régimen, como los privilegios otorgados a la iglesia católica, la desigualdad en el reparto de la renta o la escasa cultura parlamentaria. 

Por suerte la idea de la nación como un ente abstracto, eterno e inmutable a través de los siglos ha sido ya superada, sobre todo después de que, tras la Segunda Guerra Mundial, se comprobara lo que sucede si se lleva esa idea hasta las últimas consecuencias. A pesar de todo, los independentismos siguen nutriéndose de tergiversaciones de la historia y quejas por los agravios permanentes a los que un pueblo originariamente libre está sometido. Personalmente, siempre me hago la misma pregunta. ¿Un hipotético Estado catalán estaría dispuesto a respetar el derecho de autodeterminación dentro de su territorio, si por ejemplo los leridanos deciden que cuentan con una identidad propia y diferenciada del resto de Cataluña? ¿Hasta donde puede llegarse en la construcción de una nueva nación? Lo cierto es que en el mundo actual tiene mucho más sentido la unión económica y política, de manera cada vez más sólida, entre Estados, que la fragmentación de los mismos.

José Álvarez Junco ha escrito un ensayo muy lúcido y erudito, donde se demuestra con pruebas incontrovertibles que las naciones son entes imaginados, no construídos de forma natural, sino forjadas por el devenir de la historia y los hombres que la protagonizan. Como se ha demostrado a través de los siglos ninguna nación es eterna y la mayoría de las que existen hoy, en la forma cómo las conocemos, no tienen más que dos o tres siglos. Por eso es peligroso centrar el debate político en la consecución de derechos colectivos, tan pasionales como vacíos de contenido y centrar el mismo en los derechos individuales, mucho más prosaicos y útiles para el bienestar diario del ciudadano. Hubiera sido bueno que el autor de Mater dolorosa escribiera un último capítulo, a modo de epílogo, con un pequeño resumen interpretativo de las ideas expuestas, pero este pequeño defecto no desmerece ni un ápice la oportunidad de un libro tan necesario para nutrir un debate muy de actualidad.

domingo, 8 de mayo de 2016

LA CHICA DE LOS OJOS MANGA (2016), DE JOSÉ ANTONIO SAU. LAS EDADES DEL AMOR.

Los mejores libros de relatos son siempre los que nos ofrecen una cierta coherencia temática entre sus distintas propuestas narrativas. Si José Antonio Sau ya nos ofreció una estupenda muestra de lo que es capaz de hacer, literariamente hablando, en Cuentos de la cara oscura, la grata impresión producida en aquel momento se confirma y se agudiza con La chica de los ojos manga, un conjunto de relatos cuyo hilo conductor son las distintas vertientes del amor, una palabra que puede tener tantos significados y matices como personas embriagadas por un sentimiento tan universal.

¿Y qué es el amor? Para muchos autores clásicos era lo que daba sentido a una existencia. Un filósofo como Ortega y Gasset lo definía como una especie de atontamiento temporal del alma. Para la ciencia más vanguardista, se trata de un mecanismo evolutivo necesario para el éxito y la reproducción de la especie. Un poco de todo esto hay en los relatos de José Antonio Sau, que utiliza su aguda capacidad analítica (no en vano, su profesión es la de periodista) para contarnos que el amor no siempre es un sentimiento grato, ni siquiera noble, sino que depende de la situación, del punto de vista de quien lo experimenta (o lo padece) y de si el objeto del enamoramiento responde positivamente, con asco o con indiferencia. Un ejemplo muy significativo de lo que digo se encuentra en el relato que da título al libro, en el que su protagonista, absolutamente hechizado por una mujer desde su adolescencia, sabe que su papel va a ser meramente el del adorador oculto, llegando a contar con la aquiescencia del objeto amado, como si la vida fuera un juego macabro que, aunque pasen los años, sigue poniendo a cada jugador en el lugar que le corresponde.

