El cartel de La costilla de Adán, una de las mejores comedias que ha producido jamás el cine norteamericano, resume muy bien su argumento: se trata de la disputa de una pareja para ver quien lleva los pantalones. Pero no se trata de una pareja cualquiera: él es fiscal y ella abogada y ambos asumen sus papeles en el caso de una mujer que ha disparado contra su esposo cuando lo ha descubierto con su amante. Amanda (Hepburn), mujer liberal y feminista, asume la defensa cuando se entera de que a su marido le ha sido encargada la acusación. Las bases para un juicio hilarante están servidas. En él se disputan dos asuntos igualmente importantes: la culpabilidad o inocencia de la acusada y el status quo del matrimonio: después de cada jornada en los juzgados, la escena pasa a mostrar la intimidad de los Bonner. Ambos se lamen las heridas de la batalla y siguen desatando las tensiones acumuladas en su enfrentamiento jurídico e ideológico.
Sobre la actuación de Amanda, hay que decir que es muy loable que se alce en nombre de todas las mujeres, pero lo hace de una manera un tanto particular, intentando en todo momento que la acusada pase a ser víctima y humillando a su marido siempre que puede. También es verdad que el marido, casi recuperado ya del disparo, se muestra en sus declaraciones como un hombre zafio y vulgar, al que le parece normal agredir de vez en cuando a su esposa y dejarla sola por las noches para irse con su amante, a pesar de sus tres hijos en común. Ella tampoco es retratada como un dechado de virtudes, puesto que es capaz de devolver los golpes cuando él duerme y se muestra como una mujer histérica y poco educada. ¿Es este matrimonio de clase media representante del promedio estadounidense de la época? Difícil es saberlo, pero si es así, el panorama social debía ser desolador, a pesar de las apariencias.
En cualquier caso, no hay que olvidar que La costilla de Adán es una comedia y que actitudes que hoy nos pueden resultar un tanto chocantes funcionaban como grandes golpes de humor en la época (la concepción del humor y de lo políticamente correcto cambian con mucha facilidad, y si no que se lo digan a Cervantes). Nadie como Katharine Hepburn podía alzarse como portavoz contra una sociedad que todavía no se toma en serio las reivindicaciones feministas. Más bien se rie de ellas (algo de esto hay también en la propuesta de Cukor), por lo que la mejor manera de hacerlas visibles es organizar un espectáculo en el juicio para ser portada en la prensa del día siguiente. Al final todo se reduce a un conflicto de más baja intensidad, a una guerra de desgaste entre un matrimonio que parece entrar en barrena, pero al que sin duda el amor mutuo, en conflicto con grandes dosis de ironía en su convivencia diaria, acabará salvando.
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