Hace una década, la construcción tiraba del carro de la economía con un vigor tal, que al final, por exceso de fuerza, se salió del camino y se estrelló. Mientras duró la época de vacas gordas, todo el mundo se beneficiaba de un modo u otro del dinero fácil que generaba la venta de pisos, cada vez más caros, pero, paradójicamente, más accesibles gracias a la masiva concesión de hipotecas que duraban toda una vida. Cuando la burbuja estalló, el mal llamado Estado del bienestar empezó a colapsar. Fueron cientos de miles los que quedaron al borde del camino, en situación lamentable. Juan Miguel del Castillo cuenta en Techo y comida la crónica de una de ellas, Rocío, una madre soltera que debe muchos meses de alquiler y vive, junto a su hijo de ocho años, una situación de auténtica pesadilla ya que, aunque ella no quiera ser muy consciente de ello, la cuenta atrás para su desahucio ha comenzado.
En realidad Techo y comida puede ser vista como una denuncia social o como una película de terror muy peculiar, pues narra las consecuencias del miedo lanzado por el colapso económico que, con epicentro en Estados Unidos, alcanzó a todo occidente, con gravísimas consecuencias en el Sur de España. Rocío aparece como la víctima perfecta, un ser absolutamente desamparado y desbordado por una situación que no comprende bien. Su única defensa - pobre defensa - son los leves rezos a un Dios que no va a escucharla. Alrededor de ella se va desatando un proceso imparable, del que difícilmente va a lograr salir. Ha sido sentenciada como pobre, con el agravante de no tener estudios y de criar un hijo en solitario. La sociedad, paralizada también por el pánico, poco puede hacer por ella (es loable que exista gente como su vecina de arriba, que la socorre siempre que puede sin pedir nada a cambio), pero es que tampoco el Estado es capaz de responder ante una situación de emergencia, más allá de regar a los bancos de dinero público. Cuando Rocío acude a Servicios Sociales, la respuesta a sus demandas es muy tibia: una escueta paga que llegará (o no) en más de un año y se acabará en seis meses. También puede acudir al comedor de Cáritas, pero debe sufrir la humillación, mientras espera una cola junto a decenas de personas, de que una monja les recite el Padrenuestro (una escena un tanto irreal, por otra parte).
A pesar de tratarse de una obra muy bien filmada, que no engaña al espectador respecto a sus intenciones, la película de Del Castillo adolece de un gran defecto: aunque conocemos las tremendas circunstancias a las que se enfrenta la protagonista, nunca llegamos a saber nada de las razones últimas que le han llevado a tal situación límite, cómo es que no cuenta con familia a la que acudir, qué sucedió con el padre del niño... El director se limita a exponer la peor de las realidades posibles, con la que el espectador no puede sino solidarizarse, pero a la vez el guión no deja de ser la exposición de un cúmulo de desgracias con trágico final, a las cuales la protagonista asiste cada vez más pasivamente, reaccionando solo con repentinos ataques de rabia, algo bastante lógico, por otra parte, respecto a alguien que no cuenta con guía ni modelo alguno en el que apoyarse.
Hay escenas en Techo y comida (y quien no haya visto la película que no siga leyendo este párrafo) muy logradas, como el contraste brutal entre la gente celebrando la victoria de España en la Eurocopa de 2012 mientras Rocío y su hijo lloran porque a la mañana siguiente deben abandonar su hogar. Junto a ellas hay otras un poco más absurdas, como aquella en la que la protagonista rebusca en la basura y encuentra enseguida en una bolsa comida embasada y lista para consumir (quizá recién caducada). He visto a gente rebuscando en los bidones de basura y esos no son hallazgos habituales... Lo que sí es realmente brutal es el contraste de cómo se moviliza el Estado cuando tiene que ejecutar un desahucio - policía, agentes y secretario judicial... - y la indiferencia casi absoluta que ha mostrado para remediar la situación que lo ha provocado. También da para reflexionar el hecho de que en nuestro país algunos derechos básicos, como la Sanidad, estén garantizados - a pesar de los brutales recortes en este ámbito - y otros, como los que recoge el título de la película, sean auténtico papel mojado para el sector más débil de la población.
En fin, aunque imperfecto, Techo y comida es un retrato de la espeluznante España de la crisis de la que muchos, como Rocío, han sido víctimas sin comprender muy bien por qué.
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