En otros relatos, como Sonia ya no está en el oasis, la temática es más compleja si cabe, puesto que el amor consensuado, el que está a punto de cristalizar, a veces se encuentra con los obstáculos más insospechados, con circunstancias crueles que hacen de su materialización un ejercicio muy complicado. Los hay también con un gran componente social y humanístico (y esto nos retrotae a Cuentos de la cara oscura) como El cuidador, sobre un hombre que debe enfrentarse a una situación en la que está en juego la percepción social del amor como sacrificio absoluto - "en la salud y en la enfermedad", se recita en las bodas - frente a la ilusión de un nuevo comienzo. La peor cara de nuestra Guerra Civil, de la que este año conmeramos el ochenta aniversario de su comienzo, se encuentra presente en el estremecedor Dolores, o el amor que debe enfrentarse con la crueldad de la Historia. Además, entre otros muchos retratos de ese poliedro de infinitos prismas que es el amor, recomiendo leer con mucha atención No habrá más flores para Elena, en el que la protagonista intenta atisbar qué hubiera sido de su vida si esta no hubiera estado marcada por un episodio dramático sucedido a su primer amor, todo ello envuelto en una atmósfera de misterio muy sugerente.

Es preciso comentar también que, desde un punto de vista estrictamente literario, los relatos de Sau se destacan por la agilidad de su lectura, por esa característica, tan difícil de conseguir por cualquier escritor, de hacer que el lector se sustraiga por unos minutos de la realidad circundante e ingrese plenamente en un mundo de ficción que jamás abandona su íntimo anclaje con la materialidad de la propia existencia y la de los otros. La chica de los ojos manga es todo un ejemplo de cómo alcanzar la madurez literaria. Pero dejemos que la última palabra la tenga el autor o, mejor dicho, el narrador de El Sol de agosto:

"Siempre pienso en el instante decisivo de Borges cuando escribo. Todos estamos aquí por algo y cada uno de nosotros, esa chiquilla, la señora de voluminosa humanidad, el vendedor de pasteles, el camarero o ese que no soy yo, existimos por una razón superior y hay un minuto decisivo, un instante puntual que justifica nuestra vida."

viernes, 6 de mayo de 2016

CLUBES DE LECTURA EN MÁLAGA EN MAYO. LIBROS BAJO LOS ÁRBOLES.

Pasear por Granada es siempre algo muy especial. Por mucho que uno conozca sus calles y avenidas, siempre hay algún elemento en el que no había reparado en anteriores visitas, y surge la sorpresa. Además, una ciudad que atesora tanta historia en todos sus rincones estimula la sed de nuevas lecturas. Granada cuenta con una estupenda red de librerías - favorecida por la numerosa presencia de universitarios - y su feria del libro es un acontecimiento que embellece más si cabe la zona de la Fuente de las Batallas y la Carrera de la Virgen. Numerosas casetas ofrecen sus volúmenes bajo una espléndida arboleda que invita a pasear pausadamente, mientras, al fondo, en la sierra se derriten los últimos restos de nieve de la primavera. Lo mejor de esta feria es que, a diferencia de lo que sucede en otras ciudades - las librerías parecen haberse coordinado para ofrecer cada una de ellas un material distinto y original. Así encuentro algunos libros editados por la Universidad de Granada y la Junta de Andalucía, de historia y antropología, que son difíciles de hallar en otro contexto. Mientras tanto, un campeón de ajedrez juega unas partidas simulténas contra unos aficionados y se anuncia la presencia del novelista Mircea Cartarescu, que está en Granada dentro del festival dedicado a hacer oir distintas voces de la cultura Mediterránea... Pero en Málaga no podemos quejarnos: contamos con una red de clubes de lectura que son un ejemplo a seguir por otras ciudades.

Respecto a los clubes de lectura y cine de Más Libros Libres, tienen información detallada en este enlace:


En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, después de haber terminado con la lectura de Mauricio o las elecciones primarias, de Eduardo Mendoza, siguen con la lectura de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, analizando capítulo tras capítulo.

En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, la obra de teatro que inspiró En la casa, película que ya comentamos en el taller de cine de Más Libros Libres: El chico de la última fila, de Juan Mayorga.

En los clubes de lectura del Centro Andaluz de las Letras, dos propuestas muy diferentes: por un lado Instrumental, de James Rhodes, la autobiografía de un ser atormentado, que ha tenido mucho éxito en Gran Bretaña y yo estoy deseando leer y por otro, uno de los libros más vendidos de los últimos tiempos: El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson.

En el club de lectura del Ateneo de Málaga, un libro de Cesare Pavese, el autor de El oficio de vivir, La Luna y las hogueras, una novela de carácter autobiográfico en el que el autor italiano emprende un viaje a sus orígenes. 

En los clubes de lectura de la Librería Luces, uno de los grandes éxitos de la narrativa española de los últimos años, la gran revelación Jesús Carrasco con su última novela, La tierra que pisamos.

En el club de lectura de Fnac Málaga, se contará con la presencia de Miguel García, y se debatirá en torno a Martín Zarza, su primera novela publicada.

En el club de lectura de Casa del Libro, uno de los libros más exitosos de la autora de la imprescindible Suite francesa: Irene Menirovsky con El vino de la soledad

Y el club de lectura del Museo Ruso ofrece la oportunidad de revisar la obra maestra de Thoreau, Walden, algo que en Más Libros Libres se hizo el mes pasado. Seguro que se habrán elegido cuadros muy adecuados de la maravillosa colección que exponen actualmente para ilustrar el debate.

¡Felices lecturas!

miércoles, 4 de mayo de 2016

CAPITÁN AMÉRICA: CIVIL WAR (2016), DE ANTHONY Y JOE RUSSO Y DE MARK MILLAR Y STEVE McNIVEN (2006). LIBERTAD VS SEGURIDAD.

Si los superhéroes existieran en el mundo real, las bajas civiles serían enormes. Imaginen la presión diaria que supondría sobrevivir en el universo Marvel. A los problemas vitales ordianarios - el trabajo, el amor, la salud - se sumarían las constantes batallas entre seres cercanos a la divinidad capaces de destrozar un centro urbano en pocos minutos. La gente trataría de adaptarse, claro, como cuando se organiza para soportar un periodo bélico. Supongo que en ese hipotético mundo existirían incluso carísimos seguros a todo riesgo para cubrir la eventualidad de daños superheroícos. Civil War parte de esta premisa para construir un guión muy sólido, en el que se maneja de manera magistral la presencia de un gran número de personajes, hay un gran equilibrio entre las escenas de acción y otras más íntimas y reflexivas y que es muy coherente con las películas anteriores que han ido construyendo este universo.

Tanto en el cómic como en el cine, el desencadenante de esta guerra civil son las bajas colaterales. En la obra original de Mark Millar, era un grupo de superhéroes adolescentes que rodaban un reality show televisivo en busca de villanos los que provocaban la catástrofe. En la versión cinematográfica, lo hacen los mismos Vengadores, a los que se les va de las manos una operación en un país extranjero. Pronto la opinión pública y el gobierno estadounidense empieza a hacerse abiertamente las preguntas que habían estado latentes durante mucho tiempo. ¿Cómo controlar la actividad de estos justicieros? La respuesta del cómic es un acta de registro, mediante la cual los héroes deberán desvelar su identidad al gobierno y ponerse bajo su control. En la película, la solución es parecida, aunque bajo el control de Naciones Unidas, aunque la cosa se complica con la aparición de un descontrolado Soldado de Invierno...

Pronto llegan las desavenencias en el seno de la comunidad superheroica. Para el Capitán América, el acta es una intolerable intromisión en la libertad individual de un grupo de gente que ha sacrificado muchas cosas para proteger a los demás. ¿Qué pasaría si el gobierno les manda donde no quieren ir? ¿qué pasaría si les prohiben impedir una injusticia? Para Iron Man, que sufre remordimientos por los errores cometidos, es mejor plegarse a los designios de un gobierno elegido democraticamente y cuya decisión es apoyada por la mayoría de una opinión pública muy asustada por la capacidad de destrucción de estos seres. También Joe Quesada, el director de Marvel, puso su granito de arena en el debate:

"Algo que hay que tener en cuenta y que es muy importante es que en Civil War el gobierno hace su trabajo. Actúa de forma responsable. Son los ciudadanos de los Estados Unidos del universo Marvel los que piden que se haga algo al respecto de una situación concreta, y el gobierno responde a la petición ideando la única solución factible para ellos. El Acta de Registro de Superhumanos es algo que realmente parece la única alternativa en vista de cómo la gente vive con miedo a cualquiera con superpoderes.

Lo que hace a Civil War realmente única y distinta  de cualquier otro gran acontecimiento en la historia de los cómics es que no hay ningún auténtico y evidente villano. Ya no es una cuestión de buenos y malos. Como a veces sucede en la vida real, el contrario es en ocasiones una persona cercana que simplemente tiene unas creencias contrarias o diferentes a las tuyas."

Lo más grandioso de Civil War - película y cómic - es que la ambigüedad de los planteamientos de cada bando se transmite al lector-espectador, que, como sucede en la vida real, no es capaz de dilucidar quien está en posesión de la razón, porque en realidad ambas posturas cuentan con elementos a favor y en contra. En un determinado momento, una conversación entre el Capitán América e Iron Man es muy reveladora, puesto que comentan que es posible que la aparición de los superhéroes conlleve la aparición de supervillanos cada vez más poderosos, como en una demencial carrera armamentística que solo puede acabar con la destrucción total de la Humanidad. ¿Les suena históricamente de algo? Pero las referencias históricas no se acaban con la Guerra Fría, sino que ponen su mira en el mundo actual, en esa superpotencia estadounidense que en los últimos años se ha dedicado a invadir países en nombre de una hipotética seguridad, después de haber sufrido un ataque en su propio territorio. 

Como película, la propuesta de los hermanos Russo es una de las propuestas más divertidas y más equilibradas que se han dado en el género superheroico, que cuenta con una de las escenas de acción más espectaculares jamás concebidas, la que transcurre en el aeropuerto y que enfrenta a los miembros de los dos equipos. La presencia de novedades, como la de un Spiderman por fin plenamente adolescente (la conversación que mantiene con Tony Stark, como presentación del personaje, lo define de manera mucho más completa que las dos últimas películas que filmó Marc Webb) y la de un superhéroe tan elegante como Pantera Negra dan aire fresco a la trama. Todos tienen oportunidad de lucirse gracias a un guión muy bien concebido, que no solo da importancia a la lucha ideológica entre ambos bandos, sino que es capaz de hacer un hueco para que los protagonistas expresen sus sentimientos más íntimos, sobre todo en su soprendente final.

Pero el gran protagonista de la cinta sigue siendo el Capitán América, ese superhéroe tradicional del que todo el mundo esperaría que se pusiese enseguida al servicio del gobierno y por contra se convierte en un paladín de la desobediencia civil, otra tradición muy americana. Me hubiera gustado ver al Punisher de Jon Bernthal unirse a su bando (cosa que sí sucede en el cómic), como espejo distorsionado al que el Capitán no quisiera mirarse: el del anarcofascista que mata sin remordimiento a cuanto criminal se le pone por delante, no tanto para proteger al ciudadano, sino como una especie de ceremonia de limpieza moral del mundo. Quizá experimentemos el gozo de que suceda algo así en la próxima entrega. Por lo pronto, la que se puede ver ahora en los cines constituye un auténtico placer para cualquier espectador sin prejuicios, sea seguidor o no de los cómics Marvel.

lunes, 2 de mayo de 2016

VIDA Y TIEMPO DE MANUEL AZAÑA 1880-1940 (2008), DE SANTOS JULIÁ. EL HOMBRE TRANQUILO.

Me gusta mucho la foto de Manuel Azaña que ilustra este artículo. Quizá estaba viviendo uno de sus últimos días verdaderamente felices, en la Feria del Libro de Madrid, pocos meses antes de que estallase la rebelión militar que dio comienzo a la devastadora Guerra Civil. Porque Azaña jamás fue un político convencional. No llegó a las más altas responsabilidades del Estado por sed de poder o por ambición personal, sino arrastrado por sus convicciones más íntimas, por la oportunidad que llegó a ver en el régimen Republicano de regenerar el país, de acercarlo al modelo francés que tanto admiraba y dejar atrás tantas décadas de inestabilidad, democracia chapucera y pronunciamientos militares, para que España alcanzara por fin la modernidad política.  Quizá fue un político tan brillante porque en las décadas anteriores, dedicadas en buena parte al estudio, se había preparado para serlo.

Azaña, que se definía a sí mismo como "un intelectual, un demócrata y un burgués" se debatió toda su vida entre sus dos grandes pasiones: la literatura y la política. Que no alcanzara el más alto protagonismo en la vida pública hasta cumplidos los cincuenta habla mucho de su discreción y, por qué no decirlo, de sus eternas dudas, de sus inseguridades. Durante años, el político de Alcalá de Henarés comenzó muchos proyectos y los dejó a medio camino. Su gran ambición era consagrarse con una gran obra literaria, pero su mayor labor en este campo la realizaba como Secretario del Ateneo de Madrid, donde se codeaba con figuras como Ortega y Gasset, Unamuno, Baroja , Marañón o Valle Inclán. Su trabajo dio nuevos ímpetus a la institución, que vivió años muy brillantes en las primeras décadas del siglo XX, siendo toda una referencia intelectual y liberal en el Madrid de la época.

A su vez, después de haberse asegurado una plaza de funcionario, Azaña comenzó su actividad política con su acercamiento al Partido Reformista, en la década de los diez y llegó a presentarse a las elecciones como diputado, sin llegar a ser elegido. Tampoco abandonó su pasión por la literatura, dirigiendo la revista España, en la que colaboraron las mejores plumas de la época, como Antonio Machado, Gerardo Diego o Federico García Lorca y donde se publicó por primera vez Luces de bohemia, de Valle Inclán.

Aunque hasta ese momento a Azaña le daba igual que la forma de Estado fuera  monárquica o republicana, mientras fuera garante de una democracia real en el país, la traición de Alfonso XIII, que permitió la dictadura de Primo de Rivera, le transformó en un republicano convencido, hasta el punto de que su figura llegaría a personalizar la idea de República en España. Su buena estrella pareció activarse a partir del 14 de abril de 1931. A partir de ese momento, y partiendo del cargo de Ministro de Guerra, Azaña puso sus mejores cualidades al servicio de su idea de Estado. Una vez que organizó una brillante reforma militar, a base de decretos (y que empezó a sumarle enemigos entre quienes se creyeron perjudicados por la misma), avaló el fin del confesionalismo católico en España, apostando por un laicismo que se interpretó en los sectores religiosos más conservadores como una especie de declaración de guerra, punto de vista que se vio reforzado por los desgraciados sucesos de mayo del 31, con la masiva quema de conventos e iglesias que alcanzó especial virulencia en ciudades como Málaga. Azaña siempre condenó esos hechos, que poco tenían que ver con su visión respetuosa de la religión, respecto a la cual, el Estado debía ser un ente exquisitamente neutral:

"Manuel Azaña nunca fue enemigo de la religión; siempre mostró, más que una condescendiente comprensión, un respeto profundo por los creyentes, que no estaba únicamente relacionado con la estética de la liturgia (...), sino con una especie de suspensión de juicio ante las manifestaciones de la fe, siempre que de la creencia religiosa no se derivaran implicaciones derivadas al Estado o a la moral pública".

Uno de los puntales de su popularidad como político, además de su competencia técnica y jurídica, era su maestría como orador. Aunque hubiera que pagar para escucharlo, las masas acudían cada vez que se anunciaba un discurso suyo. Azaña era una de esas personas - infrecuentes en la política de nuestro país - que son capaces de convencer a través de la palabra. Sus alocuciones públicas gozaban de una magistral mezcla entre rigor y emoción, con la que se dirigía al pueblo con una erudición exenta de pedantería:

"(...) uno de sus primeros estudiosos, Frank Sedwick, llamó la atención sobre su lógica irrefutable, su rico y exacto vocabulario, la originalidad y profundidad de su pensamiento, la hondura de su perspectiva histórica, la perfección sintáctica de sus largas y perfectamente equilibradas frases. (...) en su palabra gentes con expectativas divergentes y posiciones enfrentadas encontraban un esclarecimiento de la razón que, en un clima de alta emotividad, indicaba una salida política a una cuestión vital, embrollada en previos debates, que quedaba iluminada por una inmersión en la tradición de la que emergía una propuesta de futuro."

Además, también era capaz de ironizar acerca de la búsqueda eterna de nuestro ser nacional, algo a lo que él otorgaba importancia relativa. Lo verdaderamente urgente eran las reformas: la del ejército, la educativa, la laboral y la agraria:

"(...) todos los españoles tendremos que formar un corro inmenso alrededor de los Toros de Guisando, y esperar con ansiedad a que este venerable vestigio ibérico nos revele nuestra identidad nacional".

A pesar de las inmesas dificultades, a pesar de la división política imperante en España, de la fragmentación parlamentaria (un asunto de actualidad hoy día) y de la deslealtad de las derechas hacia el Régimen republicano, el esfuerzo de Azaña, que fue olvidado durante décadas oscuras en nuestro país, merece ser rescatado y divulgado, limpio de mentiras y de interpretaciones interesadas. Su mayor error fue no prestar la merecida atención a las conspiraciones que iban sucediéndose y que culminaron en el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Azaña siempre creyó que el Régimen Republicano, implantado con tanta facilidad, era mucho más sólido de lo que se demostró una vez que fue puesto a prueba. Quizá su confianza ciega en la ley y el instinto del funcionario que cree que dictando la resolución adecuada se acaban los problemas, jugaron en su contra en este sentido.

Una vez que estalló la Guerra Civil, Azaña fue otro. Presidente de la República, abocado a jugar un papel meramente representativo, su pesimismo fue en aumento a medida que las tropas de Franco ganaban terreno, apoyadas por italianos y alemanes, mientras la República no recibía ayuda de los que consideraba sus aliados naturales, Francia e Inglaterra. Muy pronto su obsesión fue la de llegar a un compromiso con el enemigo a través de la mediación internacional y que los españoles votaran qué régimen debía ser el del Estado. Jamás existió dicha posibilidad, puesto que ambos bandos buscaban la victoria total. Mientras veía desmoronarse la obra que había construído con tanto celo (sensación que ya había experimentado durante el bienio negro), sus esperanzas en el futuro se deshacen. Azaña es una sombra de sí mismo. A pesar de que sus escasos discursos durante el conflicto tuvieron repercusión, su figura se fue achicando, ahogada por la guerra civil dentro de la Guerra Civil que llegó a desatarse en el frente republicano. Su horror por lo que sucedió en aquellos años fue tan profundo que llegó a minar su salud. Un momento de tristeza particularmente intenso lo vivió cuando visitó el Alcalá de Henarés de su infancia y juventud destrozado por las bombas. Sus intentos de abandonar la presidencia no dieron fruto, puesto que, a pesar de todo, su prestigio no tenía recambio posible:
 
"Y esto es lo que necesita explicación, que haya permanecido en la presidencia; no el abatimiento, la repugnancia, la indignación, el horror o el miedo que le produce ser testigo de la destrucción y la muerte y del derrumbe del Estado republicano, que él había identificado con la libertad y el imperio de la ley, sino que sintiendo todo esto como una quiebra de lo que él era y representaba, permaneciera en la presidencia."

Su muerte, en el exilio, acosado por sus enemigos, mientras sus amigos y familiares eran capturados o partían hacia México, fue la más luctuosa posible. A pesar de todo, en plena Guerra Civil dejó escrito en su diario:

"Los españoles tendrán que convencerse de la necesidad de vivir juntos y de soportarse a pesar del odio político. Si lo hubieran comprendido así a tiempo, nos habríamos ahorrado todos estos horrores."

El de Santos Juliá es un libro memorable, que recoge todos los aspectos de una figura fundamental de nuestra historia, tan citada como poco conocida, absolutamente reivindicable en estos tiempos de desconcierto político. Un hombre que nunca llegó a acostumbrarse del todo a la contienda política, que en realidad se sentía realmente a gusto cuando podía dedicarse algunas horas a leer tranquilamente un libro o a pasear con su mujer. Quizá si se echa algo a faltar es  una valoración global del personaje, al principio o al final de volumen, pero eso no es sino un defecto menor en una obra que debería ser leída por cualquiera que quiera conocer a uno de esos hombres que simbolizan una etapa - funestamente fallida - del devenir de nuestro país.

domingo, 1 de mayo de 2016

LA COSTILLA DE ADÁN (1949), DE GEORGE CUKOR. FEMINISMO Y GUERRA DE SEXOS.

El cartel de La costilla de Adán, una de las mejores comedias que ha producido jamás el cine norteamericano, resume muy bien su argumento: se trata de la disputa de una pareja para ver quien lleva los pantalones. Pero no se trata de una pareja cualquiera: él es fiscal y ella abogada y ambos asumen sus papeles en el caso de una mujer que ha disparado contra su esposo cuando lo ha descubierto con su amante. Amanda (Hepburn), mujer liberal y feminista, asume la defensa cuando se entera de que a su marido le ha sido encargada la acusación. Las bases para un juicio hilarante están servidas. En él se disputan dos asuntos igualmente importantes: la culpabilidad o inocencia de la acusada y el status quo del matrimonio: después de cada jornada en los juzgados, la escena pasa a mostrar la intimidad de los Bonner. Ambos se lamen las heridas de la batalla y siguen desatando las tensiones acumuladas en su enfrentamiento jurídico e ideológico.

Sobre la actuación de Amanda, hay que decir que es muy loable que se alce en nombre de todas las mujeres, pero lo hace de una manera un tanto particular, intentando en todo momento que la acusada pase a ser víctima y humillando a su marido siempre que puede. También es verdad que el marido, casi recuperado ya del disparo, se muestra en sus declaraciones como un hombre zafio y vulgar, al que le parece normal agredir de vez en cuando a su esposa y dejarla sola por las noches para irse con su amante, a pesar de sus tres hijos en común. Ella tampoco es retratada como un dechado de virtudes, puesto que es capaz de devolver los golpes cuando él duerme y se muestra como una mujer histérica y poco educada. ¿Es este matrimonio de clase media representante del promedio estadounidense de la época? Difícil es saberlo, pero si es así, el panorama social debía ser desolador, a pesar de las apariencias.

En cualquier caso, no hay que olvidar que La costilla de Adán es una comedia y que actitudes que hoy nos pueden resultar un tanto chocantes funcionaban como grandes golpes de humor en la época (la concepción del humor y de lo políticamente correcto cambian con mucha facilidad, y si no que se lo digan a Cervantes). Nadie como Katharine Hepburn podía alzarse como portavoz contra una sociedad que todavía no se toma en serio las reivindicaciones feministas. Más bien se rie de ellas (algo de esto hay también en la propuesta de Cukor), por lo que la mejor manera de hacerlas visibles es organizar un espectáculo en el juicio para ser portada en la prensa del día siguiente. Al final todo se reduce a un conflicto de más baja intensidad, a una guerra de desgaste entre un matrimonio que parece entrar en barrena, pero al que sin duda el amor mutuo, en conflicto con grandes dosis de ironía en su convivencia diaria, acabará salvando.